Opinión - Perdón que interrumpa
Después del Maracaná la única alegría es el pinchazo
De outsiders e insiders se habla mucho. Uno de los grandes temas del análisis político: ¿quiénes son los que hacen política? Los hay conservadores, peronistas, liberales y marxistas, pero weberianos somos todos. A la democracia la alumbramos con un mandato alfonsinista: construir la clase que la haga. Desde las tazas reivindicando “la rosca” de Emilio Monzó hasta el campeonato boludo en pleno apogeo de House of cards acerca de quién es nuestro Frank Underwood. Desde el culto pavo a la palabra “territorio” (la romantización política del “Conurbano”) hasta los peñistas que en su edad dorada amaban burlarse diciendo que “siempre nos están dando la bienvenida a la política”. Sedimento: mal que mal, kirchnerismo y macrismo reconstruyeron la política después de 2001, rearmaron el espacio peronista y no peronista, ya llevan años viviendo de bloqueos mutuos. La politología llama “sistema político” a lo que otros llaman “grieta”. Hay crisis, estancamiento, siete de cada diez chicos pobres, restricción externa extenuante, moneda débil, debates sobre el desarrollo y el ambiente mientras el Estado está por decir lo que dijo Perón (“¿alguien vio un dólar alguna vez?”). A veinte años del 2001 tenemos una política representativa, que organiza con bastante fidelidad dos posiciones de la sociedad, pero el país está hecho mierda. ¿Una política sobre-representada para un país sub-solucionado? Ganar para qué.
En las últimas semanas se reordenó Juntos por el Cambio. La sangre no llegó al río, pero Macri perdió. No se guardará la oportunidad de hacerles más daño a sus antiguos subordinados que le pidieron en todos los idiomas que se baje el volumen: era más parte del problema que de la solución. Macri convertido en un imán de prejuicios. Hasta Lilita Carrió, beligerante en su batalla contra la Sputnik, esperó y se vacunó en Argentina con la Astrazeneca, mientras Macri lo hizo en un viaje a Miami con la de Johnson & Johnson. Macri no pudo ni esa foto “patriótica”. En la Ciudad de Buenos Aires es vox populi que soltaron caranchos para que se coman muchas palomas, pero las palomas larretistas esta vez se comieron a los halcones. La imagen de Patricia Bullrich en la protesta del campo del feriado muestra el destino del repliegue: en las entrañas del pueblo macrista a mirar el desempeño de la estrategia larretista. Esperar ahí.
Del otro lado, en el mundo oficialista, donde las internas parecen más opacas (es mucho más fácil hacer un frente electoral de verdad sinfónica que un gobierno sinfónico), es tan arrinconado el lugar de Alberto, que se instaló desde distintos ángulos la idea de que vendrá un furibundo “cambio de gabinete”, y que entonces la salida de esos nombres será por arriba: encabezar las listas. Este dilema instala la forma más albertiana y paradójica de administrar el poder: no usarlo.
Si no pone a nadie suyo en las listas resultará una demostración de poder. Tanto rumor de que Alberto “le van a poner” miembros del gabinete en las listas da por resultado que si no pone a nadie demuestra fuerza. Sólo con preservar su gabinete “gana” poder. Sin embargo hay nombres que flotan, que se señalan, que desmienten esta “hipótesis” (Victoria Tolosa Paz en PBA, Leandro Santoro en CABA, por decir dos muy repetidos) y que podrían emparejar esta percepción porque una cosa sí necesita el Frente de Todos: saber qué piensa la sociedad del gobierno y especialmente del presidente. No puede no someterse a la prueba de medio término; y al radar de cuáles son sus votos. Una cosa es procrastinarse a crear el “albertismo” para que no se enoje ni el ascensorista del Instituto Patria, otra cosa es eludir el dictamen electoral necesario. Alberto va a poner nombres. Los antecedentes de un presidente que “no arriesga” se remontan a De la Rúa: con una inversión de la famosa lógica de las testimoniales de Néstor Kirchner en 2009, en las elecciones de octubre de 2001 dijo que él no perdió porque no fue candidato. Dos meses después ya sabemos lo que pasó. Lo que no leyó en las urnas lo tuvo que leer en las calles. Alberto será plebiscitado porque así funcionan las elecciones de medio término: plebiscitarias. El kirchnerismo quiere dominar la lapicera pero no hegemonizar todo porque si no termina siendo una plebiscitación del kirchnerismo más que del gobierno. Ni la “vuelta a clases” ni la recuperación económica alumbran como temas de su campaña. Se trata ahora, casi excluyentemente, de las vacunas. América Latina tuvo un ritmo de vacunación posterior a Estados Unidos y Europa, pero hoy cada vez más acompasa. Argentina no quedó tan desfasada del calendario de vacunación etario del resto de los países del mundo. Por edades, en Argentina una persona de 40 años se vacuna apenas meses después de cuando se vacunó un sueco de la misma edad. Alberto tiene en eso algo con qué ganar -la gestión sanitaria que no fracasó- y un país donde casi la única alegría es un pinchazo.
