El FMI y Javier Milei, la más antigua y la más reciente de las maldiciones que invoca Cristina Fernández de Kirchner, se conjugan para construir la única hipótesis que en el mapa de arena de la vice garantizarían un tránsito ordenado, hasta el minuto final, de la presidencia de Alberto Fernández y, como plus, podría arrimar un resquicio de competitividad a un peronismo que se asume perdidoso en todos los frentes.
El fondo monetario y el libertario son piezas de un mismo puzzle caótico. El primero, más allá del fuego permanente de la vice, se recorta como un aliado determinante, hasta acá el que puede aportar algunas herramientas para administrar una coyuntura que todos los días está a punto de desbordarse. El segundo, asumido como un problema por todo el ecosistema político -lo advirtió, tarde, Mauricio Macri-, porque puede convertirse en un enemigo perfecto.
Massa dice que no será candidato pero hace movimientos que indican lo contrario: en la peor semana del dólar blue, se reunió con la CGT y las orgas sociales, hizo un despliegue con intendentes por EDESUR y se mostró con gobernadores
En su largo adiós, Cristina fijó el jueves en La Plata, un mapa con varias escalas: al desechar toda posibilidad de ser candidata presidencial, validó la variante de un acuerdo en el FdT que instale a Sergio Massa como el postulante de la unidad aunque no sea candidato único porque, como lo avisó, una figura como Juan Grabois, aún minoritario, podría aparecer como un rival del ministro. Podría, desde ese lugar, contener votos por izquierda y, además, validar al tigrense. Se atribuye a Máximo Kirchner replicar alquimias electorales como su padre, Néstor Kirchner. “Tiene más planes que votos”, dicen en Economía sobre Grabois.
Massa, que según Fernández, insiste en que no será candidato, hace movimientos que indican todo lo contrario: en la peor semana del dólar blue, se reunió con la CGT y las orgas sociales, hizo un despliegue con intendentes por el tema EDESUR y se mostró con gobernadores. El discurso de la vice, en el Teatro Argentino de La Plata, puede sumarse como otra escala en su consolidación como candidato inevitable algo que, sin embargo, la realidad se obstina en desafiar: ¿puede ser competitivo en una elección un ministro de Economía con una inflación que, para abril, se anticipa cerca del 8%?
Acuerdos
Del fallido “el candidato es el proyecto”, aquel de Daniel Scioli en 2015, a “el candidato es un (nuevo) acuerdo con el FMI”, con Massa como protagonista en 2023. Esa es la parábola cristinista que, dicen a su lado, constituye el plan A: que el ministro consiga renegociar los términos del acuerdo con el fondo, deje atrás el que firmó Martín Guzmán que es “inflacionario e incumplible”, y redefina los términos.
En esa secuencia, el plan B pone en escena algún movimiento inusual como el de subir a Axel Kicillof a la grilla presidencial para una PASO que tendría, del otro lado, a un albertista: sea Agustín Rossi o Scioli, aunque sobre el exgobernador en el cristinismo sostienen que puede aceptar otro rol “si Cristina se lo pide”. ¿Es ese motivo el que explica que en Casa Rosada se dejó de mirar a Scioli como su candidato preferido? Ya se contó acá el ruido que generó la foto con Mayra Mendoza.
La semana que pasó, el ministro instaló como una osadía política -que Cristina celebró-, el uso de reservas del BCRA para intervenir en el mercado de cambios. Lo hizo, según filtró Economía, a pesar de que había una prohibición explícita en el acuerdo con el FMI. La letra chica del episodio es menos heroica que lo que la relata el cristinismo: Massa incumplió una pauta que él mismo firmó en abril pasado, es decir, que no figuraba en el acuerdo que selló Guzmán en el verano del 2022. Esa prohibición, que cerca del exministro dicen que formó parte de una negociación dura, Massa la aceptó en medio de una disputa tensa con el FMI cuando pesificó los bonos del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) sin notificar ni consultar al staff del Fondo que, además, se había quejado de la Ley de Moratoria Previsional que aprobó el Congreso en marzo pasado.
“Este acuerdo ya no es el acuerdo que firmó Guzmán, es otro”, dice un economista que conversó con el exministro que está de gira por EEUU donde, en una ronda con inversores, advirtió que no avizora motivos para esperar que la inflación deje de subir en los próximos meses. Dos razones puntuales: la tasa del 91% que fijó el BCRA y la devaluación del dólar oficial que en abril terminará cerca del 7%. Lo que era un goteo se parece a una canilla abierta.
