Me llama temprano el Chango y me dice: “se complicó Brody” y me adjunta en el wasap una foto de su auto hecho trizas. Siempre que veo un auto hecho pedazos pienso en el enfermo de Ballard, en su genial novela Crash. El auto del Chango ha sido vandalizado para robarle. No se puede usar. Y hoy él toca con su banda en La Plata y tiene que probar sonido al mediodía. Le digo que yo lo puedo llevar con el mío. Hacemos eso. Mientras manejo el Chango se reclina y mira el celular: hay dos instrumentos que toca de maravillas, el bajo y el celular. Vamos hablando de a poco, calentando el garguero mientras tomo el desvío por la autopista que me lleva a La Plata. Cuando llegamos hace un calor intenso. En la capital no apretaba tanto, pero acá está fuerte el sol. El lugar es en el hipódromo y hay containers instalados que hacen de camarines de las bandas que van a a tocar a la noche. La banda del Chango toca a las once de la noche y en un rato van a probar sonido. Nos sentamos en un costado, bajo una media sombra que está al reparo del sol y yo saludo a Willy, el baterista de la banda que me dice que tiene un poco de jet lag por el viaje. El Mató acaba de hacer una gira por España, acaban de llegar hace dos días y esta noche ya tocan de nuevo un set de una hora. El Mató prueba sonido. Tocan un tema hermoso, con una letra sencilla y contundente que, como no está en cd, yo no pude escuchar antes. Subimos al auto y volvemos a la Capital para comer algo y pasar la tarde hasta la hora de que haya que volver para el show. Pagamos dos peajes.
En la casa del Chango está Medicación, un amigo muy singular, un gigante muy divertido al que le caigo bien. Nos ponemos a charlar mientras Pancho, otro amigo, prepara un asado improvisado: entraña, morcilla, algunos chorizos. Hay que descongelar el pan. Medicación me dice que él hace todo en su vida para no sufrir, que lleva una vida monástica y reservada para que no le entre el dolor por ningún lado. Y me pregunta si yo tengo fe religiosa. Le digo que no, que no creo que nadie nos esté cuidando y la aceptación de esa libertad es un camino pavimentado de angustia. Hablamos del aburrimiento como afecto para sentir el peso del ser. Lo que significa cargar con el peso de la vida. Medicación es muy inteligente. Cada tanto se queda callado y piensa dónde va a patear el penal.
Me cuenta que él durante un tiempo fue muy fan de un programa deportivo que estaba en una radio y que en un momento cometió el error de ir a verlos en vivo. Fue con amigos. Se dio cuenta, me dice, que los conductores se odiaban. Que ver el programa no era lo mismo que escucharlo. Que escuchar unas voces sin verlas era fantástico. Pero que en ese estudio, todo se volvió chirle. Dejó de escuchar el programa. Yo le digo que tal vez, al morir, nos convertiremos en ondas de radio que alguien en la tierra pueda, moviendo el dial, tratar de escuchar. El Chango, que está sentado a la sombra, de golpe dice: “¡Sos lo todo!”, “Amé!”, como si fuera cooptado por alguien que no puede expresar frases completas, y que a la manera de un espíritu está utilizando su cuerpo para comunicarse con Medicación, con Pancho y conmigo. Pero en realidad es la fatiga de las redes sociales, las frases que repite como si tuviera el Síndrome de Tourette, son consignas que dice la gente en Instagram.
Me acuerdo un día en que fui a buscar al Chango a La Plata. El estaba viviendo con sus padres. Llegué con el auto y salió a recibirme su madre. Me impactó mucho conocer a esa persona: había algo en ella muy poderoso. Era muy dulce, te hacía sentir en casa en un minuto. Lo primero que me dijo apenas bajé del auto fue: “Fabián yo no digo spilberg spilberg, es mentira de Santiago” y nos reímos y me abrazó. El Chango me había contado que la madre en vez de decir Steven Spielberg decía “spilberg spilberg”. Ahora estamos llegando de nuevo a La Plata, es de noche, Medicación debe estar encerrado con un revolver en su pieza, durmiendo sentado de cara a la puerta para que no entre el perro del dolor. Bajamos del auto y como si fuera el lado B del día, ahora en el hipódromo de La Plata donde El Mató va a tocar en breve, hace frío. Me siento al lado de Chatrán, el tecladista de la banda, alguien que me cae mil puntos. Me muestra fotos de una casa que se está haciendo en el campo. Me dice que primero la dibujó y que ahora la está armando. Me dice que como es en una zona que se puede inundar, la casa va a tener debajo pilotes de goma para que pueda flotar. Trato de imaginarme la casa, es como el arca de Noé con Chatrán solo arriba. Me dice que tengo que ir a conocerla y que vamos a pasar unos días pensando y sin hablar. Que te parece, me dice: pensar sin hablar. Chatrán es un hermano muerto de miedo igual que yo, siento empatía inmediata. En el celular tiene la foto de un ancla de barco, inmensa. ¿Qué es esto?, le digo. La voy a comprar para atarla a la casa, por si viene la inundación para que podamos anclar dónde tengamos ganas. Estuve averiguando en internet cuánto sale. Es inmensa, le digo. ¿Quién te la va a traer? Una empresa, ya averigué, no te preocupes. Los llaman a tocar. Yo me meto entre el público y miro la estrellas: una constelación inmensa. Habría que pensar una filosofía que incluya a Kant pero también la lectura de la borra del café, como dice Benjamin.
¿Existe el estilo tardío en la música? ¿Cuántas bandas cuando ya son muy grandes en edad logran componer obras maestras? Por eso el loop de volver a celebrar discos icónicos en vez de componer nuevas obras poderosas. O te separa la mente o –como a los Stones– te va separando la muerte.
El Chango no parece creer mucho en el estilo tardío, va por todo ahora, tanto en su proyecto solista como con El Mató: toca hasta debajo de las piedras, en cualquier lado. El Mató puede hacerlo de memoria. Están en ese momento en que las bandas logran cierta madurez después de un largo recorrido. Se siguen queriendo pero ya no duermen juntos. Tal vez de eso hable la letra de una canción reciente del Chango que la gente coreaba extasiada en el Luna Park: Todo lo que me importa no existe más.
FC