El sábado pasado muchas organizaciones sociales fueron a “controlar” a varios supermercados de distintas ciudades argentinas para ver si cumplían o no los acuerdos de precios, tanto la oferta de marcas que suscribieron a los “Precios Cuidados” y las de “cortes populares”. La democracia pudo con los militares, pero no pudo con los remarcadores. El fantasma argentino del precio de la carne o de la leche, el otro “disparo”. Los “faltantes” en las góndolas. Las imágenes de militantes con pecheras y planillas recorriendo un Coto o Carrefour despertaron fantasmas y cazafantasmas. Era previsible. Patricia Bullrich, pícara, tuiteó: “Usar a los piqueteros para controlar precios es inaceptable. Sólo genera rencor, enfrentamiento social y le da a un grupo una herramienta de poder típica del modelo Chavista. No dejemos que estas metodologías avancen: van contra nuestra libertad. Presidente no agigante la grieta.”
La imagen de “piqueteros” y “supermercados” nos retrotrae a recuerdos que Bullrich caza al vuelo. Agarrar un trauma y superponer tiempos. Contar la película por la foto. Pero recordemos: la reconstrucción fiel de esos días de crisis (este año cumpliremos veinte años del 2001) tiene adelante más a un enérgico Alfredo Coto pidiendo a los gritos que defiendan las fuentes de trabajo a sus empleados. Del otro lado, en la puerta del supermercado, se mezclaban las organizaciones y gente suelta en un contexto aciago que explicaba todo. El hambre. Repongamos esta entrevista a Alfredo Coto de ese lejano diciembre de 2001:
-Una de las imágenes más fuertes de los saqueos fue la de los empleados de la cadena defendiendo un supermercado de Ciudadela armados con palos. ¿Fue una decisión espontánea de los trabajadores?
-Sin que existiera ningún pedido de la empresa, los propios empleados decidieron defender su fuente de trabajo. La gente se puso la camiseta porque fue consciente de que estaba en juego su futuro. La verdad que es un gesto que nos conmovió a todos. La colaboración que tuvimos de parte de los trabajadores fue impresionante.
Este sábado 13 de febrero último, en un Coto de Lanús, se vivió una jornada no sólo pacífica, sino además negociada: el día antes un referente del Movimiento Evita fue a conversar, directamente, con un gerente de la empresa para establecer el modo, la hora y detalles de ese “control” que –con pecheras de la UTEP y con la presencia de Esteban “Gringo” Castro– iban a hacer decenas de militantes al día siguiente. ¿El supermercado tenía un día para ponerse más “en regla”? Puede ser. También se ponía en juego el mensaje de un activo social, el “ejercicio de ciudadanía”, como definió “Chino” Navarro en una mesa en TN, y el propio Carlos Melconián y Funes de Rioja asintieron como diciendo: y sí, esto también es parte del equilibrio. Pero estas conversaciones entre referente y gerente de supermercado son moneda corriente desde los tiempos de la crisis. Están en la arquitectura invisible de la situación, porque están también en el background de un gerente que sabe que le toca “ésa”. Movilizarse a los supermercados es parte de la práctica de las organizaciones. Ocurre en un supermercado del Abasto o de Ciudadela. Bullrich elige la foto porque conoce la película.
¿Qué son esas “organizaciones sociales”? En parte algo intragable para todos. Sin romantización y sin ingenuidad. Son y no son parte de la política. Caminan en el borde. Sin ellas no se puede, sólo con ellas no alcanza. Para el gobierno son las que le llevan hacia arriba malas noticias, pero sin cálculo, las que pasan en limpio si se cumplen o no “las políticas públicas” que muchas veces se idealizan desde los escritorios. Son las que les rompen las pelotas a las intendencias de los distritos con sus reclamos, sus locales, sus cooperativas, sus comedores, sus merenderos. Nacieron para “competir” con parte de la militancia partidaria clásica, que se puso en retirada en los años 90. Muchos las llaman “gerentes de la pobreza”. Son las amigas del Papa porque Francisco las conoce y valora desde que se llamaba Bergoglio. Y como le dijo a Florencio Randazzo antes de que fuera candidato en 2017 en la intimidad de Santa Marta: “Acercate a los movimientos sociales, no están todos corrompidos”. Son las que tienen dirigentes incómodos que “la política” no siempre sabe dónde poner. Son también las que un día ganan intendencias, como la dirigente Mariel Fernández del Movimiento Evita en Moreno; aunque no sean máquinas de juntar votos, ni sean “los costureros” del sistema político. Una militante del Partido Justicialista de zona oeste lo pone en estos términos: “Hoy la verdad es que la lógica de las grupos partidarios y los movimientos sociales juega en tándem”. La pregunta es entonces cómo reaccionó la gente común que pasaba por al lado de las góndolas y los militantes con pechera llenando sus planillas? Y… reaccionó bien. ¿Cómo iba a reaccionar? Comentaban, sugerían, tiraban datos, sentían una alianza circunstancial. A veces las cosas ocurren con simpleza.
