Opinión Panorama político

El Círculo Rojo empieza a apurar a la oposición sin cabeza

23 de enero de 2022 00:04 h

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Fue en el cumpleaños de Fernando “El Turco” Elías en un country de la zona norte, a fines de diciembre, donde Horacio Rodríguez Larreta, Emilio Monzó y Edgardo Cenzón hablaron por primera vez cara a cara y durante un buen rato sobre las presidenciales de 2023. Al festejo del vicepresidente del Banco Ciudad, un hombre de Diego Santilli, asistió casi toda la familia del PRO; en su mayoría hijos políticos de Mauricio Macri, son muchos los que sueñan con una emancipación que no madura a la velocidad necesaria. La cumbre entre el jefe de gobierno porteño, el ex presidente de la Cámara de Diputados y el ex ministro de Macri y María Eugenia Vidal que se refugió en el sector privado en los últimos cinco años gatilló una serie de movimientos que salieron a la luz la semana que pasó. 

El primero fue el almuerzo que compartieron el martes último Larreta, Santilli, Jorge Macri y Cristian Ritondo en el Centro Cultural Recoleta. Dueños de ambiciones importantes y acostumbrados a jugar la individual, reunirlos no fue tan sencillo como podría sugerir la foto de lanzamiento que difundieron a pura sonrisa. Hoy más empresario que político, discreto y sin ambiciones electorales, Cenzón -que terminó muy mal su relación con Vidal- se reunió por separado con cada uno de ellos para convencerlos de que era necesario ordenar la interna del PRO e iniciar ya la campaña nacional del jefe de gobierno. 

De larga relación con Nicolás Caputo y encargado de la recaudación de campaña en 2015, Cenzón es el nexo de Larreta con el establishment desde hace por lo menos seis meses, un período en el que le llovieron las demandas del poder económico que ve al alcalde rodeado de una escuadra municipal que no está probada en el fuego de la crisis.

Después del fracaso que inmortalizó en tiempo récord al mejor equipo de los últimos 50 años y mientras el acuerdo con el Fondo se demora, el dólar paralelo se dispara y el riesgo país vuelve a subir, el Círculo Rojo exige garantías a la oposición. Más aún, al lado del sucesor de Macri en la Ciudad están los que comparan con preocupación el periodo de incubación que tuvo el proyecto nacional del ingeniero que no pudo ser reelecto y el que tiene el del candidato que no se quiere pelear con casi nadie. “Mauricio estuvo seis años amagando como candidato a presidente hasta que se lanzó y llegó. A Horacio le quedan menos de dos y todavía no arrancó”, dice uno de los protagonistas de la saga amarilla. 

Santilli, Ritondo y el primo Jorge tienen una experiencia que viene a suplir las carencias del grupo más chico que entorna a Larreta, liderado por Eduardo Machiavelli y Fernando Straface. Aunque formaron parte del amanecer del PRO, ocuparon funciones ejecutivas y se mantuvieron en los primeros planes dirigenciales, Macri los relegó y no les otorgó lugares de importancia en su gobierno. Como tantos otros, avalaron la debacle de barcos y tormentas pero fueron actores de reparto a la hora de la toma de decisiones. Los tres están unidos por una característica que los limita: se mueven desde hace décadas en el AMBA y sueñan con gobernar la provincia de Buenos Aires. A ellos se suma Emilio Monzó, el cuarto refuerzo que apunta a la misma meta y, la verdad sea dicha, todavía no cerró con Larreta. A ninguno le va a resultar un trámite ordenar la agitada interna nacional de Juntos. 

Larreta llamó a Monzó entre Navidad y Año Nuevo con una propuesta a medida de su interlocutor. “Sentémonos sin límite horario”, le dijo. Toda una concesión para un obsesivo del tiempo que mira su teléfono de manera permanente y casi nunca se extiende más de 45 minutos en un encuentro. Para el rey de la rosca, ese modo de funcionamiento está destinado al fracaso y explica las penurias del jefe de gobierno que -aunque ganó con Vidal y Santilli- salió debilitado de las generales de noviembre.

El armador nacional de Macri en 2015 y el candidato más desafiado dentro de Juntos tuvieron una conversación que según algunos fue la mejor en mucho tiempo -se extendió durante dos horas- y quedaron en seguir hablando. Al otro día, los dos se iban de vacaciones: Monzó a Punta del Este; Larreta al country Cumelén de Villa la Angostura, donde lo hospeda el frustrado Messi de las Finanzas, Luis “Toto” Caputo, y donde frecuenta a Macri. 

