Testigos del día a día de Alberto Fernández y/o Cristina Fernández de Kirchner apelan a razones del orden de la psicología o características de la personalidad para explicar la fallida relación entre los líderes del Frente de Todos. El abordaje es recurrente en despachos ubicados a ambos lados de la grieta interna del Frente de Todos, con argumentos que no parecen inválidos, pero encierran una particularidad: dejan al margen razones de índole política y relacionamiento con el poder, que serían fundamentales para dar cuenta de cómo dos militantes en el peronismo desde que tienen uso de razón ejercen los cargos para los que pidieron el voto.
Situaciones personales que le tocaron vivir a Cristina son citadas como causa de su cansancio y enojo. El relato indica que una década de acusaciones judiciales, muchas de ellas en manos de jueces y fiscales venales, erosionaron la energía y el foco de atención de la vicepresidenta. Nada —coinciden las fuentes— afectó tanto a Cristina como la enfermedad de su hija, disparada por las mismas causas penales. Como narró la vicepresidenta, sus decisiones recientes más trascendentales estuvieron en algo o en mucho condicionadas por la atención de la salud de Florencia Kirchner.
'Se enojó con la realidad' es una frase que circula para resumir por qué la aguerrida Cristina de 2021 parece no dialogar con la acuerdista de 2019
Esos elementos ya estaban presentes en mayo de 2019, cuando la abogada nacida en La Plata desbarató el tablero político al proponer a Alberto Fernández como candidato a presidente. Fue una jugada estratégica, racional, propia de una dirigente sin par en lo que va del siglo en cuanto a su capacidad de liderazgo. Ocurrió que, en simultáneo con el Gobierno del Frente de Todos, nació la pandemia. La necesidad de atender la crisis sanitaria con las restricciones impuestas por la deuda externa monumental legada por Cambiemos llevó a la vicepresidenta a concluir rápidamente que su elegido no era el hombre para el momento. “Se enojó con la realidad” es una frase que circula para resumir por qué la aguerrida Cristina de 2021 parece no dialogar con la acuerdista de 2019.
¿Y el quilombo?
El arma gatillada a centímetros de su cara terminó de acrecentar la desconfianza generalizada y recluyó a Cristina en una mesa (demasiado) chica, con actuación determinante de su hijo. La presidenta del Senado se dedica a pelear por su libertad y la de Florencia, en una batalla en la que se siente, en varios sentidos, sola. La tocaron a Cristina y no se armó ningún quilombo.
Los argumentos sobre la personalidad también reinan a la hora de explicar por qué Alberto Fernández no atinó a tomar las riendas efectivas de su Gobierno, reconocer como tales a quienes arrojaban piedras y conducir un proceso político para el que, como él tempranamente definió, con Cristina no alcanzaba. El Presidente tenía un activo único para edificarse. No era, en efecto, el dueño de los votos, pero con él alcanzó para ganar las elecciones. “A llorar al campito” habría dicho un peronista de los de no hace mucho.
La incapacidad para asumir la desaprobación de Cristina que le atribuyen a Alberto lo llevó a creer durante mucho tiempo que siempre habría alguna medida, algún discurso, alguna cabeza para entregar que habilitaría la reconciliación. “Alberto no es traidor”, “es buen tipo, frena ante los vínculos personales”, “es pusilánime”, “no le da”, “un procrastinador serial”, “’vamos viendo’ es su esencia” son frases de un repertorio para pintar un liderazgo que no fue. Más allá de los insultos de quienes le profieren trato de enemigo, las descripciones más descarnadas del Presidente provienen de parte de exfuncionarios que dicen haber dado pelea en vano ante cristinistas que siguen actuando como advenedizos a sus cincuenta años.
Ira, traición, deslealtad, coraje, furia, amor, venganza, pasión, lástima, mezquindad son motores esenciales de la política, pero no alcanzan para entender por qué dos políticos con enorme experiencia y una coalición de Gobierno con mucho en el debe, pero también logros relevantes en el haber, enfrentan un fin de mandato sin norte, ni liderazgo ni candidato, inhibidos ante un frente de derecha que, ayer nomás, dejó un trauma socioeconómico tras su paso por el Ejecutivo.
