Elon Musk, el individuo más rico del mundo, bien podría ser un muñeco de Mattel. No quiero decir que merezca el reconocimiento, sino que se asemeja a un Ken por lo poco expresivo y lo muy distanciado del mundo real. Sin embargo, en estos días el magnate vio la película Barbie y no le gustó: se quejó por la cantidad de veces que se pronuncia la palabra patriarcado, aunque todo indicaría que su disgusto es más ideológico que lexical.
Musk es un macho molesto con Mattel, pese a que su mundo resulta tan artificial como el universo rosa Barbie. Y probadamente más dañino. Autodefinido como un tecnófilo pro-natalidad, el empresario tuvo (hasta ahora, según advierte) diez hijes porque le preocupan las bajas tasas de natalidad en países “desarrollados” como EEUU. Entonces, recurrió a la manipulación embrionaria para crear su descendencia con los mejores genes posibles. De hecho, quiere poblar su país de “genios” a su imagen y semejanza, y asegurar así una supremacía blanca tecnocrática que lidere los destinos de Estados Unidos (¿y del mundo? Atención Pinky y Cerebro). Es justo aclarar que Musk fue diagnosticado como autista y, tal vez, su fascinación por determinados temas esté justificada por su condición. Sin embargo, no podemos responsabilizar al autismo por su férreo republicanismo racista, su activa militancia eugenésica ni su evidente (aunque negada) transfobia. Basta saber que Vivian, su hija trans, cortó todo vínculo con él y adoptó legalmente el apellido materno.
Pero el delirante plan de dominación no termina en la manipulación genética. Musk cree que Vivian está influida por el “neo-marxismo de la educación” y, por eso, el hombre decidió retirar a sus criaturas del sistema de enseñanza oficial y fundar su propia escuela elitista Ad Astra (“hacia las estrellas”), una institución que pone el foco en la inteligencia artificial, la codificación y el diseño, pero no incluye el estudio de lenguas ni la práctica de música o deportes. Difícil aceptar que exista en él una vocación por la diversidad.
Por otra parte, el mes pasado nos sorprendimos con que el pajarito de Twitter había sido reemplazado por una X. Toda una incógnita. Resultó ser que Musk, presidente ejecutivo de la empresa, había decidido renombrar “Equis” a la red social, en una nueva muestra de sus obsesiones: tiene un hijo llamado X Æ A-XII (una mezcla de variable matemática, inteligencia artificial y su avión favorito) y tiene una hija de nombre Exa Dark Sideræl (otro oscuro mix de X y temas espaciales). ¡¿Es que nadie piensa en les niñes?! Sucede que EEUU es el único país “desarrollado” que no ratificó la Convención por los Derechos del Niño. ¡Ah! Y tampoco ratificó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Contra la Mujer. ¿Casualidad? No lo creo.
Musk ambiciona crear una “aplicación para todo” bajo la marca “X” y por eso insiste con el polémico signo. Pero, ¿qué representa el logo que eliminó al pajarito azul? El equipo creativo responsable del cambio asegura que el objetivo era lograr un diseño sencillo y equilibrado. Sin embargo, el argumento resulta endeble: no sólo porque sencilla y equilibrada es –por ejemplo– la esvástica, sino porque el nuevo logo presenta uno de los palitos de la equis mucho más grueso que el otro y en primer plano (¿más poronga?), mientras el otro es frágil y ocupa un lugar de subordinación dentro del dueto. Así, la nueva imagen de la empresa no representaría exactamente una bienvenida equidad (sencilla y equilibrada), sino una explícita desigualdad estructural (compleja y desequilibrante). ¿Será por eso que a Musk le disgustó el mensaje feminista de Barbie?
Ahora aparece un nuevo muñeco en escena. Mark Zuckerberg, el presidente de Facebook/Meta, aceptó el desafío de Musk a pelear dentro de una jaula. Sí, como si fueran bestias salvajes (¿acaso no lo son?), los dos monopolizadores del negocio de las redes sociales se excitan midiéndosela en público. No quieren que haya pan para todes; por eso, proponen circo.
Por desgracia, los proyectos mesiánicos del norte global son productos de exportación y ciertos personajes de la política local cuentan con el aval y el financiamiento de aquellos poderes tenebrosos. En estas elecciones, en Argentina volvemos a escuchar discursos que proponen eliminar la educación pública, cerrar el INaDi o incluso dinamitar el Banco Central. Como si extrañaran las políticas de desaparición, tortura y exterminio, los partidos elitistas insisten con naturalizar las jerarquizaciones en la sociedad y redistribuir la riqueza para arriba. Hood Robin otra vez.
Sabemos que ninguna deconstrucción es fácil, pero revisitar los privilegios (todos) resulta indispensable. Muchos hombres que, como Ken, no tienen preocupaciones económicas juegan al monopoly con nuestros países, nuestras identidades y nuestro futuro. Muchos varones que, como Milei, se asustaron con los avances del feminismo juegan a conservar los privilegios atávicos a costa de los derechos ajenos: del lenguaje inclusivo dijeron que era una aberración; de la justicia social, también.
Las elecciones del domingo 13 tiñeron el mapa de la Argentina de violeta, aunque no precisamente del violeta feminista. En un acto de violencia simbólica, La Libertad Avanza se robó el color de la equidad de géneros para vomitar una propuesta de inequidad y exclusión deliberadas. La libertad retrocede y se alejará para siempre si no votamos con responsabilidad histórica en octubre. Se entiende la decepción generalizada en relación con las dos fuerzas políticas mayoritarias, pero elegir a conciencia un programa delirante, extranjerizante, sexista y negacionista no puede ser la salida. Con muñecos así, Barbie es toda una lideresa.
Malena Zabalegui es escritora y autora de “Sexo Oral”, “Juegos Sexuales” e “Inclusivo”.