“El que cree que esto se resuelve con un té mío con Cristina no entiende nada”. En modo avión, entre las turbulencias por sus dichos sobre Cristina Kirchner, Alberto Fernández ejecutó una coreografía de ablande: desdramatizó la crisis interna del FdT pero, en paralelo, avisó que la distancia personal entre ambos continuará y esa será la nueva normalidad.
Rumbo a Berlín, luego de ocho horas hiper agitadas en Madrid, Fernández hizo un despliegue para tratar de apagar el ruido que generaron sus declaraciones sobre la interna oficial, y volver a poner el foco en la “diplomacia presidencial” del viaje: tres cumbres con líderes europeos en cuatro días. Este miércoles se verá con el sucesor de Ángela Merkel, el canciller Olaf Scholz.
Sobre los tironeos domésticos, en lo inmediato no habrá mesa bilateral ni cumbre en Olivos entre los Fernández –aunque el presidente dice que en algún momento ocurrirá- y que, mientras tanto, continuará un mecanismo de consultas cruzadas que, sin ser infalible, funciona entre los Fernández.
De Olivos salen emisarios a contar medidas que tiene decidido aplicar y los Kirchner le anticipan, en general a través de Sergio Massa, proyectos que pueden ser ruidosos. Un caso: el que presentó Máximo Kirchner para adelantar los aumentos del Salario Mínimo Vital y Móvil (en sí mismo un proyecto de declaración sin efecto real), pero que aceleró una medida oficial que avanza en la misma dirección.
Eso es, para Fernández, una mesa del FdT, inorgánica pero operativa. El detalle es relevante: el presidente no cree que haya que armar una “mesa” como piden dirigentes y sectores del oficialismo, porque él es escucha y consulta y, al final, toma las decisiones. “La mesa no me va a decir qué hacer, el que gobierna soy yo”, le bajó línea Fernández a su equipo.
Cruces
Tiene, sobre la interna oficial, una lectura moderada: no solo minimiza la dureza de las críticas que le hizo a la vice en medios españoles, entre ellos elDiarioES, sino que además interpreta el discurso de la vice en Chaco casi en clave positiva.
Detrás de una queja por el modo con que el periodismo aborda los cruces entre los Fernández, Alberto niega que con Cristina tengan proyectos o modelos económicos diferentes. Pero admite que pueden diferir sobre los caminos y la velocidad. Metaforiza que ambos quieren ir a Mar del Plata. “Ella quiere ir por la 11 y yo por la 2”, suele decir.
Entiende, a su vez, que la vice moderó sus críticas en algunos planos, por ejemplo, el acuerdo con el FMI. Pero que las diferencias están sobre la mesa. “Quizá en un mes me dicen que están equivocados, que la economía está creciendo y que este es el camino”, fue el comentario que el hizo a un colaborador sobre las críticas de voceros K al rumbo del gobierno.
Aparece, atado, el tema Martín Guzmán, a quien mandó el fin de semana a “aclarar confusiones” de comentarios de Cristina en su exposición en Chaco. Cuando le pregunta sobre la continuidad del ministro, si hay que confirmarlo en el cargo, repite una frase: “No tengo que salir a ratificarlo porque nunca estuvo en análisis sus salida”.
El tema Guzmán convive con un factor urgente: las audiencias para fijar un aumento de tarifas de servicios públicos. “No podemos seguir gastando 4 puntos del PIB para subsidiar a los ricos”, le explica Fernández a sus colaboradores y avisa que la segmentación y la suba de tarifas es inevitable.
“En algunos lugares, por un departamento se pagan 350 pesos de luz pero 6000 de Multicanal. Es insólito”, aporta y le trasmite a su entorno que el incremento tarifario se llevará a cabo a pesar de la resistencia de sectores K. Puede leerse como ultimátum. “Es una decisión política y si alguien no acompaña esa decisión política no puede seguir en el gobierno”, apunta respecto a los titulares de los entes reguladores, ligados a La Cámpora, que han manifestado objeciones. Así y todo, no cree que haya problemas y da por hechos esos funcionarios validarán las subas.
Equilibrios
La metralla verbal del último tiempo, que en el gobierno creen que comenzó en julio del 2020, Fernández las asume como un debate aunque cree que eso daña al gobierno. Entiende que hay un sector del cristinismo que lo objeta porque no acepta como jefa a Cristina. “Yo lo dice muchas veces: Cristina no es mi jefa política. Mi último jefe político fue Néstor Kirchner”, baja línea, casi instruye, a sus colaboradores.
Fernández trasmite que no le preocupan las críticas públicas de dirigentes cristinistas. Menciona que el dirigentes ocupan muchos lugares en el Gobierno y que su modo de conducir es ese: no acumular poder para sí mismo. El Presidente pone sobre la mesa dos problemas. Uno es la inflación, en la que con confía en la teoría Guzmán de que irá bajando luego de tocar el pico anual de marzo. La otra son los dólares, y anticipa que para la segunda mitad del año podría haber un faltante.