Opinión

Claudia Bello y Los ángeles de Charlie

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Éramos pocos y un día Claudia Bello atravesó la puerta del olvido.

Una emblemática funcionaria de los años noventa que, junto a María Julia Alsogaray, Adelina Dalesio de Viola y otras, formó parte de ese elenco de mujeres bautizado como “Los ángeles de Charlie”. Las chicas que, con trajecitos sastres, brushing con extensiones y minifaldas, detentaron el poder, pero también vivieron en la tormenta de una época, que además fue bisagra: un semillero femenino. Una escuela de poder para mujeres. De Lilita Carrió a Graciela Férnandez Meijide, de Marcela Durrieu -la mamá de Malena Galmarini- a Alicia Castro. De Chiche Duhalde a Norma Plá. De Irma Roy a Vilma Ibarra. De Matilde Menéndez a Mary Sanchez.

Para mediados de los ochenta la figura de la mujer ejecutiva en tiempos acelerados de yuppies fue todo un modelo aspiracional que para la década siguiente se tornó el gran sueño. Lo relata muy bien la escritora Florencia Angilletta en el capítulo “Andá a lavar los platos” del libro multi autoral “¿Qué hacemos con Menem?”: la chica del tallieur ajustado y los tacos chupete, que olía a perfume Carolina Herrera. El horizonte para buena parte de una generación X que entraba al mundo laboral. Melanie Griffith se quedaba con el puesto y el novio de su jefa mientras sonaba Carly Simon. Se habían generado las condiciones para que todas creyeran que de secretaria a jefa había solo un corto trecho. De la costurerita que dió el mal paso a la secretaria que dió el correcto. Y parece que fue lo que sucedió con muchas de las principales figuras femeninas que rodearon al gobierno menemista. Todas parecían un grupo de asistentes privilegiadas bajo el ala de El Jefe. El Mad Men que no fue. La suerte les fue dispar a la hora del naufragio. No todas entraron en el conveniente exilio del olvido.

El espejo roto

Al margen de su desempeño en las funciones -que fueron y son cuestionadisímas-  lo más notable es reinterpretar la crueldad eterna con la que se sigue midiendo a las mujeres en el poder. Esta semana la elección del gobierno nacional de sumar a Claudia Bello al directorio del Arsat me hizo volver al túnel del tiempo. Lo primero que recordé de ella no fue su prontuario -como dijo irónicamente allá en el 2001 Carlos Grosso sobre su cuestionada designación en el fugaz gobierno del puntano Adolfo Rodríguez Saá-, sino de su designación como “ángel de Charlie”, la categoría a la que estas mujeres habían sido relegadas: las amantes del poder. Quitándoles hasta la posibilidad de una lisa y llana perfidia o la picardía que suele engalanar el CV de los varones que recorren el camino de la política. Al igual que durante el “traspié Cancún” de Luana Volnovich, de nuevo muchos utilizaron su vida en vez de limitarse a su actuación. Con las mujeres pasa el tiempo y pareciera que el prontuario está en la cama. Siempre.

Y ahí es dónde me ví en el espejo roto de mi propio tiempo. ¿Hoy me reiría de las tapas de la revista “Humor” hipersexualizando a las funcionarias? ¿Me divertiría como en esos años diciendo que las decisiones que atañaron a estas mujeres se tomaban desde la cama presidencial?. ¿Perdería tiempo hablando de sus piernas, de sus romances?.

En esa conmoción por recordarme joven y frívola repasé la carrera de Claudia Bello y me terminé desayunando con que de todo lo que se la podría acusar, yo solo la recordaba como una de las chicas del supuesto harem. La “pizza con champagne” también se nos subió a la cabeza a los que estábamos en contra de ese menú.

Todas unidas triunfaron (efímeramente)

María Julia Alsogaray, quizás por su desmedido exhibicionismo, fue por lejos la mejor villana. De una familia liberal, aristocrática y cuestionada, la mimada del pater del clan, don Alvaro Alsogaray, pasó de chica sobria de orejas decoradas con perlitas a tapa de una revista enfundada en su piel y una piel prestada por Graciela Borges. Mery Julie, ante la llegada del huracán plebeyo de Adelina Dalesio de Viola - la negra de la Ucede como se describía así misma en una tapa de Gente - donde el antes mencionado Carlos Grosso se autopercibía como parte de los rubios del peronismo- no tuvo empacho en adaptarse a las nuevas olas. Dejó su formalidad para aggiornarse a los años dónde una extensión de pelo de los estilistas Estela Londero o Miguelito Romano no se le negaba a nadie.

