El pasado martes 24 de agosto una delegación de Agenda Argentina tuvo la oportunidad de reunirse con el presidente Alberto Fernández, que estuvo acompañado por el Jefe de Gabinete Santiago Cafiero. El objetivo fue escuchar su visión del momento político que está viviendo el país e intercambiar ideas al respecto. En este nuevo manifiesto nos proponemos reinterpretar algunas de las cuestiones que se debatieron en ese encuentro, con la convicción de que estos diálogos cobran sentido en la medida en que animan nuevas conversaciones, en círculos cada vez más amplios.
Las crisis tienen la inmensa capacidad de fomentar la producción de conocimiento. Sin embargo, no se trata de un proceso automático ni lineal. Al contrario, la actual crisis mundial es tan durable, tan heterogénea, tan multicausal; sus consecuencias son de alcances tan locales, tan globales, tan iguales y, a la vez tan diversas, que empezamos a nombrar rasgos y ya estamos en el ocaso de la validez de lo que acabamos de decir. Asistimos a una proliferación de cosas nuevas. La nueva derecha, las nuevas tecnologías, el nuevo orden mundial, las nuevas estrategias represivas, la nueva conflictividad social, la nueva mayoría, el neo fascismo. La honestidad intelectual nos obliga a adjetivar como nuevos aquellos fenómenos que vemos reinventarse. Aunque no pocas veces, cosas fundamentales sobre ellos ya fueron dichas antes. En muchas ocasiones lo verdaderamente nuevo son los dispositivos, no así sus resultados.
Es precisamente por esto que el pensamiento crítico debe animarse una vez más a conceptualizar, a producir y crear, más que a reproducir. Y esta criticidad no debe limitarse a los otros, a lo ajeno, al adversario. Es también una crítica de nuestras propias premisas, supuestos y modos de acción política. No hay ninguna acción política, decisión gubernamental o política pública que no se sostenga en algún saber técnico, científico o académico. Pensar es hacer. Y en tiempos de excepcionalidad y urgencia es cuando más debemos reflexionar, ya que justamente es a partir de esas reflexiones que podemos tomar las mejores decisiones para nuestra práctica concreta
El pensamiento crítico es particularmente necesario en tiempos de amplificación de las desigualdades y las injusticias que, siendo preexistentes, se vieron potenciadas al calor de los efectos de la pandemia. En ese contexto nuestra democracia ve cómo proliferan los discursos de odio por sobre el procesamiento de las eventuales diferencias, dando lugar a enfrentamientos vacíos que solo conducen a fomentar la antipolítica. Lejos de todo fundamentalismo se debe reafirmar la creencia en que la democracia consiste en poner en debate las distintas verdades relativas, de forma tal de construir una verdad superadora que ayude al país a salir definitivamente de los años de crisis que vivimos. Incluso al interior de la propia coalición oficialista, es preciso remarcar, una vez más, la importancia de evitar un pensamiento único y de estimular la pluralidad de puntos de vista, de forma constructiva.
Creemos que este planteo resulta especialmente relevante en tiempos de una campaña electoral como la que estamos atravesando, en la que nuevamente el Frente de Todos defiende un proyecto de país productivo e igualitario, que ubica al trabajo como principal ordenador social, con desarrollo e inclusión social, con equidad territorial, justicia ambiental y perspectiva de género. Frente a esta propuesta, resulta muy difícil encontrar en la oposición planteos de las mismas características. ¿Cómo afrontar concretamente la situación económica heredada del macrismo y profundizada por la pandemia? ¿Cómo conseguir aumentar sólida y sostenidamente el poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones? ¿Cómo desarrollar las regiones históricamente perjudicadas de nuestro país? ¿Qué políticas se plantean para erradicar las desigualdades de género en el mercado laboral? ¿Cómo afrontar los desafíos de una transición ambiental imprescindible, partiendo desde las necesidades y posibilidades de la Argentina?
Nada de esto está presente en los discursos de los principales candidatos y candidatas de la oposición, que por el contrario optan por evitar una discusión que los incomoda, porque el proyecto de país que implementaron cuando la ciudadanía les dio la oportunidad de gobernar fue un proyecto de especulación financiera, de desindustrialización, de exclusión social y asistencialismo, de entrega de la soberanía nacional. El pueblo argentino observa, con cierta incredulidad, cómo por momentos la oposición parece querer deshacerse del ex presidente Macri, pero luego advierte que lo necesita, lo manda a llamar y publicita la existencia de un equipo con él. No es un problema de personas, sino de políticas públicas. Lo que se observa detrás del marketing electoral es que a dos años de haber dejado el gobierno insisten con un mismo proyecto de país, excluyente y endeudado.
Al contrario, el gobierno del Frente de Todos no se desorientó ni perdió el norte hacia el que avanza. Aún tras el complejo impacto de la doble crisis que sufre nuestro país -iniciada por el fracaso de la gestión económica del gobierno anterior y luego profundizada por las consecuencias del Covid-, lo cual lo obligó también a pensar la recuperación en dos tiempos -primero para alcanzar los niveles pre-pandemia, absolutamente insuficientes, y luego para recuperar lo perdido anteriormente y poder afrontar las deudas preexistentes-, Alberto Fernández plantea en cada acción y en cada acto con claridad su visión sobre cómo el proyecto de país del Frente de Todos se plasmó en una serie de políticas públicas: el IFE, mediante el que el Estado pudo asistir a millones de personas durante la pandemia; el programa ATP, que permitió la supervivencia de miles de empresas; la prohibición de despidos, que logró una disminución mínima de los empleos formales; la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y de la Ley de los Mil Días, que significaron un hito histórico en nuestro país y la decisión de poner al Estado a disposición de acompañar la decisión libre de las mujeres y las personas gestantes; la firme defensa del interés nacional en la renegociación de la deuda con los acreedores privados; la disminución del pago del impuesto a las ganancias para el trabajo en relación de dependencia; la modificación del régimen tributario para revertir las reformas regresivas y generar medidas sumamente progresivas como el aporte de las grandes fortunas; el rechazo a las presiones de la administración Trump y la afirmación de una política exterior soberana y de integración continental; entre muchas otras. La diferencia es muy clara y no es casual, es el resultado de una forma de mirar la Argentina, de concebir la política y de orientar al Estado para ponerla en práctica. Cuidar y crear.
