“Cristina no manda mensajes de whatsapp. A lo sumo escribe un secretario privado para invitar al Instituto Patria”. La aclaración irónica parte de quienes hablan a diario con la expresidenta, que intenta mirar con desdén la feroz interna desatada en su nombre: la de sectores aliados por influir en cómo se rearma el cristinismo. Es la batalla de los paladares negros.
La guerra abierta (y esta es la novedad en un dispositivo político nacido y criado en el hermetismo) la libran el kicillofismo nonato y el camporismo de primera generación, dos espacios que corrieron de la mano hasta hace nada y son es el principal eje por donde gira sin tope el peronismo desde la derrota electoral del año pasado.
Quienes vieron a la expresidenta en los últimos días dicen que está molesta. Preocupada, no. Para Cristina Fernández de Kirchner, la disputa entre Axel Kicillof, canalizada vía Andrés Larroque, con su hijo Máximo es un “tema menor” del que no quiere participar. Pero en el kirchnerismo tratan de dilucidar qué hacer con la onda expansiva que genera el declaracionismo descontrolado. “Es chiquitaje, eso piensa”, aclara rápido, queriéndose sacar el tema de encima, uno de los legisladores que más conoce a la expresidenta, de diálogo diario.
Otros dirigentes la notaron más dolida. “Si los dos estuvieron sentados en mi mesa de cumpleaños… ”, la escucharon quejarse. Hacía referencia a Axel y el Cuervo, que estuvieron en la última celebración, el 19 de febrero pasado, que como todos los años se hizo en el Café Las Palabras, el reducto político del diputado Eduardo Valdes.
Quienes más la conocen se juegan a especular que no se meterá en la disputa, no en público. Pero en ese río revuelto, la dirigencia va leyendo los gestos más mínimos. En su única exposición desde que gobierna Javier Milei, el ya famoso documento de 33 páginas, Cristina usó un párrafo para elogiar la “convicción” de Máximo de votar en contra del acuerdo con el FMI que firmó Martín Guzmán. En todo ese texto no hay una sola referencia a Kicillof, su último ministro de Economía, y su elegido para la provincia de Buenos Aires.
En el Instituto Patria dicen que Axel es gobernador porque Cristina se la jugó contra todos los intendentes, en 2019, cuando decidió que él fuera el candidato. Lo ven bien, con posibilidades de ser el heredero. En definitiva, los bonaerenses lo volvieron a elegir sin ella en la boleta, pero hay voces cercanas a Cristina que creen que se está apurando. “Lo que tiene que hacer es gestionar, no ponerse como el único opositor a Milei”, le recuerda un senador.
¿Está en formación la herencia o todavía hay lugar para una candidatura de Cristina? Es la pregunta de siempre. “Apenas salga un afiche, entra una condena”, se ríen quienes ruegan no adelantar el tema, pero a nadie escapa que está tan activa en la política como en el 2016, cuando armó el Instituto Patria para organizar su regreso. Si en los primeros años del 2020, ya como vice, sus allegados contestaban que ella no quería volver a ser candidata, hoy dejan sugestivos puntos suspensivos.
Hay un factor que pesa siempre en los pasos de la expresidenta: el frente judicial. Dicen que está convencida de que la Cámara de Casación ratificará la condena en su contra en la causa Vialidad. “La van a querer meter presa”, apuesta un senador. Tiene más de 70 años. “Son capaces de cambiar la ley de domiciliarias”, desafía.
La expresidenta va casi todos los días al viejo edificio de la calle Rodríguez Peña 80. Ahí tiene su oficina, también, Máximo Kirchner. Es el lugar desde donde Cristina opera. En lo urgente, hoy tiene un objetivo claro: dar de baja el DNU 70 que ya rechazó el Senado y que aún no encuentra los votos para caer definitivamente en Diputados. Pero no se resigna. El debate de la ley bases bis podría retrasar su cometido, pero está convencida de poder lograrlo.
Habla con gobernadores, todos los propios, pero tira guiños también a los esquivos. Hace unos días recibió al diputado provincial de Córdoba Federico Alesandri. Fue el candidato a gobernador del extinto Frente de Todos en las últimas elecciones, pero al asumir en la Legislatura, su voto empezó a ser clave para Martín Llaryora y se convirtió en una suerte de aliado circunstancial. Ese vínculo con el cordobecismo no se da directamente entre la expresidenta y el gobernador, sino que se teje, con alianzas tácticas, a través del senador Eduardo Wado de Pedro o el propio Máximo. Favor con favor se paga.
En el desierto opositor, Cristina tiene poco para ofrecer a los gobernadores propios y menos aún para sumar a los ajenos, sobre todo cuando se trata de los recursos provinciales. Por eso en el kirchnerismo ya dan por hecho que esta nueva versión de la ley bases, con retoques, será aprobada, incluso en el Senado. Con cierta cintura, esta vez el gobierno nacional envió por separado el paquete fiscal que hará casi inevitable para el peronismo alguna fuga en esa votación. Las provincias se van quedando sin recursos.
Las miradas están puestas en el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, que esta semana recibió en su provincia al ministro del Interior, Guillermo Francos. Activó alertas. Una posibilidad que empezó a sonar con fuerza en las últimas horas como operativo de contención es que un hombre del santiagueño, el ex director del Sistema Nacional de Aeropuertos, Carlos Lugones Aignasse, desembarque en la Auditoría General de la Nación (AGN) en representación del PJ, que disputa dos lugares (si no le arrebata uno La Libertad Avanza) entre todas las tribus internas. El camporismo sigue firme con Juan Ignacio Forlón, pero podrían abrir el otro lugar al interior. Sábana corta. El problema es que deberán compensar a Sergio Massa, que quiere ahí a Guillermo Michel, ex Aduana y hombre fuerte de la gestión que ese organismo deberá controlar.
La relación con Massa pasa por cierta fatiga, no de Cristina, sino del amplio espectro kirchnerista, que dejó expuesta la declaración de Mariano Recalde. El sincericidio del senador lo llevó a decir que ellos no llevaron candidato en 2023. Es lo que piensan en privado muchos de los más fieles seguidores de la expresidenta, pero hacerlo público es otra cosa. Tanto Máximo como Cristina hicieron control de daños. Máximo cenó con Massa. “Es un diálogo continuo, no pasa nada”, bajan la tensión desde La Cámpora. Tanto Massa como Malena Galmarini son nombres puestos para las listas del año que viene. También Axel lo ve seguido y esta semana abrió el gabinete a Sandra Mayol, una dirigente del riñón del tigrense.
Hoy Massa sigue siendo el principal aliado de Cristina. En la mesa de decisiones se sientan muy pocos. Ellos dos y Máximo. A veces, más rezagado, Axel. Eso es parte de la puja de estos días. Que esa mesa sume sillas.
Para el Patria, la última discusión -que incluyó dos brutales desaires seguidos al gobernador por parte de los intendentes camporistas Mayra Mendoza y Damián Selci-, se reduce a una disputa por el próximo cierre de listas. Para buena parte del peronismo, es una divisoria de aguas entre quienes quieren construir, desde el empuje de Cristina, un liderazgo que ahora lleve el nombre de Axel Kicillof. Lo resume un dirigente sindical: el próximo peronismo debería ser la síntesis entre Axel y Llaryora. Por ahora, una lejana ilusión.
MV/DTC