De afuera hacia adentro
Elaborar una lista que cruza a los “famosos” y la política es armar una lista desordenada y caprichosa. Tiene personajes “politizados” cuya incorporación política es consecuente, como el periodista Diego Bonadeo, que fue concejal del Frente Grande en Vicente López y luego se incorporó a la Coalición Cívica (fue parte de un progresismo profesional de época) o tiene la sorpresa de la gran Moria Casan, “la lengua karateca del ambiente artístico”, como dice Lorena Álvarez (experta en saber pensar el espectáculo de la política y la política del espectáculo), que en 2005 largó su Movimiento Federal del Centro. En un tardío gesto de ganancia de pescadores de una crisis que se alejaba, cuando el kirchnerismo ya organizaba el sistema político, la diva se mandó con un partido que solo obtuvo 20 mil votos. Recordemos a Nito Artaza, que llegó a la política como emergente del corralito, y aunque conocía los yeites de la política por su padre (un dirigente radical correntino) fue el representante del descontento de los ahorristas iniciando así su espinel en el 2001. En el 2009 llegó al Senado tras varios intentos sin éxitos y luego quiso ser Gobernador de su Corrientes natal por la UCR en el 2013. Caso extraño: de outsider a radical. Mutaciones de la lengua de Nito: del grito desaforado de los que depositaron dólares y querían retirar dólares a una retórica de radical centenario.
El macrismo, experto en diseñar una política para los que no les gusta la política, metió un Martiniano Molina (el cocinero mediático) en una gestión más que olvidable de Quilmes. Pero antes a su estrella: a Miguel Del Sel, el Midachi más menemista tentado por Mauricio Macri para entrar en la política en el 2010, y que llegó a diputado por Santa Fe en el 2013. En 2015 quedó primero en las PASO por la Gobernación y en las Generales salió segundo. Aunque muchos creen que ni él quiso contar los votos del terror de llegar a ser el verdadero ganador. Con el triunfo de Macri en la presidencial fue designado embajador en Panamá. Hoy preside el Pro en su provincia y sigue en carrera. Curioso detalle: del trío humorista más famoso de esos años noventa, y que se volvía (como demasiadas cosas) un poco emblemático de esa época, de cierto humor pasatista y chabacano que es siempre, frente a muchos ojos “críticos”, la forma de una risa cómplice, nacieron dos politizados de fuste. Del Sel y Dady (cuya inteligencia se preserva en una decisión última: no probarse candidato a nada). El Chino, el tercer Midachi, es como el George Harrison del grupo. Y como con Harrison, quizás nazca en unos años la forma de un mito esnob y sutil que dirá algo imposible: que era el más gracioso.
“La joda”. En 1991 Ricky Maravilla se tentó para la intendencia de Salta, su ciudad. Lo que Ricky tenía que hacer por esos años ya estaba hecho: puso las patas de la cumbia en el mar del Este. En Punta del Este se bailaba “Qué tendrá ese petiso”, y de los noventa ya se hizo esa sociología rápida (entre lo que democratizó y lo que no). Dónde están mis zapatos. La década termina con la inclusión, promovida por Rodolfo Terragno, de Pinky, la Señora Televisión, la que bendijo un día de 1980 la llegada del color a la pantalla. Una radical de toda la vida a la que Rodolfo Terragno y la épica aliancista convencieron de que sea candidata a intendenta de La Matanza, y tuvo su momento “Daniel Vila”: frente a los periodistas y por la información que en vivo le tiraban de “Artear” se autoproclamó ganadora. La intendenta que no fue frente al peronismo de Alberto Balestrini que, según las malas lenguas, extremó recursos para no entregar el municipio a los radicales.
