¡Qué plato!

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“¿Qué nos pasa a los argentinos?”, se preguntaba Fabio Alberti en el programa Todo x 2$, emulando a esos “pensadores” de la televisión que pretenden llevarnos a una reflexión profunda y solemne, esos que desarrollan un monólogo que conduce la indignación al paroxismo; un monólogo crispado para que recapacitemos, para que hagamos un ejercicio de introspección y casi que admitamos que somos los culpables de que el país, cuando no el mundo, ande como anda: mal. La desopilancia del contenido de las reflexiones del sketch no evitaba, más bien exacerbaba, la verosimilitud del tono de aquellos que gustan de aleccionar, de levantar el dedo, de acusar siempre a los otros. El patetismo de la pretensión de saber cómosonlascosas del aleccionamiento evidencia su farsa cuando, justamente, aspira a ese todo universal, ese mismo al que aspira el sentido común: “hay gente que cree que todo lo que se hace con cara seria es razonable”, es uno de los agudos aforismos de Georg Lichtenberg. La clave de comedia acaso sea l​​a mejor para evidenciar este tipo de procedimientos. Lejos de la denuncia, de la indignación, de la solemnidad y de un nuevo señalamiento -ahora para señalar a esos que se indignan-, la comedia es un procedimiento sutil y potente, cuyos efectos son, creo, mucho más eficaces.

Lejos de la denuncia, de la indignación, de la solemnidad y de un nuevo señalamiento -ahora para señalar a esos que se indignan-, la comedia es un procedimiento sutil y potente, cuyos efectos son, creo, mucho más eficaces.

Freud distingue el chiste de lo cómico -a  la vez que del humor-. Una de las diferencias fundamentales es que el chiste se hace mientras lo cómico se descubre. Ahí radica, quizás, el efecto fundamental de lo cómico: desenmascara, hace caer una imagen fatalmente erigida. Y lo hace sirviéndose de distintos mecanismos. Imitación, caricatura, parodia no están sino al servicio de desenmascarar a “personas y objetos que reclaman autoridad y respeto y son sublimes en algún sentido. Son métodos de rebajamiento (Herabsetzung), como lo enuncia esta feliz expresión de la lengua alemana”, dice Freud. En la risa están concernidas la máscara, la imitación, pero justamente: en su caída, en el desenmascaramiento. Ironía, parodia y agudeza se precipitan en un filo, el del lenguaje, dejando ver el pathos de la ciudad, de la polis, de la cultura, de la educación; con el pathos, el ingenio pasa, hace pasar algo. Lo que pasa es, no el triunfo, sino la puesta en acto del fracaso fundamental de la acción por alcanzar el deseo. Lo que nos hace reír, lo que nos satisface en la comedia, dice Lacan,  “no es tanto el triunfo de la vida como su escape, el hecho de que la vida se desliza, se hurta, huye, escapa a todas las barreras que se le oponen (...). Cuando el héroe cómico tropieza, se ve en apuros, pues bien, el pequeño buen hombre empero todavía vive” (suena Common people, de Pulp).

Algo de todo esto se va diciendo en cada episodio de Comedia, el podcast que hizo Adrian Lakerman con invitados dedicados al humor. Ahí Diego Capusotto dice que se hace humor también para desmantelar las certezas que uno mismo tiene. Incluso como reacción, por miedo a la finitud, a la enfermedad, a la muerte, a eso que uno sabe que termina mal (la vida misma). Y agrega que con el humor se le da la espalda a la tragedia. No hay humor, sino con el fondo de la muerte y de la repetición como ineluctables. Es lo que de alguna manera subraya Jean Allouch: que si lo cómico es superior a lo trágico, es porque en lo cómico queda disuelta la eficacia del terror. En definitiva, el registro cómico hace caer el valor trágico. Allouch plantea que “lo trágico es lo cómico echado a perder”. Pero al recordar esta cita, siempre la recuerdo al revés: lo cómico es lo trágico echado a perder. Podría funcionar si lo pensamos no sólo en el sentido de algo que se pudre, que se desarma, que deja de andar, sino además en el sentido de algo arrojado a la pérdida, algo dispuesto a perderse. Lo cómico hace que lo trágico se pierda, pero también que se pudra, que se descomponga, que se diluya, que se disuelva; y en eso trágico está incluido lo trágico del saber. Lo cómico agujerea el saber y produce sorpresivamente una verdad nueva, algo que no se sabía a sí mismo.