Monzó y Larreta tienen visiones diferentes. Mientras el jefe de gobierno piensa que, con su nueva mesa armada, el diputado que viene de jugar con Facundo Manes en provincia está obligado a dar el salto, Monzó ve a Larreta todavía lleno de dudas ante rivales como Gerardo Morales y Patricia Bullrich.

Para hacer política, el ex presidente de la Cámara de Diputados pretende la misma autoridad que le concedió Macri en 2015 y no está claro todavía que vaya a recibirla. Formado en la cultura empresaria y habituado a reducir al máximo sus esfuerzos, el ingeniero se la entregó en campaña pero se la quitó en la gestión, cuando sus ojos y sus oídos se limitaron al prisma y los criterios del equipo de Marcos Peña.

Cerca de Monzó piensan que Larreta aprendió a hacer política sin intermediación y no está acostumbrado a delegar. Eso le genera trastornos innecesarios como los que lo llevaron a ganar apretado la interna bonaerense con Manes. Un ejemplo sirve para ilustrar: Ramón Lanús, el ex titular de la Agencia de Administración de Bienes del Estado durante el gobierno de Macri, que era casi un secretario privado de Larreta, lo desafió en San Isidro, rompió con Santilli y se fue con el neurólogo de origen radical para enfrentar a Gustavo Posse. 

En 2015, cuando trabajaba para Macri, Monzó afirmaba que había dos formas de llegar al poder: por herencia o por conquista. Si a Daniel Scioli lo ubicaba en el primer pelotón y a Macri en el segundo, a Larreta lo ve todavía más cerca del ex motonauta: sin animarse a desafiar la jefatura de Macri, el team leader de Cambiemos que se mantiene en actitud de dueño.

Cenzón y Monzó no coinciden en todo. Para el empresario de origen cordobés, Larreta tiene que hacer lo que hizo este fin de semana: dedicarle más tiempo a Macri que a Vidal y negociar un pacto hacia 2023 que deje conforme al ingeniero y le de la tranquilidad de que se respetarán los “valores del PRO”, la muletilla que el ex presidente repite y considera un sinónimo de sí mismo. Cómo lograrlo de la mejor manera todavía no está claro. “Existimos por él, pero todo tiene un límite. Mauricio, cuando tuvo todo, fue un tirano. Su turno ya pasó”, dicen en el incipiente larretismo. 

En tren de pagar costos inexplicables, Larreta viene de defender en una entrevista con La Nación a Sebastián De Stefano, el espía de Daniel Angelici que aparece en la filmación del Banco Provincia y está conchabado como director del Sbase. Carente de fundamentos, esa defensa también le provocó a Larreta cuestionamientos durísimos de algunos de sus aliados históricos que no entienden por qué no se anima a diferenciarse de Macri en casi nada. Junto con el respaldo de un núcleo duro que lo sostiene como antítesis del kirchnerismo, es la capacidad de daño de Macri la que le impide a Larreta y Vidal despegar incluso de prácticas de espionaje que hasta los tuvieron como blanco. “Es el precio que tienen que pagar para sostener la unidad”, dicen quienes justifican la omertá. “Moderación no es indefinición”, responden los que no coinciden con los titubeos del alcalde. 

Larreta cuenta con una estructura y un financiamiento inigualable pero enfrenta, junto con las pretensiones de Macri, el desafío de Bullrich, que busca compensar la escasez de sponsors con la base irreductible del antikirchnerismo.

En Punta del Este, Monzó y Cenzón coinciden por estas horas en tertulias con otro actor protagónico al que conocen de primera mano, Carlos Melconian. El flamante titular del IERAL de la Fundación Mediterránea también quiere su revancha en dos años y cuenta con una plataforma envidiable para emular la epopeya de Domingo Cavallo. Al lado de Larreta, consideran que Melconian los beneficia y mucho. “Nos blinda con posiciones duras que nosotros no podemos sostener ahora. Expresa la voz del mercado y dice lo que pensamos pero no nos genera costos porque no tenemos por qué hacernos cargo de lo que diga”, explican. Melconian, Hernán Lacunza, Ricardo López Murphy y Martin Tetaz construyen un arco de posibilidades económicas que hace sentir cómodo a Larreta.   

