Los Fernández

¿Por qué, después de 60 días y 59 noches, Alberto y Cristina siguen sin verse a solas?

9 de diciembre de 2020 20:01 h

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El fin de semana anterior al 17 de octubre, Cristina Kirchner franqueó por última vez el portón de la quinta de Olivos para verse cara a cara con Alberto Fernández, invariablemente en el chalet presidencial, casi siempre a solas. Durante diez meses fue un ritual, un mano a mano blindado en la cima del poder, el tribunal de alzada que atendió las demandas y conflictos del gobierno y la alianza política naciente. Pero hace 60 días y 59 noches que eso no ocurre. La mesa política bilateral y presencial se enfrió, y cambió su dinámica.

El diálogo entre los Fernández continúa pero se espació, se volvió quirúrgico e incorporó una novedad: los mandaderos. Ahora, el presidente consulta a su vice en asuntos puntuales, aquellos que –sabe de memoria– le importan a Cristina, pero no en todos como hacía hace un tiempo. Hablan por teléfono o chatean por Telegram pero no volvieron a verse, excepto durante unos minutos el jueves 26 de noviembre, el día de la despedida de Diego Maradona en Casa Rosada.

Esa tarde, luego de chocar con la negativa de la familia Maradona para extender el plazo del velorio, Fernández le pidió a su vice que hable con Claudia Villafañe. Cristina lo hizo, sin éxito: la primera esposa de Diego y, sobre todo, su hija Dalma, se negaron a conceder más tiempo. A las 17:30, la hora establecida del traslado, mientras afuera se apiñaban fans y barras sobre las rejas de Casa Rosada, la familia demoró unos minutos la despedida íntima.

— Uno más y lo sacamos —, avisó Claudia.

— ¿Uno más qué? —, preguntó, extrañado, un funcionario.

— Un tema, una canción más y vamos.

En el salón de los Pueblos Originarios, pasado el estupor por el ingreso intempestivo al Patio de las Palmeras, con el féretro nuevamente abierto sonaba cumbia en el último adiós de Diego Armando Maradona.

Este jueves, a un año de su jura, el presidente escalonará varios actos entre Adolfo Pérez Esquivel y la entrega formal del informe de la Comisión de Juristas, un mamotreto de miles de páginas que leyó el fin de semana largo. No hay una actividad formal de aniversario. “Nunca se sabe pero nosotros siempre la invitamos”. Pero Cristina se ocupó el jueves con una larga sesión en el Senado.

El día de la despedida de Diego, los Fernández apenas se vieron, casi ni se hablaron. El encuentro fue fugaz y estuvo marcado por la tensión de una sociedad que está reescribiendo los términos de su convivencia. Cristina, dicen a su lado, está disconforme con la velocidad y la profundidad del gobierno de Fernández. Un cristinista usa un término más duro: la declara “decepcionada”.

Lo traslució en su carta del 26 de octubre, el día antes al acto por los diez años de la muerte de Néstor Kirchner. En la nota, un mojón medular en la novela de los Fernández, la vice expresó en público lo que, durante meses, en charlas y cenas, reprochó en privado.

En la intimidad de Olivos, cuando arma las rondas con su gente de confianza, Fernández considera que el texto fue cuidado y no agresivo, pero terminó de cementar una distancia personal necesaria que para entonces llevaba dos semanas. “Se hartó, se hinchó de los reclamos de Cristina”, lo sintetiza, con modos barriales, un albertista y precisa que, desde entonces, el presidente redujo las consultas y los llamados.

“Lo dice la carta: el que gobierna es el presidente, bueno…”, deslizan en Olivos y afirman, con idéntico libreto al del cristinismo, que el vínculo mutó pero jamás se cortó. ¿Vendrá un deshielo o se instauró una nueva normalidad entre los Fernández? ¿Es sostenible a largo plazo un vínculo más frio? ¿Imitará los términos de la amistad entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares que primero prescindió de las confidencias y luego, directamente, del diálogo?

