La escena transcurre en el asado familiar el domingo previo a las elecciones. Durante la sobremesa comienza una charla picante sobre política, políticos y candidatos destinatarios de nuestros votos. En la zona media de la mesa, poblada por treinta y cuarentañeros, las cartas están a la vista, no hay novedades ni sorpresas, sí resignación. En los extremos la cosa es bien distinta. De un lado mi sobrina Lara, laburante y estudiante de psicología, a punto de cumplir 19 no sabe a quién va a votar. No sabe siquiera si irá a votar. Del otro, mi tío José, pediatra jubilado, de 80. Aunque desde hace 10 años no tiene la obligación de votar, nunca hasta ahora dejó de hacerlo. Esta vez lo está pensando.
Si hay algo en lo que coinciden todos los analistas políticos es en su propia desorientación respecto al comportamiento del electorado. El resultado que arrojan las encuestas juega más como un instrumento motivacional (¡vamos que podemos!) que predictivo. Cada día que pasa cae el porcentaje de votantes que tendrían su voto decidido. Se habla ahora de un exiguo 30% en tanto el 70% restante se encontraría en una zona indescifrable. ¿Será contagiosa la indecisión? Si un importante grupo de la población se manifiesta indecisa, ¿habrá otro que comenzará a cuestionar su decisión? Mi no fiable muestra familiar me revela que las convicciones están muy delgadas y las decisiones muy guiadas por el mal menor.
Ahora, los integrantes de la mesa se dividen en charlas por subgrupos de proximidad. Se abren conversaciones paralelas. ¿Por qué quebró tu empresa? Por un estrés financiero, no pudimos cubrir con los ingresos el total de las erogaciones y no conseguimos financiar ese déficit. Y ¿por qué no alcanzaron los ingresos? Porque, aunque los gastos se mantuvieron estables, cayeron fuertemente las ventas. Y ¿por qué bajaron las ventas? Por un cambio en el comportamiento de nuestros consumidores por la aparición de una novedosa tecnología. En realidad, no quebramos por un estrés financiero, fue por no habernos anticipado o reaccionado velozmente a los cambios del mercado. En este dialogo entre dos primos emprendedores, uno de ellos, el interrogador, sentencia: cuando miramos hacia atrás, cuando buscamos una causa, un diagnóstico, una explicación, debemos preguntar varias veces por qué. La primera respuesta siempre suele ser incompleta o engañosa. Los escucho y pienso: cuando miramos hacia adelante, ¿cuál es la pregunta que debemos hacer?
Vuelvo al rincón político de la mesa en donde abundan consignas sobre lo que se debe hacer con urgencia en nuestro país. Hablan de reducir la pobreza, controlar la inflación, aumentar las reservas, incrementar el ingreso de divisas, crear más y mejores puestos de trabajo, combatir la inseguridad, promover el alcance y la calidad de los servicios de salud, educación, acceso a la vivienda… Recuerdo una frase que leí hace algunos años en un incunable sobre el negocio del fútbol: las intenciones sin gestión son solo intenciones, pero la gestión sin resultados es solo gestión.
Cuando miramos hacia adelante, cuando pretendemos representarnos el futuro que nos proponen, debemos preguntar ¿cómo lo harán? Un ejemplo random solo para bajar a tierra esta idea: Dolarizar sí, pero ¿cómo? La pregunta sobre el cómo es la parada final de propuestas impracticables.
El primo, cuyo emprendimiento colapsó este año, interviene decidido y comenta que un profesor de finanzas solía decirle que el papel aguanta cualquier cosa, y que el verdadero desafío es llevar las ideas del papel a la práctica. Lo escucho y pienso que entre “el mejor equipo de los últimos 50 años” y los “funcionarios que no funcionaron” hay más coincidencias que diferencias. Y vuelvo, repetitivo, a la frase: la gestión sin resultados es solo gestión.
¿Quién no ha sentido que lo que dice en un momento se contradice con lo que había dicho minutos antes? Desde una trivial e inofensiva charla familiar a una formal y pretenciosa reunión de hacedores de políticas públicas, afloran disimuladas inconsistencias, propuestas, ideas, razonamientos que no pueden superar la segunda o tercera pregunta del ¿cómo lo harías? Pero, claro está, no es lo mismo ser inconsistente conversando en un asado familiar que serlo tomando decisiones que impactan sobre la vida pública.
Apatía, rechazo, bronca, indiferencia y, finalmente, resignación es lo que parece estar tomando a gran parte de la población en estos días. Las decenas o cientos de propuestas vacías de consistencia, causan o al menos potencian esos sentimientos. ¿Y si nos corremos unos centímetros del recurrente antídoto de más y mejor política al que se alude siempre para contrarrestar estos síntomas y nos preguntamos por el cómo? ¿cómo sería en la práctica más y mejor política? Solo para empezar, sería que exijamos explicaciones a los candidatos respecto a cómo piensan lograr lo que proponen y no nos contentemos con eslóganes efectistas. Sería que cambiemos de canal o de RRSS cada vez que nos encontremos con publinotas disfrazadas de entrevistas (que por cierto son la mayoría de las veces). Sería que exijamos la publicación de las plataformas de los candidatos (hoy existe una sola publicada y es un decálogo de buenas intenciones). Sería que exijamos debates entre los candidatos. Sería que esos debates fueran desarrollados con una metodología que sirva a los intereses del análisis, la comprensión y el entendimiento. Sería que esos debates fueran conducidos por personas con la aptitud para preguntar varias veces cómo. Sería…
“La política” somos todos, quienes la proponen y gestionan y quienes elegimos a quienes la proponen y gestionan. Miremos para este lado: más y mejor política, también, depende de nosotros.
MS