Alberto Fernández y Cristina Kirchner no se hablan pero se entienden, de memoria, para alimentar la furia interna del Frente de Todos. Como viejos conocidos, saben qué le molesta al otro, donde golpearse; las debilidades de cada uno. Aceptaron, por default, funcionar sin diálogo y en duelo permanente, una nueva normalidad tóxica que es peor que los desencuentros pasados y que no ofrece señales de que pueda mejorar.
En zigzag, Fernández cede y tensiona, pero ningún recurso calma a su vice. Su último movimiento, desde París, fue decir que no piensa en su reelección, una aventura electoral que hoy parece casi utópica y que su sola invocación irrita a Cristina. Es un giro cartesiano a medias: Fernández dijo que no está penando en su reelección pero no dijo, todavía, lo que su vicepresidenta oír: que desiste de toda hipótesis de un segundo mandato.
Una tesis cruda, que se escucha en voz baja en el planeta Alberto, es que Cristina no dejará de forcejear hasta que el presidente diga, firme y claro, que no será candidato en el 2023. Todavía no lo logró aunque, con malicia, una fuente cristinista que convive a diario con la vice en el Senado, cree que eso va a ocurrir porque Alberto asumió la presidencia ya con el objetivo de ser un buen expresidente. Algo así como decir que no tiene pretensiones continuistas.
Desafío
Fernández partió el lunes rumbo a Madrid, para una gira de cuatro días, en medio de una etapa inusual en la convivencia tumultuosa del FdT. Martín Guzmán y Matías Kulfas, dos de los ministros que figuran como blancos móviles del cristinismo, refutaron en público a Cristina. Es toda una novedad: el camporismo se quejaba del off albertista y lo atribuía al pánico que los ministros le tenía a la vice. Esta vez hablaron en ON, para los K un desafío inaceptable. Kulfas se permitió, incluso, una picardía: “No sé si leyó el libro o le acercaron un resumen”.
En el microclima de Olivos, se lo atribuyó a una decisión de Fernández que mientras antes pedía que nadie alimentar la disputa pública, y ordenaba no responder a las críticas de Máximo Kirchner y Andrés Larroque, esta vez hizo lo contrario: le pidió a sus funcionarios que salgan a aclarar lo que consideró “confusiones” en el discurso de la vice. Luego lo hizo él mismo cuando consideró que el diagnóstico de Cristina sobre la crisis es parcial porque no contempla ni el impacto de la pandemia ni los efectos de la guerra en Ucrania.
En Gobierno esperan, sin saber cómo ni cuando, un retruque de la vice. No anotan en esa cuenta los discurso de Máximo Kirchner ni de otros dirigentes. Fernández parece, por momentos, haber amortizado ese conflicto y dar por hecho que no hay escenario de reconciliación con su vice. “Algunos parece que descubrieron una Cristina que nadie esperaba, pero Cristina es la misma de siempre. Ella siempre fue así”, repite el presidente. A su lado, hacen una lectura más borrosa: creen que todos se degradan al zambullirse el barro de la interna y que por eso, el presidente evitó este tiempo hablar de las disputas en el FdT.
Idea errada
A Fernández lo incomoda hablar de su vice. Estuvo semanas sin hacer declaraciones sobre la interna del FdT y terminó, en un raid de entrevistas con medios europeos, dejando en cuotas respuestas a la vice. En un reportaje con elDiario.es dijo que no compartía la afirmación de Cristina de que el FdT defraudó a sus votantes. Es la versión pública de un reproche privado: Alberto cuestiona el planteo que repite la vice y su entorno respecto a que el 2023 está perdido.
“Por un tema puntual están metiendo una idea errada”, dice. El tema puntual es el acuerdo con el FMI; la idea errada, es la afirmación de que el FdT no tiene chances de ganar las elecciones del año próximo. Ante eso, Fernández dice que una encuesta nacional, hecha de manera presencial -que se supone que es más rigurosa y exacta que las telefónicas o vía web- refleja que el oficialismo “está competitivo”.
El diagnóstico sobre un revés en las urnas es el que explica la táctica cristinista de replegarse en la provincia de Buenos Aires, un fenómeno que La Cámpora instaló hace tiempo, y que en la primera versión se permitía, incluso, prescindir de Axel Kicillof, la figura más competitiva -junto a Cristina- que tiene el FdT. ¿Es posible ganar la provincia si, como anticipan los voceros K, por delante hay un escenario de crisis social y económica?
Los territorios no lo ven posible. En una cumbre de intendentes en La Matanza, convocada por Fernando Espinoza, la lectura fue lineal y uniforme: sin unidad en el FdT, y con una interna en carne viva, la derrota será el destino de casi todos. “Solo zafan cinco o seis intendentes”, apunta un dirigente del conurbano de buen trato con Máximo, y diálogo ocasional con Cristina, que cree que el derrotismo que emite La Cámpora, genera malestar en el peronismo.
Las dos últimas elecciones parecen confirmar la dificultad de esa dualidad: en 2015, luego de la primaria tóxica entre Aníbal Fernández y Julián Domínguez, y a pesar de que Daniel Scioli derrotó a Mauricio Macri en el tramo presidencial, el Frente para la Victoria perdió. En 2019, aun con mejores indicadores de imagen, María Eugenia Vidal perdió por 15 puntos ante Kicillof.
No parece estar en la naturaleza de Fernández, pero la dependencia económica que la provincia tiene sobre la Nación, aparece como otro elemento inquietante frente a la teoría de ganar Buenos Aires aunque se pierda la Nación. Hay indicios sugerentes. En dos conversaciones -una semiprivada, otra por radio- Guzmán contó que le pidió a Kicillof más dureza a la hora de negociar con los acreedores privados. Mencionar el caso bonaerense es como hablarle al corazón económico de Cristina. “Nadie estuvo a mi izquierda”, dijo el ministro.
Kicillof fue, en enero pasado, el que le elevó a la vice un punteo con “fragilidades” del acuerdo que firmaría el gobierno. Sugiere la idea de que hubo algo que Guzmán le ocultó a la vice. El ministro, poco confesional, le contó a Santiago Cafiero que siempre estuvo en línea con Cristina hasta una semana antes del entendimiento ella dejó de atenderle el teléfono. El canciller relató una situación similar pero con Máximo: la semana post derrota en las PASO, de renuncias y cartas, el diputado dejó de responder los mensajes del entonces jefe de Gabinete.
Fue lo que en marzo, hace dos meses, le ocurrió a Fernández.
PI