ENSAYO GENERAL Opinión

Que otros sean lo normal

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Últimamente siento que toda conversación sobre actualidad termina en las elecciones, mucho más que hace cuatro u ocho años. Se esté hablando de literatura, de tecnología, de sexo, lo que sea: todas las charlas terminan en la gran incógnita. Creo que se trata justamente de eso: por primera vez en mucho tiempo estamos ante una auténtica incógnita, no por el resultado —que siempre es algo que no se sabe— sino porque lo que muchos descubrimos es que realmente no entendemos ni siquiera los términos de la discusión; que las categorías que pensábamos que organizaban las discusiones políticas en Argentina sencillamente ya no las organizan. Desde que voto, más o menos (cumplí 18 años en el 2007), la certeza de que era “la grieta” entre el peronismo y el antiperonismo lo que explicaba los clivajes más importantes de este país me parecía más o menos innegable. Desde siempre escucho a gente quejarse de esto, como si fuera naturalmente más virtuoso o más estético tener un partido de izquierda y un partido de derecha. Cuando muchos de mis amigos con sensibilidades progresistas pero “no peronistas” se preguntaban cuándo aparecería una alternativa por fuera de ese clivaje, no sabía cómo explicarles que esa alternativa no tendría nada que ver con la Argentina: que un partido que no tiene nada que decir sobre el peronismo y el antiperonismo en el fondo no tiene nada que decir sobre las discusiones más calientes de este país, que ese partido con el que soñaban era una especie de tabula rasa que permitiera pensar los problemas argentinos en el idioma de la política de otros países, y que aunque en un sentido fuera necesario, había en esa aspiración una fantasía escapista que en el fondo no lograría ser productiva. No imaginé —mis amigos tampoco— que esa alternativa al antiperonismo clásico del PRO y al peronismo la veríamos en vida, mucho antes de lo que esperábamos, y que de ninguna manera sería una alternativa “para nosotros”. Los candidatos de “la casta” no parecen haberlo imaginado, tampoco, y de hecho tampoco parecen verlo ahora; Bullrich sigue invitándote a su fiestita de terminar con el kirchnerismo, y Rossi invoca el nombre de Astiz para hacer confesar a Victoria Villarruel algo que es perfectamente sabido y que a sus votantes no creo que los motive especialmente (dudo mucho que Milei gane “por” negacionista), pero que es evidente que no les importa ni para bien ni para mal. Los entiendo a ambos, igual, siguiendo en los bailes que conocen y los vocabularios que manejan: es todo muy extraño y yo tampoco sabría qué decir.

No suelo escribir sobre política en estos términos tan explícitos porque no tengo nada muy lúcido para decir, pero necesitaba introducir este estado de la cuestión sobre las conversaciones que me rodean para explicar algo que no entiendo sobre Milei y Villarruel, algo en lo que me quedé pensando después de ver unos pedacitos del debate de vices. Hay una parte de todo este asunto (“todo este asunto” vendría a ser la novedad política de La Libertad Avanza) que tiene que ver con la profunda crisis económica que atravesamos, y probablemente sea la parte más importante; pero me gustaría entender, aunque sea un detalle, y quizás porque no creo que lo sea, el cambio cultural que implican estos candidatos.

Estuve escuchando el podcast de Moria producido por el equipo de Anfibia para Spotify Originals: es divertidísimo, está muy bien hecho y te da la sensación de que la Argentina tenía que existir para hacer nacer a Moria, porque no podría haber nacido en ningún otro lado y es un ser que el universo no podía perderse. Más allá de todo eso, por supuesto, hay un capítulo en el que se habla de la relación de Moria con Menem, y con el menemismo más en general como proyecto cultural. Se podrían decir mil cosas sobre eso, pero me quedé pensando en el modelo de hombre que vendía Menem, en la vida privada que vendía, en el contraste con De La Rúa que se autodenominaba “aburrido” para dar cuenta de su falta evidente de carisma en la comparación con su predecesor, pero también para presentarse como “serio”. Me quedé pensando en eso porque en algún sentido, el arquetipo Menem y el arquetipo De la Rúa representaban dos formas del varón argentino más o menos aceptadas, el chanta y el formal, el mujeriego y el padre que da miedo; ambos tipos con hijos, con familias en el centro de la escena. Tipos que querían presentarse como normales, encarnar la norma; alguna clase de norma, alguna clase de aspiración posible. En realidad, ni siquiera sé si lo querían, ser normales: el hecho es que lo eran. Volviendo a las conversaciones con mis amigos: si alguna vez en alguna conversación sobre utopías queer alguien soñó con candidatos freaks, monstruosos, sin hijos ni familias convencionales para mostrar en la revista Caras, dudo muchísimo que alguien supusiera que así se cumplirían estas fantasías.  

Se viralizó en estos días el video de un militante de Milei, un muchacho muy violento, muy homofóbico, diciendo con una expresión amenazante que él era un hombre al que le gustaban las mujeres, de una manera que, como bien escribió Malena Pichot en Twitter, a una mujer no puede provocarle otra cosa que miedo. Estaba junto a otros muchachos y todos me daban la misma sensación: a esos chicos, cuando yo era chica, los normales les hacían bullying. Villarruel y Milei son gente que predica a favor de vidas supuestamente normales que no llevan, y sus militantes virtuales (que por supuesto, no son representativos de sus votantes, pero de cualquier modo no es un dato menor cómo sean) no tienen el perfil de los ganadores que dicen ser: más bien encarnan esa masculinidad tóxica de internet en la que los varones se enamoran de un ideal que los expulsa, se obsesionan con aquello que son incapaces de encarnar. Hace años que pienso, como muchas otras feministas (porque no descubrí nada) que la pregunta de cómo hablarles a los varones debería estar no solo en el centro de la discusión de género, sino de casi cualquier discusión política contemporánea, y la realidad nos dio la razón; cuando veo a quienes sí logran hablarles e interpelarlos, no obstante, siento que cada vez estoy más lejos de esa respuesta.