Las lesbianas, las travestis, los putos, las personas trans y bisexuales, no nacimos un 10 de diciembre de 1983. Por el contrario, miles de miles de nosotros, veníamos resistiendo con nuestro Eros deseante la represión social que los militares impusieron. Antes, otros también lo hicieron contra iguales represiones, aunque algunas de estas no llevaran gorra sino banda presidencial.
Mediando la dictadura del `76 mi cuerpo fue animándose a un estallido adolescente que enfrentaba la normatividad de aquella sociedad. Mis primeras experiencias sexuales fueron en las teteras, que no eran otra cosa que baños de estaciones de trenes, de algún bar o de las casas de comida rápida, acompañado por el yire por la avenida Santa Fe, la plaza San Pedro Telmo, la avenida Corrientes o los alrededores de la Plaza de los Dos Congresos.
Comencé a caminar sobre los pasos de otros como yo, que antes del horror genocida de Videla y sus cómplices, también caminaron clandestinamente. No los conocí, pero dejaron una huella de audacia, provocadora, que no se borró aún expuesta a miles de peligros, para que otros en el futuro la continuemos, y otros -que nosotros ya no veremos- la ensanchen. Mariposas y colibrís buscando libertad en un vuelo de muchos años, cuando las palabras no se decían, camufladas en la necesaria oscuridad protectora de la identidad, la orientación sexual y el deseo prohibido.
Aun en contra de todo y de todos, lo que reconocemos hoy como personas LGTBI+ encontraron su lugar en el mundo en esa patria expulsante que los parió, pero desconociéndolos, los condenó a la vergüenza, al dolor y en muchos casos al exilio y la muerte.
Ese 10 de diciembre cuando asumió la presidencia de la Argentina el doctor Raúl Alfonsín, la esperanza renació. Se abrió de par en par una ventana de derechos para muchísimos sectores sociales del país. Pero las lesbianas, las travestis, los putos, las personas trans y bisexuales no estuvimos invitados a la fiesta. Las mariposas y los colibrís otra vez quedamos en la jaula, como tantas veces, en tantos momentos históricos y políticos.
Escribió Carlos Jáuregui “los estados contemporáneos han intentado imponer -con distintos grados de éxito- un modelo único de relación, para lo que han necesitado legislar el comportamiento sexual” . Los edictos policiales y la ley de averiguación de antecedentes habían sido pensados como herramientas higienistas de la nación heterosexual que proclama la existencia de dos sexos y dos géneros a los que hay que proteger a través del control de la justicia, la medicina y la psiquiatría. Todo lo que anduviera por fuera de esta normalidad debía ser castigado con estos mecanismos que se mantuvieron intocables bajo la gozosa mirada de Antonio Troccoli, ministro del Interior en el gabinete de Alfonsín, que consideraba a la homosexualidad una enfermedad y afirmaba que iba a tratarnos como tal: enfermos
Pero, ¿cuál era la justificación ideológica de sus palabras? Según Jorge Salessi, “Las definiciones de contravenciones de los Códigos y Edictos policiales eran leídas y construidas arbitrariamente y servían para instalar, regular y reforzar por medio de la policía normas de respetabilidad y comportamiento burgués entre las clases medias en formación. Los Códigos y Edictos que definían contravenciones policiales rigieron en Buenos Aires desde 1870 aproximadamente. Pero en los últimos años del siglo diecinueve y los primeros del siglo veinte se hicieron evidentes un aumento considerable y una mayor especificación de regulaciones utilizadas para vigilar y controlar los espacios del ocio, las reuniones y formas de entretenimiento de las clases bajas y del movimiento obrero.”
Así, en la democracia con la “que se come, se educa, se cura”, la libertad de las lesbianas, las travestis, los putos, las personas trans y bisexuales no era parte del discurso. Los edictos policiales quedaron intactos y activos, el Artículo 2° F que señalaba como objeto de detención a “los que se exhibieren en la vía pública con ropas del sexo contrario” era el más utilizado para detener a las personas trans y travestis, y el Artículo 2º H “a las personas de uno u otro sexo que públicamente incitaren o se ofrecieren al acto carnal” daba marco legal para las detenciones en la vía pública o en locales de ocio, mayoritariamente a putos, pero también a lesbianas. El brazo ejecutor fueron sobre todo las eficientes comisarías 17 y 19 de Barrio Norte, y la corrupta y lumpen división Moralidad de la Policía Federal más interesada en las coimas que en el orden democrático. Dos de los cabecillas de la esforzada represión a las identidades no heterosexuales eran el comisario Benito Mola (al que apodaban “Benito el terrible”) y el oficial principal Díaz (al que apodaban “Chupete”), justos émulos del tristemente recordado comisario Margaride, de larga trayectoria represiva ejercida bajo la presidencia de Guido, la dictadura de Onganía y el último gobierno de Perón.
Esa democracia, la que no nos consideraban ni siquiera algo, tuvo que ser zarandeada por las primeras organizaciones activistas, que denunciamos la represión, creamos comunidad, e intentamos lograr un vínculo con aquellos que nos debían la protección constitucional y legal; principalmente partidos políticos, el Poder Legislativo y el Ejecutivo, pero también los organismos de Derechos Humanos a quienes considerábamos nuestros aliados naturales. La tarea no fue nada fácil. Es más, por momentos fue frustrante, algunos directamente nos discriminaban, otros ni siquiera entendían qué queríamos, otros nos subvaloraban, otros sencillamente nos cerraron la puerta en la cara, desconociéndonos una vez más. Los primeros y escasos apoyos del mundo de la política fueron más personales que programáticos.
