Un viaje imperfecto
La palabra perfecto proviene del latín perficere, que se compone del prefijo per, completamente, y la raíz facere, que significa hacer. En el libro más leído del mundo, la Biblia, aparece unas ochocientas veces.
La imperfección, por el contrario, es inherente a nuestra condición de humanos y mortales, es el motor que se enciende cada mañana, cada vez que renovamos nuestro deseo de vivir. La ambigüedad, la contradicción, están mucho más cerca de nuestra especie que esa anhelada completud.
¿Qué pasaría si nos enfrentáramos a situaciones que cuestionaran nuestras creencias más arraigadas?, se preguntan Ornella Benedetti y Santiago Silberman, licenciados en Psicología y fundadores de RedPsi, en su nuevo libro, justamente titulado Imperfectos. Ambos autores son egresados de la UBA, formados en psicoanálisis, con experiencia clínica en adicciones y en trastornos de la conducta alimentaria.
Probablemente nos sentiríamos confundidos, amenazados y llenos de ansiedad, arriesgan. “Reconocer que no poseemos la verdad absoluta es inquietante. En cualquier instante, podríamos tener que afrontar imprevistos. Y aunque nos esforcemos por hacer todos los preparativos para prevenirlo, nunca podemos evitar por completo que algo -incluso algo bueno- nos pueda tomar por sorpresa”.
A veces la imperfección toma forma de síntomas: tristeza, depresión, ansiedad, ataques de pánico, fobias y TOC. Son respuestas psicosomáticas a un desencaje entre la emoción que irrumpe, el funcionamiento de nuestro cuerpo y el afuera.
“La angustia es el único afecto que no engaña”, decía Jacques Lacan. Pero ¿disponemos de herramientas para enfrentar lo imprevisible? Para sentirnos más tranquilos, dice esta pareja de porteños, especialistas en la psiquis humana, “creamos explicaciones que nos ayudan a darles un sentido, como suele ocurrir ante la muerte de un ser querido, cuando intentamos encontrar un ‘por qué’.”
Esas explicaciones son lo que llamamos sentido común que, a diferencia de lo que su nombre indica, es el menos común de los sentidos. “Cada uno de nosotros pensamos y sentimos cosas diferentes, como consecuencia de haber tenido vivencias y aprendizajes únicos. Incluso dos hermanos pueden recordar y reaccionar de forma distinta frente a la experiencia de una infancia violenta. Uno de ellos puede perpetuar aquel maltrato recibido en su vida adulta y argumentar que es consecuencia de su dura infancia, mientras que el otro podría querer evitar en el futuro todo tipo de violencia, justamente porque no desea repetir el mismo patrón de conducta. Es decir, el sentido común actúa como unos lentes a través de los cuales vemos el mundo; es la versión personal, subjetiva de la verdad”.
“Las emociones reprimidas nunca mueren; son enterradas vivas y salen más tarde en peores formas”, habría dicho Sigmund Freud.
“Tomemos el momento en que, en lugar de culpar a nuestra pareja, por su supuesta infidelidad, descubrimos que en realidad fuimos nosotros quienes descuidamos la relación”, se plantean como una eventual hipótesis Benedetti y Silberman. O aquel instante en que nos damos cuenta de que, “a pesar de haber criticado nuestro trabajo durante años, nunca tomamos la iniciativa de buscar algo mejor”. O incluso “cuando entendemos que nuestra madre no cambiará sólo porque se lo pidamos, y que somos nosotros quienes debemos decidir cómo relacionarnos con ella o si seguimos esperando que sea diferente”. En estas situaciones, la angustia surge al confrontar que nuestra percepción de la realidad no está alineada con la naturaleza de las cosas, “como si intentáramos que un cuadrado ingresara en un círculo”, comparan los autores de Imperfectos, quienes en 2020 escribieron el volumen Verdades no dichas,
Para protegernos de la angustia, a menudo nos aferramos a nuestras creencias con una rigidez extrema. “Esta obstinación no surge tanto del deseo de tener razón, sino del miedo profundo a no tenerla, porque admitirlo nos obligaría a enfrentar el desafío del cambio”, sostienen.
“El miedo no evita la muerte, el miedo evita la vida”, señala el escritor egipcio Naguib Mahfuz. Y, sin embargo, ¿acaso no resulta más sencillo quedarse en lo conocido, aunque sea incómodo, que enfrentarse al miedo de buscar algo desconocido, aunque podría resultar mucho mejor? “Cambiar implica un esfuerzo y un dolor significativo, ya que muchas veces conlleva a renunciar a algo que nos cuesta dejar atrás. Esta rigidez en cómo nos percibimos nos conduce a forjar explicaciones causales simplistas, fórmulas binarias, donde no existen matices o puntos intermedios, nos ofrecen una falsa sensación de seguridad y previsibilidad en mundo incierto y complejo.
“Si tuve una infancia difícil, mi adultez será terrible”. “Si me mintió es porque no valgo para él”, son condicionales binarias.
Puede que en un determinado momento de nuestra vida la narrativa que construimos no coincida con el curso de la vida que se despliega ante nosotros. “En esos momentos, cuando se sacude nuestro mundo, emergen las crisis personales”.
Son puntos de inflexión en los que acostumbrados a poder con casi todo, de repente nos encontramos con que algo se nos escapa. O bien, desde la impotencia de no poder con algo, nos sorprendemos alcanzando un logro que no creíamos posible. O quizás, con la creencia de que todos son inútiles nos encontramos con que alguien puede y esto nos hace cuestionar nuestro actuar, ya que hasta ese momento siempre fuimos los salvadores de los demás.
La existencia humana es variable y llena de matices. Aceptar y vivir en posiciones medias nos permite abrazar una gama más amplia de experiencias y emociones, evitando la rigidez de las posiciones absolutas.
El mundo es un lugar repleto de incertidumbre, donde las creencias fijas se caen. “Creí que viviríamos el resto de nuestra vida juntos”, “No pude terminar mis estudios después del embarazo”, “Me duele que mi padre haya muerto, siempre soñé que presenciaría mi boda”. A veces, aquello que nos contamos acerca de la vida no coincide con lo que realmente sucede. Nuestro mundo se sacude y entramos en crisis personales que pueden causarnos miedo, ansiedad, angustia, tristeza, depresión, ataques de pánico, fobias. Sobre eso escriben Benedetti y Silberman, dándole espacio a poderosas preguntas para abrazar cada proceso, enfrentar el cambio que paraliza y animar a los lectores a vivir.
La angustia muchas veces se infiltra en nuestras vidas, reflejando el dolor inherente a lo inevitable de la pérdida que no sólo se limita a objetos y personas; se extiende a las decisiones que tomamos, donde cada elección conlleva la renuncia a otras posibilidades. También descubrimos, que la ansiedad, las fobias, los ataques de pánico y las enfermedades psicosomáticas están vinculadas a nuestras resistencias a enfrentar esa angustia.
“No existen recetas mágicas o métodos infalibles para lograr una vida plena. La clave radica en aceptar que las pérdidas forman una parte natural e ineludible de nuestra existencia y que, a pesar de ello, es posible disfrutar la vida”, aseguran. La belleza de la vida se encuentra en su carácter efímero, transitorio. Incluso la inmortalidad nos privaría “de la capacidad de valorar, porque lo permanente termina perdiendo su valor”. La presencia de un final le da sentido a todo nuestro viaje.
LH/MF
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