Ay esos primeros segundos, ese momento en el que te ves por primera vez con la cita de Tinder. Esos instantes en los que empezamos a definir qué pensamos del otro y hacemos esos juicios rápidos que pueden marcar nuestra relación. Estamos absorbiendo toda la información sin darnos cuenta: cómo se ve, sonríe mucho ¿demasiado?, qué lindo tono de voz, tiene gestos un poco raros. Todo esto puede estar pasando por nuestra cabeza rapidísimo, muchas veces sin siquiera ser conscientes.
Y de todo esto estamos sacando conclusiones, tratando de entender a quién tenemos en frente. Y hay algunas cosas en las que somos muy buenos juzgando rápido. Sorprendentemente buenos. Esto lo sabemos gracias a estudios que se han hecho en los que le piden a alguien que evalúe a un extraño viéndolo interactuar solo unos segundos. Luego comparan esta percepción con datos que tienen sobre la persona -por ejemplo una evaluación de su personalidad- para ver cuán cerca estuvieron los extraños en la evaluación de la persona. Y en algunas cosas son muy acertados, con solo verlos durante unos segundos pueden saber cuán inteligente, responsable o extrovertida es la persona, entre otras cosas.
Tanto es así, que en los Estados Unidos llevaron el concepto al máximo y desarrollaron el “speed dating”, citas ultra rápidas para maximizar la cantidad de personas que se pueden conocer en una noche. La idea original fue de un rabino en Los Ángeles, que quería ayudar a los solteros y solteras de su comunidad a conocer potenciales parejas. Y para ser eficientes, inventó este formato: mientras un grupo se sentaba fijo en las mesas, el otro rotaba cada 7 minutos, y al final de la noche cada uno decía a quién le gustaría conocer un poco más. Si había coincidencia, se entregaban los datos de contacto. Esta versión fordista de las citas puede parecer un poco extrema, pero la evidencia detrás muestra que esos minutos pueden ser un gran indicador de algunas características básicas del otro.
De hecho esta capacidad de juzgar rápidamente a otros no se limita al mundo de las citas. Pasa también cuando juzgamos al médico que acabamos de conocer o al nuevo docente. En un estudio, por ejemplo, tomaron pequeños clips de 30 segundos de profesores dando una clase y le pidieron a diferentes personas que evaluaran algunas características, como cuán empático o abierto es. Sus evaluaciones, basadas sólo en esos fragmentos, fueron bastante cercanas a las que dieron los alumnos que habían cursado una materia completa con el docente. Las primeras impresiones, basadas en poca información -cómo se movía, cuánto sonreía o la forma de mirar-, eran parecidas a las de los estudiantes que habían compartido horas con el profesor. En sólo segundos, las personas podían captar cuán entusiastas, atentos o cálidos eran los docentes, y con eso evaluarlos de manera bastante acertada.
Quizás pensás que esto no debería ser así, que más información nos hace tomar mejores decisiones y por lo tanto no puede ser que con sólo segundos podamos juzgar a alguien. Pero en realidad, ambas cosas no son contradictorias. En las primeras impresiones hay muchísima información y mientras más preparados tenemos los sentidos, mejor podemos identificarla.
Porque hay mucha información que tenemos disponible en nuestros cerebros, sólo que no la estamos procesando de manera consciente todo el tiempo. Una persona que maneja hace años puede saber cuando toca pasar el cambio en una milésima de segundo al escuchar el motor, mientras que alguien que recién empieza puede manejar durante horas con el cambio errado sin darse cuenta. Cuando tenemos buena información interiorizada, tan interiorizada que ya casi olvidamos que la sabemos, podemos hacer juicios muy rápidos sin equivocarnos. Y el problema es justamente ese, somos buenos juzgando muy rápido lo que conocemos, pero no nos limitamos a eso, también juzgamos lo que no conocemos y ahí erramos.
Cuando se trata de las primeras impresiones de una persona, se nos juegan muchos factores que no tenemos presentes y que no siempre están basados en información. Por ejemplo, cuán familiar nos resulta su cara. La familiaridad, el hecho de haber visto esa cara u otras parecidas antes, ayudan a que la primera impresión sea mejor, a que la otra persona nos parezca más cercana. Y al contrario, cuando vemos una cara de alguien que no se parece a nosotros, o a nuestro grupo, nos genera más distancia y desconfianza. Y eso, se puede volver una profecía autocumplida. Si vemos a alguien que nos parece simpático y confiable, lo tratamos de manera más amigable, le hacemos un chiste y nos relajamos, mientras que cuando vemos a alguien diferente, que por falta de costumbre nos genera desconfianza o antipatía, lo tratamos así y creamos esa distancia en el trato, que refuerza lo que ya creíamos.
Además, aunque hay cosas que podemos leer muy bien en pocos segundos, hay otras que no son tan fáciles de observar, y corremos el riesgo de quedarnos con lo más sencillo. Y aunque en promedio tendemos a ser bastante buenos en juzgar algunos aspectos muy rápido, hay chances de que en casos particulares le erremos por mucho, y esa persona que nos pareció genial en la primera cita, graciosa y encantadora, resultó ser fría y egocéntrica después de quince citas más. Quince citas de más.
En general, unos pocos segundos nos bastan para tener una idea bastante precisa de alguien. Salvo cuando nos equivocamos.
OS