Frente a la cercanía fría, se gestó una ingeniería alternativa. Antes de anunciar el proyecto de despenalización del aborto, Alberto le pidió a la ministra de Mujeres y Género, Elizabeth Gómez Alcorta, que visite a Cristina para contarle los proyectos —de Despenalización y de los 1000 días— y hablar de la hoja de ruta legislativa. Al canciller Felipe Solá también lo mandó a reunirse con la vice para que repasaran la lista de embajadores que deben pasar por el Senado para su aprobación.

En otro momento, lo hubieran conversado mano a mano, té y café de por medio, pero ahora Fernández lo tercerizó. En esa distancia, Oscar Parrilli volvió a frecuentar al presidente —lo hizo por el expediente Rafecas— y Máximo Kirchner visita, cada tanto, la quinta de Olivos. Días atrás, cenaron a solas. El jefe de bloque del FdT no fue en calidad de delegado. Tiene modos, agenda e intereses propios. Habla más y de más asuntos con Santiago Cafiero, una operatividad necesaria para subsanar las conversaciones que menguaron en la primera línea ¿Peligra la alianza electoral? ¿Puede la tensión derivar en una fractura? La respuesta, unívoca, de todos los clanes, es que no: “A nadie le conviene una división”, repiten los coreutas del panperonismo.

Decirlo en voz alta puede actuar como rezo pagano: invocar al fantasma para que no aparezca.

¿Cuál es el criterio de la Corte? Hay per saltum y urgencia por el traslado de tres jueces, pero rechazan por fax una causa que involucra la prisión de un ex vicepresidente”

La suerte electoral del FdT en el 2021 depende, tanto o más que del esperado rebote económico —que para Martín Guzmán va más rápido de lo que proyectaba—, de la supervivencia del ancho armado político donde Fernández desistió de ser jefe de un pedazo para ordenar, o tratar de ordenar, la totalidad diversa cuya primera minoría es conducida por su vice.

Cristina —también Máximo— detecta malestar en su “electorado” y desplegó recursos para expresar su incomodidad: aparecieron la carta del 26-N, el inesperado café con Martín Redrado, la carta de los senadores por el FMI, la corrección a la fórmula jubilatoria, la reforma del Ministerio Público.

Todo peso pero de ese menú el último es el nervio más sensible de la vice, su norte. Cristina entiende que la Justicia opera como un hacha sobre el cuello de los gobiernos, que se pueden lograr éxitos económicos o políticos pero que en las reformas de fondo chocan, tarde o temprano, con la muralla judicial.

Fernández tiene un diagnóstico parecido. Difieren, sin embargo, sobre cómo encarar el problema. La reforma judicial que envió el Ejecutivo no es suficiente, se apuró en avisar Cristina, antes de dejarlo más claro en su carta del miércoles, cuando describió un “lawfare” que sigue “en su apogeo” para garantizar “impunidad a funcionarios macristas”. Las alternativas que circulan en el entorno de la vice son, para Fernández, difícil de instrumentar. Un caso: ampliar la Corte de cinco a nueve miembros, con preponderancia de mujeres en los nuevos puestos respetar la paridad y con despliegue federal, para compensar el hipercentralismo con cortesanos ambeños, santafesinos y cordobeses.

¿Hay consenso político para una reforma de la Corte de ese tipo?, se preguntan en el entorno presidencial ¿No puede convertirse en un Vicentin judicial? El tribunal superior que recomienda la Comisión de Juristas, si lograse avanzar, tardaría años en ponerse en marcha, como mínimo post 2023. Una variable que ronda en Casa Rosada sería promover una ley en qué temas puede intervenir la Corte, estipular cuándo hay o no “arbitrariedad”.

“¿Cuál es el criterio de la Corte? Hay per sáltum y urgencia por el traslado de tres jueces, pero rechazan por fax una causa que involucra la prisión de un ex vicepresidente”, se preguntan, en voz alta, en el gobierno. El interrogante casi académico está pero la reforma no figura en la agenda inmediata del presidente. Aplica la matemática legislativa: hay número sobrado en el Senado, pero en Diputados carece de certezas y está atado a acuerdos frágiles y pasajeros.

PI