A pesar de la escasa receptividad nos organizamos de múltiples formas, construimos y nos separamos, discutimos, debatimos y ajustamos estrategias. Empezamos a salir a las calles. Mientras tanto llorábamos a las primeras víctimas del sida, amigos, novios, amantes, compañeros, conocidos, extraños. Nos dimos a conocer exigiendo derechos, reclamando contra la represión. No fuimos populares entre muchas personas LGTBI+ de aquellos años. El machismo y la misoginia salpicaba a toda la sociedad. Ni que hablar del rechazo que sufrieron muchísimas compañeras travestis y trans sin las cuales las primeras marchas del Orgullo no hubieran sido lo mismo. Vuelvo a citar a Carlos Jáuregui, quien solía decir que “el movimiento debe tener cuatro patas: gays, lesbianas, travestis y transexuales. Si una pata faltaba, el movimiento se venía abajo”. Hoy, cuando todo lo que se logró puede estar en peligro ante el avance reaccionario mundial y nacional, es claro que un colectivo LGTBI+ fuerte y diverso es la mejor barrera de contención a los anti derechos.
¿Cuáles fueron nuestros logros y cuándo dejamos de ser ciudadanía de segunda? El primer hito de nuestro colectivo es cuando se empiezan a multiplicar las organizaciones y se crean diferentes grupos de putos, lesbianas, travestis, personas trans y bisexuales. Luego la organización de la Primera Marcha del Orgullo en 1992 convocada por siete organizaciones (entre ellas Gays DC que integrábamos varios activistas que habíamos roto con la CHA como Carlos Jáuregui, César Cigliutti, Marcelo Ferreyra, Luis Biglié, Ricardo González, Juan Pablo Fernández, Alejandro Modarelli y quien escribe). En medio, como si faltara valor, querellamos por discriminación al Cardenal Primado de la Argentina, Monseñor Quarraccino.
En 1994 con la reforma de la Constitución Nacional se dota de autonomía a la ciudad de Buenos Aires, la cual necesita crear sus leyes. La primera, una Constitución propia. Para ello se abre un sistema de participación ciudadana que acercó propuestas. Sobre una idea de Jáuregui, el equipo de abogados de Gays DC elaboró un documento que se presentaría ante la Asamblea Estatuyente de la ciudad, que comenzaba a sesionar el 19 de julio de 1996. Lo debían discutir los integrantes de esa Asamblea, aprobar e incorporar a la Constitución. Fue uno de los procesos activistas que más apoyo recibió de la ciudadanía, referentes culturales y diversas personalidades de la política y la sociedad. Ya no estábamos tan solos.
Lo que pretendíamos era que la ciudad protegiera constitucionalmente el derecho a ser diferente y que por ser diferente ningún ciudadano fuera discriminado. En un principio el ala conservadora que encabezaba Carlos Ruckauf estaba completamente en contra. Fue un trabajo arduo de convencimiento, donde el colectivo LGTBI+ no cesó en sus intenciones.
El 20 de agosto de 1996 muere Carlos Jáuregui, diez días después la Asamblea Estatuyente aprueba por unanimidad lo que se conoce como cláusula antidiscriminatoria, que en realidad es el Artículo 11 de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires que dice que, “Todas las personas tienen idéntica dignidad y son iguales ante la ley. Se reconoce y garantiza el derecho a ser diferente, no admitiéndose discriminaciones que tiendan a la segregación por razones o con pretexto de raza, etnia, género, orientación sexual, edad, religión, ideología, opinión, nacionalidad, caracteres físicos, condición psicofísica, social, económica o cualquier circunstancia que implique distinción, exclusión, restricción o menoscabo. La Ciudad promueve la remoción de los obstáculos de cualquier orden que, limitando de hecho la igualdad y la libertad, impidan el pleno desarrollo de la persona y la efectiva participación en la vida política, económica o social de la comunidad”.
Un sueño en vida de Carlos que no pudo ver realizado, pero que significó el primer gran logro de jurisprudencia en la Argentina para pensar todas las leyes del ámbito provincial o nacional que se conquistaron en las décadas posteriores como la Ley de Matrimonio para personas del mismo sexo, la Ley de Identidad de Género, el Ley de Cupo Laboral Trans, o la Ley de Fertilización Asistida, entre otras.
En 40 años de democracia las lesbianas, las travestis, los putos, las personas trans y bisexuales hemos aportado muchísimo para su consolidación, mejora y profundización. La Argentina también es una sociedad más justa por los derechos peleados y conquistados por la agenda del colectivo LGTBI+ y eso es reconocido a nivel mundial.
Pero la democracia nos debe los años en donde fuimos ciudadanía de segunda. Que los vivimos sin derechos, bajo leyes anticonstitucionales represivas, donde el Estado no reconocían nuestra identidad ni protegía nuestra orientación sexual, ni nuestra forma de amar, ni el derecho a garantizar legalmente nuestras familias. Tiempos donde quienes vivimos con VIH tuvimos que exigir por nuestras vidas.
El desafío de este momento es proteger la democracia, los derechos conquistados, avanzar en lo que falta, exigir las leyes que nos deben, garantizar la protección de las infancias LGTBI+, hacer cumplir la aplicación real de la Ley de Educación Sexual Integral en todas las escuelas y colegios del territorio, y sobre todo no dar ni un solo paso atrás. Para ello debemos estar muy alertas y saber que nuestro mayor poder reside en las calles, con nuestros reclamos, pero también con nuestra alegría, y celebrándonos orgullosos de ser lo que queremos ser. Celebrarnos, sí, que mucho nos ha costado llegar hasta acá.
GP/MG