De un modo dinámico e inestable llamaremos a la discusión entre Beatriz Sarlo y Axel Kicillof de la siguiente manera: “Variaciones sobre el concepto por debajo/por arriba de la mesa”. Puede ser reconstruida si se invierten poco menos de dos horas de vida en seguir la estela que dejó su paso. Todo está en todos lados, por lo que nadie podría invocar ocultamiento de los hechos, salvo que haya un amor muy grande de cada cual por su propia ignorancia.
En enero, Sarlo (podría llamarla tranquilamente Beatriz, como tantos que la conocen mucho menos que yo y no leyeron ni leerán ni uno de sus libros, pero prefiero caretear entre estos paréntesis las formas del afecto) recibió la invitación informal del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires de acceder a la vacuna Sputnik V antes de turno. A cambio, debía participar de una campaña a favor de esa vacuna, a la que un bloque de la Guerra Fría todavía enclavado en el Río de la Plata en 2021 llamaba “rusa”, gentilicio de rémoras anticomunistas que giraba como loco alrededor de lo que ya no existe. Eran días en los que, como ya hemos olvidado, arreciaba la incontinencia de los magnates de la esfera pública por colocar a la Sputnik V en el vademécum de raticidas de la KGB.
Unas semanas más tarde, Sarlo fue al programa de Marcelo Bonelli y Edgardo Alfano, donde se lucha cuerpo a cuerpo y a muerte contra el idioma de Cervantes. Allí dijo que la política debería pactar un acuerdo anticorrupción para que fueran presos quienes tuvieran que ir. Mariano Recalde introdujo una enmienda: que el acuerdo incluyera el compromiso de no condenar a través de los medios de comunicación, y que los delitos, “los cometa Beatriz Sarlo o Marcelo Bonelli, se juzguen en el Poder Judicial”.
En ese instante, Sarlo saltó impulsada por los resortes de la intercepción y se clavó de cabeza en la frase de Recalde, en cuyas entrañas dijo que por el momento no había cometido ningún delito, y alojó la bomba que detonó unas semanas más tarde: “Incluso me ofrecieron la vacuna bajo la mesa y dije: ‘¡Jamás!’. Prefiero morirme ahogada de Covid”.
La frase sembrada en TN comenzó a latir como un corazón delator. En dos entrevistas posteriores al cruce con Recalde, una en La Nación+, otra en la insistente TN, quisieron sonsacarle a Sarlo qué significaba “por debajo de la mesa”. La envolvieron en preguntas, se pusieron pesados. Ella, imperturbable, hizo lo que sabe: sostuvo una posición, en este caso la de no hablar del asunto excepto ante un fiscal. Sólo insistió en resaltar el matiz de la invitación a vacunarse, que describió como “vaga” y “ambigua”.
Luego, en una secuencia fulminante, Horacio Vertbisky reveló con una naturalidad estremecedora su privilegio sin contradicciones de vacunarse cuando quiso, se encendieron las lámparas en el rincón oscuro que el Ministerio de Salud destinaba a bloquear del Covid a amigotes millonarios incapaces de rechazar un átomo de su narcisismo, y se vio volar por el aire a Ginés González García. Lo que le dio la chance Sarlo de descargar sobre Vertbitsky la lección sartreana que, por lo que se deduce de su columna en Perfil del 21 de febrero pasado, titulada “La vacunación de los santos”, hacía mucho pero mucho tiempo que tenía ganas de darle.
Y un día, como era de prever, apareció en escena un fiscal de Comodoro Py, cuyas escalinatas concentran un atractivo de red carpet, perversiones judiciales, intrigas operadas en sus cajas de mármol, ficciones de inteligencia y la verdad profunda de una frase que Kafka escribió en su diario: “Nadie conoce el interior de la ley”. Hasta allí fue Sarlo, donde le dijo a los periodistas que la microfoneaban a dos centímetros del barbijo, presionando sobre la “primicia”: “¿ustedes se creen que soy pelotuda?”, cuya entonación de 2 x 4 me encantó.
