“Yo siempre fui peronista, toda mi vida. Milité y todo. Pero acá en el barrio no le importamos al Gobierno. Nos trataron como basura, de negros de mierda, cuando solo queríamos entrar un poco de agua o comida. La izquierda fueron los únicos que se acercaron a ver qué necesitábamos, estuvieron con nosotros cuando nos reprimían. Vimos la mano solidaria en ellos. Y eso me llevó a cambiar del peronismo al partido de izquierda”.
Esther Ardovino habla en la entrada de su casa: una construcción a medio terminar con las paredes desnudas de pintura. Domina el gris, el revoque grueso, manchas oscuras de humedad. Tras una cortina de tela que hace las veces de puerta principal, se escucha un televisor encendido. En el techo hay una antena de televisión satelital. En el piso de tierra con manchones de pasto, dos perros se revuelcan. Salta por ahí un conejo.
Formalmente, legalmente, la casa –aún– no es de Esther. Pero ella –40 años– y dos de sus cuatro hijos –21, 19, 12 y 4 años– ya la hicieron propia. Plásticos rectangulares blancos delimitan su terreno de veinte metros por nueve. También hay una tranquera de madera algo desvencijada. Cada vecino tiene su propiedad delimitada de forma casera. Es el barrio Los Ceibos del kilómetro 32 de la Ruta Nacional 3, González Catán, partido de La Matanza, pero ella lo llama “barrio recuperado 23 de Agosto”.
El 23 de agosto del 2020, en plena pandemia, fue la fecha en que unas 350 familias ocuparon estas casas que formaban parte de un plan de viviendas que la Acumar (la Autoridad de la Cuenca Matanza-Riachuelo) dejó abandonado hace más de diez años. También es la fecha en que militantes del ahora Frente de Izquierda-Unidad (FITU) comenzaron a acercarse en solidaridad con la toma, como ya habían hecho en Guernica, partido de Presidente Perón.
El acompañamiento de la izquierda a los sectores vulnerables parece no haber sido en vano en términos electorales, y quedó más cristalizado que nunca en las últimas PASO. La noticia que dominó las primarias fue la derrota contundente del peronismo, pero hubo una gran novedad en el ex FIT: se ubicó por primera vez como tercera fuerza en la provincia- también lo fue en la Nación. Y si se repiten los resultados en noviembre, además de lograr dos bancas en el Congreso y en la Legislatura bonaerense, en La Matanza –bastión histórico del PJ– podría hasta llegar a meter un concejal.
“Es evidente que hay un fenómeno electoral. Y la explicación tiene que ver un poco con la referencia que uno va conquistando, sobre todo con el acompañamiento a las tomas, al laburante, a las mujeres, a los estudiantes”, argumenta Nathalia González Seligra, candidata a diputada nacional por el FITU, que acompañó a elDiarioAR en la recorrida por González Catán.
Algunos datos duros grafican el fenómeno: en toda la provincia de Buenos Aires, el FITU hizo la mejor primaria desde su fundación, hace ya una década atrás. Alcanzó el 5,2% (430 mil votos), el doble que en 2011. Su mayor apoyo está en el conurbano: unos 366.000 votos. Y puntualmente en La Matanza, obtuvo 6,75% (44 mil votos) para diputados nacionales y 7,49% (casi 49 mil votos) para concejales. El crecimiento no solo es importante con respecto al 2011, sino también con 2017: en localidades como González Catán, Laferrere, Rafael Castillo y Virrey del Pino creció entre el 90 y el 130% en cuatro años.
El sindicato y la pandemia
Uno de los nodos de influencia más importantes de la izquierda en el conurbano es el gremio docente de La Matanza: la seccional del Suteba tiene 10 mil afiliados, siendo 25 mil docentes los que hay en todo el partido. La secretaria gremial, Romina Del Plá, es la segunda en la lista de Nicolás del Caño y podría volver a ingresar a la Cámara baja en noviembre. “Cada docente tiene llegada a las familias”, apunta González Seligra, que también es docente y dirigente, sobre la importancia estratégica de la organización.
De hecho, fue una maestra de la secundaria Número 30 quien informó al sindicato sobre la toma de las casas abandonadas por la Acumar. La familia de uno de sus alumnos iba a participar. “Desde el gremio vinimos a solidarizarnos –recuerda González Seligra–. Y la juventud de la izquierda vino a laburar con ellos, acompañarlos en el asentamiento, buscaron apoyos en el barrio”. Desde el Suteba se organizaron colectas para los vecinos de la toma, y se reclamó al Consejo Escolar de La Matanza bolsones de alimentos y computadoras y libros para los más de 600 alumnos en edad escolar que identificaron en el barrio.
Y la ocupación de las casas está conectada con la pandemia, porque expuso la fragilidad del tejido social del conurbano. Según señala el investigador del CONICET Rodrigo Carmona en el libro “El conurbano bonaerense en pandemia. Alcances y desafíos desde una perspectiva multidimensional” (Ediciones Universidad Nacional de General Sarmiento), la cuarentena afectó a más de 730 mil personas que identifica como “trabajadores/as más precarios, esto es, asalariados/ as informales y trabajadores/as independientes”.
