Hacia el final de su vida, con cierto aire romántico, Freud habría dicho que la pregunta que atraviesa su obra fue: “¿Qué quiere una mujer?”.
¡Mentira! Para Freud hubo una respuesta privilegiada en diferentes momentos: las mujeres quieren hijos. Así quedó sellado el destino maternal del deseo femenino que, si no se lee con cuidado (y seriedad) la obra freudiana, pareciera que condena a la mujer a la crianza. Nada más lejos.
Es cierto que Freud piensa la realización femenina a partir de la maternidad, pero ¿qué es la mujer-madre para Freud? Es la mujer que abandona una posición juvenil, de suma dependencia, la de “amar el amor”, con un riesgo principal: por buscar en el otro alguna garantía de amor, es que una mujer puede quedarse en una relación con alguien que no toca su deseo (o cuyo deseo no la toca); por ejemplo, ahí pueden estar los celos como un modo de sostener el lazo con otro que no importa mucho, pero alcanza con sentir que puede irse con otra persona para querer retenerlo. En fin, el habitual “quiero que me quiera” y su declinación neurótica.
Para Freud la maternidad es un paso de salida de esta posición, no porque consista en tener un hijo realmente, sino porque sitúa que un hijo es un don, es algo que se recibe, no una posesión o algo que se tiene. Un hijo (que puede ser un gesto, un abrazo, un llamado, etc.) implica una receptividad que no es para nada pasiva; sin duda, es todo un trabajo y una actividad poder tener sin poseer lo que se tiene. De ahí que, para Freud, madre es la mujer que sabe que su hijo no es suyo.
No voy a discutir en estas líneas la noción freudiana de lo materno. Me alcanza con decir que no es lo que corrientemente se le atribuye a Freud y que para él el análisis era una vía para curarse de la dependencia respecto del amor. En todo caso, lo que me interesa situar es que la pregunta freudiana sobre qué quiere una mujer, da por sentado algo más básico: qué es una mujer.
Para Freud era obvio que había mujeres. ¿Esto es claro hoy? Las mujeres, ¿existen? Pareciera que aquí parafraseo la frase de Jacques Lacan “La mujer no existe”, pero no; hago la pregunta en plural. Por cierto, ¿no es esta una pregunta similar a la que se hizo Judith Butler en el comienzo de El género en disputa cuando planteó la cuestión de la representatividad de las mujeres?
Sin embargo, mi inquietud es otra. La voy a plantear también por la vía freudiana. Para Freud era claro que las mujeres existían en su época, porque para él una mujer era el ser humano capaz de hacer frente al deseo viril. En efecto, la histeria femenina fue el tipo de respuesta que más investigó: los síntomas de las mujeres como objeciones al deseo de los varones.
Hoy en día es de sentido común decir que la histérica se pregunta qué es una mujer, pero aquí habría que hacer una precisión: la histérica más bien responde con fantasías de usufructo, es decir, “solo me quiere para coger”, “me usó”, “nunca me quiso”, etc. Así es que el encuentro con el deseo viril se reduce a una interpretación que requiere de una versión maligna y abusiva del otro. No voy a desarrollar aquí que una fantasía puede ser más real que la realidad.
La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿están dadas las condiciones hoy en día para que haya encuentros con un deseo viril? En mi libro El fin de la masculinidad ya expuse los diferentes motivos de una creciente retirada de la virilidad. En este artículo quisiera detenerme sobre otra cuestión.
Lo ejemplificaré del modo siguiente. En un escrito titulado “Del Trieb de Freud”, Lacan se refiere a la “automutilación del lagarto” que, en situaciones de desesperación puede dejar su cola para huir. Es una bella imagen para ilustrar la amenaza de castración en los varones. Para Lacan, entonces, varón es el ser humano que puede responder con fantasías de pérdida al encuentro con el deseo. No son pocas las personas que necesitan perder un vínculo para desear recuperarlo. Lacan las llamaría “varones”.
