“Sombrita cuídame mucho…”
(Vidala para mi sombra, Atahualpa Yupanqui)
Quien gane las elecciones en menos de un mes podrá versionar la mejor frase de Kirchner: “Tengo más pobres que votos”. Dieciocho años después. La foto de Fabiola mirando a una cámara sonriente mientras se toca la panza en una sugerencia inequívoca podría llevar un epígrafe que se le escapa a su sonrisa porque habla de algo más grande que de ella o de cualquier rumor: “Este tiempo dará sus hijos”. Así como hoy convivimos con las generaciones para las cuales el 2001 no es ni un recuerdo (jóvenes nacidos en la noche de las cacerolas), habrá en veinte años chicos y chicas para los cuales el uso del barbijo o el alcohol en gel resulte una naturaleza incuestionable.
En el medio de todos los días, ¿cuál es la guerra? Lo vimos el año pasado en ese video en el que el empleado de seguridad de un supermercado le tira a un niño el chorro de alcohol en los ojos. Por un segundo el tipo se despistó. No sabía qué gatillaba, contra qué y para qué. Se le hizo un matete imposible. Óyeme niño las cosas están de este modo. Y los niños lloran. Desde siempre. Ese niño lloró. La madre se lo quería comer crudo al de seguridad, que se escabulló. Primera música de la humanidad: el llanto del bebé. Y la primera pregunta: ¿cómo apagar ese llanto?
Me darás mil hijos
Este tiempo nos dará mil hijos. El tiempo que nos toca. Con sus agendas cristalizadas (el debate judicial de los que quieren sacarse causas de encima o la militancia 24/7 de los que consagraron su vida al reclamo de un ajuste fiscal) pero también con temas sobre la mesa: desarrollo y ambiente, exportaciones, macroeconomía, pobreza, evangélicos, y ahí nomás asoma otro de los debates cuyo eslogan parece resumirse en una consigna fácil: “planes o trabajo”. Por encima de ese huevo y gallina se puede ver una acertada medida del gobierno: el mantenimiento de la AUH y la Tarjeta alimentaria para trabajadores rurales registrados (cuyos trabajos son estacionales). En palabras del politólogo cordobés Federico Zapata: “Hay un discurso instalado que dice que la gente no quiere trabajar. Por derecha, porque cobra un plan. Por izquierda, porque se paga poco. La realidad es que muchos sectores intensivos en trabajo son estacionales: cosecha, turismo, gastronomía. Por lo tanto, si para trabajar estacionalmente había que renunciar a un beneficio social no estacional, lo que existía era una desinteligencia regulativa que creaba un círculo vicioso”. Pero el eslogan de eliminar planes es popular, eficaz cuando logra barrer con estos matices (“son todos vagos”). Retomo esta línea de Verónica Gago en su libro La razón neoliberal: “La informalización de la economía reintroduce las categorías de hogar y comunidad como espacios económicos importantes y las reinterpreta a su favor”. Cada vez es más difícil, más opaco o peculiar ver con qué se hace una economía personal. De cuántas cosas, capas, ingresos formales e informales está hecha. De cuántos mojan el pan ahí, de qué hace posible salir a ganar ese pan.
El histórico Plan Jefes y Jefas de Hogar, casi diríamos, cuando la palabra “plan” empezó a ocupar el centro de la conversación, cubría 150$ de una canasta básica que estaba, según el INDEC, en 350. Menos de la mitad. Y, además, imponía una contraprestación comunitaria. Había que hacer algo para cobrarlo. Contraprestaciones, certificados de vacunas y escolaridad. La pobreza exige. Pablo Semán, en esta entrevista señala que “tenemos más antipobres que nunca, y al mismo tiempo, tenemos más pobres que nunca”. La plata no se regala decimos en el país que nos gusta más la plata que el capitalismo. Y a la vez, el país del “te lo juro por Dalma y Gianinna” es la tierra de los hijos. Planes y trabajo, esa “y” que los une más de lo que separa pasa porque mucho de ese puente se edifica sobre eso. Lo doméstico. Los chicos. La nueva fábrica es el barrio. Elisa Carrió lo pedía incluso hasta que CFK puso la AUH tras la lectura de Kirchner de su derrota en 2009. Carrió pedía un “ingreso universal a la niñez”. A veinte años de la caída de un orden, y del nacimiento de otro (el actual): la palabra plan está en el centro. Como retenciones, que sería su lado B, de dónde financiarlo. ¿Qué es un plan? Juan Grabois intentó una discusión lo más técnica posible en diálogo con María O’Donnell acá.
La investigadora Ana Natalucci analiza: “La discusión entre planes y trabajo es larga, y tiene que ver con una falsa disyuntiva entre planes y creación de puestos de trabajo, al omitir algo central que es qué pasa con los sistemas de protección social en esos contextos. Esto se vincula con que la realidad de los millones de argentinos que necesitan asistencia del Estado es muy diversa y precisa especialización. No es asistencia social sí o no sino para qué, quiénes y en qué temporalidad, y qué otro tipo de políticas se pone para que esos procesos de acompañamiento inmediato del Estado sean sostenidos después por políticas de integración más generales”. La discusión sobre la pobreza a veces parece el discurso contra los pobres. Un futuro. Los planes son los hijos: salvar a los chicos. Y si la época inventó una palabra para la inhibición (pobrismo), abroqueló ahí un tapón para pensar en la larga marcha de lo que pasa entre trabajo y consumo, entre producción y desarrollo. Esa República de los niños se actualizó en 2001 con lo que venía detrás del grito de que “la lucha es una sola”: “con los chicos no”. Un futuro. “Pobrismo” habla más del que lo enuncia que de aquello que está queriendo nombrar. ¿Quién podría estar “a favor” de la pobreza estructural? El ring imaginario de la conformidad o la inconformidad. Se le dice pobrista al realista. Para el discurso contra los pobres hablar de los pobres es pobrista. Pero el tiempo siempre es hoy. La mesa de hoy. La almohada de esta noche.
