Los dos Albertos, el “moderado” del inicio y el efervescente final, le hablaron a Cristina Kirchner. El primero ensayó una autoreivindicación de la tibieza que le reprocha la vice y, por tanto, le cuestiona el cristinismo. El segundo, a costa de desdecir al primero, actuó tal y como Alberto Fernández cree que Cristina quiere que actúe sin detenerse en lo que parece una obviedad: no hay nada que pueda hacer -es probable que tampoco quiera- para recomponer con la dirigente que lo puso, a dedo, como candidato.
La frialdad de Cristina, que Fernández no tuvo más opción que corresponder, cristaliza eso: la relación política y personal entre los Fernández entró en un estadío irreversible, inerme, que ya no contempla momentos de tregua pero que no descarta, según temen algunos en el planeta Alberto, movimientos explícitos de tensión y o ruptura.
No fue necesario que la vice dicte o escriba cada uno de los párrafos que Fernández anudó para objetar la actuación de la Corte, y de sectores de la Justicia -de los cofrades de Lago Escondido a los chats entre funcionarios del PRO y de la Corte- porque el Presidente es auténtico -o eso trasmite- en su crítica al desempeño judicial. El tono, más aireado, pudo tener el condimento extra de tratar de congraciarse con la vice o, de mínima, con un sector del FDT que le reclama más energía. Lo mismo que ocurrió con el juicio político.
Pero, de fondo, por táctica o reflejo, Fernández lo único que busca es ganar tiempo, sobre todo porque se acercan dos episodios -uno el 11 de marzo, con un acto contra la “proscripción”, otro con la marcha del 24 de marzo- que pueden funcionar como puntos bisagra en la relación. Cristina mandó el mensaje que quería que Alberto entienda: no aceptará que sea candidato.
No explicó, y ahí está el gran interrogante de estas semanas, cómo reaccionará ante la hipótesis de que, a pesar de todo, el Presidente insiste con su plan reeleccionista. Vía Máximo Kirchner y Andrés Larroque avisó que el dispositivo K no aceptará ir a una PASO contra el Presidente. Es, probablemente, un recurso para evitar participar de una primaria, algo que el cristinismo nunca hizo. La encerrona es que el mismo día se vota en la provincia de Buenos Aires, la prioridad territorial de Cristina, y cuesta imaginar un artefacto electoral que permita que Axel Kicillof compita por la gobernación sin candidato a presidente.
En su discurso ante el Congreso, Alberto dejó un aroma a despedida, reflejó la urgencia de un presidente por hacer una defensa de una gestión que tiene, quizá como ninguna otra en los últimos veinte años -quizá Eduardo Duhalde- una ausencia tan notoria de defensores. Fuera de los highlights históricos -como DDHH o Malvinas, y la metralla contra la Corte- el cristinismo tiene como dinámica no validar nada de lo hecho por Fernández.
En eso, el Presidente también le habla a Cristina: cuando reprocha que no se destaca lo que está bien, más que hablarle a los medios, le habla a la socia mayoritaria del FDT. Su único recurso es visibilizar eso mediante la enumeración de datos sobre distintas virtudes económicas o de derecho, una poesía que desentona con el clima de hostilidad manifiesta que reina en el FDT. Aquello que no por repetido, es menos cierto: el Frente de Todos, el Gobierno de Nadie.
La letanía sobre lo que logró con moderación -de las vacunas a las negociaciones de deudas- operó en la misma clave: vindicar un formato que para el cristinismo es casi una herejía. Ese fue Fernández y su elogio a la tibieza, aquello que pudo llevar a que Cristina lo elija pero, luego, tuvo como consecuencia que Cristina se decepcione con él. Hay, ahí, un renglón que habla también de la vice no tanto por ese cuestionamiento sobre un casting defectuoso, sino su diagnóstico de creer que Fernández sería distinto a lo que era.
En el mundo Alberto hay cierto pánico por lo que pueda ocurrir el 11 de marzo si, finalmente, se hace el acto contra la “proscripción” y la vice acepta subirse a ese escenario. Si lo hace ¿para qué lo haría? ¿Para repetir sus críticas a la Justicia, volver a decir que no renunció sino que está proscripta? ¿O para emitir un ultimátum al Presidente respecto a que decline una candidatura que pocos alimentan? ¿Contempla la vice la carta posible de decir que analizará ser candidata a presidente para, de ese modo, terminar de desactivar lo que queda del plan reeleccionista de Alberto?
Hay un dato cierto: el Presidente, aunque sea una ejercicio solitario o de unos pocos, mantiene viva la idea de competir para, al menos, seguir en el juego y ganar el tiempo que día a día se le agota. Una versión más táctica de Fernández contempla la variable de bajarse para que el candidato oficial sea Sergio Massa o Daniel Scioli. Nunca lo haría para que ese lugar lo ocupe Wado De Pedro. Fernández, como Cristina, apuesta al menos a retener un poder de veto.
PI