El general Juan Domingo Perón, fundador del movimiento de masas que signó la historia de Argentina, fallecía el 1 de julio de 1974 en el ejercicio de su tercera presidencia constitucional, con lo que el país quedaba huérfano de liderazgo en medio de una creciente espiral de violencia política que anticipaba la irrupción del terrorismo de Estado.
Perón volvió definitivamente al país el 20 de junio de 1973, pero lo que debía ser una fiesta popular que iba a celebrarse en la inmediaciones del aeropuerto de Ezeiza se convirtió en una tragedia. Sectores de izquierda y derecha del peronismo se enfrentaron con armas de fuego en una jornada que dejó un saldo impreciso de muertos y heridos.
Esos hechos determinaron la renuncia de Héctor Cámpora a la presidencia, tras 50 días de gobierno, y el adelantamiento de las elecciones en la cuales el viejo caudillo se presentó al frente de una fórmula que también integraba con su mujer, María Estela Martínez de Perón, conocida popularmente como Isabelita.
El líder del justicialismo se consagró presidente por tercera vez con el 62 por ciento de los votos el 23 de septiembre, en tanto que la fórmula del radicalismo que integraban Ricardo Balbín y Fernando de la Rúa obtenía menos del 21 por ciento de los votos.
Sin embargo, la confrontación entre los sectores ortodoxos y la tendencia revolucionaria del peronismo prosiguieron y se convirtieron en una constante a partir del segundo semestre de 1973. Dos días después de este contundente triunfo electoral, el dirigente metalúrgico José Ignacio Rucci era asesinado a balazos en las calles del barrio de Flores, en un hecho que llevó el signo de la organización Montoneros.
En paralelo, la banda parapolicial Tripe A (Alianza Anticomunista Argentina), bajo el amparo del ministro de Bienestar Social, José López Rega, inició una campaña de persecución y asesinatos contra dirigentes y personalidades identificadas con posturas de izquierda. El sacerdote Carlos Mugica, un religioso comprometido con la opción por los pobres, era asesinado y se convertía en una de las víctimas emblemáticas de la Triple A.
Unos días antes de ese crimen, Perón llamó “imberbes y estúpidos” a los Montoneros, que se retiraron en medio del discurso del líder por el 1 de mayo. día del trabajador.
En materia económica, y bajo la conducción del ministro José Ber Gelbard, el gobierno lanzó una política de precios máximos y un pacto social con el que buscó contener la inflación.
Si bien Gelbard alcanzó ese objetivo en los primeros meses de su gestión, el contexto internacional de la crisis del petróleo conspiró contra el éxito de su proyecto económico.
En mayo se registró una inflación del 3 por ciento; había desabastecimiento de algunos productos de la canasta básica y, ante este panorama, Perón decidió dirigirse a la población por cadena nacional de radio y TV, en el mediodía del 12 de junio.
“Siempre que la economía está creciendo y se mejoran los ingresos del pueblo aparece el mercado negro. El gobierno no puede estar cuidando el bolsillo de los zonzos que le hacen el juego a los especuladores. Si el esfuerzo que hacemos es inútil, no titubearé en dejar este lugar para que lo ocupe otro”, señaló el mandatario.
La CGT decretó un paro en respaldo al Presidente y, en cuestión de horas, la Plaza de Mayo estaba llena, y en ese escenario, Perón pronunció su último discurso.
“Ni los especuladores ni los aprovechadores de todo podrán, en esta circunstancia, medrar con la desgracia del pueblo”, remarcó el líder ante la multitud de trabajadores.
Allí cerró su discurso con una frase que quedó marcada a fuego en la memoria popular: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música, que es la palabra del pueblo argentino”.
Un día después de hablar en Plaza de Mayo, el viejo general viajó a Paraguay con el propósito de visitar al presidente Alfredo Stroessner, y allí, mientras realizaba actividades protocolares bajo una fuerte llovizna, contrajo una broncopatía infecciosa.
A los 78 años, Perón padecía problemas cardíacos que acarreaba desde su estadía en España, donde en 1971 había sufrido un infarto debido a una obstrucción arterial. La afección pulmonar que lo enfermó en esos días no hizo más que agravar el cuadro cardíaco que padecía, y, por eso, los médicos Pedro Cossio y Jorge Taiana -conocedores de los antecedentes clínicos del presidente- recomiendan que guarde reposo absoluto en la Residencia de Olivos.
El 20 de junio, el cuadro clínico del Presidente se agravó, pero por decisión de López Rega e Isabelita se informó que Perón padecía “un fuerte estado gripal”, sin brindar mayores precisiones.
Cossio y Taiana le recomiendan entonces a Perón que deje su cargo y “se tome un largo descaso en un lugar templado y seco”, pero el líder, aún con la poca salud que le quedaba, desoye los consejos.
No obstante, el sábado 29, en horas del mediodía debe delegar el mando en Isabel, y aunque los partes de prensa hablan sobre una supuesta mejoría, lo cierto es que su estado empeora.
En la mañana del lunes 1 de julio de 1974, Perón recibe la extremaunción de parte del sacerdote Héctor Ponzio en Olivos, y las 10.25 experimenta un paro cardíaco del que es reanimado por los médicos.
Dos horas después, el hombre que había sido electo en tres ocasiones presidente constitucional de Argentina experimenta otra crisis similar. En esa especie de sala de terapia intensiva que se había montado en la residencia presidencial, el equipo de médicos que lo atiende intenta reanimarlo durante una hora, pero no lo consigue.
A las 13.15, Cossio y Taiana, junto con los doctores Domingo Liotta y Pedro Vázquez, firman el certificado de defunción, en el cual se consigna que el paciente muere a causa de “una cardiopatía isquémica crónica con insuficiencia cardíaca”.
“Ha muerto un apóstol de la paz y la no violencia”, anunció con voz entrecortada por televisión Isabel, la mujer que desde ese día gobernará el país hasta el 24 de marzo de 1976, cuando un golpe cívico militar la derroque.
El cuerpo de Perón es trasladado a la Catedral Metropolitana en la mañana del 2 julio, y por la tarde es conducido hasta el Congreso nacional, donde sus restos permanecen hasta el 4.
La congoja popular ante la pérdida del hombre que había concedido derechos sociales y ciudadanos a los trabajadores argentinos era enorme, tanto como la incertidumbre que provocaba el vacío político que dejaba con su ausencia.
Leonardo Castillo, agencia Télam.