Mauricio Macri no cambió. Fue el resto de la familia opositora, con el larretismo a la cabeza, la que se mimetizó con el discurso intransigente del expresidente. Y lo hizo por conveniencia. El partido amarillo se adaptó desde la necesidad y no como una suerte de homenaje a su padre fundador. Tras ensayar una propuesta dialoguista, la fuerza conducida por Horacio Rodríguez Larreta cedió ante las voces que exigen ir a la guerra contra el oficialismo en lugar de sentarse a charlar. Y no hay nadie mejor que Macri para fidelizar con ese electorado. Al menos no dentro de Juntos por el Cambio.
Frente al llamado de la selva, Macri reapareció. Y se presentó sin veleidades. Aceptó no formar parte de los oradores del cierre de la campaña porteña. En el acto de La Rural, fue exhibido como un trofeo en el escenario central. No pronunció palabra alguna. Cerca del alcalde celebran ese “juego en equipo” de parte de Macri. “Él siempre apoyó. Pero al principio cabía dudar si era para acumular hacia adentro o hacia afuera del espacio. Ahora quedó más claro que lo hace para fortalecer el adentro. Estuvo cauto y nunca pidió el micrófono”, se alegra un armador del gobierno porteño.
El domingo, Macri visitará el búnker de Costa Salguero. Ahí esperará los resultados junto a Rodríguez Larreta y a los candidatos de la Ciudad. La performance de María Eugenia Vidal y Diego Santilli, los dos postulantes que Macri desalentaba como cabezas de listas del PRO, pondrá a prueba ese presunto carácter magnánimo de Macri. ¿Cómo procesaría un desempeño negativo de los créditos larreteanos para Capital y Provincia? Ahí se verá realmente cuán herbívoro está el león amarillo.
El giro larreteano se debió a una combinación de hechos: el Olivos-gate; la dinámica grietera que se instaló en la campaña; el miedo a perder votos por derecha a manos de Javier Milei, José Luis Espert o Ricardo López Murphy; y cierto repunte en la imagen del egresado del Cardenal Newman.
“Macri busca aprovechar la debilidad del oficialismo. Cristina Kirchner hizo exactamente lo mismo en 2018 y 2019. Cuanto peor le iba al macrismo, ella tenías más chances de recomponer su imagen y su vínculo con la opinión pública”, opina el consultor Lucas Romero.
El analista y encuestador Carlos Fara le pone números a esa tendencia. Según un informe reciente de Fara, la imagen positiva de Macri escaló entre julio y agosto. Pasó de 16 puntos a 24. “El escenario se calentó. Y hay un público muy antikirchnerista que lo revaloriza. Macri representa lo más duro del espectro de JxC y sirve en la campaña para retener ese voto”, explica Fara.
¿Ese subidón lo pone en carrera para el 2023? Fara lo considera muy improbable. El expresidente todavía cuenta con una percepción negativa muy alta, incluso por encima de la de Cristina Kirchner. La funcionalidad del ingeniero de la UCA se limita a un objetivo específico. Sirve para evitar filtraciones por derecha, pero está muy lejos de encarnar la mejor alternativa para que la oposición vuelva al poder en 2023. Una gran parte de la sociedad ya lo jubiló. Y el establishment, más aún.
Fara establece una metáfora futbolera: “Es como poner a Martín Palermo ya de grande para que te defina un partido faltando 15 minutos. Eso lo puede hacer, pero no está para jugar los 90 minutos”.
Con otros argumentos, un asesor mauricista también rechaza esa hipótesis. “Hoy no está pensando en el 2023. Prioriza la unidad y ganarle al kirchnerismo”, revela un dirigente que suele hacer base en las oficinas que Macri montó en Olivos, a tres cuadras de la quinta presidencial.
El movimiento táctico de JxC no fue excluyente. Tuvo un paralelo en todo el sistema político. En las semanas previas a las PASO, el Frente de Todos se movió en espejo a su adversario. Una vez que explotó el escándalo del cumpleaños de Fabiola Yañez, se puso a la defensiva y apostó por reconfirmar a los propios.
Ante ese panorama, tras haberse corrido a un segundo plano durante el cierre de listas, Macri recuperó el protagonismo que había perdido. Pero no cambió, ni se moderó. Su ausentismo había sido pragmatismo puro. Al contrario, desde que abandonó La Rosada dejó de impostar una mirada centrista.
Durante el “Sí se puede” tour, entre las PASO y las presidenciales de 2019, el ingeniero de la UCA expuso su ideología más esencial. La misma que había matizado en la campaña de 2015 por sugerencia de Jaime Durán Barba. Pero cuando la mayoría de los argentinos resolvió que no lo quería más en el gobierno, el despoder lo puso locuaz. El expresidente de Boca entonces liberó su prédica antipopulista y ya no la volvió a disimular. Ni en las entrevistas con interlocutor elegido que dio, ni durante la presentación de Primer tiempo (tampoco en el contenido de su libro), ni en su gira europea en apoyo al derechista Partido Popular español.
Por eso el creador del PRO recuperó centralidad en el último tramo de la campaña opositora. Se sumó al acto de cierre de Mario Negri y Gustavo Santos en Córdoba, tomó partido por la boleta de Federico Angelini y Amalia Granata en Santa Fe, y desplegó un revisionismo auto-indulgente por radios y TV. En el canal LN+ (propiedad de Macri, según Cristina Kirchner), el ingeniero acusó al kirchnerismo de golpista y señaló al juez de la Corte Suprema Horacio Rosatti por sus fallos “anticapitalistas”. La novedad es que tales afirmaciones temerarias ahora les resultan funcionales al larretismo. Como aconseja El Arte de Vivir, esa especie de filosofía con aire new age que Macri practica, si sucede, conviene.
AF/WC