Laura Richardson, la generala que jefa del Comando Sur del ejército de EEUU, no se verá con Alberto Fernández. En otro contexto, sería una no noticia porque por el cargo que ocupa sus audiencias son a nivel ministerial y, por eso, no corresponde -ni es habitual- que se vea con presidentes. Cuando Craig Faller, al antecesor de Richardson, estuvo en Buenos Aires en abril del 2021 fue recibido por Agustín Rossi, el ministro de Defensa pero no se reunió, y no hubo en eso ninguna anomalía, con ninguno de los Fernández. Ni con Alberto ni con Cristina.
¿Dónde nace, entonces, el ruido por la determinación de Cristina de aceptar la invitación de Richardson que no fue azarosa ni por spam? La novedad, más allá de que lo hace la vice tiene per se una relevancia que excede su cargo, radica en el movimiento de la vice, a partir de hechos conocidos, para recomponer, al menos en el relato público, su relación institucional con Estados Unidos.
A simple vista, sobre la certeza de que la vice no es silvestre ni espasmódica, sus movimientos operan sobre su propia galaxia política porque, aunque con tensiones y capítulos críticos, la relación institucional entre las dos administraciones de Fernández y Biden no parece requerir la intervención de Cristina.
Microhistoria
Corresponde hacer una micro historia. Cristina tuvo, hasta cuando anunció vía Twitter la firma del Memorándum de Entendimiento con Irán en enero de 2013, una relación correcta con Estados Unidos. Estiró, con su impronta, una dinámica instaurada por Néstor Kirchner que, a pesar de la contra cumbre por el ALCA y su perfil latinoamericanista, tenía una ancla sólida con Washington: cada año, en la ONU, condenaba el terrorismo internacional.
En 2011, Cristina logró, trabajosamente, una bilateral con Barack Obama. Ocurrió durante el G-20 en Cannes, Francia, y el demócrata, que tenía por delante su reelección, dijo que le pediría consejos a la ahora vice porque semanas antes había ganado con el 54%. En lo grueso, fue el último episodio de amabilidad explícita. Luego vino el acuerdo con Irán que rompió la empatía en torno al terrorismo y deterioró el vínculo bilateral.
Lo demás fue secuencial. La relación se enfrió, ganó Mauricio Macri, sectores K solían atribuir a acciones políticas y judiciales la influencia de EEUU -lo hizo, la semana pasada, Leopoldo Moreau respecto al Consejo de la Magistratura-, el gobierno de Donald Trump fue esencial en el megacrédito del FMI a Cambiemos, Macri perdió y perdió Trump. Ganó el FdT y luego ganó Joe BIden.
Ante la hipótesis de una derrota, y otro período de despoder, lo de la vice puede leerse como un movimiento preventivo, la búsqueda de un paraguas futuro, frente a lo que adivina que podría venir: otra andanada de fuego político y judicial.
En la mesa de arena del FdT, cuando los Fernández definieron el ajedrez de relaciones exteriores, la vice intervino sobre dos destinos en particular: la representación en Moscú propuso a Alicia Castro –que no llegó a ir, y su lugar fue ocupado luego por Eduardo “Chango” Zuain, muy cercano a ella- y la de Beijing, ciudad en la que aterrizó, luego de un período y una salida accidentada de Luis María Kreckler, Sabino Vaca Narvaja.
Fernández puso en Washington a uno de sus más viejos amigos, Jorge Argüello, que ya había ocupado ese cargo durante el segundo mandato presidencial de Cristina. En el mundo de la diplomacia se recuerda que Argüello perdió la gracia de Fernández de Kirchner por algunos eventos sorpresivos durante la presencia de la entonces presidenta por la universidad de Harvard.
Frases y guerras
A los movimientos de esos años, en los últimos 90 días se sucedieron una serie de episodios que alteraron todas las variables. A principios de febrero pasado, Alberto Fernández estuvo en Moscú y se ofreció como “puerta de ingreso” de Rusia en América Latina, una frase que generó malestar en el Departamento de Estado, y cuyo impactó se magnificó cuando, 20 días después, Vladimir Putin invadió Ucrania.