Un politólogo amigo dice: “insider pleno es Alberto Fernández, outsider pleno sería Facundo Manes”. Tiene buena prensa ser outsider. En el mundo crecieron en los últimos años esas variantes anti establishment político. Trump y Bolsonaro eran las monedas caras de esa tendencia. Cuando hay una crisis… llamemos a los de afuera. El primero perdió contra un demócrata anciano, el segundo puede perder con Lula. Pero, acá en Argentina… los outsiders de ayer, ¿son los insiders de hoy?
Las despedidas que acompañaron el final del Lole Reutemann expresaron la solemnidad con que se despide a “un hombre de Estado”, además de a un deportista formidable. Fue el hombre que pudo ser presidente en el 2003, su presente ausencia del escenario nacional -en el que nunca disputó- es parte del tetris de la recomposición post 2001, de sus peronismos o gobiernos provinciales. Si, como dice Lorena Álvarez, “la farándula viene politizada desde los años cuarenta”, a partir del 83 con la llegada de la democracia, una sustanciosa parte de esa fauna artística-deportiva-mediática decidió volcarse a la política. Seguir la lista puede ser interminable. Enumeremos dos clásicos de los tempranos ochenta: Juan Carlos Rousselot (intendente de Morón que terminó pésimo) e Irma Roy (una mujer valiosísima para el peronismo de esos años). Luego, Menem en los años noventa construye el tridente exitoso: Carlos Reutemann, Ramón “Palito” Ortega y Daniel Scioli. A los dos primeros los hace gobernadores de sus provincias (Santa Fe y Tucumán), y a Scioli lo hace diputado nacional por la Capital Federal en 1997, el inicio de una carrera pragmática pero que tuvo la caballerosidad de nunca renegar de ese origen (no es Scioli exactamente un desagradecido de sus espaldarazos).
Esa década “maldita” contuvo este sello: un político tan insider como Menem promovió exitosamente el ingreso a la política de estos hombres que eran capaces de invertir su fama y popularidad en una política que ya acusaba sus años desgaste como “clase”. Lo que en los ochenta era promesa -una generación que militó en la universidad, o pasó una reunión al menos en algún mitín, como quien debuta en la democracia y hasta para buscar novia o hacerse amigos “frecuenta” la política- en los noventa ya era derrumbe y desgaste. ¿Qué hay de nuevo, viejo? Menem hacía política con la antipolítica. Un adelantado al “Que se vayan todos”. El otro de los políticos más lúcidos de esa década, Carlos “Chacho” Álvarez, lo hacía más que sobre personalidades famosas, sobre personalidades prestigiosas (como Aníbal Ibarra, el fiscal, y Graciela Fernández Meijide, un rostro de los derechos humanos). Migraciones de figuras prestigiosas de cierta “izquierda cultural”. Fama (el batallado “la farandulización de la política”) y prestigio: dos formas de nombrar el carisma. Esa “larga incorporación” que pasa “por izquierda y por derecha”. Digamos: figuras que nacen en una zona más mestiza de cultura y política, y otras que vienen con la “sorpresa” de su arribo a la política. Tanto Lole como Scioli resultaron políticos bastante sólidos para el peronismo del futuro; incluso para los equilibrios de poder del kirchnerismo en sus años críticos. Recordemos el 2008.
Los “colados” en la política tienen apropiaciones silvestres como Amalia Granata o el propio Blumberg y eternos candidatos que no son: Tinelli, y Mario Pergolini otro poco (ambos con el juego previo de la política: la política de clubes de fútbol, esa otra herencia de los noventa). Pablo Echarri contó hace unos días que “se sentiría cómodo en una intendencia”. ¿Por qué es una pregunta en la punta de la lengua a cualquiera que “acumule”? Porque “representa”. La política es su capacidad de representar (pero no puede ser sólo su capacidad de representar). De los ochenta (la política de la clase) a los noventa: outsiders que devienen hombres y mujeres de Estado. Dicho en un tuit: si Chacho buscaba figuras leyendo “La Maga”, Menem lo hacía con la revista “Caras”. Pero… esos outsiders menemistas se transformaron a mucha velocidad en insiders.
MR
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