El párrafo más explícito de las dos breves páginas que recogen su testimonio, y que salieron escaneadas por la fiscalía como escupida de trompetista antes de que Sarlo bajara las escaleras y subiera a un taxi, dice: “El ofrecimiento fue a fines de enero, fue por intermedio de mi editor de Siglo XXI, Carlos Díaz. Por lo que yo entendí, desde provincia de Buenos Aires estaban vacunando para lograr fotos que persuadieran a la gente. En ese momento todavía había cierta duda de la efectividad de la vacuna. Eso llegó como invitación desde provincia de Buenos Aires, a través de la esposa del gobernador de Buenos Aires, Soledad Quereilhac. Díaz me dijo que la idea era legitimar la vacuna a través de figuras públicas. Yo soy de Capital, no estaba anotada en el registro. Como Soledad fue alumna mía, ella se puso en contacto con mi editor. Yo no tendría problemas en ponerme la vacuna, pero no quería que la vacuna se transforme en un ‘toma y daca’, por vacunar a una persona conocida. Es decir, estaba esperando que me tocara, de acuerdo a mi edad y mi lugar de residencia”.
Leí diez veces esas líneas, auxiliadas por la correspondencia entre Beatriz Sarlo y Carlos Díaz sobre el asunto, en el que no hay a la vista mails entre Soledad Quereilhac y Beatriz Sarlo. De las interpretaciones que puedan hacerse ajustándonos a los hechos verbales de la declaración sin caer en la tentación de inventar ninguno, me quedo con que fue una “invitación” de la provincia de Buenos Aires, “a través” de Soledad Quereilhac y “por intermedio” de Carlos Díaz. En apoyo al lector dummie, pido que se tenga en consideración que de los tres eslabones de esta cadena de transmisión, quien invitó a Sarlo fue la Provincia de Buenos Aires, y que quien le escribió fue Díaz, invocando que había sido Quereilhac la que le dio la idea al gobernador Kiciloff.
Si yo fuese el director de este diario, o de cualquier otro en el que pudiera actuar con soberanía sin que me esté quemando la cabeza algún magnate, habría titulado: “Sarlo declaró que la Provincia de Buenos Aires la invitó a participar en enero de una campaña de persuasión a favor de la vacuna Sputnik V”. Con esta bajada: “La rechazó porque no quiso un ‘toma y daca’”. Es medio largo, ya sé, pero ¿se entiende, no? Y si faltara a la verdad de los hechos verbales de la declaración, ¿me lo dicen? No quisiera ser un titulador forro de nadie.
El taxista que devolvió a Sarlo a su casa de Caballito no había bajado todavía la bandera, que ya se habían desatado duchas de hagiografías decididas a romper relaciones con el hecho, un fenómeno enloquecedor que consiste en sustituirlo con toda la violencia que se necesita para que no quede nada de su verdad, y luego montar sobre el sustituto un idioma inadecuado, circular, antianalítico, irracional para juzgarlo mediante el bombo legüero de la indignación.
La Nación dijo: “Beatriz Sarlo declaró ante la justicia que la esposa de Kicillof le ofrecío vacunarse antes de tiempo”. El corresponsal de TN en Comodoro Py dijo: “Sarlo declaró que el ofrecimiento de aplicarse la vacuna Sputnik V le llegó a través de Soledad Quereilhac, la esposa del gobernador Kicillof”. Infobae dijo: “Beatriz Sarlo dijo que la esposa de Axel Kiciloff le ofreció vacunarse en enero”.
Sarlo debió haber advertido la escalada que el uso fabril del malentendido hizo de su declaración, y salió a controlarlo con, al menos, dos entrevistas extensas. Una fue concedida a la hermosísima parejita de Leucos, que como bien sabemos los que consumimos Radio Mitre hasta que nos llegue el turno en la granja de rehabilitación, son de una calidad humana fuera de lo normal y, desde siempre, grandes lectores de la obra de quienes llaman “Beatriz”. Las discusiones en voz alta entre los Leucos “Changuito” y “Pá” sobre si Borges es o no es un escritor de las orillas, son famosas y desbordan en frases inolvidables.
La otra, concedida a la dupla Diego Iglesias – Alejandro Bercovich, fue salada, tuvo el rock and roll que Sarlo inocula en las discusiones cuando se calienta, y es la que podemos identificar con su rectificación, una ligera maniobra de reacomodamiento semántico que sustrajo el concepto “por debajo de la mesa” de la discusión, aunque se negó a darle un reemplazo.