Con mucho en el debe, pero también logros en el haber, el oficialismo enfrenta inhibido a una coalición de derecha que, ayer nomás, dejó un trauma socioeconómico tras su paso por el Ejecutivo
Las cuestiones de las personas tendrán su peso, pero subyace un déficit con el que el peronismo —y el de centroizquierda en particular— viene cabalgando hace años, vinculado a la capacidad, no sólo de dar respuestas, sino de entender demandas sociales, principalmente de su base electoral. Problemas vinculados a la calidad de la gestión del Estado y el cumplimiento de objetivos a los que se dedican abultados presupuestos y organigramas están sobre la mesa. El peronismo comenta y alerta —con base empírica— que las recetas de Juntos por el Cambio (JxC) y el resto de las derechas no harán más que agravar los lastres sociales. Interesante, pero el trabajo precario, la desigualdad educativa y el hacinamiento en barrios pobres siguen ahí para cerca de un tercio de la población. Como advierte JxC —también con base empírica—, los kirchnerismos gobernaron quince de los últimos diecinueve años. Hola Milei.
La mesa mínima
En medio del eco en las desavenencias gestuales entre el Presidente y la vice y una nueva ronda de “desilusión” del Cuervo Larroque, una voz relevante del hemisferio cristinista ponía esta semana la mirada en el papel de la mesa mínima que articula con la jefa entre el Instituto Patria y el Senado. “Sin Cristina, ¿quién de ellos tiene algo?”.
La pregunta alude a una divergencia de intereses en el campo vicepresidencial. El cristinismo, La Cámpora y la mesa chica son conjuntos que se intersectan, pero no significan necesariamente lo mismo. No son equivalentes un gobernador o un intendente con votos propios, un adherente ideológico, un funcionario, un burócrata, un peronista con vida prekirchnerista y un dirigente cuyo activo excluyente es haber sido bendecido por el dedo de la jefa. Todos ellos pueden reivindicarse cristinistas e incluso inscribirse en La Cámpora. Sin embargo, sus intereses parecen divergentes.
Cristina tiene un país en mente, anclado en la idealización sin reflexión crítica sobre el período 2003-2015. Con esa mirada y esa añoranza, la vicepresidenta fluctúa entre acuerdos pragmáticos para “construir un capitalismo en serio” hasta con quienes la querían meter presa, y la convocatoria a una lucha frontal, con el pueblo movilizado, contra el FMI, el Grupo Clarín y la Corte Suprema. Envuelta en sus contradicciones y límites, Cristina concibe un proyecto de poder.
Para quien debe su existencia política y económica al liderazgo de la vicepresidenta, la ecuación es más simple: se trata de conservar influencia como sea. Si no se puede ganar, cabe luchar para mantener la capacidad de bloqueo. De allí que resulte factible rechazar de buenas a primeras un acuerdo con el FMI discutido durante dos años con el absurdo argumento de que “había que seguir negociando”. La epifanía de oposición al Fondo es siempre redituable, aunque sea a costa de desentenderse de la fecha de default establecida en documentos firmados por Macri en 2018 y sujetos al derecho internacional. En la misma apuesta por la supervivencia, más vale dar por perdida la elección de 2023 con un bienio de antelación o coquetear con la abstención antes que resignar espacios y presupuestos en una nueva coalición panperonista que podría verse tentada con no quemarse dos veces con la leche del Instituo Patria.
La fortaleza de Máximo es vicarial. Sus desplantes, sus vetos, sus sillas vacías en la Asamblea Legislativa no valen tanto por lo propio como por lo que se supone que representa la voluntad de su madre
La misma voz que posa la mirada en la mesa chica pone el acento en Máximo. “Por sí sólo, ¿qué tiene?”. Su recorrido electoral demuestra que no mucho. La única vez que ocupó un lugar destacado en una boleta no le fue bien. En 2015, Máximo Kirchner encabezó la lista de candidatos a diputados nacionales por el Frente para la Victoria (FPV) en Santa Cruz, provincia que elige sólo dos por turno. Daniel Scioli ganó el tramo presidencial por amplio margen y Alicia Kirchner fue electa gobernadora. La de Diputados fue la única categoría nacional o provincial en la que el FPV perdió. Unos 11.000 santacruceños de los 79.000 que eligieron al boleta de Scioli excluyeron del sobre al hijo de los dos políticos más importantes de la historia de la provincia.