Cuento ligeramente una historia, la de un referente radical de una villa en el barrio de Villa Soldati. La dictadura lo sacó de Capital cuando Cacciatore erradicaba villas por las buenas o por las malas, y la democracia lo trajo de vuelta con su ola primaveral que recuperaba derechos, y entre otros, “el derecho a la ciudad”. Se hizo radical en esos años de afiliaciones masivas y bajo liderazgos parroquiales que disputaban base y votos con el peronismo. Hoy sostiene una cooperativa de trabajo, otra de cartoneros, un comedor, da trabajo a vecinos en muchas actividades de cuidado y limpieza que financia la ciudad. Es parte del radicalismo del sur que apoya a Larreta. ¿La “vieja” práctica política en cuánto se diferencia con la de una organización social? ¿Las organizaciones priorizan algo que a veces está “por arriba” de la política o que se encuentra en varios signos políticos a la vez? Nilda Chamorro, coordinadora de 40 comedores en Almirante Brown, ha dicho: “La situación no explotó porque hubo contención en los barrios”.
Cuando hace casi un año vivimos el lanzamiento del IFE, el resultado arrojó un número de inscriptos desorbitado. Y no fueron pocos los que, puertas adentro de Balcarce 50, pensaron en voz alta: “¿Cuánto sabemos de la sociedad que gobernamos?”. ¿De dónde salieron esas millones de personas que no vimos venir? Hubo en ese plus una dimensión mayor tanto de la “crisis recibida” como de la proyección de esa misma crisis en Pandemia. Pero, ¿qué pasa cuando se ve lo que se ve? ¿Qué responsabilidad hay en ver (venir)? ¿Quién pone el ojo para ver si lo que se anuncia existe? ¿En quién confía el Estado para que no le pasen ésas que no ve venir?
Qué ves cuando me ves
Hay explicaciones o versiones de los hechos que protagonizan políticos, militantes o periodistas políticos (Donda sobre la contratación de una ex trabajadora en casa de familia, o todo el affaire de “vacunados vip”, por ejemplo) en los que se percibe (sobre todo en cómo reaccionan cuando pasa eso que no tenía que pasar) que viven, quizás después de demasiados años de palacio, de vidrios polarizados y reuniones endogámicas, sin tener un pie en la sociedad civil. Sin tenerlo del todo. Una desconexión –amasada en años de círculos rojos– con la realidad que vive, siente y piensa la gente de a pie. Como populistas en su torre de marfil. Juguemos en el bosque mientras el lobo no está. Pero en nombre de “los ideales” no puede haber pérdida del principio de realidad. Una autonarración ficticia de privilegios. Como si cada una de estas escenas fuera esa sacudida última que la sociedad le hace a la clase política –se parezca más su hábitat a la playa Girón o a Miami–: primero lo primero, muchachos. Y la lógica, en definitiva, de lo que trae a veces en coletazos la pandemia es la lógica de toda crisis: el riesgo de que crezca la desconfianza de la sociedad hacia la clase política, a la que mira como una “casta privilegiada”.
Todo eso tiene un viejo fondo de olla que es el 2001. Digamos: es tan sensato pensar que los años de reconstrucción post 2003 reordenaron el sistema político como que en toda crisis está latente un rechazo a la clase política. Un nuevo huevo de la serpiente (a veces, demasiado apurado a ser agitado y llevándose puesto personas que, más allá de hechos condenables, son figuras políticas valiosas, como el propio Ginés).
Pero este escándalo último de “vacunados vip” sacude el polvo de esa credibilidad entre “gente y política”. Si el Covid trajo la visión del privilegio de los estatizados que tienen garantizado el sueldo y la fuente de trabajo, ahora el escándalo muestra un escalafón más: la clase política (y sus mundos aledaños) que acceden antes a la vacuna. De vuelta, esa realidad, que no puede no verse: las necesidades, las prioridades. Porque en el bosque estamos todos: y ya son más de 50 mil los argentinos que perdimos por esta peste. Gente que murió sola, solísima, pasaron al otro lado. Y estamos justo, a punto caramelo, cuando todas las personas conocen por lo menos a alguien que el virus mató o aplastó y te hacés la idea. Está cerca. El virus dejó de ser un hurón en el jardín de otros. Las vacunas son el remedio pero llegan a cuentagotas. Y el cuadro social sigue peor: la canasta básica de alimentos aumentó un 4,2% en enero. $56.459 necesitó una familia tipo para no ser pobre. No hay margen. El lobo está. Y hay que estar a la altura. La sobriedad se ve, sobre todo, en las malas.
MR