En poco tiempo su festejado cambio de look fue imitado por el resto y se convirtió casi en un sello distintivo de esos años: bronceado, apliques capilares, maquillaje reforzado y estridencia a la hora del vestuario. Y atravesó tanto al peronismo que hasta en el 2007 fue todo un tema de campaña la máscara de pestañas de Cristina y su pelazo. Había que bajar los decibeles estéticos. Al margen que la ex presidenta siempre dijo que “amaba pintarse como una puerta” es indudable que esa década en términos estéticos es muy difícil a veces desterrar.

María Julia sí rindió cuentas sobre su accionar en esos años. Tanto Adelina, la muchacha que desde el living de Susana en un prime time de un rating hoy inimaginable gritaba “¡socialismo, las pelotas!”, como Claudia Bello o Matilde Menéndez cayeron en el necesario olvido para los políticos. Y así pasó con Bello que en un rarísimo zigzag del destino estuvo a punto de volver a las luces de un cargo de un gobierno, cuya base electoral desaprueba la década en la que ella junto a los otros ángeles lograron brillar.

Las originales

En marzo de 1976, los productores Aaron Spelling y Leonard Goldberg, después de pelear arduamente con los ejecutivos de ABC, lograron que el piloto de “Los Ángeles de Charlie” se estrenará en televisión. De salir bien tendrían un nuevo producto de su reconocida factoría en pantalla. Aunque, por el desaliento de todos los que trabajaban en la cadena, creían que estaban frente a un desastre que los condenaría al ridículo. Era la historia de tres hermosas chicas que podían con todo -esquiar, manejar autos de carrera, alistarse en el ejército-, mientras atrapaban malhechores sin soutien ni novios ni maridos a la vista.

El jefe, Charlie, un millonario al que solo le conocían la voz a través de un teléfono, y Bosley una especie de secretario de este, que a la sazón, actuaba de asistentes de ellas, era lo impensado en esos años. Hace apenas 45 años nadie apostaba a que tres mujeres sin hombres como apoyo pudieran tener éxito. En el momento de su estreno, y para sorpresa de todos, batió récords. Un rating de 50 puntos la transformó en el piloto más exitoso de la historia de la televisión hasta ese momento. Las protagonistas con su estética hegemónica y dónde explotaban su sex-appeal fueron parte de todo un debate entre las mujeres.

¿Quién se estaba aprovechando, acaso, de la lucha por la igualdad de las mujeres para mercantilizar la quema de corpiño en pos de vender la sexualidad de chicas corriendo sin sostén? ¿No inspiraba, a pesar de todo, a que las mujeres se animaran a manejar aviones, andar en skate o usar armas para defenderse? ¿Qué respondieran a un hombre invisible no era dejarlas atadas a un varón, que en el fondo, era el que tenía la última palabra? ¿Qué no tuvieran más que affaires nos las mostraba libres sexualmente? ¿Qué hicieran de todo sin despeinarse ni perder el encanto no ponía una nueva vara a las mujeres? ¿Qué se mantuvieran solas no era, acaso, un estímulo para la independencia económica?

Muchas han opinado sobre ellas. La feminista Camille Paglia lo puso en los siguientes términos: “Un modelo más cálido de amistad femenina se materializó en el exitoso programa de televisión Charlie's Angels, que fue denunciado por las feministas como un desfile de ”tetas y culos“, pero en realidad era una aventura de acción efervescente que mostraba a mujeres inteligentes y audaces trabajando juntas, del mismo lado en una fructífera colaboración” pasando por críticos televisivos que, socarronamente, lo llamaron “el show de los pezones”. La irrupción de esas poderosas mujeres aún hoy y por otras historias reales o ficticias, mantiene el debate. Balas, corridas, spray y un mundo hostil en el qué “todo se puede intentar al menos” fue su legado. Lo mismo que nos mostraron las muchas y variadas ideológicamente chicas de la política de los 90. Una de ellas, vestida con colores estridentes, cabello de peluquería y maquillaje, llegó a la presidencia.

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