Opinión La batalla cultural

Posiblemente, la cólera

10 de septiembre de 2023 00:02 h

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1. Posiblemente, Javier Milei gane la primera vuelta de las elecciones presidenciales. La señorita Victoria Villarruel sería, entonces, la persona más votada para ser vicepresidenta y, por lo tanto, presidenta del Senado de la Nación. Lo de la segunda vuelta, en cambio, merece otro adverbio. No sé cuál es. ¿Seguramente? ¿Probablemente? ¿Lamentablemente? ¿Esperoquenomente? 

2. Posiblemente, ese triunfo sea la consecuencia –aún evitable– de una cadena de errores, adrede o accidentales, forzados o involuntarios, que todas las fuerzas políticas democráticas, de derecha a izquierda, han cometido durante cuarenta años. El pacto democrático básico no era sólo “no matarás”, sino también, y muy especialmente, “con la democracia se come, se educa y se cura”. El fracaso de estos cuarenta años no se manifiesta sólo en los dichos y en los actos de la señorita Villarruel, sino en las cifras de pobres, de sub-educados, de desnutridos. Y, a la vez, en las de los muertos por la represión policial.

3. Posiblemente, al menos según las cifras de la CORREPI, esos muertos hayan superado los 5.000 en cuarenta años. Las modalidades son de lo más variadas y siguen incluyendo el secuestro, la tortura, la desaparición. Así como ocurría con la dictadura, la descentralización es la norma: cada comisaría de cada policía provincial puede hacer lo que precise o desee. Lo que no hay, afortunadamente, es un plan sistemático de represión ilegal, unificado por la orden del Estado nacional y reproducido por los estados provinciales. Esa diferencia sigue siendo crucial, según indican los fallos judiciales por los distintos juicios a los represores del período 1976-1983, que en eso es inigualado y, sólo posiblemente, inigualable.

4. Posiblemente, a pesar de todo, la existencia de ese plan sistemático que la Cámara de Apelaciones declaró probado en 1985 y la Corte Suprema en 1986 sea el nudo de cualquier discusión, lo único inevitable, lo único indiscutible. La acción de los grupos guerrilleros entre 1959 –los Uturuncos– y 1979 –la Contraofensiva montonera– seguirá y deberá seguir siendo objeto de revisión, discusión, autocrítica (así como debieran serlo las torturas desde 1930, los bombardeos de 1955, los fusilamientos de 1921 y 1956, los secuestros desde 1962, la masacre de Trelew: la historia de la violencia en la Argentina, estatal o revolucionaria, burguesa o popular, es algo mucho, pero mucho más grave y complejo que una mera revisión de las “víctimas del terrorismo” y la necesidad de una “memoria completa”). Pero eso es ya objeto de historiadores, porque su conocimiento no puede modificar el presente y la vida cotidiana sino sólo como, exactamente, eso: conocimiento. Los juicios a los represores, en cambio, significan aún el castigo en presente de delitos con vigencia jurídica: delitos de lesa humanidad. No se trata de una reivindicación izquierdista ni de una falsa venganza: es el más estricto derecho liberal, consagrado judicialmente por jueces argentinos de distintas layas y pelajes. Los hechos cometidos por las guerrillas no constituyen violaciones a los derechos humanos, porque no los cometió el Estado (tampoco el Estado libio o el cubano, no sean ridículos), sino particulares. Desde Weber que esto está en la base del derecho liberal. Como mucho, si hubieran sido acusados y probados ante un juez, serían crímenes penales: hoy, son delitos prescriptos según nuestras leyes. A Ceferino Reato, por ejemplo, que sostiene que la bomba en el comedor policial de 1976 fue un crimen de lesa humanidad, debemos recordarle que en los siguientes cuatro días del atentado aparecieron cuarenta y seis cuerpos ejecutados por balas, y que treinta personas más, todas ellas detenidas-desaparecidas en y por la Policía Federal, fueron ejecutadas y sus cuerpos dinamitados unos días después en Fátima, en la Provincia de Buenos Aires, como represalia. Eso fue y es un crimen del Estado: la “represalia”, el “castigo”. Los jueces –no yo– han dicho que la bomba, en cambio, no lo fue, ni lo es, ni lo será.

5. Posiblemente, aquí radique uno de los errores mayores de estos cuarenta años: una confusión conceptual. El impulso a los juicios contra los asesinos y torturadores que llevó adelante el kirchnerismo, con errores y demoras, pero con justicia, no fue una política de derechos humanos, sino de memoria, verdad y justicia –ejercidas como acto de reparación de violaciones reales de los derechos humanos ocurridas en el pasado, pero no en el presente. Contemporáneamente continuaban, como dije, violaciones reales y policiales a los derechos humanos –para no hablar del derecho a la vivienda, la alimentación, el trabajo, la salud, la educación. Esa confusión conceptual sobre una política noble permitió la reaparición reciente de estos dos latiguillos: la “memoria completa” de la señorita Villarruel y “el curro de los derechos humanos” del niño Macri. No pienso evaluar otros pliegues de ese periplo –¡Jorge Julio López! – pero esa confusión dejó un flanco abierto. No debió ocurrir.

6. Posiblemente, porque tampoco había un consenso tan unánime sobre el “Nunca más”. El éxito reciente de Argentina 1985 opacó las resistencias de cuarenta años: la señorita Villarruel abre una cloaca que siempre estuvo alimentada por miserias de todo tipo. Los Yofre, los Reato, los Pando, los López Murphy, los hablantes de “hubo una guerra”, no son un invento poskirchnerista: siempre estuvieron allí. Milei cita a Gramsci: “hay que hacer lo mismo que hicieron ellos. Seguir los lineamientos de Antonio Gramsci, que es meterse en la cultura, en la educación, en la comunicación, que es lo que ellos hicieron”. Bien: por eso han vuelto a salir de la cloaca. Presuntamente nosotros, “los zurdos”, “los marxistas”, habíamos ganado una “batalla cultural” que incluía el consenso sobre las violaciones a los derechos humanos –un consenso de condena del terror del Estado contra su propia comunidad. Estas semanas parecen demostrar que nada fue tan “ganada”: ni la batalla ni la década. (Esa cita de Gramsci viene de un artículo publicado en esos años en la Revista del Círculo Militar Argentino, y era un argumento clave de la represión: había que ejecutar a los “cómplices intelectuales”, a los que “pervertían las mentes juveniles”. La paráfrasis de Milei anuncia la continuidad de un anti-intelectualismo criminal.)

7. Y sin embargo, posiblemente, si todas estas amenazas se concretan, “frescas altas olas de cólera, miedo y frustrado amor se alzarán, poderosas vengativas olas”. Un consenso no significa unanimidad: quizás precisamos comprobar si es mayoritario, si resiste nuevas y potentes provocaciones, o si, posiblemente, debe ser defendido en la calle.

PA