PURA ESPUMA

Muy rico lo que no comí

28 de enero de 2024 00:14 h

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Havanna honró los primeros 150 años de Mar del Plata con un alfajor de alta calidad llamado Mar del Plata. La portada tiene una ilustración más o menos turnereana, compuesta desde un punto vista marítimo, en la que domina un celeste crema del cielo aplicado al Atlántico, una bruma diurna, un barco de pesca de esos hechos en madera en los que abundan los nombres de santos y, a modo de faro y alarde institucional, el edificio Havanna en lo alto de la costa. Etiquetados frontales: cuatro, a diferencia de colaciones casi veganas como las mollejas y los chinchulines, que no tienen ninguno.

La ficha técnica ampliada, se extiende con toques de literatura infantil en la página oficial: “Cubierto con el famoso chocolate 70% cacao, relleno con nuestro clásico dulce de leche Havanna y un corazón mucho más cremoso, con tapas con cristales de sal marina para llenarte de mar y dulzura en cada mordisco”. Bien. Buena aglomeración de atributos. Un chocolate “famoso”, un dulce de leche “clásico”, un corazón “más cremoso” y una sal “para llenarte de mar” en la línea de cuando el Lobo le dice a Caperucita Roja: “Para comerte mejor” (dicho sea de paso, qué gran error de Charles Perrault, o más bien de los vulgarizadores de su obra, inducir al Lobo a anticiparle la jugada a su víctima. Cuando ella le dice: “¿Qué boca tan grande tienes?”, el salvaje travestido debió haberle dicho: “¿Viste?”. Pero no: quiso comerla mientras la espantaba). 

Los alfajores Mar del Plata de Havanna, sea en cajas de ocho unidades, o en ejemplares sueltos a $1700 del 27 de enero de 2024, sólo podrían adquirirse en la costa atlántica. Perfecto. Allá voy a obtener el objeto sobre el que aplicaré mi juicio, que debe quedar claro que será de valor, no de justicia. Las banquinas desaparecen bajo el impresionismo de la velocidad. Es lo que alcanzo a ver por la ventanilla del Jaguar XKR 4.0 modelo de colección que compré al contado gracias a las medidas del tremendo Presidente argentino que dolarizó los honorarios para bien de la población y el lógico likeo de Elon Musk.

Oh, Mar del Plata, ciudad del amor. El corazón se estremece al pasar por la Avenida Peralta Ramos a la altura del Casino. ¿Así que la Biarritz de Sudamérica? Por favor, Biarritz debería ser tu asistente personal, tu esclava. De repente surge un problema: el alfajor Mar del Plata está agotado. No hay dealer ni puntos de venta que tengan un solo ejemplar de la nueva especie. No hay en Alberti y Lamadrid, ni en el café de Alem, ni en el de Güemes, ni en el de las playas del sur, ni en la rotonda de ingreso. Ni uno. Cada mostrador tiene su cartel, desde el que salen rayos de horror: “No hay stock”. Los empleados no miran a los ojos. Los argumentos son variados, lo que significan que no han sido instruidos en uno más o menos sólido. Uno dice que están llegando, otra que la reposición es a las 10 o las 14 (no se acuerda), un tercero da a entender con un gesto antipatronal que la fábrica se está durmiendo con las tiradas.

Todo el mundo tiene un Jaguar y nadie un alfajor Mar del Plata. Pero si apareciera uno en el mercado negro (bueno, ahora todos los mercados son blancos), ¿cuánto podría costar?, ¿cuántos Jaguars?

Lo que hacen los empleados, sin duda empujados por esa perversión que destilan los afectados por el Síndrome de Desgaste Ocupacional, es ofrecer alternativas. Quien demande el alfajor faltante podrá llevar el clásico blanco de merengue, o el clásico negro o el de nuez, o el de chocolate amargo. Si esa carta no conforma, ahí estarán los planes B y los C y los D: galletitas de limón, barras de chocolate, bombones, havanettes, frascos de dulce de leche. También se podría asaltar la caja, explotada de dólares. Pero nadie que tenga una idea fija podría concebir la idea de una alternativa, ni mucho menos verla. Está el objeto de la desesperación y, alrededor, el desierto. Ese es el panorama psíquico que describe la situación. Buscar una sola cosa, la que no tiene reemplazo, la Único, es una escena de fin del mundo, y está sucediendo.

