SOY GORDA (ESEGÉ)

Los saltimbanquis nos hacen compañía

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Inadecuados. Se doblan pero no se rompen. Monstruosos. Saltarines mortales. Un espejo deformado. Hemos ido muchas veces en nuestra infancia al circo y hemos observado extasiados ese lado B de las deliciosas criaturas perfumadas. Gozamos con sus habilidades físicas extremas y mágicas, esas destrezas que parecen de otro mundo pero son de éste y por eso mismo, porque son difíciles aunque posibles ahicito nomás, las aplaudimos a rabiar.

La mujer barbuda, el hombre bala, la señora más gorda del mundo, los payasos enanos del entremés, acróbatas, trapecistas y bailarines desfilan como un bestiario excitante y a la vez tranquilizador de “quisiera poder hacer todo eso” y “menos mal que soy diferente”. Son una troupe de saltimbanquis freaks.

Así funcionan los mecanismos de representación, identificación y diferenciación en esta gramática de las epopeyas humanas. Como un dique, como una proeza y como la falla de una supuesta -ilusoria- perfección.

Es lo que trae, con toda su belleza, el espectáculo de cámara Fenómenos, palabras y parábolas, que Gerardo Hochman creó, tomando como punto de partida el libro de micro relatos de Ana María Shua, Fenómenos de circo, para deslumbrar y cautivar al público,en ese tránsito que fue de las páginas de papel a las arenas en la que bailan los remolinos.

Esta colectividad circense, como otras más tradicionales, modernas y tecnológicamente avanzadas, pobres o ricas, sencillas o deslumbrantes, nos entregan pistas sobre la construcción de sociedades plurales, al mostrar formas alternativas de convivencia a la hegemónica, al poner de manifiesto la caducidad de nuestra forma de vida uniforme.

Vimos este espectáculo itinerante y sorprendente en el espacio de Quetren Quetren, una cancha de fútbol en pleno Barrio Chino que muta para ser utilizada como feria, sala de shows, aula de clases o pista circense. Con los ojos bien abiertos ingresamos sin pudor en un vértigo de sensaciones, que se intensifica a medida que transcurren las escenas que ofrendan los intérpretes de las increíbles destrezas en torno a un trinquete.

Surcar el aire con elegancia, imitar a los pájaros y contemplar desde lo alto, explorar los agujeros del cuerpo con elementos extraños, convertir la carne y la piel en elásticos o caminar sobre los empeines nos recuerda que los límites siempre pueden correrse, que lo impensable puede suceder. Y que más allá de firuletes y figuras logrados luego de un vasto entrenamiento, nos atraviesan dilemas comunes como la finitud, la soledad y el amor.

Estamos en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires, a escasos metros de un novísimo centro de consumo comercial. Tras unos sonidos percutorios, reina el silencio en espera de una prueba difícil. Los intérpretes parecieran ingresar en otra dimensión y los espectadores con ellos. “Entrar al río es entrar al vacío, sin la otra orilla como horizonte palpable. El río del tiempo, el río de la vida”, decía un personaje de la monumental película El cielo sobre Berlín, de Wim Wenders, que acá se estrenó como Las alas del deseo y que tenía un personaje femenino con alas, Marion, que trabajaba y vivía en un circo.

Frente a Fenómenos, no sólo se inquietan nuestros sentidos, el corazón también explota por la poesía que le da contexto a cada escena. Acá, el decir lírico, la fábula, llega en la voz potente de la maestra de ceremonias Eleonora de Souza, quien canta como los dioses y es la gran intérprete que dice los textos de Shua y zurce los retazos para darles unidad. Con su vestido rojo, zapatitos delicados y anteojos, cuenta que “hubo un circo más pobre todavía. Además de llevar sus propias sillas, los espectadores tenían que sentarse, fingir que miraban la pista, imaginarla”.

Teclados y acordeón suenan en las manos de Marcelo Duclos, responsable del tejido sonoro y vivo, que se amalgama con un grupo fabuloso que completan Evelin Bustos, Damián Torres, Julieta Pachamé, Lucas Bustos, Pablo Morizio, Victoria Larrambebere y Rodrigo Fernández Madrid. Cada uno luce su habilidad inusual enfundado con los restos de un antiguo circo desmantelado.

En la pista se despliegan en el trapecio, con acrobacia, prestidigitación, faquirismo, contorsiones, hula hula, báscula, fuerza capilar y palo chino. Cada movimiento es un acto de arrojo al vacío y una puñalada en el estómago del espectador, de la que emerge con aplausos de pie. Psicodélica star de la mística de los pobres, dice Fito Páez en su Circo Beat.

Es probable que la persistencia de Hochman en trabajar en equipo, esa vocación permanente por la tarea grupal, en tribus, provenga, entre otras huellas, de sus tiempos de jugador de vóley en los clubes Sholem y Peretz y de su formación recreativa en la colonia de vacaciones Zumerland. Llevado amorosamente por sus padres, este maestro de circo que en la infancia jugaba en las veredas de La Paternal, nunca faltó a la cita con el Circo de Moscú, en el Luna Park.

“Arrojo al aire un sustantivo redondo. Antes de que caiga, con un disparo único, certero, logro que un adjetivo lo perfore en el centro mismo. Hago malabarismos con los verbos, camino por la cuerda floja de una sintaxis riesgosa”, escribe Shua dándoles flujo a las palabras inmóviles solo en apariencia.

“En medio de contorsiones extremas, azoto con mi látigo las palabras hasta obligarlas a saltar por los aros de fuego de un sentido inesperado. Entonces, en toda su variedad y esplendor, con lujosa minucia de oropeles, surge el circo. El público es usted, el espectáculo es unipersonal. Por favor, elogie las fieras y no les cuente nada a los que están esperando afuera”.

Son parte de las historias diminutas que capturaron la atención de Hochman, ganador por este espectáculo del Premio Estímulo a la Creación y Producción de Artes Escénicas del Banco Ciudad y el Complejo Teatral de Buenos Aires. El artista tiende así un puente con la literatura, fuente inspiradora con la que crea un nuevo lenguaje. Ha fundado espacios Escuelas de circo que funcionan en distintos barrios de Buenos Aires: La Arena en Palermo, La Arena en Vicente López y la Compañía de Teatro Acrobático de la Universidad Nacional de San Martín. Se sienten en la carne el miedo y el júbilo, el calor y el frío, la bofetada y la caricia correspondida. Fenómenos es un laberinto y una ceremonia de felicidad compartida en la que el espectáculo vibra con el público. 

LH/MF