Plazos
“Sergio tiene cuatro semanas para ordenar. Sino está terminado”, apunta un dirigente que, de puro pragmatismo, hace semanas abraza la teoría de que Massa es la última alternativa para ordenar, desde la política, el intríngulis del FdT. Un cristinista traza, a mano alzada, un esquema donde Massa candidato presidencial es el plan A pero que depende de un movimiento: que logre una renegociación con el FMI.
Los plazos son sinuosos. El ministro necesita, primero, un waiver sobre las metas del primer trimestre del 2023 -todas incumplidas- para recibir el quinto desembolso en junio. Esa es una primera urgencia para tener dólares extra para resistir eventuales -y potenciales- nuevas corridas. Lo otro, más fácil de decir que de hacer, es reescribir otro acuerdo con el organismo que no sea inflacionario y se pueda cumplir.
A 55 días del cierre de listas, ese escenario -que requeriría de un OK del staff para que luego el board del FMI acepte replantear los términos: no solo las metas, sino el cómo lograr las metas- supone una ingeniería meticulosa. Si ocurriese, en los términos que lo deja circular Cristina, el fondo funcionaría casi como el sponsor mayor de una postulación de Massa. Como efecto adicional, la construcción de un Massa como mejor y más eficaz negociador ante el FMI, sería la llave maestra para el respaldo explícito de la vice.
“Si Sergio da de baja este acuerdo y firma otro, que no sea recesivo ni inflacionario, se convierte en el candidato de todos”, apunta un camporista. En Olivos, Alberto Fernández habla de repensar el acuerdo y enfoca la expectativa a la relación con Joe Biden que, a diferencia suya, acaba de anunciar que buscará su reelección. La única coincidencia que existe en estas horas entre los Fernández se orienta a que la Casa Blanca puede convertirse en un socio necesario porque ve con pánico la posibilidad de que Milei sea el próximo presidente.
En ese punto, todos los fantasmas confluyen: un escenario de crisis extrema, con corridas desmadradas y un gobierno inestable, se leen como las condiciones óptimas para facilitar la entronización de Milei. Para el libertario vale, en estos días, la máxima troskista de cuanto peor, mejor.
Macri, de regreso al país, decodificó la dificultad que supone Milei. Se sistematizó entre los encuestadores un doble fenómeno: caída en la intención de voto de JxC y aumento de La Libertad Avanza, el espacio del minarquista. Cada vez es más repetido el esquema de tres tercios cuando hasta hace unas semanas, JxC y el FdT aparecían con 30 y pico, y Milei quedaba atrás con 20 y pico. Hay varias razones que explican ese cambio: algunos sondeos observan que, ante la deserción de Macri, un tercio de sus votantes, migraron a Milei.
Para Facundo Nejamkis, de #OpinaArgentina, cuyo informe de abril muestra a JxC y FdT empatados en 27 y a Milei con 23, la explicación es estructural: en todo el mundo, cuando aparece una derecha radicalizada, se desdibujan los espacios de derecha conservadora o moderada. Eso se replica, en Argentina, con el PRO y La Libertad Avanza. La curiosa aceptación de José Luis Espert en Juntos, que todavía debe validar el PRO, parece un manotazo desesperado en esa dirección pero choca con un riesgo: creer que el potencial voto libertario que atrae Espert, seguirá con él si se suma a JxC. El último estudio nacional de #OpinaArgentina aporta otro dato que puede explicar, de fondo, porqué la jefatura y la vitalidad que expresa Milei puede ser atractiva para el votante: el 53% de los consultados prefiere un liderazgo firme y “capaz de imponer sus ideas”, por sobre un líder dialoguista y de consenso.
La reunión del PRO que se convocó de urgencia el viernes en San Isidro tiene que ver con la dificultad del espacio ante el avance de Milei. Lo mismo que expuso Cristina, horas antes desde La Plata, cuando señaló al libertario como la verdadera amenaza. El macrismo ingresó en otro estadío: en los últimos meses, la vida interna del partido que fundó Macri, giró en torno a la certeza de que quien llegara a candidato era el próximo presidente. Eso entró en conflicto: primero porque no es inimaginable que Milei entre al balotaje y deje en tercer lugar a JxC. Segundo, porque si el duelo fuese entre el libertario y un macrista, el resultado está abierto. En esa lógica lineal, JxC y el FdT se necesitan mutuamente.
La semana pasada, en una charla informal, un operador de Patricia Bullrich bromeó con un dirigente K que conoce hace tiempo. “Ustedes van a terminar votando a Patricia porque si no viene Milei. Va a ser como el balotaje entre Macrón y Le Pen en Francia”, apuntó con una ironía densa, temeraria que también observan Massa y Alberto que creen que la Casa Blanca está especialmente atenta a esa amenaza porque no quieren un Donald Trump en el que ha sido, en las últimas dos décadas, uno no los países más estables en la región.
PI