Entre los altos mandos del PRO, sostienen que no solo Sebastián Bagó, Jorge Brito y Roberto Urquía auspiciaron la llegada del creativo de Valentín Alsina al think tank cordobés. De acuerdo a la información que circula entre la dirigencia opositora, también Paolo Rocca y hasta Héctor Magnetto dieron muestras de su habitual generosidad a la hora de apostar por el país.

Magnetto, según dicen en las alturas del PRO, no está para ninguna improvisación más. Rocca, por su parte, está empeñado en una jugada mayor, tal como reveló hace dos semanas elDiarioAR: lograr el aval de los directores de la Anses para una triangulación que le permitiría evitar el veto del Estado argentino -dueño del 26% de su capital accionario desde la estatización de las AFJP- a futuros movimientos. Techint quiere venderle a Ternium Internacional las acciones que Ternium Argentina tiene de Ternium México (28,73%) y precisa el apoyo de Augusto Costa, Santiago Fraschina y Marcelo Kloster, los directores estatales. Con una promesa de inversión como anzuelo, el holding siderúrgico apunta a “simplificar su estructura operativa”, lo que algunos en el Gobierno traducen como una forma de descapitalizarse en el mercado local.

Mientras Alberto Fernández deja trascender que no habrá anuencia oficial para la maniobra, puertas adentro del Grupo hay quienes oscilan entre la euforia y la depresión. Ese subibaja tiene una traducción en el precio de los Cedears de Techint, las acciones que cotizan en Estados Unidos y retrocedieron en los últimos días después de un arranque del año auspicioso. La suba de la acción internacional contrastaba entonces con la baja en el mercado local, donde el riesgo país volvió a crecer desde que Martin Guzmán admitió que no había acuerdo con el Fondo en torno a la velocidad del ajuste.  

La posibilidad de que el Gobierno ingrese en un proceso de arrears con el acreedor privilegiado de la Argentina explica la mayor parte de los movimientos de estos días: en paralelo a la presión del establishment sobre la oposición sin cabeza, los agitadores del mercado están avisando que no van a esperar hasta fines de marzo para una nueva toma de ganancias. Sin embargo, y aunque el Presidente se adjudica las dos decisiones, tanto en las adyacencias de Rocca como en las del abogado argentino Diego Lerner, Ceo regional de The Walt Disney Company, atribuyen sus penurias a Cristina Fernández de Kirchner. La vicepresidenta viajará el martes a la asunción de Xiomara Castro en Honduras.

Si es que llega el veto de la Anses a la operación Techint, será entendido como una decisión en línea con el dictamen de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia que tiró abajo la megafusión Fox-Espn, propiedad de Disney. Tanto Lerner -gran anfitrión de Macri en el Haras El Dock y la chacra Manzanares- como Rocca y Magnetto abonaron la aventura del ex presidente en el poder y se desengañaron rápido con el volvimos mejores del peronismo kirchnerista. Ven una vaca y lloran a moco tendido. 

Una vez más, la discusión es endogámica, tal como lo acaba de marcar el diputado Alejandro “Topo” Rodríguez, con el rescate de un texto reciente de Roberto Lavagna que no tuvo casi difusión. Para el ex ministro de Duhalde y Kirchner, en un país que tiene una desigualdad lacerante y desconocida 40 años atrás, toda la atención de las clases dirigentes gira en torno del equilibrio fiscal, lo que considera el fetiche del establishment.

Lavagna dice que la dirigencia local vive en una “obsolescencia cognitiva absoluta”  y no se anima a ver que la cuestión fiscal es tributaria de algo más importante, el crecimiento. “Proponen y firman reiterados acuerdos con el Fondo cuya línea rectora es bajar el gasto, que luego, por efecto de la realidad, no cumplen (...) sobre más de 20 acuerdos, más de las tres cuartas partes no fueron cumplidos. Eso sí, no cualquier gasto: las partidas para el pago de intereses y de la deuda quedan excluidas de cualquier reducción. (...) Aplauden políticas que solo conducen a incumplimientos internacionales, a impuestos asfixiantes y a un gasto alto y mal dirigido. En síntesis, a crecimiento volátil, en el mejor de los casos, reptante, por debajo del 3% anual”, dice. 

DG