El 8 de abril, quizá para enmendar aquel tropiezo, Argentina votó a favor de suspender de Rusia en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas. La semana previa, Argüello se instaló en Buenos Aires para intervenir, minuto a minuto, en el mano a mano con Fernández y el canciller Santiago Cafiero. “Para garantizar el voto en contra”, contarán luego en Rosada.
El 23 de abril pasado, Argentina se abstuvo en la votación para expulsar a Rusia de la Organización de Estados Americanos (OEA), donde la potencia europea es miembro observador permanente. El voto sinuoso esconde, se afirma en el gobierno, una táctica: Argentina accedió a la sanción en el Consejo de Derechos Humanos pero no acompañará el plan de EEUU para expulsar a Rusia del G-20.
Con el teléfono roto con el presidente, Cristina no intervino, al menos de manera directa, en esos sucesos. Se suele atribuir al vicecanciller Pablo Tettamanti ser la voz de Cristina en la cancillería. Actores K, menos orgánicos, cuestionaron el voto contra Rusia. Luego, la vice hizo, en dos oportunidades, -una vez en Twitter, otra en su discurso en el Eurolat- mencionó a la postura crítica de su gestión hacia Rusia durante la anexión de Crimea.
Visitas
Al margen del estilo expansivo de Marc Stanley, la doble visita del embajador de EEUU a la oficina de la vicepresidente en menos de un mes activa, de mínima, un interrogante. El segundo encuentro, el último martes, puede -o debe- procesarse en otro plano porque más allá del protocolo de Stanley, recién llegado a la Argentina, la presencia de Richardson excede ese trámite, porque los contactos para concretar el encuentro empezaron varios meses atrás, según contó el periodista Iván Schargrodsky, que anticipó la cumbre hace una semana en C5N.
“Ella recibe a todos y todas. A veces se la pone en un lugar y estas cosas sorprenden”, dicen desde el Instituto Patria. Es un contrafuego similar al de su discurso ante la Eurolat donde hizo una especie de elogio del capitalismo. En boca de cualquier otro dirigente del FdT ese comentario, o la doble postal con Stanley y Richardson podían merecer una pedrada de castigo, una parrafada como la que Andrés “Cuervo” Larroque le dedicó, en Somos Radio, a Martín Guzmán la mañana del martes, horas antes de la cumbre de la vice con los funcionarios de EEUU.
El movimiento de Cristina se interpreta en varias dimensiones. En el Instituto Patria además de aquello de hablar “con todos” lo ponen en el ajedrez local: la oposición, en particular el PRO, se “adueñó” de la relación con EEUU, y los encuentros de la vice desacomodan ese statu quo. Como, además, Cristina conduce a los suyos, el giro podrá ser traducido -por el sistema K- como una genialidad estratégica.
Se ensambla, además, con una doble traducción futurista respecto al 2023. Una lectura es que la vice se enfocó en reconstruir el vínculo con EEUU como parte de una hipotética candidatura presidencial para el año próximo. Desde esa lógica, parece hacer una aproximación a la tesis del realismo periférico de Carlos Escudé, sobre aquello de que los países no centrales tienen márgenes limitados de acción y su mayor habilidad consiste en adivinar, cuando más rápido mejor, hacia donde se mueve el mundo.
No solo por la crisis internacional en torno a Rusia, sino porque la región adquiere un sesgo de giro hacia el centro. Dos casos: Lula Da Silva eligió como segundo de su fórmula al conservador Geraldo Alckmin y Gabriel Boric designó como ministro de Hacienda a Mario Marcel, que fue presidente del Banco Central de Chile con Sebastián Piñera.
Hay otra interpretación sobre este gesto de la Presidenta hacia Washington. Se asienta sobre el diagnóstico sombrío que Cristina tiene sobre las elecciones del 2023, que trasmitió en charlas privadas y suelen expresar en públicos dirigentes K. Ante la hipótesis de una derrota, y otro período de despoder, lo de la vice puede leerse como un movimiento preventivo, la búsqueda de un paraguas futuro, y superior a las inquinas domésticas cambiemitas, frente a lo que adivina que podría venir: otra andanada de fuego político y judicial como el que padeció entre el 2016 y el 2019.
PI