Opinión - Panorama de las Américas

Perón es Pétain, Trump es Zemmour y otros retratos robot de la derecha

13 de noviembre de 2021 08:46 h

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Un domingo cada seis años elegían presidente, a misa iban todos los domingos. Y para comulgar en misa se fue a confesar. Los confesores escuchan pero este habló. Cristo murió por los pobres, murió por ella que no es dueña de la luz. Pero irradia luz: en los domingos de Resurrección, ay de los que elijan las sombras. Cuando volvió de la iglesia, algo así le contó a su hija que estaba en silla de ruedas. Y algo así cuenta la hija, María Rosa Oliver, intelectual comunista, futuro Premio Lenin, enferma de polio a los diez años, en la última página del último de sus tres libros de memorias, Mi fe es el hombre (1981). El 24 de febrero de 1946, a las 8.20 de la mañana, Juan Domingo Perón votó en Barrio Norte en las primeras elecciones libres y competitivas que perdió el radicalismo. La Unión Democrática, que la UCR integraba con comunistas, socialistas y demócratas progresistas, fue derrotada por 200 mil votos.

La madre y el padre de este panoramista aquel domingo fueron a misa, como el anterior, y como tantos siguientes. Faltaban años para que se conocieran. La liturgia era en latín; entre dos lecturas, el oficiante evocó en criollo, fugaz, que existe excomunión reservada a los católicos que voten a comunistas. Distintas parroquias, pero el mismo recuerdo, y el de decenas de personas de ese ambiente, el de personas que los domingos van a misa. Las católicas no votaban, sólo debían irradiar luz como para que ningún varón de la familia fuera a votar por las sombras en ese día peronista.

Dos géneros de la exhortación católica: en el confesionario parábola y en el púlpito silogismo trunco. No sólo los entendemos: nos gustan. Al fin de la década anterior, esa grey había quedado dividida asimétricamente: por la Guerra Civil Española. Cuando el caudillo Francisco Franco se levantó en el verano de 1936, un filósofo francés católico que estaba en la Argentina defendió a la República. Jacques Maritain era ya uno de los teóricos de la Democracia Cristiana. En misa, quienes habían aprendido a pensar con este razonador aristotélico completaron: Votar por la UD era quedar fuera de la Iglesia. Iba a ser también Maritain uno de los intelectuales faro de la DC chilena: la reforma agraria de la ‘Revolución en Libertad’ de Eduardo Frei se hizo con un librito de Maritain en una mano. El domingo 21 es la primera vuelta de las presidenciales, y en la campaña todavía se acude a la burla sobre el librito talismán. Ideológicamente, Yasna Provoste, la candidata DC que encabeza la coalición de la ex Concertación, está tan a la izquierda como Gabriel Boric, al frente de la coalición que incluye al comunismo, que va primero.

Los católicos pueden ser muy católicos sin ser clericales (ejemplo doméstico: Lilita Carrió), y la libertad de conciencia está más allá de las insinuaciones  pastorales o las homilías. La asistencia a la misa dominical era alta, y la mayoría de los varones se persignaban después de humedecer los dedos en agua bendita votaban Perón-Quijano. Al salir, había aplausos, y en una parroquia alguien gritó “¡Perón es Pétain!”, una fórmula fácil y efímera sin ser hueca ni  aislada.  Desde luego, el coronel Perón no era el mariscal Philippe Pétain. Y, más misteriosamente, tampoco Pétain era Pétain. Era una metáfora que se agotaba sin resto en la eficacia de una comunicación sin ruido.

El 24 de abril un balotaje dirimirá quién ganará la presidencia de Francia. Según las encuestas, los rivales serán Emmanuel Macron y Éric Zemmour. Un universitario presidente en busca de su reelección por cinco años más. Y un periodista y polemista a la derecha del presidente francés de derecha, sin partido ni carrera política, que ha hecho del conflicto de las interpretaciones sobre el balance del gobierno de Pétain un eje mayor –si no el mayor- de su campaña.

Muerto casi centenario en 1951, Pétain fue general victorioso de la Primera Guerra Mundial, testigo de la derrota en Segunda. Caída París, buscado por los nazis como interlocutor, el mariscal Pétain firmó en 1940 un armisticio con el Tercer Reich que creaba una Francia libre, aliada con Alemania, con capital en Vichy y con él como jefe de gobierno. Cuando aquellos católicos gritaban “¡Perón es Pétain!” las verdades históricas o los juicios morales quedaban a un lado. Porque los católicos (y las católicas) sabían exactamente qué querían, Perón entendía exactamente qué querían, y Perón se los dio a plena satisfacción lo que querían.

Básicamente, querían una foto. Era la imagen de la comunidad organizada en la que querían figurar. Que no era diferente de la Argentina. Pero más justa e igualitaria. Para ellos, Pétain era el primer general que había descubierto que las balas matan, el que se había encargado que los 'peludos' , los soldados de las trincheras, tuvieran al menos una comida caliente al día, el que había establecido en Verdún, el frente más estable y largo, rotaciones de todas las tropas, el que evitaba lanzar a las vanguardias de infantería en acciones a ultranza que chocaban contra las trincheras y el frente alemán en masacres injustificadas, era el general que cuando sus superiores masones le pidieron que hiciera listas de los oficiales que iban a misa dijo que no podía porque él se levantaba más temprano que todos para llegar antes y sentarse en el primer banco, así que sólo veía el altar y el oficiante. Era el anti Bartolomé Mitre que había llevado a la juventud porteña en Curupayti. Era el anti Julio Roca que agradecía los valiosos servicios del nuncio apostólico en la mediación de las partes entre la Nación y la Provincia de 1880 expulsándolo después por opinar sobre cuestiones internas. Era el que iba a instaurar la libertad de enseñanza que sustituiría a la obligatoriedad del laicismo. En su gobierno, si incendiaban otra vez el Colegio del Salvador y la Iglesia, los incendiarios no iban a entrar por una puerta del juzgado y salir por la otra. El seguro social, las pensiones por invalidez, la foto de Pétain en una escuela de monjas donde huérfanas de guerra aprendían artes y oficios, la protección