El momento clave de esa charla fue cuando le preguntaron si ella no era consciente de que algunos medios “sobreutilizaban” sus declaraciones, y le dieron el ejemplo de La Nación. Sarlo les contestó que ella no tiene nada que ver con eso. No puede tener más razón. ¿Qué responsabilidad puede tener alguien que dice A y luego dicen que dijo Z?
Los que salieron a cazar el “Por debajo de la mesa” y lo cantaron durante un mes como al bolero homónimo de Armando Manzanero, no le permitieron dos veces la rectificación: cuando declaró en Comodoro Py, y cuando se rectificó un poco a las puteadas en la charla con Iglesias y Bercovich. Sencillamente, no se considera aceptable la inclusión de ningún factor que altere la composición del hecho sustituto. La tapa yo diría sórdida de Clarín, atenazada a una especie de TOC, un día después de que el circuito de la discusión tenía todo para poder entenderla, no nos deja mentir: “Sarlo dijo que la esposa de Kicillof le ofreció una vacunación VIP”. De todos los poderes ostentados en esta insistencia, el más evidente es el poder del desvío: que el río de los hechos nunca llegue a su desembocadura natural.
La pregunta es si hay que relacionarse con esa locura. ¿Es con eso que hay que discutir al costo de perder el principio de razón que debe organizar los intercambios de sentido, o sencillamente, hay que reírse de esa neurosis identificada con el poder que la financia? Porque si uno centrífuga la suciedad calculada que rodeó el caso Sarlo, la discusión digamos pura entre ella y Axel Kicillof fue muy buena. Y fue honesta por parte de ambos aún en el desacuerdo, cuya continuidad está garantizada tratándose de un gobernador peronista de la provincia de Buenos Aires y una intelectual que no oculta su antiperonismo.
Si el aparato perceptivo de Sarlo detecta que viene por abajo lo que en realidad se desliza por arriba por una falla de origen de ese aparato que bloquea “lo peronista”, no es asunto de esta columna, que más bien tiende a comprender que no hay percepción sin falla, aún en los sistemas más refinados, como el de Sarlo. Y no hay nada que reprocharle a quien deja ver la totalidad de su pensamiento que, huelga decir, se organiza siempre a favor del nivel sensible de la percepción, más que el de la inteligencia.
En todo caso, yo le reprocharía que le guste más Juan José Saer que César Aira. Ahora: ¿se puede reprochar un reflejo sensible, por más que a ese reflejo se lo invista luego de razones? ¿No hay acaso poesía, es decir romanticismo, detrás de un ensayo? ¿O acaso Sarlo no escribió textos inolvidables sobre Saer, Borges, Sebald, Chejfec y tantos otros sencillamente porque le gustaban?
Sarlo consideró una infracción de dimensión ética la invitación que Kicillof formuló desde una dimensión política; y describió la vacunación fotografiable como un acto publicitario que actuaba contra las enseñanzas ¿lentas, profundas? de la literatura en la que se formó Soledad Quereilhac. No le gustó la oferta. Punto. Y aquí hay un choque de trenes, asociado a la velocidad. Por las razones ya argumentadas en nombre de su posición ética, Sarlo debía esperar. La política, que justamente no es literatura, y que detectó la resistencia social (no libre, sino inoculada) de vacunarse con un “misterio ruso”, no podía absorber la misma pausa ética a la velocidad de un individuo. Por eso, la política, aun la más ética, es por definición más sucia que el campo intelectual, que alardea de su limpieza en la pasividad. Y, en efecto, quizás haya habido algún error en la oferta, pero siempre por arriba de la mesa.
Kicillof, formado en otra escuela de lectura que la de Sarlo, vio con sagacidad que el asunto no era entre ella y él, quienes discutieron por encima de la red con un elegante sentido del control del daño ajeno. Después de todo, son dos personas que le han dado la vida a la discusión y, por lo tanto, al reconocimiento de los demás. El problema, más cantado que el Arroz con leche, se presentó cuando los magnates que fuman en los polvorines de la esfera pública, sacaron la liebre que corría y pusieron en su lugar un gato embalsamado (el gato apelmazado de siempre).
Ese es el triunfo de la literatura horribilista del periodismo fabril que, para darle a los hechos un malentendido terminal, derivó en una denuncia en tribunales del sicofante Yamil Santoro contra Soledad Queirelhac. En un manual del delirio político, no encontraríamos una escena tan desconectada de los hechos que se invocan para impulsarla, ni tan vergonzante para quienes la montan.
JJB