“Yo quisiera trabajar pero con esto de la pandemia no tenemos trabajo nosotras las mujeres”, dice a elDiarioAR Alejandra Galarza, vecina de Esther. “Uno quiere trabajar, no es que somos vagos. Pero no hay, y si hay, te dan miseria. No podríamos conseguir jamás otra cosa que no sea de limpieza”. Alejandra llegó a la toma con su hija y tuvo que pelear con su cuñado cuando le quiso vender a un tercero la casa que ellas habían ocupado. “La casa no es para lucrar, sino para vivir –asegura–. No tenemos casa y no podemos pagar un alquiler, porque si pagas un alquiler no podes comer”.
La pandemia también fue lo que motivó a Esther a participar de la ocupación: vivía junto a sus hijos y 7 familias más en un terreno de diez por veinte en el kilómetro 26. “Con el Covid encerrados, aislados, todo el tiempo mirando tele que nos decía que nos íbamos a morir, tenía mucha psicosis de que alguien de afuera traiga el Covid. Vi que éramos demasiados y dije basta, hasta acá llegué”, recuerda. Resistió dos meses a la intemperie antes de poder mudarse definitivamente. Incluso se contagió de coronavirus y sufrió un cuadro de neumonía.
En La Matanza hay 129 barrios vulnerables y es el distrito con más asentamientos informales de toda la provincia: más de 55.000 familias viven en condiciones más que precarias, según el Registro Público Provincial de Villas y Asentamientos Precarios (RPPVAP). Pero los vecinos del 23 de Agosto denuncian que el municipio de Fernando Espinoza solo actuó a través de la policía para reprimir la toma y prohibirles ingresar alimentos, agua, materiales. En las casas abandonadas había ratas y los terreros eran puro pastizales; “un aguantadero”, en palabras de Esther.
¿Una grieta en el poder local?
El espinozismo sería otro de los procesos que habría influido en el crecimiento de la izquierda, según entiende González Seligra. Desde el 2005 gobierna el distrito, pero el año pasado sufrió una larga protesta de los empleados municipales –históricos aliados del intendente– en reclamo de una mejora salarial. La crisis obligó al gobernador Axel Kicillof a intervenir y dictar la conciliación obligatoria a través del Ministerio de Trabajo bonaerense.
Y este año, al calor de las PASO, el propio Espinoza rechazó las internas y decidió él mismo postularse como primer concejal en una candidatura testimonial. La jugada dejó heridos a los movimientos sociales que también tienen peso territorial en el distrito, como el Movimiento Evita o Somos Barrios de Pie. Por lo bajo, hay quienes aseguran que en septiembre se repartieron boletas del FdT cortadas, sin el segmento a concejales.
Pese a todo, la hegemonía del PJ es una constante en La Matanza: gobierna desde el retorno de la democracia y, aunque perdió votos, en las PASO ganó de manera contundente. La boleta de Espinoza para concejal le sacó 19 puntos a Juntos (46% contra 27%) y casi 40 al FITU. El poder de Espinoza, según González Seligra, se mantiene en “la resignación de la gente de vivir años y años sin cambios: si no te resignás, el municipio te marca y te buchonea, como a las personas en las tomas”.
“Yo era peronista porque en La Matanza todo el mundo es peronista. El que no dice que es peronista no es matancero”, asegura Esther entre risas. “En 2019 voté a Alberto, convencida”. Pero en las PASO 2021 no solo votó al FITU, sino que incluso aceptó ser candidata a concejal, aunque en un lugar relegado. “Peleamos para organizar democráticamente a los propios vecinos y que sean ellos mismos los que se planten ante sus problemáticas –pondera González Seligra–. En las tomas hay punteros peronistas que viven ahí, que siempre van a marcar la cancha”.
Consciente de que el Frente de Todos perdió 174.000 votos en el distrito con respecto a las PASO de 2019, en la categoría de diputados nacionales, el sábado pasado Máximo Kirchner estuvo en Villa Palito junto a Espinoza, a 14 km de Los Ceibos. Entregaron 800 escrituras a familias que viven en ese barrio matancero, urbanizado tras una promesa que hizo el por entonces presidente Néstor Kirchner en 2004; es decir, hace más de 17 años. “Las cosas cambian cuando el pueblo entra donde se toman decisiones”, dijo en el acto el líder de La Cámpora.
La situación en el barrio de Esther y Alejandra es bien distinta. Hay una causa judicial por “usurpación” y el paisaje está poco urbanizado: el gas es de garrafa, la luz está “colgada”, el agua la comparten desde un tanque. No hay asfalto, cordón cuneta, veredas, árboles. No hay plazas, escuelas, salitas de salud. No pasa el transporte público. Pero si lo que escasean son los servicios básicos, lo que sobra es la voluntad para subsistir. Detrás de la casa de Esther, un mural pintado con el puño de una mano izquierda le avisa a quien entra al barrio: “Estamos de pie”.
MC/WC