PRIMERO EN DICTADURA, DESPUÉS EN DEMOCRACIA

Cecilia Viñas, dos veces desaparecida

Leonardo Castillo

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El aparato represivo montado durante de la última dictadura cívico militar se mantenía intacto en el verano de 1984, cuando habían pasado pocos días de la asunción de Raúl Alfonsín como presidente constitucional de una Argentina en la que se revelaban a diario las atrocidades cometidas por el terrorismo de Estado y se daban los primeros pasos de un largo derrotero de verdad y justicia.

En ese país, en el que el Congreso acababa de derogar la autoamnistía que habían decretado los militares para obtener impunidad y se creaba la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) con el propósito de investigar las violaciones a los derechos humanos perpetradas por el régimen castrense, una mujer -que llevaba siete años desaparecida- comenzó a llamar a sus familiares, preguntándoles por el hijo que había tenido en cautiverio y dándoles esperanzas sobre una pronta liberación que nunca llegó.

Se trata del caso de Cecilia Viñas, militante de una organización de superficie del PRT-ERP, que en julio de 1977 fue secuestrada en Buenos Aires, junto con su compañero, Hugo Reynaldo Penino, por un grupo de tareas, cuando cursaba un embarazo de siete meses. Hace 40 años, entre diciembre de 1983 y marzo de 1984, la mujer hizo ocho llamadas a sus padres y su hermano, Carlos, en las que daba a entender que se encontraba cautiva junto con otras personas en una unidad militar y podía “aparecer pronto”.

Cecilia y Hugo eran de Mar del Plata, donde habían desarrollado sus actividades militantes, pero en medio del clima represivo que reinaba en esa ciudad, decidieron trasladarse a Buenos Aires. El 13 de julio de 1977, la pareja fue capturada en el departamento de la calle Corrientes al 3600, donde vivían.

“La señora que hacía la limpieza le avisó a mi papá que estaba todo revuelto y el portero le confirmó que se los habían llevado. Ahí empezó a buscarla, a contactarse con gente para que le dieran algún dato. Con el padre de Hugo fueron incluso a ver a un general del V cuerpo, que era primo suyo y se llamaba Osvaldo René Azpitarte. Les dijo que ‘si los hubiera tenido, y estaban en la joda, no los verían más’”, recuerda Carlos, el hermano de Cecilia en diálogo con elDiarioAR.

Mucho después se supo que la pareja estuvo en el centro clandestino de detención de “El Vesubio” y a Cecilia la trasladaron a la Base de Buzos Tácticos de Mar del Plata y luego a la ESMA. “En septiembre, mi viejo recibió un llamado: ‘Cecilia está bien, nació un varón’, le dijeron y eso nos dio la certeza de que estaba viva y había que buscar a su hijo”, reseña Carlos.

Abuelas de Plaza de Mayo

En 1980, las familias Viñas y Penino se contactaron con Abuelas de Plaza de Mayo. Cecilia Fernández de Viñas, la madre de Cecilia, y la madre de Hugo, Luisa Moreno de Penino, fueron las primeras precursoras de Abuelas en Mar del Plata.

Sobrevivientes de la ESMA, entre ellos Sara Solarz de Osatinsky, Alicia Milia de Pirles y Ana María Martí, dieron testimonio sobre la existencia de una maternidad clandestina y los vuelos de la muerte cuando declararon ante organismos de derechos humanos en Europa, antes del final de la dictadura. También dieron información sobre la presencia de Cecilia en ese centro clandestino de la Armada y del nacimiento de su hijo.

“En esos años, mi viejo comenzó a recibir visitas de tipos que parecían de los servicios. Le pedían plata por información sobre Cecilia. Fue cuando decidí volver del sur, para estar en Buenos Aires. Mis padres estaban separados, pero unidos en la búsqueda”, cuenta Carlos.

El 20 de diciembre de 1983, diez días después de haberse producido la asunción de Alfonsín, Cecilia llamó a su padre a su domicilio de Buenos Aires. “Le cuenta que la iban a trasladar a Mar del Plata y que llevara dinero y la esperaran. Mi papá decide ir con mi madre a esperar que la vuelvan a contactar”, reconstruye el hermano de Cecilia.

“La verdad que tenía dudas de que la hubiera llamado Cecilia. Pensaba que podía ser otra jugada de algún servicio o gente que le quería sacar plata. De todas formas, en eso años, mi papá seguía yendo al departamento de la calle Corrientes, y le dejaba plata, comida y mensajes a Cecilia. Pensaba que en algún momento podía volver y se podía poner en contacto”.

El 14 de enero de 1984, se produjo el segundo llamado. Fue a la casa de su madre. Cecilia pidió saber dónde estaba su padre y le contaron que no estaba en ese momento, pero le aseguraron que contaban con el dinero. “No hace falta, la plata la puso el padre de una compañera”, le contó Cecilia. También supo que su hijo, que había nacido en cautiverio, no estaba al cuidado de sus padres, como le habían dicho sus captores.

Ese mismo día, a la noche, Cecilia llamó a Lucía Ordóñez, una amiga que vivía en Mar del Plata y le pidió que busque a su hijo, que lo encuentre y se lo lleve a sus padres.

