TRIBUNA ABIERTA

Cuando cese el fuego

19 de mayo de 2021 09:56 h

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En primer lugar, cabe manifestar un repudio absoluto e inequívoco al accionar de la agrupación terrorista Hamas, que en estos días vuelve a lanzar misiles sobre ciudades de Israel. Hamas no solamente ataca de manera directa y cobarde a la población civil, sino que, al ser plenamente consciente de que su capacidad militar es infinitamente inferior a la de las fuerzas de defensa israelíes, sabe que al atacar expone a los propios habitantes de Gaza a lo que seguramente resultará en la mayor cantidad de muertes en este conflicto, dado el poder de la contraofensiva y la vulnerabilidad estructural de Gaza.   

Hamas tomó el control pleno de Gaza en 2007 tras las controvertidas elecciones legislativas del año anterior, a las que siguieron meses de feroz enfrentamiento interno y el consiguiente fracaso del gobierno de unidad con su rival Fatah - que comanda la Autoridad Nacional Palestina (APN).

Desde ese momento, la organización criminal no solo ha atacado a Israel en repetidas oportunidades, sino que ha sometido y somete a los casi 2 millones de habitantes de Gaza a su régimen autoritario y a las consecuencias de su desastrosa gestión político-administrativa.

Este nuevo round de ataque-respuesta es un episodio más en la lamentable saga de muerte y horror que hemos visto ya demasiadas veces en las últimas décadas. Su final y el alcance de los daños permanecen inciertos a la fecha.

La violencia explicada

La violencia nunca se puede justificar. Mucho menos celebrar. Pero sí es posible explicarla, por más controversial que esto pudiera resultar para el público menos cercano al campo del desarrollo y la economía del conflicto.

El sistema de restricciones que el Estado de Israel impone sobre el pueblo palestino hace décadas, tanto en Gaza como en Cisjordania, limita severamente los derechos y todos los aspectos de la vida social y económica de los palestinos, en el plano individual y colectivo.

Los territorios ocupados de manera ilegal (y con connivencia estatal) por colonos israelíes en Cisjordania y Jerusalén del Este, tanto para uso residencial como productivo, interrumpen la contigüidad territorial estableciendo zonas de acceso prohibido y/o de uso limitado para los palestinos. 

Un complejo entramado de “checkpoints” cercena al mínimo imaginable la libre movilidad de personas y bienes desde y hacia los territorios palestinos. La cifra de cisjordanos con “permiso” para pasar a Israel suele rondar los 50-60 mil, sobre una población de casi 2 millones y medio de habitantes. En Gaza los “privilegiados” son aún menos. Cruzar a pie por estos pasajes es, además de una experiencia humillante, una tómbola diaria: se puede tardar 20 minutos, una hora o 5. Lo mismo pasa con el transporte comercial, que puede estar con un cargamento de vegetales en un checkpoint horas, días, o sin nunca poder cruzar.

A estas y otras restricciones se les suma un estricto control sobre los productos que ingresan y salen hacia y desde Palestina, en base a una lista de “elementos de uso dual” establecida por COGAT - la autoridad militar israelí en Palestina-. Si bien Israel tiene legítimo derecho a resguardar su seguridad, controlando el acceso a elementos de potencial uso bélico por parte de los palestinos (por ejemplo el ácido nítrico, utilizado para la fabricación de explosivos), con el pasar de los años se sumaron a la lista ítems de todo tipo, con una clara intención de limitar la actividad económica en Cisjordania y Gaza a niveles de virtual superviviencia. Así, entre otras decisiones arbitrarias, Israel prohíbe a los palestinos la importación de placas de madera de más de 1cm de espesor y 5cm de ancho, lo cual entre otras cosas destruyó la producción de muebles en Gaza -sector que alguna vez fuera un importante empleador y exportador-.  

A las restricciones israelíes se le suman la corrupción e ineptitud de las autoridades palestinas, empezando por el presidente de la APN Mahmoud Abbas, de 86 años (y 17 en el poder), quien históricamente se ha mostrado más competente para consolidar su poder que para atender la tragedia de su propio pueblo. En Gaza la situación es peor aún, dado el ya mencionado gobierno de Hamas, que a diferencia de Fatah nunca abandonó la lucha armada ni se mostró abierto a reconocer la existencia del Estado de Israel.

En Israel, desde el asesinato del primer ministro y premio Nobel de la paz Isaac Rabin en 1995 a manos de un extremista judío (miembro de una facción opuesta a la entrega de tierras a los palestinos y al avance los acuerdos de paz de Oslo), los sucesivos gobiernos nunca tomaron la resolución de la cuestión palestina como una prioridad. La administración del status quo, que encontró en el primer ministro Netanhayu a su máximo intérprete, solo profundizó las heridas entre los pueblos y, en particular, el sufrimiento de los palestinos.

Estos y otros factores explican el profundo retraso de la sociedad palestina en materia socioeconómica. Con un PBI per cápita agregado de alrededor de 3.500 dólares (que es menos de la mitad en Gaza), la economía palestina está a años luz de Israel, líder global en materia de innovación, inversión y emprendedorismo -y con un producto por habitante 12 veces superior al de los palestinos-.