En un de los puntos de venta utilizo un recurso extremo: ofrezco entregar el Jaguar a cambio de 1 (uno) alfajor. La persona que me atiende me contesta con el tono de perdonavidas con que lo haría un acompañante terapéutico: “Escúcheme, columnista de variedades: estamos en la Argentina de 2024. Gobiernan las Fuerzas del Cielo. Todo el mundo tiene un Jaguar, digamos, o sea… Fin”. Todo el mundo tiene un Jaguar y nadie un alfajor Mar del Plata. Pero si apareciera uno en el mercado negro (bueno, ahora todos los mercados son blancos), ¿cuánto podría costar?, ¿cuántos Jaguars?

El incidente da para reflexionar sobre cuestiones éticas. No estoy haciendo literatura, que es una Triple Frontera donde vale todo y la ética no es un valor sino una prueba de reblandecimiento. Estoy intentando hacer pe-rio-dis-mo, esa cosa seria que hacen titanes como Luis Majul, ese tremendo pedazo de “moralis homo” que me pone las lágrimas como peras de calesita cada vez que lo veo batallar contra la injusticia y el poder, sin abandonar por un segundo “sumisión” (no sé qué le pasa al teclado que me junta las palabras) de enseñarle a las nuevas generaciones, y también a las viejas, que es posible resistirse a que el periodismo de elite sea una variable de la servidumbre.   

Pero esas son conductas reservadas a los grandes de la historia. Esta columna era sobre el alfajor Mar del Plata y será sobre el alfajor Mar del Plata. Existiendo la imaginación, comerlo o no comerlo para tener un juicio sobre sus valores no es relevante. ¿Qué tiene de malo hablar una vez más sin saber?

Lo ideal para la cata de alfajores es hacerlo con muestras pequeñas, digamos un cuarto de la unidad, y dedicarle una degustación entre dos espacios en blanco. El previo ha de ser de ayuno, para que el cuerpo reciba con limpieza el estímulo; el posterior, de olvido, para recién empezar a describir las sensaciones una media hora después de la prueba, de modo que lo que se diga sea verdaderamente lo que “quedó” del alfajor en uno.

Que los ingenieros químicos o los decoradores de alfajores vayan bajando los decibeles. No se puede meter cualquier cosa en un alfajor. De seguir así, un día vamos a terminar masticando un tornillo.

Como en mi imaginación el cuarto de alfajor Mar del Plata de Havanna. Ya sabemos que no haberlo conseguido no impide juzgarlo. Primera sensación: los cristales de sal no tienen nada que hacer con el chocolate amargo al 70% que le da cobertura al conjunto. La sal es para los asados, para el bacalao, para las papas fritas. Se dirá que el choque de las dos materias producirá una tercera, pero ¿cuál? ¿Y con qué necesidad? Si se alega que la sal es sólo testimonio “de lo marítimo”, que es a lo que alude la ficha técnica, entonces ¿por qué no untaron la cobertura con esencia de cornalitos, tan marítimos como la sal, y mucho más marplatenses? Hay una euforia gourmética que barroquiza todo lo que toca. No hace falta que haya tanta autoría. Que los ingenieros químicos o los decoradores de alfajores vayan bajando los decibeles. No se puede meter cualquier cosa en un alfajor. De seguir así, un día vamos a terminar masticando un tornillo.

Pero el chocolate es extraordinario. Tiene un espesor de placa y la vista de una noche negra, y es la transición amarga de un viaje a lo dulce. Ese corazón de un dulce de leche en busca de un dorado que tiene un espíritu de licor y la belleza de la creme caramel. Cuando no una juntada con cucharita a lo Poxi–Pol entre el dulce de leche y la crema americana, o entre el dulce de leche y la leche condensada. Esa claridad instalada en el órgano más profundo del alfajor, le da luz al corte y vincula la entrada amarga con una salida dulce, al revés de lo que sucede con las cosas de la vida. Muy dulce y muy amargo. Nada que reúna esas dos condiciones simultáneas del gusto puede no ser irresistible. ¿Si me gustó? Cuando pueda comprarlo y comerlo, les cuento.  

JJB