En su intento por institucionalizar al peronismo tras la dictadura, el renovador Antonio Cafiero repetía una metáfora. Una metáfora netamente eclesiástica. “Que los cardenales elijan al Papa”, planteaba el exgobernador bonaerense. Si bien llegó a gobernar la provincia, su trayectoria quedó marcada por una frustración: la de no haber pegado el salto a la presidencia. Durante el ciclo alfonsinista, Cafiero imaginaba una liga de gobernadores del PJ poderosos y organizados, con capacidad para digitar al próximo presidente.
El inesperado triunfo de Carlos Menem en 1989 no respondió a esa lógica. Y el sueño de establecer un club de mandatarios provinciales nunca terminó de funcionar. Más de una década después, Eduardo Duhalde ensayaría una idea similar durante su breve paso por La Rosada. Pero la consagración de Néstor Kirchner, centralizando la toma de decisiones desde la Capital, volvió a dejar trunca esa posibilidad.
Alberto Fernández dio señales de apuntalar una Argentina más federal, cediendo protagonismo a los gobernadores. “No aspiro a ser un gran presidente, aspiro a construir una gran Argentina”, aseguró junto a todos los jefes provinciales peronistas, pocos días antes de las PASO de 2019. Fue en Rosario, con Omar Perotti como anfitrión. “Un día vamos a poder decir que en el patio de la Facultad de Derecho de Rosario comenzó a gestarse una nueva Nación”, se esperanzaba el gobernador de Santa Fe. El encuentro desbordaba de ilusión federalista. Pero aquella declamación quedó congelada en la foto. En una postal nostalgiosa, en realidad, en parte por culpa de la pandemia. Aunque no solamente por la irrupción del Covid.
“Después de la presidencia de Menem y de la reforma constitucional de 1994, la competencia política se concentró en el AMBA. Además las provincias dependen mucho de los recursos de la Nación, especialmente en momentos de crisis. Y La Rosada negocia radialmente de a uno en uno”, opina la politóloga María Esperanza Casullo.
Investigadora del populismo y el sistemas de partidos, Casullo afirma que la liga de los gobernadores ya no existe, si es que alguna vez nació. Y agrega otro punto para justificar su mirada: “Se nacionalizó el mercado de la opinión de temas políticos. Es muy difícil meter un tema de las provincias en la discusión nacional. Ni la sequía del río Paraná entró”. Si bien considera que la elección de Juan Manzur sirve para “desporteñizar” el gabinete de Fernández, existen determinantes estructurales que atentan contra la constitución de un scrum de las provincias del interior.
Tras la paliza cambiemita de las últimas PASO, el presidente buscó darle un nuevo impulso a la alianza con los gobernadores. Para lograrlo, reemplazó al ambeño Santiago Cafiero, nieto de Antonio, por el tucumano Juan Manzur. “El problema de Santiago no era que viniera del AMBA. Era ser más albertista que el propio Alberto. Eso lo volvía muy receloso en la relación con nosotros. Juan viene de la gestión provincial, habla ese lenguaje y no está concentrado exclusivamente en cuidar a Alberto”, elogia un líder territorial.
En funciones desde hace más de un mes como jefe de Gabinete, Manzur todavía es formalmente un gobernador más. El tucumano se encuentra en uso de licencia. Y sus colegas provinciales, en especial los del noroeste, valoran esa condición. Y le sacan todo el jugo que pueden. “Los gobernadores siempre cuidan los intereses de sus distritos antes que nada. Y en materia electoral ahora priorizan retener sus territorios”, comentan cerca del cordobés Juan Schiaretti. El Gringo es el continuador de un concepto creado por su antecesor, el fallecido José Manuel de la Sota: el del cordobesismo. Pero ya no es el único que ejerce esa suerte de prioridad por lo provincial, un poco al margen de la dinámica y la suerte nacional. El provincialismo es una mancha de aceite que ya rige en Neuquén, Río Negro, San Luis, entre otros distritos. El derrumbe en la imagen de Alberto Fernández apura ese proceso en la campaña, rumbo a las legislativas del 14 de noviembre. La ola cambiemita potenció la lógica del sálvese quien pueda electoral entre los peronistas con responsabilidad de gestión. “El objetivo de todos ahora es asegurar el territorio y contribuir desde ahí a la elección nacional”, admite un mandatario afín al presidente.
En los últimos cinco días, Manzur se reunió cara a cara con diez gobernadores y decenas de intendentes. Fueron citas de gestión, anuncios y seguimiento de obras. Se juntó con Gustavo Melella (Tierra del Fuego), Gerardo Zamora (Santiago del Estero), Gustavo Bordet (Entre Ríos), Ricardo Quintela (La Rioja), Oscar Herrera Ahuad (Misiones), Raúl Jalil (Catamarca), Axel Kicillof (Buenos Aires), Gustavo Valdés (Corrientes), Mariano Arcioni (Chubut) y Gerardo Morales (Jujuy).
A Kicillof lo visitó en La Plata. Manzur cuida especialmente su relación con el bonaerense. Y también con Eduardo Wado de Pedro, el ministro del Interior que se había convertido en un interlocutor eficiente de los gobernadores. El tucumano intenta minimizar las diferencias y recelos con ambos cristinistas.
“Tiene una mirada federal. Gracias a eso Catamarca es protagonista del norte”, destaca Jalil. Del encuentro en La Rosada el gobernador se llevó el compromiso de obras en dos rutas de su provincia y el dique Potrero del Calvillo.
Perotti es otro de los beneficiados por el arribo de Manzur a La Rosada. Sólo en la última semana, el santafesino inauguró la obra que permite el cruce en tren sobre la laguna La Picasa, la circunvalación de la ruta que pasa por la Capital y la ampliación de un gasoducto en Rosario. Cerca del gobernador reconocen que aumentó el ritmo de trabajo y mejoró el vínculo con la Nación. Bajo la gestión de Cafiero como jefe de gabinete, Perotti había quedado en penitencia por oponerse en público al congelamiento de las exportaciones de carne.
Así, entre los gobernadores peronistas hay consenso respecto a que la entrada del tucumano al gabinete nacional mejoró el vínculo con las provincias. Lo hizo más fluido y dadivoso. Pero ese cambio no sólo se explica por los atributos y la ideología de Manzur. La derrota en las PASO potenció esa tendencia. La articulación entre La Rosada y las provincias, sin embargo, no excede la del trato uno a uno. No hubo ni hay un apoyo en bloque de parte de los gobernadores. Y tampoco existen planes claros respecto al panorama posterior al 14 de noviembre. El Frente de Todos vive al día y, por momentos, se mueve a tientas.
“Manzur tiene ascendencia sobre los gobernadores del NOA. Pero tampoco es el jefe de ese grupo. La oleada electoral negativa además dificulta una articulación amplia. Nadie quiere quemarse con el clima nacional”, reflexiona el politólogo Diego Reynoso. Para este consultor, el tucumano quedó acotado al plano de la gestión y de la resolución de problemas cotidianos, sin capacidad para definir una estrategia de largo aliento o coordinar un armado orgánico con los gobernadores.
AF