El contacto se reanuda el 4 de febrero. Cecilia llama a Buenos Aires, a la casa de su padre y la atiende su pareja, Ana María Bravo, con quien tenía una mala relación. “La mujer de mi viejo era hija de un gendarme y tenía una mala relación con Cecilia. Decía que era una víbora y se puso muy mal al saber que todavía mantenía una relación con mi papá”, evoca Carlos.

Ese mismo día, a la noche, se comunica con su madre, le dice que había llamado a su padre y que la había atendido Ana María. “Ella creía que era quien la había entregado. Esa conversación la grabamos. A la madrugada vuelve a llamar y la atiendo. Me pide que busque al nene, estaba muy angustiada porque no sabía quién lo tenía. Le pregunté por Hugo, su compañero. ‘A Hugo no lo vi más’, alcanzó a contarme antes de cortar”.

Años después, Carlos no tiene dudas de que a esos llamados los hacía su hermana. “Hablamos con ciertos códigos que solo nosotros podíamos entender. Era ella, no tengo dudas”. 

El 19 de marzo, se produjo el último contacto. Cecilia hablaba “con la voz soplada”, como si intentara que no la escucharan. “Decía que la podían soltar. 'No te extrañe que aparezca', le dijo Cecilia a su papá. Esperamos otro llamado, pero no volvimos a saber más nada”.  

Carlos cuenta que, después de un tiempo que consideraron prudencial, se contactaron con los organismos y con el gobierno. “Hablamos con Adolfo Pérez Esquivel y con Horacio Ravenna, que era secretario de Derechos Humanos de la Cancillería y luego con Antonio Tróccoli (entonces ministro de Interior), que nos derivó con la Policía Federal. Él llegó a escuchar la grabación que teníamos con la voz de Cecilia”. 

“Nos derivaron con gente de la Policía que se dedicaba a buscar personas desaparecidas. Me hicieron recorrer con unos tipos los hospitales psiquiátricos como el Borda y el Moyano para ver si estaba ahí. Incluso me acuerdo que encontramos a una persona que tenían como perdida y estaba escondida en un sobretecho. La busqué también por la costa. Un día, cerca de Mar del Plata, estuve en un predio donde no me dejaron avanzar porque me dijeron que era zona militar. Le dije que allanaran ahí, que buscaran, pero no movieron nada”, afirma Viñas.

El caso adquirió trascendencia pública con una investigación que publico la revista “Caras y Caretas”, que en su tapa afirmaba: “Tróccoli sabe que Cecilia sigue viva y secuestrada”.

Un juez de apellido García Méndez tuvo la causa de la búsqueda de Cecilia, pero la cerró al poco tiempo al no obtener resultados. Mientras tanto, la familia recibía llamados e intimidaciones.

¿Qué se sabía del hijo que Cecilia había tenido en la ESMA? 

En 1982, el médico y dibujante Carlos Meijide -que publicaba en la revista Humor la historieta conocida como “La Clínica del Doctor Cureta”- concurrió a un domicilio para atender una consulta por la obra social de la Armada. El paciente era un menor de seis años, tenía una mirada triste y su madre era una mujer mayor, que parecía más bien su abuela. Vildoza era el apellido de ese chico, cuyo padre se llamaba Jorge y era un capitán de la Armada.

Recuperada la democracia, Meijide le contó el caso a la gente de Abuelas. Se puso en contacto con la familia Viñas e hizo un retrato de ese chico que vivía con un marino. “Lo comparamos con una foto de mi hija y eran muy parecidos”, asegura Carlos.

Jorge Vildoza y su esposa, Ana María Grimaldos, habían llamado al hijo de Cecilia nacido en la ESMA como Javier. Al ser denunciados como apropiadores escaparon al Paraguay, donde Carlos intentó ubicarlos. Con identidades falsas suministradas por la Armada, el matrimonio estuvo luego en Inglaterra, Austria y Sudáfrica, donde a los 13 años, Javier supo que no era hijo biológico de Vildoza y Grimaldos

En 1998, Javier recuperó su verdadera identidad tras volver al país y someterse a un análisis de ADN ordenado por la jueza María Servini de Cubría. Pese a conocer su verdadera identidad, el joven mantuvo vínculos con sus apropiadores. Hoy se llama Javier Gonzalo Penino Viñas.  

Grimaldos fue detenida en 2012 en Buenos Aires, donde vivía bajo la identidad de Ana María Sedano, y tres años después resultó condenada a seis años de prisión por los delitos de retención y ocultamiento de Javier. 

Contó que Vildoza había muerto en Sudáfrica y su cuerpo fue cremado bajo una identidad falsa. En función de irregularidades que se detectaron en su sepelio, la justicia no pudo certificar la autenticidad de la muerte del represor.   

La Abuela Cecilia Fernández de Viñas murió en 2018, tras recuperar la identidad de su nieto. “Nunca pudimos saber qué les pasó a Cecilia y a Hugo. Pero luchamos para que se supiera la verdad”, puntualiza Carlos sobre el largo camino seguido por su familia en la búsqueda de justicia.

LC/CRM