Puede haber casas deshabitadas, abandonadas, hechas pedazos, pero no existe la casa que nunca fue habitada, ya que para el hecho de construirla se necesita gente que la habite. ¿Ves esa luz?: es un sereno que tal vez lee o se cocina en la obra en construcción. Todavía le falta al edificio, pero poco a poco va tomando su forma y a los que vivimos cerca nos muestra el implacable paso del tiempo.
En la casa donde nací había muchos cuartos. Y patios inmensos, en ellos jugábamos a la pelota con mis amigos y hasta quedaba lugar para el taller de mi padrino Bruno, quien había venido de Italia después de la guerra con el título de Bellas Artes y se había puesto a dirigir una fábrica de muebles. Mi papá, que practicaba una cantidad dispar de oficios, en ese momento estaba trabajando en esa fábrica. Mi papá también estudió Bellas Artes e hizo teatro independiente. Mi primo –el hijo de mi tía- que vivía en mi casa, en la pieza de adelante, había estudiado Bellas Artes y se recibió de profesor. No tenían una concepción aristocrática del arte, el arte era algo que podía hacer cualquiera, era popular. A una de las piezas de arriba de la casa de mi padre vino a vivir una temporada corta Leonardo Favio, cuando llegó de Mendoza. Un amigo en común del mundo del teatro independiente le pidió a mi padre que lo ayudara a Favio con un lugar para dormir. Cuando nació mi tercer hermano, le pusieron Leonardo por Favio. Favio también tuvo siempre una concepción popular del arte.
Mi papá se dio cuenta rápidamente que era un mal actor y que, si quería mantenernos, tenía que dejar eso de lado y encontrarle la vuelta al asunto. Decidió convertirse en secretario privado o representante de los actores que empezaron con él y a los que les iba bien. Nunca nos transmitió como frustración tener que dejar de actuar. Simplemente nos contaba que en una obra de teatro en la que había actuado en la calle Corrientes, él hacía de dentista y cuando salía al lobby para escuchar qué decían los espectadores, todos concordaban en que la obra estaba buena pero que “el muchacho que hacía de dentista era malísimo”. Solía contar esto en las reuniones familiares y todos nos matábamos de risa. Si no tenés una gran capacidad de frustración, parecía querer decirnos mi padre, la vida te va a convertir en un frustrado. Y te va a hacer pedazos.
Lo cierto es que mi padre desarrolló una afición por la fotografía. Tenía una cámara pequeña y sacaba fotos. No tenía ambiciones artísticas. Sólo quería sacar fotos. En sus fotos, que en su mayoría muestran los estudios de televisión, están todos los representantes de la contracultura argentina, posando: Olmedo, Rolo Puente, Los hermanos Sofovich, Susana Romero, Polvorita, Adriana Brodsky, César Bertrand, Vicente La Russa, María Rosa Fugazot, etc. No hay composición de cuadro, ni capturas espontáneas. Es sólo gente que mira a mi padre, gente que mi padre mira en un momento del siglo pasado.
Si no tenés una gran capacidad de frustración, parecía querer decirnos mi padre, la vida te va a convertir en un frustrado. Y te va a hacer pedazos.
La vocación es un boomerang que uno tira un día por la terraza y que vuelve cuando menos lo esperamos. Mi hermano Juan, influenciado por mi padre y mi primo que sacaban fotos, empezó a hacerlo desde chico. Pero un día se le ocurrió seguir el otro sendero de los dos caminos que se le bifurcaban: quiso ser representante de artistas como papá. Empezó con un amigo a representar artistas del indie y le pidió a mi padre que le organizara un lanzamiento. Mi papá movió el aparato y le consiguió un lugar, artistas importantes invitados, periodistas. Mi hermano le dijo a sus amigos que vinieran “con alguien conocido”. Un amigo de un amigo de mi hermano vino con un tipo que había visto en los diarios y que vivía en su edificio. Era Alfredo Astiz. Cuando llegó, se armó un escándalo, alguien le quiso pegar a Astiz y los artistas que mi padre había convocado trataban de salir por la ventana con tal de que no los fotografiaran con Astiz. Así terminó la carrera de mi hermano como representante y empezó la de fotógrafo.
Da la impresión de que la verdadera vocación te busca, aunque intentes eludirla. Mi hermano hace fotos hermosas, sencillas, como los relatos de Lucía Berlin, no tiene pretensiones artísticas y tal vez por eso sus fotos tengan una potencia inusual.
Una cosa es pensar que tenés talento y otra muy distinta es pensar que podés lograr una disponibilidad espiritual, construir un canal para que el talento – que no te pertenece- se exprese a través de tu subjetividad.
Es mejor no apegarse a nada, como dice un viejo poema taoísta: “En todas partes y en todo momento/la mente está apegada a algo/. Apresurate a separarte de ello. /Si te quedás atrás por algún tiempo/se convertirá otra vez en tu vieja ciudad natal”.
FC