La “trampa de la masculinidad”, un elemento clave que podría inclinar la balanza hacia Trump

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Evocar el pretérito imperfecto de las desigualdades de género puede resultar tan tónico como doloroso. No es casual que muchas veces olvidemos los detalles exactos y las aristas cortantes de una historia política por demás violenta, brutal, y breve. Fue menos de un siglo atrás cuando por primera vez una mujer ganó el poder en elecciones democráticas libres, pluripartidarias, competitivas. Y no fue en Occidente. Fue en el Sur Global, en el Océano Índico, en la nación insular de Ceylán independizada del Imperio Británico en 1948 y llamada Sri Lanka a partir de 1972, donde en 1960 un triunfo avasallador hizo de la oficialista Sirimavo Bandaranaike primera ministra en su país y primera mujer en el mundo elegida jefa de gobierno. Hasta 1970, sólo otras dos democracias habían votado mujeres como titulares del Poder Ejecutivo: la India a Indira Gandhi e Israel a Golda Meir, una y otra candidatas oficialistas.

De los 190 países miembros de la ONU, sólo el 31% ha colocado al menos una vez en su vida política nacional a una mujer al frente del destino del Estado. En octubre de 2024, sólo 13 sobre 190 países tienen una mujer como jefa de gobierno.

De los 190 países miembros de la ONU, sólo el 31% ha colocado al menos una vez en su vida política nacional a una mujer al frente del destino del Estado. En octubre de 2024, sólo 13 sobre 190 países tienen una mujer como jefa de gobierno. El más reciente en elevar una candidata a la presidencia fue México, que en junio eligió a Claudia Sheinbaum, candidata del partido oficialista MORENA. Hoy la imagen positiva de la presidenta heredera y sucesora de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ronda los 70 puntos.

EE.UU.: 46 presidentes varones desde 1789

EE.UU. no ha conocido ninguna candidata victoriosa a la presidencia. Desde que el 30 de abril de 1789 George Washington juró en Nueva York como primer presidente por la flamante Constitución de 1787. Y hasta que Joe Biden lo hizo en Washington el 20 de enero de 2021 por la misma Constitución (pero ya enmendada en 29 ocasiones) como 46 presidente.

En 2008, las primarias del partido Demócrata habían optado por darle al precandidato Barack Obama la chance de ser el primer candidato oficial presidencial partidario afroamericano. Lo que significó quitarle a la precandidata Hillary Clinton la chance de ser la primera candidata presidencial oficial partidaria. En las primarias demócratas de 2016, la precandidata Hillary Clinton se impuso sobre el precandidato multimillonario, socialista y judío Bernie Sanders. Al fin de julio, la esposa del dos veces presidente Bill Clinton fue proclamada candidata oficial a la presidencia por la Convención partidaria reunida en Filadelfia. En las elecciones del martes 8 de noviembre de 2016, la candidata presidencial oficialista Hillary Clinton fue vencida por su rival republicano Donald Trump.

La vicepresidenta y candidata presidencial demócrata Kamala Harris es la segunda candidata presidencial mujer competitiva en la historia de EEUU, y la primera ‘mujer de color’ candidata. Es la primera vicepresidenta de EE.UU., y ninguna otra ‘mujer de color’ ha ocupado antes un cargo de igual rango en la administración pública del Estado. En 2008, el electorado de EE.UU. hizo del demócrata Barack Obama el primer candidato negro en ganar la Casa Blanca, y lo reeligió presidente cuatro años después. En 2016, Hillary Clinton perdió la presidencia por faltarle votos en el Colegio Electoral, pero ganó en el voto popular: individualmente, como candidata singular, sumó más votos que el vencedor Trump.

Una diferencia brutal salta a la vista entre dos aspirantes demócratas a la presidencia anteriores a Kamala Harris, uno afroamericano y otra mujeres: Barack Obama ganó (tres veces, la nominación partidaria en 2008 como precandidato, la presidencia en 2008 como candidato opositor, la reelección en 2012) y Hillary Clinton perdió (dos veces, la nominación oficial demócrata en 2008 como precandidata, la presidencia en 2016 como candidata oficialista).

En líneas generales, y superficiales, estos números y estos hechos insinúan que prejuicios étnicos y sexistas resultan al fin de cuentas indiferentes o irrelevantes para determinar el voto presidencial decisivo. Sin embargo, aun sin ir más lejos, ya con solos estos datos una diferencia brutal salta a la vista entre aspirantes demócratas a la presidencia anteriores a Harris. Que Barack Obama ganó (tres veces, la nominación partidaria  en 2008 como precandidato, la presidencia en 2008 como candidato opositor, la reelección en 2012) y que Hillary Clinton perdió (dos veces, la nominación oficial demócrata en 2008 como precandidata, la presidencia en 2016 como candidata oficialista).

