Con el inicio del nuevo año -según el calendario gregoriano-, llegó a mi oficina en el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) un vistoso calendario color rojo, como obsequio oficial de la Embajada de la República Popular China ante nuestro país. Rojo, regalo y China: tres significantes relevantes y profundos para la relación que nos une con el gigante asiático, país que hemos de esmerarnos en entender si queremos hacer un ingreso pleno a las dinámicas globales del siglo XXI (vale recordar que fue la única gran economía que siguió creciendo durante la pandemia).
El rojo, que da la casualidad de ser mi color favorito, representa en China la belleza y es, justamente, el color que simboliza el año nuevo, así como el elegido para los casamientos, por significar deseos de “buena fortuna”. De hecho, en el Año Nuevo Lunar -para nosotros, “Año Nuevo chino”- se acostumbra llenar sobres de color rojo con dinero y obsequiarlos, en señal de buen augurio. Es también el color que representa el fuego, y por ello es sinónimo de vitalidad. Estos significados, en el mundo occidental, están más bien asociados al color blanco -utilizado por antonomasia para las bodas-, que, en cambio, en la cultura china es considerado un color desafortunado y se utiliza en los funerales y duelos. Por el contrario, nuestro color de luto por excelencia, el negro, es para ellos sinónimo de autoridad y estabilidad.
Estas varianzas culturales deberían funcionar como recordatorio de que el mundo no termina en el Meridiano de Greenwich, y de que cada pueblo posee una cosmovisión válida, para no caer en estereotipos ni ejercer actos de discriminación de ningún tipo. Las distintas culturas que han florecido en nuestra casa común -el mundo- tienen a su vez un gran potencial de enriquecerse recíprocamente a través de un paradigma intercultural. Y es aquí donde el regalo, como puente, nos enlaza. Tanto allí como aquí, regalar significa tender una mano, dar un gesto de bienvenida, demostrar afecto o simplemente dar un reconocimiento.
Pero el reconocimiento no fue, o al menos, no únicamente, a mi persona, sino a los lazos que nuestros pueblos han sabido conseguir desde el establecimiento de las relaciones diplomáticas -oficialmente, en 1972, con lo cual, este año celebramos medio siglo de cooperación sino-argentina-. Estas relaciones, tanto económicas como culturales y políticas, han crecido hasta el estatus máximo que China otorga a sus socios internacionales: la Asociación Estratégica Integral, establecida en 2014 a instancias de la entonces presidenta Cristina Fernández, en una decisión que nos permitió, en simultáneo, obtener mercados, financiamiento e inversión. Como antes decía, China crece, lo que se traduce en un aumento de la calidad de vida de su población.
Como todo proceso de desarrollo estrepitoso -el de China es el más veloz de la historia reciente, y para algunos, de toda la historia de la humanidad-, su forma tangible son los cambios en los hábitos de consumo de sus habitantes. En las mesas donde antes solo había carbohidratos (figurativamente, arroz), ahora también se demandan proteínas (en criollo, carnes). En los eventos donde otrora se bebía agua, hoy se compra vino. Y así. Un mundo de oportunidades para nuestras economías regionales; un movimiento que nos permite enlazar nuestro crecimiento al de un país que lo garantiza con planificación a largo plazo.
Esta complementariedad ha hecho que China deviniera en uno de nuestros principales socios comerciales en los últimos años. Siempre con astucia política, y el debate interno que caracteriza y enorgullece a la sociedad argentina, es una buena noticia poseer los llamados booms exportadores para paliar nuestro requerimiento de dólares, divisa que China posee en cantidades tan grandes que es difícil -por fortuna- pensar en un enfrentamiento entre el país asiático y los Estados Unidos.
La República Popular China fue el país del cual la Argentina recibió más vacunas (más de 30 millones de dosis) y eso es un recordatorio de la relevancia de la cooperación Sur-Sur.
Muy a diferencia de lo que se suele sostener, una “Guerra Fría del Siglo XXI” se encuentra lejos de nuestros horizontes: ambas potencias poseen una imbricación tal que una no crece sin la otra, y ese escenario beneficia a países como la Argentina. Argentina que, a su vez, ha podido adquirir diversas vacunas de origen chino, y recibir luego las norteamericanas bajo otros mecanismos, así como provenientes de otros puntos. Todas esas vacunas permitieron que hoy la Argentina esté dentro de los países que poseen a más del 70% de su población inmunizada.
La República Popular China fue el país del cual la Argentina recibió más vacunas (más de 30 millones de dosis) y eso es un recordatorio de la relevancia de la cooperación Sur-Sur. Cooperación que no se limita a lo comercial sino que incluye aspectos sociales y culturales de relevancia: sin ir más lejos, 200.000 chinos/as viven en nuestro suelo y aportan su trabajo y saberes a la construcción de una Argentina más próspera. Como titular del INADI, me cabe la tarea de velar por que estos migrantes no sean víctimas de ninguna forma de discriminación, lo que en el contexto de la pandemia ha sido notorio en vistas de que un ex presidente norteamericano, Donald Trump, ha incluso hablado del COVID como el “virus chino”.
Por eso, desde el Instituto llevamos adelante la campaña “Si el virus no discrimina, vos tampoco”, donde previnimos prácticas y discursos discriminatorios hacia la comunidad china en estos tiempos. También intervinimos cuando aparecieron dichos estigmatizantes de este tipo en medios de comunicación. La comunidad china, por su parte, también aportó a una mejor convivencia social en la Argentina de la pandemia articulando con el INADI la entrega de barbijos y demás elementos sanitarios a personas en situación de calle. A esto nos referimos cuando hablamos de interculturalidad.
Finalmente, de las diferencias de las que podemos aprender a través de un paradigma intercultural, recientemente tomé conocimiento de una que, a la luz de la historia de la argentina reciente, y de la mía personal, llamó poderosamente mi atención. En el idioma chino, no existen las conjugaciones verbales como en castellano; los verbos no se conjugan en “presente”, “pasado”, o “futuro”. No obstante, las ideas de tiempos verbales sí existen, sólo que se enuncian utilizando una preposición. Para significar los tiempos que no son el presente, las elegidas son “adelante (å)” y “atrás (å)”. Eso también lo hacemos nosotros: hablamos del pasado diciendo “tiempo atrás” o del futuro como “lo que viene por delante”. Pero, como el mundo no se agota en nuestra manera de vivir, en China esto es exactamente al revés. El pasado, en chino, es lo que se encuentra por delante, porque es el camino que ya recorrimos, y por ende, conocemos. Y, el futuro, lo que está detrás, porque no lo podemos ver, al no haberlo aún vivido. Toda una metáfora sobre la importancia de conocer el pasado. En Argentina, a esa relación con el tiempo, la llamamos Memoria.
VD/MF