Me acuerdo que César Aira solía describir la potencia que tenían algunas frases de Osvaldo Lamborghini: “Un Sebregondi con plata es un Sebregondi con –tento”. Ahí la palabra “tento”, que Osvaldo creaba a partir de romper la palabra contento- y siguiendo el magisterio de su hermano mayor quien en el poema Verme directamente pareciera que está aprendiendo a hablar- se volvía otra cosa, se disparaba para todos lados.
Muchas veces pasó que me encontré con personas que hacían diatribas contra una película o contra libros y estaban con “tentos”. Qué sería ese “tento” que ellos disfrutaban ya que si uno se pone a pensar que estas personas son amantes de los libros y de las películas no se ve por qué les puede dar placer, alegría, que salga un libro malo o una peli que les parece mala.
Mi amigo Adrián, un voraz lector de novelas difíciles, largas, interminables, es otro tipo de lector. A él le gusta recomendar libros, no aconsejar que no se lea tal o cual otro. La semana pasada me dijo que me había conseguido el libro de un autor al que yo nunca había escuchado nombrar. Una novela de mas seiscientas páginas, La vida en tiempos de paz, de un escritor italiano que se llama Francesco Pecoraro. Según dice la contratapa de la editorial Periférica , Pecoraro nació en 1945 y ésta es su única novela. La vida en tiempos de paz tiene la ambición Joyceana de contar la historia del ingeniero Ivo Brandani, quien mientras espera un vuelo que lo lleve de regreso a su casa, recuerda –junto al narrador omnisciente- toda su vida hasta ese momento, en un solo día.
Doris Lessing decía que si le damos a nuestra existencia todo el peso fenomenológico de cada instante, entonces a los diez años ya hemos vivido un montón. Algo de esta apreciación subyace en esta novela total que ambiciona no solo narrar la vida de un ingeniero, sino la vida de un continente –Europa- atravesado por las guerras pasadas y por las posibles guerras venideras.
Pero yo, al momento de escribir estas líneas, no leí la novela completa. Porque mi amigo Adrián me propuso un ejercicio de taller literario. Me dijo que tal vez la novela completa me iba a agotar pero que a él le gustaría saber mi opinión del capítulo titulado Sofrano y que lo comparara, porque para él tenía un eco, con el cuento Japonés de Fogwill. Y el capítulo, dentro de una novela voluminosa, es un relato largo de casi cien páginas. Narrado en tercera persona pero con intrusiones de los pensamientos de Ivo Brandani, cuenta la breve historia de un viaje en barco que termina casi en un thriller psicológico donde tres personajes: De Klerk, un alto ejecutivo de una empresa, Savina, su mujer, e Ivo quien trabaja en la empresa y es un subordinado directo de De Klerk hacen a las islas griegas. Cuando empieza el capítulo, casi a la manera de Fogwill, el narrador nos describe como es De Klerk, el hombre nuevo que no imaginó el Che Guevara y que es el operador central del sistema capitalista (el slogan debería ser: algún culo va a sangrar!) al que no le importa nada de nada pero viste de manera impecable: “Perfectamente bronceado en verano y en invierno –no sólo la cara sino también las cuidadísimas manos- , llevaba una sutil alianza de oro ni demasiado amarillo ni demasiado mate. Pelo siempre recién lavado, aún espeso aunque se acercara a los cincuenta, es decir que pareciera próximo a esa edad, porque en el nivel bajo de los responsables técnicos de sectores limitados a los que pertenecía el joven Ivo por aquellos años se sabía poco de De Klerk y ese poco consistía más en habladurías que en otra cosa. El pelo empezaba a encanecércele un poco y lo llevaba liso, peinado hacia atrás, cortado con precisión , aunque un poco revuelto con la abundancia necesaria en el cogote para rozar el cuello de la camisa rigurosamente a la francesa, perfecto, es decir, no demasiado abierto, y de tres dedos de alto. Camisas hechas a medida, con rayitas sutiles, rosas y azules, o bien azules y verdes, de un espesor minuciosamente calibrado para que se pudiese distinguir, incuso a cierta distancia, que no se trataba de una camisa de colores sino de una camisa blanca con rayas de colores. En el costado, abajo a la izquierda, resaltaba discretamente el monograma NDK. Su aspecto general era el de alguien que acaba de darse una ducha muy tonificante, siempre parecía recién salido de la ducha, con el cuerpo perlado de gotitas y de fragancias aromaticas”. Después de esta descripción tan genial, no pude soltar el libro hasta terminar el capítulo. Sobre todo porque pude meter mi propia experiencia y pensé en todos los Nico De Klerk que me crucé en mis trabajos, esos hombres perfectos, bien vestidos, que parecen no transpirar pero que son implacables a la hora de hacer correr sangre en una empresa, siempre y cuando la sangre sea la de subordinados y empleados menores. Esos príncipes que el Capital desova para que los dueños del mundo –que son invisibles y apenas unos cinco o seis- se ocupen de ordenarlo todo y decir quién es quién en esta tierra.
Ivo Brandani es un joven ingeniero que está fascinado por De Klerk a pesar de que éste representa todo lo que a él no le gusta, todo lo que en su momento se propuso combatir. “Nunca sere uno de ellos”, dice Ivo que viene de probar el dulce de las consignas del mayo del 68. Pero el poder encantatorio de la derecha es fatal, nadie resiste un atemporada en el desierto tentado por De Klerk.
Ahora que terminé el capítulo, voy a leer la novela completa, pero no me importa si lo demás no está a la altura de lo que acabo de leer. Mientras duró la lectura, tuve esa alegría que se siente cuando te apurás para volver a casa porque estás leyendo un libro hermoso. Pensé en Japonés, el cuento genial de Fogwill, en las varias veces que lo volví a leer. Japonés –ese cuento de fantasmas- sería una precuela de Sofrano, el capítulo de Pecoraro. Porque a Nico De Klerk alguien le lleva el barco preparado para que se pueda subir en el Puerto que él desee, y en Japonés son dos tipos los que navegan ese barco para que otro, el dueño, lo utilice.
A veces para corregir una novela, no es necesario leerla toda, eso lo vimos bien en los grupos de taller. Corregís un capítulo y podés corregir después toda la novela siguiendo los mismos esquemas que surgieron en la corrección. También para que te guste una novela o una película o un libro de cuento, no es necesario que te tenga que gustar el libro completo. Eso es algo que padecemos como occidentales que somos y que vemos en lo lleno algo central.
A veces un verso bueno salva a un poema, una canción genial a un disco, un momento de una película hace memorable a la película entera. No sabemos disfrutar la singularidad, los altibajos: queremos todo. No hay ninguna persona en el mundo que pueda darnos todo, porque eso es imposible y lo imposibe siempre es traumático. Sin embargo, hay personas que hacen lo inesperado. Personas que en medio de la lluvia ácida del día, salen igual a buscar comida para cocinarle a un ser querido, personas que se ocupan de otras personas que la están pasando muy mal, gente que agarra el auto y lleva libros para que lea alguien que está enfermo, seres humanos que te dicen que, si no podés dormir, hay un bar abierto durante la noche, ciclistas que paran para dejar pasar a los que van a pie, coches que se detienen para socorrer a alguien. En el medio de la más poderosa oscuridad alguien te recomienda el capítulo de un libro. Démosle las gracias.
FC