Cuando en Estados Unidos cambia un presidente, lo normal es que la transición desde que asume demore dos meses. Joe Biden asumió el 20 de enero y recién a fines de marzo puso en funciones a su secretaria de Interior, Deeb Haland, y a su secretario de Trabajo, Marty Walsh. El presidente norteamericano todavía no nombró al número 2 de Janet Yellen en el Tesoro ni al número 2 de Antony Blinken en el Departamento de Estado. Debido a la paridad que existe en el Senado norteamericano y a las diferencias dentro de los propios demócratas, el sucesor de Donald Trump depende de una negociación exitosa para cada designación. La transición, dicen los especialistas, va a demorar cinco meses. Biden todavía no habló con Jair Bolsonaro ni con Iván Duque, pero lo hizo con Alberto Fernández el 5 de diciembre pasado, incluso bastante antes que con Andrés Manuel López Obrador. No parece producto de la causalidad ni de un peronismo que gire tarde hacia el chavismo.
La inclinación de Biden en favor de un entendimiento con el gobierno de los Fernández encadenó en los últimos días una sucesión de acontecimientos que entusiasma a los que, dentro del Frente de Todos, pugnan por un acuerdo con Estados Unidos: la conversación de 55 minutos de Blinken con Felipe Solá que sorprendió al canciller argentino por su extensión, la visita del jefe del Comando Sur, Craig Faller, y el almuerzo virtual del director para el Hemisferio Occidental del Consejo de Seguridad Nacional, Juan Sebastián González -un hombre de extrema confianza de Biden-, y la subsecretaria interina para Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado, Julie Chung, con el presidente argentino, Solá y Gustavo Beliz, dentro de la residencia de Olivos. Los enviados del presidente norteamericano trajeron una carta de Biden para Fernández y agradecieron la participación del argentino en la cumbre de cambio climático que se realizará a partir del 22 de abril.
El embajador argentino en Estados Unidos, Jorge Argüello, tenía acordado que González y Faller viajaran el mismo día para escenificar un desembarco conjunto de funcionarios clave de la administración Biden en el área política y militar. El viernes 2 de abril, en el aniversario de la guerra de Malvinas, había cerrado en horas de la tarde la visita de González, el diplomático sucesor del belicoso Maurice Claver Carone, pero su amigo Alberto Fernández le avisó esa noche que en el día de su cumpleaños había contraído COVID 19. Considerado el interlocutor principal de Biden para la región, el colombiano González vino a escrutar al gobierno del Frente de Todos y se llevó el reconocimiento de iris de cada peronista que tuvo la oportunidad de ver.
La disputa geopolítica de Estados Unidos con China parece haber reubicado a la Argentina en un lugar clave. En primer lugar, por su ubicación geográfica: China avanza posiciones en el Atlántico Sur y Estados Unidos está obsesionado con impedir ese avance como parte de una política de Estado que, en ese caso, no exhibe alteraciones pese al cambio de gobierno. No hay reunión de representantes del gobierno de Fernández con funcionarios donde el tema no aparezca. “China es una cuestión de fondo. Pero nosotros no vamos a cuidarles las vías navegables ni tener base militar china”, dice un hombre clave al tanto de las tratativas. Argentina pretende aprovechar el escenario para pararse entre dos polos, en un ejercicio de equilibrio inestable. En segundo lugar, por su ubicación política: el trumpismo exacerbado de Bolsonaro y Duque -que practicaron en Argentina el expresidente Mauricio Macri y sus seguidores- hoy se revela inconducente. Los colaboradores de Fernández le suman un elemento: al presidente argentino le va mejor en sus relaciones con los países de la región que dentro de su propio país. Es uno de los pocos mandatarios que habla con casi todos sus pares en el continente.
El gobierno argentino está desbordado por la urgencia y necesita auxilio en todos los planos. Primero ante la segunda ola, el crecimiento acelerado de los contagios y la amenaza de la falta de camas. Con el anhelo de recibir una apoyo equivalente en el corto plazo, Fernández elogió ante los enviados de Biden la colaboración de China y Rusia con el operativo de vacunación local. El colombiano González se mostró muy dispuesto a ayudar pero buscó diferenciarse de la estrategia de Rusia y China, los países que enviaron hasta ahora la enorme mayoría de las dosis que se aplicaron en Argentina, Sputnik V y Sinopharm.
Dicen el el gobierno argentino que hay 5 millones de vacunas fabricadas por Hugo Sigman que Astrazeneca tiene en un depósito de Estados Unidos y que un millón de ese total corresponden a la Argentina. Son las famosas 900 mil -de un total de 22,4 millones- que la multinacional sueca viene prometiendo hace rato. Fernández le pidió al embajador Argüello que haga las gestiones para que las liberen y que negocie con todos los laboratorios que estén dispuestos a destinar parte de lo que producen al fin del mundo. Gran ganador de una disputa global en la que priorizó sus propios intereses, el país de Biden ya vacunó a casi 200 millones de personas y, según un informe de expertos en política sanitaria de la universidad de Duke, tiene un excedente de 300 millones de vacunas.
El peronismo oficial apuesta a que la administración demócrata cumpla con lo que deslizó González en las conversaciones privadas: un gigantesco operativo de Estados Unidos para completar su proceso de vacunación doméstico y salir después en una operación global bien diseñada en auxilio de países aliados. Sería una forma de competir con Rusia y China, que hoy están desbordados por la demanda externa y no pueden cumplir en tiempo y forma con las dosis que tienen comprometidas. En busca de diferenciarse de sus grandes competidores, el director principal del Consejo Nacional de Seguridad para el Hemisferio Occidental insinuó que Biden facilitará la vacuna con una lógica distinta y no lo hará a cambio de favores políticos. Por supuesto, hablaba en nombre de un gobierno que, pese a los infinitos antecedentes que lo incriminan, no resigna el lugar de superioridad moral que se adjudicó a la fuerza. En el peronismo sueñan con un operativo vacunas para todos, made in Washington, que se inicie en un mes. Después vendrá la negociación con el Fondo, donde los Fernández también esperan una ayuda de Tesoro norteamericano, equiparable a la que recibió Macri para sostener su su aventura de gobierno.
Venezuela, la grandísima obsesión de la oposición aborigen, no es la prioridad, aunque figure en su agenda. Sin que nadie lo preguntara, Fernández se ofreció como mediador ante Nicolás Maduro. Tal vez requieran sus servicios si como dicen en la diplomacia argentina, Estados Unidos comprobó que es uno de los temas que no puede arreglar solo y por la fuerza.
WC