Opinión - Panorama político

Cristina no sale en la foto

15 de agosto de 2021 00:02 h

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Lo que diga el Presidente importa poco. Hace mucho. Su palabra quedó devaluada producto de las circunstancias pero, sobre todo, de su propia responsabilidad. Valía más cuando era jefe de gabinete de Néstor Kirchner o, incluso, cuando era el jefe de campaña de Cristina Fernández, hace más de dos años. Pero el abuso desmedido del discurso en un contexto en el que los meses parecen años se fue fagocitando a un Alberto Fernández que no pudo parar de hablar en público, ni siquiera cuando esa tentación irrefrenable le provocó daños elocuentes. 

Las imágenes del cumpleaños de Fabiola Yáñez en Olivos se inscriben en esa dinámica. El Presidente se desmiente a sí mismo: una foto fulminante opera en tiempo real y contrasta con las horas y días de discursos en los que él repetía hasta el hartazgo lo opuesto a lo que hizo. Lo opuesto a lo que él mismo le demandaba a una sociedad extenuada por el doble combo de la crisis heredada y la peor pandemia del último siglo. 

Envenenada y en contexto de campaña, la imagen puede impactar más allá de las audiencias redundantes, en esa porción del electorado que hace rato va y viene entre el gobierno y la oposición sin encontrar una respuesta para sus padecimientos. Afectar el plus que el Presidente aportó en 2019 y su grupo de colaboradores promociona todavía hoy como la principal virtud de su líder por default. Demasiado para un presidente que llegó a lo más alto sin una base de poder propio, casi como un accidente de la historia y tenía en su palabra y en su comportamiento la fuente principal de su autoridad. 

Más allá de su origen, que ahora despierta teorías conspirativas de todo tipo, la postal es solo una y sirve para confirmar lo que el profesor de Derecho Penal parece no registrar: su fragilidad en todos los planos. En una especie de realidad paralela, a años luz de la que vive la mayor parte de la sociedad, Fernández se mueve en el poder como si nadie pudiera dañarlo y sorprende incluso a algunos de los que le responden en política. Su sistema de relaciones, que genera sospechas en todos lados, coincide con la ausencia de medidas de seguridad. Así, la endogamia del poder se deja ver. Olivos resulta un colador en el que el Fernández admite no tiene control y el Presidente pierde así el sentido de la ubicación.

Esa liviandad, que excede a lo que se advierte en la burbuja de Olivos, inquieta en cambio a la vicepresidenta que ya no sabe qué hacer ante los modos del candidato que surgió de su dedo. Herencia de una cultura política que recuerda a Néstor Kirchner, el manual de Cristina se ubica en las antípodas de las prácticas del Presidente. Por lo que se ve, la vicepresidenta está al margen de la romería de Olivos, no aparece en la escena y de sus visitas a la quinta presidencial, que son escasas, casi no hay registro. Ella no sale en la foto. 

CFK no sólo cuida al extremo cada uno de sus movimientos en públicos sino que obliga a sus visitantes a dejar los celulares antes de ingresar a su despacho del Senado o a la sala de su casa en la que atiende dirigentes, empresarios y militantes. Eso explica que, después de 12 años en el poder, las fotos que retrataron la intimidad kirchnerista puedan contarse con los dedos de una mano. Eso le permitió a la vicepresidenta sobrevivir a un clima de lo más hostil, como el que enfrentó entre 2015 y 2019.

La difusión de las fotos del cumple de Fabiola reactivaron en el Frente de Todos la pregunta por el destino y la función de la Agencia Federal de Inteligencia. Otro contraste:  si el kirchnerismo apeló a los servicios de Antonio Stiuso durante más de una década y esa alianza que le costó cara terminó en una guerra abierta, el Presidente dice que no le interesa el tema y hace como que no existe. Subestimar ese frente, está probado, sólo termina con más problemas. 

Al otro lado de la alianza de gobierno, las medidas de seguridad -que Fernández ignora como si no tuviera nada de que cuidarse- son parte sustancial de una construcción política en la que la palabra de Cristina tiene un voltaje incomparable. Fernández puede tener un átomo de razón cuando se queja de la cobertura desigual sobre hechos que la oposición política y mediática atienden. Pero nadie más que él conoce las reglas del juego: son las que en su momento le permitieron sobrevivir a la intemperie del poder en el rol de indignado y panelista televisivo. Cambiarlas exige, como mínimo, esfuerzo, disciplina y claridad en lo que se pretende.

Las fotos de Olivos coincidieron con una semana en que las diferencias se hicieron públicas, una vez más, en el FDT. A dos años del triunfo apabullante sobre Mauricio Macri en las PASO , la cuenta institucional del PJ publicó una imagen de la noche de la victoria. A Cristina, que ese día había ido a votar a Río Gallegos, no le gustó quedar al margen de la evocación oficial. Lo admiten cerca de la vicepresidenta: le cayó mal que la dejaran afuera de una foto que había contribuido a posibilitar, quizás como nadie. Protagonismos y celos al margen, asoma una diferencia de fondo que se advierte en cada conversación con la heterogénea dirigencia del panperonismo. Dentro de la unidad que nadie discute, no todos ponen lo mismo. Si para la vicepresidenta y su grupo, lo fundamental es la base de adhesiones que resiste el ácido nítrico, para el albertismo nonato es ese plus del que, suponen, Cristina no podrá prescindir tampoco en el lejano 2023.

La vicepresidenta no cree en casualidades. Tampoco sus colaboradores. Tanto que remarcan que las claves de la cuentas del PJ institucional están en manos de Santiago Cafiero, el secretario general del PJ. Con ironía, Cristina felicitó a La Cámpora en Lomas de Zamora por la función de ayuda memoria que cumplió su CM. 