En el caso de las mujeres, sigue Lacan, no habría una fantasía equivalente. Podría decirse, entonces, que ¡las mujeres no son lagartos! Aunque haya una vieja seria de TV sobre extraterrestres que jugara con esa hipótesis. La mujer –continúa Lacan con un aire freudiano– es la que no puede huir del deseo. Los varones, huyen –ya lo hicieron y lo volverán a hacer–; las mujeres no.
Antes de cualquier reproche de binarismo, aclaro que aquí “varón” y “mujer” son formas de ninguna anatomía. Vuelvo a lo que mencioné antes: el encuentro con el deseo viril. Lo mostraré con otra situación: si hay un objeto que padece los embates residuales de la virilidad es el electrodoméstico; pensemos en la impresora, si es que todavía queda alguna en casa. Siempre decepciona nuestro deseo; en el momento preciso que uno la requiere, falla. Para mí alcanza con esta frustración para atribuirle, si no condición de humanas, sí de sujeto. Las impresoras son “sujetos”, porque son seres afectados por el deseo.
Esto último que digo puede parecer una provocación, pero no busca serlo. Sí es un modo de plantear una polémica: ¿todavía los seres humanos son sujetos? ¿Lo serán de aquí a un tiempo? Para mí no es claro, pero volvamos a la cuestión que propuse para la ocasión y dejemos las preguntas más profundas para otro contexto.
En el siglo XIX, Freud daba por sentado que existían las mujeres y los varones. En ese entonces, existía un deseo (el viril) y la posibilidad de afectarse por ese deseo. Antes que identidades, entonces, varones y mujeres son modos de ser sujeto, es decir, de sufrir un conflicto con el deseo. Por cierto, Freud no pensaba demasiado en el deseo femenino o, mejor dicho, su respuesta a la pregunta “¿Qué quiere una mujer?” era simple. Y hago la aclaración cuando digo “deseo femenino”, porque no es que solo exista el deseo viril y el psicoanálisis no haya pensado el deseo de la mujer. Más bien, lo viril del deseo es algo que se conoce por consecuencia femenina.
Antes que identidades, entonces, varones y mujeres son modos de ser sujeto, es decir, de sufrir un conflicto con el deseo.
Esto último puede parecer complejo, pero es una conclusión que se desprende de la lectura que hizo Lacan del cuento de Poe sobre la carta robada: a quien la carta toca, lo feminiza. ¿Qué quiere decir esto? Que el deseo no tiene objeto. El psicoanálisis sale de la matriz “sujeto-objeto” para pensar el deseo; que no hay quien desea y quien sea el deseado. El deseo es afectación. Por ejemplo, un varón puede quedar feminizado por su propio deseo viril y, para el caso, inhibirse o sentir rechazo por su vulnerabilidad. Valga esto para decir que encarnar el deseo viril nunca fue fácil para los varones, salvo cuando juegan a la impostura del macho potente; pero como ya escribí muchas veces, el deseo no tiene nada que ver con la demostración de potencia.
Entonces, ¿existen las mujeres aún? Reitero que me hago esta pregunta porque ya escribí un libro sobre la destitución masculina y la retirada de la virilidad. Y como es un tipo de pregunta que me incomoda, que me afecta, no la voy a responder. Más bien voy a reformular mi inquietud y plantear: ¿hasta qué punto nos dejamos incomodar? ¿No se da más bien la situación, hoy en día, de que cualquier asunto que nos toca es reprimido rápidamente e intercambiado por una digresión moral y binaria que obliga a que cada quien se expida respecto de qué lado está?
Para ser “sujetos” hay que tolerar la ambigüedad, lo que no tiene nombres claros y a veces subvierte nuestras creencias íntimas. No es seguro que haya sujetos humanos de aquí a unos años. Quizás los únicos sujetos, de aquí a un tiempo, sean los lagartos y las impresoras. Ya una vez cantó Leonard Cohen: “Todo el mundo sabe que un hombre y una mujer desnudos son un brillante artefacto del pasado”.
LL