Justamente sobre ese punto está quizás nuestro mayor desafío, que consiste en la puesta en valor de la acción estatal que implicó la pandemia. El Estado debió hacerse cargo de nuevas tareas y regulaciones, logró hacerlo poniendo en el centro el cuidado del bienestar común y las necesidades de las mayorías. Eso no pasó desapercibido para las élites dominantes en nuestro país, que históricamente se benefician con un Estado débil y desorganizado al que pueden utilizar para su beneficio particular. Se opusieron a las regulaciones, buscaron debilitar la autoridad del Estado, convocaron a erosionar las medidas de protección ciudadana y de cuidado. En la percepción de ese cambio, creemos, se encuentra también uno de los orígenes del impulso a los discursos antiestatales cada vez más radicalizados que escuchamos a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Al mismo tiempo, se presenta la oportunidad de poder pensar estratégicamente un nuevo tipo de estatalidad, capaz de potenciar el desarrollo de forma eficaz y efectiva.
Asistimos a un proceso de radicalización de las derechas a nivel global y en nuestro país esta suerte de “trumpismo criollo” hace del terraplanismo político una práctica cotidiana que apuesta permanentemente a la construcción de un neoindividualismo autoritario, agresivo y reaccionario. Hay gigantescas diferencias entre los discursos ultraliberales que escuchamos en la actualidad y los de referentes históricos del liberalismo argentino como Sarmiento y Alberdi, más allá de las diferencias que podamos mantener con ellos. “Liberales eran los de antes”, que construyeron y defendieron la educación pública, mientras ahora proponen la quema del Banco Central, que pregonaban la amplitud de derechos civiles y políticos mientras que ahora atacan con virulencia medidas como la Ley de Cupo Trans, Documento No binarie e Interrupción Voluntaria del Embarazo
Sea por reacción a las conquistas democráticas de la década pasada o a las incertidumbres que genera la pandemia de COVID-19, la irrupción del odio como afecto-político, como discurso social y como práctica política, establece una forma de intervención en el espacio público que no solo se propone la segregación de un grupo de personas por identidad, sino que pone en duda la posibilidad de la deliberación democrática (en su más amplio espectro) como forma de organización de la vida en común en nuestra sociedad.
Frente a la amenaza que este fenómeno proyecta sobre la democracia, los derechos humanos y las formas de habitar el espacio público (incluso sobre sus expresiones más intensas y radicales), creemos necesario profundizar la comprensión del significado social del odio, sus vínculos con la historia de nuestro país, los motivos que lo han legitimado para su circulación pública y las formas que colectivamente podemos implementar para contrarrestarlo.
El mundo ya es otro. O mejor dicho está siendo otro. El gerundio nos abre las puertas para pensar hasta dónde está en nuestras manos lo que viene. Y el futuro no es lo inesperado ni tampoco la apología de la incertidumbre; el futuro es el producto de un quehacer colectivo que aun en la contingencia nos permite proyectar los mejores escenarios posibles. Tenemos derecho al futuro, incluso a desearlo, pero sin justicia social no hay estabilidad posible, no se puede proyectar nada real sin un piso mínimo de garantías.
Como dijo recientemente la vicepresidenta Cristina Kirchner, es imprescindible la continuidad de varios gobiernos populares para poder llevar adelante un proyecto de país para todos, de forma sustentable. Está demostrado que la recaída en una opción neoliberal, aunque sea solo de un mandato de duración, conlleva una carga de destrucción y sufrimiento demasiado grandes. Por eso la necesidad de sostener y profundizar la unidad, la vocación de mayorías y el impulso de los debates necesarios para afrontar los cuatro principales desafíos del país que observamos: la transformación de las capacidades productivas, el replanteo territorial en clave federal, la necesidad de repensar la educación y la profundización de la democracia, que se encuentra bajo asedio en nuestro país y en distintas partes del mundo.
Agenda Argentina se propone desarrollar estas discusiones a lo largo y ancho del país, mediante distintos encuentros y actividades. Siempre con la convicción de que la práctica intelectual conlleva un compromiso y una responsabilidad política. En este camino que nos proponemos recorrer, seguimos creyendo en el diálogo, en la posibilidad de construir acuerdos sociales que logren trazar un futuro donde todos y todas sean parte de él, y donde la rentabilidad social sea el principal activo para el desarrollo de los pueblos.
Es tiempo de crecer, de salir adelante mientras trabajamos por la reconstrucción del país.
Argentina se pondrá de pie. Con Alberto, con Cristina y con todos y todas.
Agenda Argentina es un espacio de reflexión integrado por intelectuales y académicos afines al gobierno de Alberto Fernández. Una delegación integrada entre otros por Paula Lengüita, Cecilia Gómez Mirada, Alejandro Grimson, Ana Castellani, Fernando Peirano, Abelardo Vitale, Sol Prieto, Cecilia Pon, Pablo Chena y Nahuel Sosa visitaron el martes al Presidente en la Casa Rosada. Este es su Manifiesto 04.