No fue lo único que cayó mal en el entorno de CFK. También sorprendió el encuentro virtual “Argentina avanza, el país que queremos”, que organizaron un ministros, sindicalistas como Héctor Daer y gobernadores como Juan Manzur y Sergio Uñac el sábado 7. El objetivo era apuntalar al Presidente y aprovechar el cierre de listas en el que Fernández pareció recuperar parte de la autoridad perdida, pero desde Olivos y vía Zoom, el Presidente desinfló una vez más las ínfulas del albertismo. “Acá nadie sobra y ninguna pelea sirve. No sirve diferenciarnos de nuestros compañeros, sino de los que se alejan de la gente. Por favor, no les volvamos a dar la oportunidad, por nuestras desavenencias, de que ellos puedan volver”, dijo. Muy cerca de Cristina, llamó la atención una de las frases de Gustavo Beliz que sonó a deja vu:  “El sectarismo es el veneno de los movimientos populares”. 

El secretario de Asuntos Estratégicos fue uno de los grandes anfitriones de la visita de Jake Sullivan, el enviado de Joe Biden que vino a Buenos Aires para reírse del chiste de Argenzuela y avanzar en su intento por tomar al país del peronismo como cabeza de playa para la disputa con China en el Cono Sur. Ninguneada por los abanderados del escándalo, la misión del más alto nivel activó distintas sensibilidades en el tablero de la geopolítica. El embajador en China, Sabino Vaca Narvaja, llamó a Jorge Argüello para enterarse de las conversaciones en torno al 5G. El representante de Fernández en Washington le aseguró que durante el almuerzo con el Presidente no se habló del tema. Fue Sergio Massa, en su rol de anfitrión permanente de los inmortales de WikiLeaks, el que invitó a participar de un proceso en el que los chinos corren con varios años de ventaja y las telcos que operan en Argentina -incluido el Grupo Clarín- ya eligieron por Huawei. 

Las legislativas de septiembre y noviembre no sólo van a definir ganadores y perdedores entre gobierno y oposición. También van a retratar el peso relativo que cada espacio tiene dentro del FDT. Mientras el albertismo que se entusiasma con la vacunación récord y la reapertura económica agitaba hasta la semana pasada la posibilidad de la reelección del Presidente, cerca de Cristina apuestan por Axel Kicillof y tienen otro tipo de dilemas, los que la vice volvió a sincerar en Lomas de Zamora, cuando se quejó del “muerto” que les dejaron y se preguntó: “¿Cómo vamos a hacer para revertir esta realidad?”. Nadie en el oficialismo arriesga la respuesta. 

En lo económico, preocupa una inflación del 51,8% interanual que ya está en los niveles del último Macri y devora el poder adquisitivo de los sectores más vulnerables, pese a los anabólicos electorales que el gobierno anunciará hasta noviembre. Declina la liquidación de los dólares de la cosecha, las reservas que se habían recuperado con fuerza en el primer semestre vuelven a caer y la brecha cambiaria se enciende otra vez. 

Según el último informe de Eco Go, sin incluir el pago al FMI de diciembre, el gobierno tendrá que afrontar hasta fin de año vencimientos por US$3.600 millones entre amortizaciones e intereses. La cifra asciende a U$S 5.000 millones si se incluye ese último pago y se descuenta un desembolso de US$650 millones por nuevos préstamos de organismos de crédito. La consultora de Marina Dal Poggetto agrega que, si mantiene el ritmo de intervención que mostró el Banco Central en las últimas semanas, se perderán otros U$S 2.100 millones en la compra de bonos para impedir que la brecha se dispare todavía más. Por lo que dejó el primer tiempo de Macri, 2022 asoma como una montaña rusa: en el primer trimestre del año, vencen US$7.200 millones más.

Avalado por la Cristina que, en la noche del cierre de listas, anunció que el oficialismo no va a poder hacer lo que quería y usará los DEG del Fondo para pagarle al Fondo, Martín Guzmán busca acordar con Kristalina Georgieva antes de fin de año. El ministro de Economía no quiere perder por completo el regalo de Biden: pretende hacer el segundo pago en diciembre pero tener al mismo tiempo cerrado un acuerdo para que ese dinero vuelva rápido y le permita al gobierno mantener un mejor nivel de reservas. Aun cuando falte la aprobación del Congreso y del directorio del Fondo, Guzmán resolvería uno de los temas fundamentales que nublan el horizonte de los Fernández y el nuevo Fondo se convertiría en aliado del peronismo en su doble rol de auditor y acreedor privilegiado.

En paralelo llegaría el cambio de gabinete que ahora todos parecen convalidar. Algo de eso ya estaba en la cabeza de Fernández antes de la foto. Uno de sus colaboradores lo escuchó en las últimas semanas decir, por primera vez, que quiere traer de regreso al gabinete a Aníbal Fernández. El quilmeño, récord en el Ejecutivo durante los años kirchneristas, está en disponibilidad y no son pocos los que piensan que su costumbre de prenderse a fuego a lo bonzo puede escandalizar a la oposición en la misma medida que aliviar al Presidente. Su tarea no es sumar votos.

En ese marco se entiende también la insistencia con que se mencionó en los últimos días la posibilidad de un regreso de Julián Domínguez, el ex ministro de Agricultura que fue candidato a gobernador. Según cuentan en gobierno, Domínguez y Aníbal retomaron el contacto hace no tanto en un encuentro propiciado por el jefe del SMATA, Ricardo Pignanelli. Dentro de la pragmática exacerbada del cristinismo electoral, cerca de la vice hay quienes creen que Domínguez puede volver a ser puente con el agronegocio y los pueblos del interior bonaerense. Sostienen que en circunstancias como las actuales, con Massa diluido en su capital electoral, podría obturar el voto de Randazzo. 

DG