Kamala, vicepresidenta por decisión y candidata por defección de Joe  

Como las de Hillary Clinton, las ambiciones presidenciales de Kamala Harris empezaron con una derrota como precandidata en las primarias demócratas. El fin de las internas partidarias de 2020 llegó mucho antes para Harris, que abandonó tempranamente la competencia. Muy tempranamente: en enero de 2019 había anunciado su postulación y en diciembre de 2019 retiró su precandidatura: a su campaña le faltaba financiación, dijo. El retiro de Harris había precedido el inicio efectivo del proceso electoral interno, que empezó en Iowa en febrero para proseguir accidentadamente en los meses siguientes en los restantes 49 estados de EEUU. Virtual ganador de las primarias demócratas del año de la pandemia y la baja concurrencia efectiva a los locales de votación, Joe Biden anunció en agosto de 2020 que Harris sería su compañera de fórmula y candidata oficial a la vicepresidencia para las elecciones que habrían de ganar el martes 3 de noviembre. 

Como presidente en funciones que busca un segundo mandato consecutivo, Joe Biden triunfó sin gloria, obstáculos ni oponentes en las primarias partidarias de 2024. El nombre de la vicepresidenta Kamala Harris figuraba, nuevamente, como el de su compañera en la reiterada fórmula electoral. Todo lucía como que el ahora casi nonagenario presidente sería, como en 2020, el mismo candidato demócrata que otra vez disputaría la Casa Blanca con el mismo ex presidente y candidato presidencial, el ahora casi octogenario republicano Donald Trump.

Pero la catastrófica performance televisada de Biden en el primer y único debate que mantuvo contra Trump hizo crecer la presión interna en el Partido Demócrata, en los medios afines, y entre donantes y financistas de campaña, para que el Presidente retirara su candidatura y cediera el primer lugar del binomio a su vicepresidenta Harris. Lo que ocurrió, y fue Harris la candidata presidencial oficial demócrata proclamada por la Convención partidaria reunida en agosto en Chicago.

La defección de Biden que hizo de Harris una candidata presidencial fue guiada por motivos semejantes a los que hicieron de la ex Fiscal General y senadora por California una candidata vicepresidencial. Aun cuando el obrar del Presidente en 2024 fuera menos espontáneo que el del Candidato en 2020. Motivos exteriores, prácticos, expeditivos no fundados en un examen intrínseco de méritos o deméritos personales de Harris. Es una figura representativa. Estaba en la fórmula. Y, según la intrincada normativa que legisla la financiación de la política en EEUU, la de Harris era la única opción que no significaba renunciar a los fondos de la campaña presidencial demócrata atesorados hasta entonces y empezar de cero. Harris resultó una gigantesca recaudadora de campaña, y desde el endoso de Biden a su candidatura sumó más de mil nuevos millones de dólares a la Causa.

A Kamala Harris le sigue pesando que su candidatura presidencial haya nacido de la mano o el dígito –forzado- de Joe Biden antes que del voto de la militancia y las bases demócratas. Perdió las primarias de 2020 y no se puede decir que haya ganado las de 2024. Más aún, la opinión más generalizada que se lee en los medios y analistas, aun o especialmente entre los favorables a la candidata, es que Harris nunca habría podido ganar, y menos que nunca en 2024, las primarias demócratas. Básicamente, en la línea de esa opinión, por ser mujer. Y por una forma de razonar del electorado demócrata. Menos conservador que el republicano sin duda, habría actuado guiado sin embargo por un prejuicio sexista ‘de segundo grado’. Es decir, ese electorado, según la editora de Sociedad de The Economist (el semanario liberal británico endosa a Kamala Harris), al elegir en internas partidarias entre la oferta de precandidaturas aquella que hallaran más idónea para vencer a Donald Trump, habría dejado de lado a una mujer por el hipotético rechazo que podría generar en hipotéticos votantes independientes cuya adhesión buscarían ganar. Verían a Harris como un riesgo innecesario y evitable, ¿por qué correrlo entonces?  El suyo es un sexismo estratégico.

La ‘masculinidad' calibrada como predictora del voto

Durante décadas, EE.UU. lucía dividido en dos mitades, e incluso en dos mistades no desiguales, según los rasgos que volvían previsible su voto en las elecciones presidenciales. Pero las líneas de la división han cambiado.