Es lo que de alguna manera subraya Jean Allouch: que si lo cómico es superior a lo trágico, es porque en lo cómico queda disuelta la eficacia del terror.

Con la risa se suscita la posibilidad de un más allá de lo fascinante de la imagen, de la autoridad; es la resistencia al poder, la resistencia que permite que se dibuje un horizonte: el del deseo. Sin risas sólo nos quedan el terror y el poder sin la posibilidad de resistir. Si el poder, como dice Anne Dufourmantelle, “necesita solemnidad para ejercerse”, la risa –no buscada, sino hallada– es su contrapoder. En la orilla opuesta a las risas  –y a las fantasías, agregaría–, acechan la solemnidad, la doxa que vigila y el poder que ahí se sostiene. La risa, en las antípodas de la fascinación, es una contingencia que engaña –al menos por un rato– al poder, también al poder de lo inevitable: lo que se va a repetir, como dice Capusotto.

De la relación entre el poder y lo cómico también habla acá -¡de qué no habla!- Adrian Lakerman entrevistado por Tomás Rebord, en El método Rebord -un formato de conversación larga y distendida, tan necesario hoy en día-. Por eso creo que la comedia es más potente y más peligrosa que la solemnidad y que la pretendida seriedad, que no sólo no incomodan a los cuerpos, sino que los inhiben aún más. La comedia, en cambio, pone en escena algo que no se sabía, o que se sabía sin saber, o que no se quería saber. Y esa sorpresa es de por sí liberadora. En la comedia, al igual que en el espacio de un análisis, se habla de ese saber que no se sabe, y el saber, que siempre vendrá como efecto, sorprende diluyendo un poco la obediencia y la obligatoriedad de un saber anticipado. Se habla sin saber, se habla para saber. Acaso por eso el argumento de Un mundo maravilloso, el podcast que hacen Martín Garabal, Charo López, Adrian Lakerman y Alexis Moyano, dice: “cuatro personas que no saben nada hablando de todo y con una sola certeza: este es un mundo maravilloso”. El podcast nos entrega, en medio de una época de empastillamiento generalizado, pastillas diarias llenas de humor en pequeñas dosis, pequeñas pero suficientes como para aliviarnos de nuestras propias estupideces cotidianas, esas en las que nos creíamos a salvo.

Que la comedia provenga de komos, cifra de la errancia de los comediantes por haber sido “expulsados, por deshonor, de la ciudad” (Aristóteles), y la kõmodia resulte ser “el canto del kõmos, de los ciudadanos que bailaban y cantaban por las calles, embriagados, en las fiestas de Dionisio” no es indiferente cuando se trata de precisar las relaciones entre psicoanálisis y comedia. La comedia resulta una referencia ineludible para el psicoanálisis. El libro de Freud sobre el chiste es, antes que nada, un tratado sobre las inhibiciones implícitas y explícitas de la vida social, pero, además, sobre el ingenio como recurso del que dispone el lenguaje para ir más allá de ellas. La risa opera sobre ese entramado de inhibiciones y opresiones. El procedimiento de la comedia muta el displacer en placer y “figura una revuelta contra la autoridad, un liberarse de la presión que ella ejerce”, como dice Freud. Las consecuencias, claro, se producen en el cuerpo, porque el tropiezo en la lengua hace tropezar un cuerpo, lo hace caer;  el cuerpo sostenido en una identificación agobiante es tocado. Por eso me gusta tanto la indicación de Lacan a los psicoanalistas: “sería conveniente que dedicaran un poco de tiempo a meter la nariz en Aristófanes”.

En un análisis acaso se trate de hacer de la travesía trágica una experiencia cómica;  hacer del héroe trágico un héroe cómico; hacer de la inhibición, del cuerpo detenido, un cuerpo en movimiento, aunque errante, en función del deseo siempre huidizo.

“¡Qué plato!” es una expresión que uso mucho y que conservo casi como la del inicio: “¿qué nos pasa a los argentinos?”. Me encuentro usándolas para mí cada vez que se me vienen encima la indignación y la solemnidad, las de los otros pero también las propias. El desplazamiento que se produce del gesto de tirarnos platos unos a otros -como en La guerra de los Roses- hacia la expresión “¡qué plato!” es un desplazamiento que alivia. Porque mientras la ira aparece cuando, como dice Lacan, “las clavijas no encajan en los pequeños agujeros”, la risa es la muestra de que, en cambio, lo mejor que nos puede suceder es que los pequeños agujeros estén disponibles y que la cosa nunca encaje del todo.

AK