Una señora
Cae agua desde el departamento de arriba en alguna frecuencia que hace que por ahora se manifieste en modo mancha. Ha pasado ya que de la mancha pasara directamente a gotear. Ese es un problema que se había resuelto. Beatriz del 8A renovó el baño y acá dejó de gotear. Lijaron, pintaron: el orden se restituyó.
Ahora, a un año de aquello, en mi pasillo vuelve a haber olor a humedad. Salgo de mi cuarto y siento como si mi nariz se enterrara en la tierra mojada y hubiera ahí hongos y raíces y musgo, un olor así. Miro hacia arriba, enciendo la luz: el agua ha vuelto a hacer de las suyas. Le dejo un mensaje que no me gustaría que me dejaran, a Beatriz. No porque sea agresivo, al contrario, intento sonar amable pero mi mensaje en sí es una porquería: que sigue goteando aquello que ella hizo arreglar levantando todo el baño hace un año nomás. La clase de mensaje que uno no desea recibir. De hecho su respuesta, que no se hace esperar, es un audio lleno de silencio. Miro el aparato varias veces para comprobar que el audio sigue corriendo: Beatriz sigue ahí del otro lado de esa grabación, sólo que no se manifiesta. Beatriz está derrotada, dice que la angustia mucho, que ella hizo todo el arreglo, el baño a nuevo, que no sabe qué decirme, por eso calla, que no sabe qué decir. Al rato, se pone más pragmática y dice que viene para acá. Beatriz no vive en este departamento ahora, se propone alquilarlo temporariamente, para eso lo está arreglando. Al rato me toca el timbre. La invito a ver la mancha, dice que no quiere, que la angustia, y que de todos modos no entiende nada de eso. Está abatida, que ya gastó mucha plata en esto, que mañana se va de vacaciones, que no sabe qué pensar, que va a dejarme las llaves de su casa por si cualquier cosa en estos días que ella no va a estar. Me pide que subamos, que aprenda lo de las llaves en la puerta y compruebe con ella que cerró bien las llaves de paso, de cocina y baño. Subimos, entramos, es la segunda vez que entro a su departamento, la última fue hace casi 8 años, cuando ella aún vivía acá. Ella se acerca a la persiana, la levanta, y se revela el milagro: la plaza vista desde arriba, una perspectiva distinta a la mía, yo no veo esto así. Pero si tenés la misma vista, me dice y le digo que no que así no, que ese agujero entre las copas no lo veo y esas flores rosas de los palos borrachos allá atrás tampoco. Y entonces ambas decimos: Es que esto es hermoso, sonreímos, y que por eso se tolera lo viejo del edificio y los problemas de cañerías y tanto más. Miramos las copas y los palos borrachos en flor y los edificios detrás, y ambas sonreímos, efectivamente es hermoso. Veo mi balcón desde arriba: ahí abajo vivo yo.
Me da algunas indicaciones más de la casa, me muestra el piso del baño hecho a nuevo, miro esa loza azul pensando cómo es que el problema puede estar apretado ahí abajo, entre su piso y mi techo y que si será persistente el agua que se abre camino por dónde sea, como las hormigas, que ya se han quedado con parte de la propiedad.
Cerramos su casa, le digo que intente disfrutar de sus vacaciones, que no la molestaré por nada que no sea urgente. Se va. Dejo su llavero sobre mi biblioteca.
A la hora de la siesta me manda otro mensaje, que si me puede llamar. Me dice que se quedó pensando, que se preocupó. Temo que me diga que se arrepintió de haberme dejado la llave. Por el contrario, me dice que se quedó pensando que la puerta de su departamento tenía unos rayones que ella no había visto y que si le podía hacer el favor de entrar a su casa una vez por día mientras ella esté de viaje, para asegurarme de que todo esté en su lugar. Acepto, le digo que no hay problema, me quedo pensando si acaso ella considera posible que alguien esté entrando en su casa a diario.
Ahora, cada tanto, siento que escucho sonidos que vienen de arriba y me asomo a la terraza a ver si su ventana sigue pertinentemente cerrada, temiendo haber ingresado a un relato de Carver sin que me hayan avisado.
Y aunque no me vea, cumplo con mi tarea con rigor: subo, abro, miro, nada se ha movido, cierro, me voy. La mancha en mi techo ha desaparecido pero ahora soy la custodia de su hogar.
Y otra
Veo la película Tár, de Todd Field. Es una trampa, artera. Cate Blanchett es Lydia Tár, hermosa, asertiva, lesbiana. Con un look que mamma mía, prendas hechas a medida. Hace de directora de orquesta, ciudadana del mundo, exitosa, madre. Vive en Berlín con su pareja, la primera violinista, que no es otra que la magnífica Nina Hoss, heroína de muchas de las películas del alemán Christian Petzold. Su asistente, a la vez, es la francesa Noémi Merlant, todas preciosas, todas talentosas, todas empoderadas. Entonces aparece una nueva chelista rusa, joven. Y todo se va al demonio. El guionista y director pone a combatir a todas sus protagonistas entre sí, como locas vengativas y destroza a su personaje principal y destroza la hora y media de película que se había tomado la delicadeza de construir. De repente, la mujer de origen humilde a la que le llevó toda una vida llegar a donde llegó, con el esfuerzo que eso implica, y el trabajo demencial, encima siendo mujer, se convierte en una loca desbordada de una escena a la otra, que arroja todo por la borda, loca que por otra parte merece ser castigada por todo y por todas: una ex amante se suicida, su ayudante fiel se convierte en una psicópata que la abandona, la mujer, que la conoce de toda la vida, la deja por ¿enterarse, descubrir, a esta altura de la soiree? De que a su compañera le gustan otras mujeres y jóvenes y eso es razón suficiente para quitarle la tenencia y hasta el derecho a ver a su hija en común. Por último, como si se pudiera ser aún más tonto o malo, sitúa a su personaje en una ¿Tailandia? que es presentada como el último escalón del infierno, sitio donde aprovecha para humillar y vilipendiar a su personaje aún un poco más: la manda a consumir prostitución y a dirigir una orquesta de videojuegos. ¿De verdad, Todd Field? ¿En serio? ¿En este momento histórico, al denunciar abusos de poder en las altas esferas, vas a elegir a una mujer y lesbiana para hacerlo? ¿En serio? Y aunque es evidente que hay mujeres que pueden adoptar conductas masculinas o machistas, claro que las hay, siento que hay que ser responsable a la hora de contar una historia y esta no está llena de complejidades y aristas y humanidad sino todo lo contrario: de castigo, sadismo y estupidez. Y no es que no se pueda retratar personajes deleznables, hay infinitos ejemplos de directorxs que retratan a seres despreciables con cariño por sus personajes, o con un poco de humanidad. Los Dardenne, por ejemplo, nos hacen seguir a personajes que no se cansan de tomar malas decisiones y van dañando a todos en su entorno pero a nosotros, los espectadores, nos produce compasión o por lo menos, comprensión. La cultura simplista de la falta de matices que propone el Sr. Field no es ingenua y daña. Y un par de puntos menos para las señora Blanchett y Hoss y todas esas muchachas que prestaron sus caripelas para semejante mamotreto. Me quedo con la Blanchett de Carol y la Hoss de Bárbara y Fénix.
Siempre sí a las señoras, siempre no, a la mentecatez.
RP