La fortaleza de Máximo es vicarial. Sus desplantes, sus vetos, sus sillas vacías en la Asamblea Legislativa no valen tanto por lo propio como por lo que se supone que representa la voluntad de su madre. El exjefe del bloque del Frente de Todos puede doblegar a los intendentes y quedarse con la jefatura del PJ en la provincia de Buenos Aires, empujar a Axel Kicillof a sobreactuar su antialbertismo como modo de resistencia a los intentos de La Cámpora de bajarlo de la reelección y anclar a funcionarios de su confianza al mando de presupuestos clave (PAMI, ANSES). ¿Podría ganar una primaria?
Quien lleva la voz cantante de Cristina y su círculo más puro es el Cuervo Larroque. No presume de tener capital electoral, más allá del desliz de utilizar la primera persona del plural cuando le enrostra a Alberto Fernández quién es el verdadero dueño de los votos. El caso de Eduardo Wado de Pedro es distinto.
El rancho de Wado
La pertenencia del ministro del Interior a la mesa decisoria que conduce Máximo es puesta en duda por muchos. Incluso, algunas de las llamativas incursiones de Wado merecieron críticas que fueron reportadas como originadas en el Patria. De lo que pocos dudan es de la fortaleza del vínculo personal entre el titular de Interior y Cristina.
De Pedro dice que quiere ser candidato a presidente. Por ahora sin relieve en las encuestas, su carácter afable, su interpelación a diferentes públicos y su capacidad de diálogo con los peronismos forman parte de su activo, aunque las volteretas en torno a su adhesión al Gobierno en el que ocupa una de las sillas más importantes del gabinete dejaron secuelas, no sólo en Alberto y su círculo, sino entre quienes las observaron de afuera y midieron sus acciones en términos de lealtad.
Semanas atrás, el ministro del Interior dio un paso en falso cuando difundió haber sido víctima de la mezquindad del Presidente por su exclusión de un encuentro entre Luiz Inácio Lula da Silva y los organismo de derechos humanos. Estela de Carlotto se ocupó de aclarar que no había habido tal exclusión, sino un simple olvido de su parte. La misma titular de Abuelas de Plaza de Mayo aplicó un correctivo mucho más significativo cuando bloqueó el intento del cristinismo duro de hacer pasar la marcha por Memoria, Verdad y Justicia del 24 de marzo por un acto en contra de la “proscripción” de la vicepresidenta. La sola elaboración de un ardid tan burdo habla de la debilidad de quienes por estas horas agitan las banderas por “Cristina 2023”.
Sin foto con Lula ni marcha del 24, Wado consiguió la adhesión de Luis Barrionuevo. El dirigente gastronómico dijo que ponía “unas fichas” para la candidatura de De Pedro. Se trata de un dirigente sin votos pero con influencia, puesta al servicio de Carlos Menem y Macri en décadas pasadas. Y no fue peccata minuta. El sindicalista se jactó de haber entrenado a falsos arrepentidos para alimentar causas que terminaron con procesamientos de Cristina y sus hijos. “Más allá de si Barrionuevo le suma o no, debería preguntarse por qué un dirigente con esos objetivos lo elige como candidato”, sugiere una fuente que lo mira a distancia.
El experimento con Barrionuevo tiene el amparo en la máxima de Juan Domingo Perón sobre los ranchos que se hacen con barro, paja y bosta. La combinación de esos ingredientes es clave. De eso sabe el kirchnerismo tras habilitar una nueva escala de imbricación entre servicios de Inteligencia y los jueces federales durante los Gobiernos de Néstor y Cristina. En el tramo final del segundo mandato de ésta, le fue asignado a los camporistas De Pedro y Julián Álvarez pulsar esa relación en el Consejo de la Magistratura. Cuando Cambiemos llegó a Casa Rosada, la mesa judicial de Mauricio Macri tomó ese dispositivo, lo podó de indeseables, incorporó su propio arsenal de Inteligencia y emprendió la mayor persecución contra adversarios y opositores que se haya registrado desde el reinicio de la democracia.
Se ve que en el rancho de Comodoro Py orquestado por Néstor y Cristina no había suficiente paja y barro.
SL