El retraso en Gaza, en particular, es dramático. Alrededor de 2 millones de personas (45% de las cuales son menores de 15 años) viven en el enclave costero, con un acuífero totalmente contaminado, sin sistema de tratamiento de efluentes, con tan solo 6 a 8 horas de electricidad por día, y un nivel de desempleo cercano al 50% (superior al 70% entre los jóvenes). Gaza “respira” gracias a la ayuda humanitaria del aparato de Naciones Unidas, que a través de la agencia UNRWA asume responsabilidades paraestatales de provisión de educación y salud para los dos tercios de la población registrada como refugiados de 1948.

Esta situación configura un marco de inestabilidad permanente, donde es la paz y los periodos de relativa tranquilad, no el ejercicio de la violencia, lo que debiera llamarnos la atención. ¿Qué proyecto de vida puede tener un joven en Gaza que vivió toda su vida sin poder salir, sin oportunidades, en un ambiente degradado y sin ninguna perspectiva de futuro? ¿Cuánto más hondo cala en esa juventud el mensaje extremista de Hamas? ¿Qué otro destino puede ser más convocante que el de sumarse a la milicia para “aniquilar al opresor”? Hamas, en su locura, explota a esa misma juventud a partir de su épica falsa, siniestra y vacía.

La literatura económica apunta a todos los factores prevalentes en la sociedad palestina como determinantes del conflicto armado: bajo producto y crecimiento, volatilidad, desigualdad. Lo que está pasando hoy es lo mismo que sucedió en 2008, 2012 y 2014. La última guerra duró 7 semanas y culminó con más de 2.100 palestinos muertos (70% civiles). Podría haber pasado en cualquier otro momento, dado un determinado detonante coyuntural. Y va a suceder una y otra vez, si no cambian de plano las condiciones económicas y políticas en ambos países (y, posiblemente, en la región pan-árabe más generalmente). Cada uno de estos rounds de violencia, además de pérdidas humanas, resulta en destrucción de capital físico y en la interrupción de actividades incipientes. Esto refuerza dinámicas de “des-desarrollo” en Gaza (afectando también a Cisjordania y Jerusalén del Este), lo cual a su vez aleja más y más las posibilidades de lograr la paz entre ambas partes.

Los acuerdos profundos como única salida

La administración del status quo solo continuará arraigando el caldo de cultivo para la inestabilidad. Hay generaciones enteras de palestinos que nunca vieron a un israelí en persona, y viceversa, a pesar de estar separados por media hora de distancia. Esto genera desconfianza y hace que la narrativa extremista y la deconfianza penetren más fácilmente a ambos lados del muro. Sin esperanza de un futuro mejor, cada vez más jóvenes palestinos apoyarán la confrontación con Israel como método. Alienada y muchas veces sin conocer las acciones y las consecuencias de su propio gobierno, buena parte de la población urbana de Israel parece ajena el conflicto (que sí comprenden mucho mejor las poblaciones del sur, linderas a Gaza, y los militares que están en contacto directo con los palestinos en los territorios ocupados de Cisjordania).

Esto es ideal para los liderazgos tóxicos de la región (no solamente políticos), que, cómodos en el status quo, consolidan su poder desde este particular normal-anormal.

A pesar de la dificultad y de los intentos fallidos del pasado, insistir con un acuerdo de paz robusto y duradero es el único camino posible. Los líderes de Occidente y del mundo árabe deben apoyar las negociaciones, aún conscientes de que resolver el conflicto será más difícil que administrarlo. Para ello, deben dejar atrás la diplomacia vacía que a través de los años ha condenado la violencia mientras coadyubaba a la continuidad del status quo - diplomacia que en la región, disfrazada de cooperación internacional, se volvió industria. También, y ante todo, los propios palestinos e israelíes, dueños de su propio destino, deberán volver a abrazar a la solución de dos Estados para dos pueblos como la precondición para una Palestina libre y próspera; tomando dimensión de que esa nueva realidad en Palestina es fundamental para que exista un Estado democrático en Israel.     

Nuestra mirada como argentinos

Este conflicto nos queda lejos a la enorme mayoría de los argentinos. Como sudamericano cristiano, comenzar a trabajar en la región fue el inicio del despertar de mi enorme ignorancia respecto de su realidad y la de sus pueblos. Visitar Gaza por primera vez en Noviembre de 2014 (apenas meses después de la tregua que culminó la guerra de ese año) fue, en primer lugar, un shock de dolor: personas mutiladas en medio de la calle, edificios destruídos, familias rotas. Por otra parte, conversar con su gente y comenzar a dimensionar el potencial y la energía de su juventud, más allá del horror, fue mucho más impactante. 

Tras más de 35 visitas a la región no puedo decir que entiendo demasiado, pero sí comprendí que la simplificación del conflicto, el establecimiento de falsas antinomias y, peor aún, la utilización de esta tragedia para sostener posturas e identificaciones partidarias en el plano local, es una canallada.

Mientras sangre la herida, acompañemos en el dolor con respeto y empatía por los millones de personas que sufren en la región, rehenes de sus líderes.

Cuando cese el fuego, si realmente nos importa la cuestión de fondo, reafirmemos nuestro compromiso a las negociaciones de paz, en solidaridad con ambas naciones. Nuestra tradición de fraternidad con los pueblos del mundo, sumada a la importancia global de nuestra diáspora judía (una de las mayores del mundo), deben ser refrendadas con mucho más que la mera indignación circunstancial ante esta verdadera tragedia de la humanidad.      

* Sebastián Welisiejko es economista especializado en desarrollo