En Francia, cuando Zemmour dice ‘Pétain’, la avalancha de injurias e incomprensión es tan avasalladora, que gana el favor sin moverse. Lo primero es ‘negacionista del Holocausto’. Este periodista judío no niega el Holocausto. El Washington Post lo compara con Trump. Es cierto que para el diario demócrata Trump es peor que Hitler: el canciller alemán respetaba más la ciencia que el presidente n°45. Lo único que los hermana es el odio y el desprecio del Washington Post. La estrategia de la oposición es inerme si la caracterización es tan inadecuada. En Francia, durante el período de la Ocupación nazi, al menos 76 mil personas judías fueron deportadas en tren a los campos de exterminio. El régimen de Vichy, es decir, la Francia nominalmente bajo gobierno de Pétain, participó en al menos 20 mil deportaciones, si no muchas más. El reconocimiento oficial de la participación fue en 1995. Zemmour admite esto, pero lo atribuye, en su argumento, a la invasión nazi: si Alemania no ocupaba Francia, y no tenía funcionando los campos de exterminio, Francia de por sí no habría ideado una Solución Final. Es una constante de la ultra derecha el apelar a figuras de fuera del sistema, porque es la prueba que el extremismo ofrece de que está fuera del sistema, de que no pertenece al sistema, no tiene compromisos ni componendas 

Hay aspectos novedosos, y urticantes, y de consecuencias incalculables, por no pisados antes esos cuadriláteros, en la confrontación de Zemmour con el Ancien Régime. El anterior presidente francés, el socialista François Hollande, era masón. Su sucesor, el centroderechista Emmanuel Macron, es masón. En un encuentro, felicitó al entonces presidente argentino Mauricio Macri por venir acompañado de un edificante funcionario, hermanito del francés. Ahora, el régimen de Vichy había puesto como condición para obtener empleos públicos el “pertenecer a sociedades secretas que no hagan públicas las listas de sus socios”. Sin que Zemmour enfatice, hay un conflicto de interés: al respetar el masón Macron y la casta a las víctimas de la Shoah mucho más de lo que según ellos las respeta el judío Zemmour, ¿no sirven un interés propio a la vez? ¿Y sin este interés, pondrían la misma energía?

En el club de los populistas millonarios, Zemmour ni entra, ni quiere entrar. Tampoco el presidente brasileño. Bolsonaro se hace su propio café, va comer a la churrascaria. No es un profesor como Cardoso, un obrero como Lula, una ex guerrillera lesbiana como Dilma, un mayordomo de película de terror como Temer. Es un Pepe Argento. Lo sacan de sus casillas, y no se contiene. No cobra la renta de la transgresión, sino la del hastío.

Los millonarios pueden ilusionar, un poco, porque muestran que cualquiera puede ser rico (o presidente). Sebastián Piñera iba en jogging a los actos de campaña de las presidenciales de 2009, ofrecía la misma imagen de hombre común. Cada uno de sus rivales en primera vuelta representaba una élite. Ominami era la cara posmoderna y Frei la democristiana de la Concertación. El comunista Arrate parecía más viejo, pero no, sólo que no se teñía; era el único que hablaba con oraciones largas, unidas unas con las otras. Piñera, con párrafos de una sola oración, breve. Usaba palabras que nadie ignoraba, y no las buscaba. Era fácil encontrarlas: tenía tan pocas. Desmentía a las maestras que insistían en la riqueza de vocabulario, ¿para qué? Reclama bienes aislados, como esta semana cuando reclamó que en la nueva Constitución Chilena figuren los símbolos patrios y el niño por nacer: el feto se vuelve símbolo.  Este es un rasgo desdeñado del pinochetismo: la promesa de bienestar inmediato, consumo, cosas concretas, descuentos, más dinero en el bolsillo, menos burocracia, menos requisitos: nada se subordinaba a un horizonte político amplio. No deriva autoridad de una tradición.

Con el presidente salvadoreño Nayib Bukele, Zemmour comparte el don verbal, la capacidad para la réplica, el gusto de dejar en ridículo al rival. Pero Bukele es un nerd, un nativo digital, es un inteligente convencido de que para un super dotado la cultura es un lastre. Si se buscara su fascismo primero, es la giovinezza erigida en categoría. 

Hay que decir, sin embargo, tampoco en la cuenta de Twitter del presidente salvadoreño Bukele se añoran las invocaciones de todo tipo a la autoridad del Holocausto. Están enderezadas a probar  que el presidente más votado de la historia de su país es el Hitler salvadoreño. Bukele a veces contesta, hay que reconocer que en vano, con un buen consejo: mencionar el Holocausto es la prueba de que ya perdiste la discusión.  El crecimiento de la ultraderecha tiene un motor poderosísimo en la rotunda incomprensión de sus rivales de las palabras que se usan. Ese espectáculo es el mejor aliado para su crecimiento. Porque esos comportamientos se adecuan a la perfección a su descripción del comportamiento codicioso y autista de la casta. Cuando el jefe de Gobierno porteño crea un cargo público pagado por el erario público para premiar el favor de un nuevo aliado en las internas, y la creación no tiene más motivo que robustecer sus chances de gobernar, su comportamiento es un ejemplo modélico, brutal, sin claroscuro, de la descripción de la ‘casta’. 

AGB