El mismo lunes 13, pero en dos extremos del mundo, los nombres de san Francisco y de santa Clara figuraban en las noticias más importantes del día. Un santo y una santa de la misma ciudad italiana de Asís, hermanados por el mismo proyecto conjunto de renovación espiritual de la Iglesia Católica que iniciaron y llevaron a buen término en el primer cuarto del siglo XIII, entrelazados en sus breves vidas, se veían entrelazados en la misma fecha de primer cuarto del siglo XXI, en el Top of the News, aunque en dos tapas y geografías distintas y distantes.
Hermano Sol, hermana Luna
Los dos nombres santos, poéticos, medievales y contemporáneos figuraron como las noticias más importantes de una década que concluía sellada por alentadoras certezas y de una semana que comenzaba bajo el signo de la incertidumbre.
Eran los de Francisco y Clara de Asís, renovadores del cristianismo europeo occidental en el primer cuarto del siglo XIII. Fundaron, uno y otra, respectivas órdenes mendicantes. Franciscanos y clarisas extremaron el voto religioso de pobreza para quienes se integraran a esas comunidades y aceptaran sus reglas. Clara fue la primera mujer en crear una orden religiosa y en redactar las reglas.
Hermano Sol, hermana Luna (1972) se llamó un film musical del director católico Franco Zeffirelli, nominado al Oscar, que ofreció una versión a la vez hippy, contracultural y estetizante, sin resultar sustancialmente falseadas de estas dos figuras resistidas en vida pero santificadas después de sus muertes por la Iglesia Católica.
La flor de mi secreto
Hay que decir que a simple vista, en las noticias de la semana, la conexión de Francisco y Clara no saltaba a la vista. Los nombres santos no se veían ni leían hermanados, ni siquiera vinculados. Sin embargo, como Dios en las Escrituras, la pareja estaba lo suficientemente revelada como para que no quedara finalmente escondida. El nexo no es evidente, y la relevancia de la conexión es ante todo de orden histórico, si es que no se agota en este andarivel.
El nombre de san Francisco es el que eligió para sí el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio en 2013 después de ser votado en el Vaticano como sucesor de Benedicto XVI. El lunes 13 de marzo, Francisco I celebraba sus diez primeros años al frente de la Iglesia Católica con un balance inevitablemente desigual, pero indudablemente positivo en todos sus rubros.
El nombre de Santa Clara fue aquel con el cual en 1777 fundaron en California los españoles, en homenaje a la santa italiana, la localidad donde se ubica el Silicon Valley Bank. Este banco dedicado con preferencia exclusiva a empresas tecnológicas de innovación y a capitalistas que las financian había colapsado al fin de la semana pasada. El lunes 13, el presidente demócrata de EEUU, el católico Joe Biden, anunció un plan de salvación total de la totalidad de la clientela del Banco. La aseguradora de transición creada ad-hoc fue bautizada 'Santa Clara'.
Todo sobre mi Mater
En California, la localidad bautizada Santa Clara queda a sólo 8km de distancia de otra, de fundación anterior, llamada San Francisco. Las dos instituciones de la semana, la Iglesia Católica llamada Romana, por su sede vaticana, en la otra orilla del río Tíber, contrapuesta a la capital de Italia, y la Banca, institución fundada en la ciudad portuaria italiana de Génova, estaban mucho más lejos.
El papa anticapitalista había arriesgado mucho, y ganado poco, pero perdido nada, en una gestión administrativa asertiva y acertada de una ‘empresa’ que había recibido casi en quiebra.
Por el contrario, en California, el Banco privado de las empresas más movilizadoras en la innovación capitalista en la primera economía global había ejercido el menos imaginativo de los poderes y las más conservadora o perezosa política de inversión tras las cosechas récord de ganancias que había resultado las cuarentenas para estas empresas. Habían comprado bonos del Tesoro y otros papeles del Estado, sin prever hasta qué punto esa confianza sin diversificación los dejaba expuestos a nuevas intervenciones estatales a contrapelo de las anteriores, tan pronto como el gobierno de EEUU persiguiera otros objetivos de necesidad y urgencia aggiornadas.
Inflaciones, inmigraciones y deflaciones
California, un estado de EEUU que por sí solo es la séptima economía mundial, limita con México. La migración es uno de los temas y problemas más acuciantes de la presidencia de Biden y una de las más sentidas presencias en el corazón pastoral del pontificado de Francisco. Después de la renuncia de Joseph Ratzinger, el erudito papa Benedicto XVI que al fin de la Segunda Guerra Mundial militó obligado en la Juventud Hitleriana, el cónclave cardenalicio eligió un decenio atrás, el 13 de marzo de 2013, por primera vez, a un extranjero del Sur. Francisco I es un migrante de lujo, pero su tarea será ardua como la de todos los sudacas.
Por primera vez en la historia del pontificado romano, los casi mil quinientos millones de católicos del mundo tienen un papa americano. El argentino Bergoglio es un jesuita: el sucesor del sabio Benedicto XVI se ha formado en el flexible pragmatismo de la Compañía de Jesús. La orden jesuítica creó un Imperio en Sudamérica en el siglo XVI, fue expulsada por la monarquía borbónica española en el siglo XVIII, y en el XIX regresó para quedarse a tierras americanas.
Uno de cada dos católicos del mundo vive en Latinoamérica. En términos globales, la proporción aumenta, porque Europa, centro tradicional de la cristiandad y de la evangelización, es un continente cada vez más moderno y más laico. Cada vez tiene menos fieles y menos ‘vocaciones’–es decir, personas que quieran ser sacerdotes o monjas. Con la elección del papa 266, los cardenales han reconocido el progresivo desplazamiento del centro geopolítico de la Iglesia. Brasil es el país con mayor número de católicos del mundo. Le sigue México. En la Argentina, patria de Bergoglio, faltan estadísticas oficiales sobre el número de católicos. Según cifras de la Iglesia, un 88% de la población argentina esa católica. Según el Pew Research Center y un estudio del Conicet, el porcentaje es más restricto, en torno a un 76 por ciento.
Convertido en Francisco I, el cardenal Bergoglio enfrentó grandes desafíos para la Iglesia Católica en Latinoamérica. A pesar de los buenos números de fieles, y de las buenas estadísticas de asistencia al culto dominical, el catolicismo en el continente vive un progresivo drenaje de sus feligresía a iglesias y cultos evangelistas, en especial de aquellas variedades llamadas pentecostales, que enfatizan formas emocionales y emcionantes de liturgia, atienden a pequeñas comunidades, y su teología de la prosperidad compite con opción por los pobres (esa cuyo primer revival medieval fue el de Francisco y de Clara, esa para la cual Francisco I quiere ser el signo de una nueva aurora).
La Iglesia latinoamericana debe hacer un gran esfuerzo para atender a los propios fieles, ante el rápido crecimiento de las grandes ciudades: las parroquias no dan abasto y les faltan recursos, empezando, pero no terminando, por los humanos. Y este déficit se recorta sobre un horizonte de migración, cuando Latinoamérica exporta cada vez más sacerdotes a esos países de Europa que se vacían de vocaciones. Francisco ha sido y es el caso de perfil más alto en esta nueva ley religiosa de los intercambios desiguales.
AGB