La trampa del 'sexismo estratégico'. O por qué la candidata presidencial Kamala Harris nunca habría ganado las primarias demócratas 2024. Al elegir en internas partidarias entre la oferta de precandidaturas aquella que hallaran más idónea para vencer a Donald Trump, habría dejado de lado a una mujer por el hipotético rechazo que podría generar en hipotéticos votantes independientes cuya adhesión buscarían ganar. Verían a Harris como un riesgo innecesario y evitable, ¿por qué correrlo entonces?

La mayor división actual, y el más seguro predictor de comportamiento electoral, es el nivel de educación formal: el electorado que ha cursado la Universidad (white collars, de cuello de camisa) vota demócrata y el que no (blue collars y red necks, overoles azules industriales y cuellos enrojecidos de de trabajadores rurales, o ex obreros y ex peones, que sin embargo no agotan el universo electoral anti-elitista), republicano. La polarización racial ha menguado en nitidez como predictora de la conducta política, porque cada vez hay más votantes republicanos entre afroamericanos y latinos. En cambio, la brecha de género ha crecido como en ninguna otra democracia contemporánea en duración y magnitud. Y no sólo es una brecha según la tradicional ‘guerra de los sexos’ entre hombres que votan republicano y mujeres que votan demócrata. La división más honda, e irreconciliable, se da entre el electorado masculino según grados de ‘masculinidad’ mayor o menor.

Especialista en estudios de género y profesor e investigador en la Fairleigh Dickinson University, Dan Cassino registra una constante en sus demoscopias de los últimos dos años al menos. Cuando se pide a un grupo cualquiera de hombres que definan cuál es su grado de masculinidad, en EE.UU. aproximadamente la mitad siempre se va a colocar en el extremo mayor, sea cual fuere la escala de medición que se les ofrezca. Si la escala es de 0 a 100 puntos, la mitad de los varones va a atribuirse entre 90 y 100 puntos de masculinidad.  Si es de 1 a 7, la mitad va a ubicarse en 7 puntos. Es este conjunto el que presenta rasgos comunes que anticipan su comportamiento electoral. Es este grupo el que es 35% más probable que vote por Trump que por Harris. Según las investigaciones de Casino, no es que sea más probable que los hombres voten republicano y las mujeres demócrata. La mitad ‘no supermasculina’ del electorado varón es indistinguible del electorado mujer: en esta mitad, Harris es favorita.

El grupo ‘supermasculino’ se subdivide a su vez en dos. Está el machismo consuetudinario. Votan por Trump, ya están decididos. Son republicanos línea dura. Son mayores de edad, son más blancos, son, por lo común, menos educados. Pero hay un segundo subgrupo, que crece, y que parece rodar suavemente en una pendiente que los conduce hacia Trump. Es un grupo demográficamente joven e integrado, desproporcionadamente, por jóvenes varones hispanos y afroamericanos que declaran valorar por sobre todo la masculinidad tradicional. Trump sabe encontrar ídolos de reguetón que cante para ellos. Cuando se les pregunta qué deben hacer los hombres, dicen que mirar deportes, no series. Los hombres son duros. Los hombres se pelean cuando hay que pelear. Pero inmediatamente, en las respuestas de los sondeos y entrevistas, estos jóvenes admiten que ellos no están a esa altura de masculinidad anhelada.  Por lo tanto, favorecen las conductas sociales que los hagan ver, a sus ojos y esperablemente también a los de los demás, como más masculinos. Es la “trampa de la masculinidad”. Quieren ganar más dinero, y este es el grupo de personas que más invierte sus ahorros en especulaciones con criptomonedas. Compran meme-stocks (acciones bursátiles recomendadas en sitios crípticos en los que hay memes enigmáticos). Y piensan en votar por Trump. En la más estrecha de las elecciones presidenciales de EEUU.

En las elecciones presidenciales de 1840 rivalizaron en EEUU el ganador William Henry Harrison, presentado en su campaña como el candidato masculino, amante de beber sidra seca en su cabaña dede madera en el campo, y el millonario presidente Martin Van Buren, que perdió su reelección, presentado como blando, derrochón y, en suma, afeminado. Después jurar como presidente en un día helado del fin del invierno, Harrison habló durante dos horas: el más largo discurso  inaugural pronunciado al aire libre sin vestir sobretodo ni calzar guantes. Un mes después, el 4 de abril de 1841, Harrison murió de neumonía. Fue el primer presidente de EE.UU. en morir en funciones,  y la suya fue la presidencia más corta de la historia norteamericana.

AGB