Mi niño no puede dormir
Antonia vivió en la calle de muy chica, la madre se volvió a casar, fueron a un hotel de Parque Patricios, nació su hermano. De ahí los cuatro (madre, padrastro y hermano) se fueron a Verónica, a vivir en una casa con el subsidio con que el gobierno de Aníbal Ibarra financiaba el abandono de la ciudad. Corría el año 2005. El padrastro era violento. En cuanto pudo Antonia se rajó de la casa, se casó, tuvo dos hijas con su marido y se fueron a vivir a la ciudad bonaerense de Azul. Allí empezó su otra vida. La que tiene ahora. “Nosotros estábamos viviendo en el campo hace seis años. Mi marido, mis dos hijas y yo. Él trabaja en el campo y con lo que gana decidimos ahora pagar un alquiler en la ciudad de Azul por el tema de que mis nenas van a la escuela y en el campo se complicaba mucho. Si llega a llover, ellas no pueden ir por una semana. Yo cobro la asignación nomás, no me dan Tarjeta Alimentar porque él está trabajando en blanco. No es mucha la ayuda que me dan a mí pero con eso tratamos de sobrevivir porque en el campo, con lo que él cobra tiene que pagar el alquiler, los servicios, las cosas, los alimentos. También en la escuela donde van mis nenas me dan la mercadería, que nos ayuda un montón. Y en el campo estamos criando chanchos y sobrevivimos de eso, para poder terminar el mes con comida.”
El marido se levanta a las seis de la mañana y termina a las doce del mediodía, come y vuelve a trabajar hasta la noche. “No tiene descanso”, dice Antonia. Es racionador: le da de comer a los animales, y a veces está en la hacienda donde los animales van a pesarse, a vacunarse, a curarlos. “Porque a veces se lastiman y hay que curarlos para que no se mueran. Hay pariciones: las vacas van ahí también para hacerle tacto, a ver si están preñadas o no. Y eso después las venden en el remate”. Él cobra 40 mil pesos por mes y ella cobra los 4 mil pesos por las dos nenas. “Como él está en blanco no tengo Asignación universal sino que tengo Asignación familiar.” Antes vivían en una casilla que les da la empresa, pero es para una sola persona nomás. Entonces también por ese motivo decidieron ella y sus hijas ir a vivir a Azul.
Mi niño no puede dormir
“Tortita, tortita, tortita de manteca / papá no me da nada / mamá me da la teta”, me canta Marta por audio. Me dice: “Y nos dormíamos, nos rascaba la cabeza y si no nos quedábamos dormidos mamá nos metía la mano en el oído”. Dormir un chico es un arte fatigoso. Delicado. Upar y que venga una canción. Todos nos volvemos cantantes delante de un chico. Marta vivía en Mariano Acosta y Riestra, nació en el Hospital Piñero. La muerte de su hijo la acercó a la fe, la pobreza la acercó a la política, su marido al radicalismo, que había sido el partido que golpeó sus puertas cuando se recuperó la democracia y muchos expulsados por Cacciatore pudieron volver a la ciudad. Hijos, nietos, los chicos que van al comedor de Marta. Siempre niños. Y siempre lo mismo: ¿cómo se duerme a un niño? ¿Cómo se lo calma? Las nanas.
“Pajarito chino, de color añil, / canta que mi niño no puede dormir. / Pajarito chino, de color punzó, calla que mi niño ya se durmió”, le cantaba Clara a sus hijos. La canción la conoció de un long play de Promúsica de Rosario. Y dice que cuando tuvo a sus hijos la canción “se le apareció”. Recuerda esa y la entona. La voz fuerte trae una espalda ancha que se adulzona en cada vocal. Adentro de una vocal entra un mundo. Las coplas subidas a los barcos.
Federico García Lorca dio una conferencia sobre “Las nanas infantiles”. Desde el plano poético, como diría, donde el sí y el no de las cosas son igualmente verdaderos investiga sobre la tristeza de las canciones que viajan de norte a sur por España, de Galicia a Andalucía, con sus pequeñas modificaciones y mortificaciones. España tiene cantos alegres, dice Lorca, “chanzas, bromas, canciones de delicado erotismo y encantadores madrigales”, pero se pregunta entonces, rastreando en la tristeza de las nanas, “¿cómo ha reservado para llamar al sueño del niño lo más sangrante, lo menos adecuado para su delicada sensibilidad?”. A poco de andar una respuesta nos revela: “la canción de cuna está inventada por las pobres mujeres cuyos niños son para ellas una carga, una cruz pesada con la cual muchas veces no pueden”. Dice Lorca que “cada hijo, en vez de ser una alegría, es una pesadumbre, y, naturalmente, no pueden dejar de cantarles, aun en medio de su amor, su desgano de la vida”. ¿Qué es ese “pan melancólico” que las mujeres cantan? La madre, dice, “tiene la necesidad de la palabra para mantener al niño pendiente de sus labios, y no sólo gusta de expresar cosas agradables mientras viene el sueño, sino que lo entra de lleno en la realidad cruda y le va infiltrado el dramatismo del mundo”. “A la nana, nana, nana / a la nanita de aquel / que llevó el caballo al agua / y lo dejó sin beber” recoge Lorca esta pieza en Granada. Las memorias de las nanas. Las que nos cantaron y cantamos. Nadie se olvida de sus primeras noches, aunque no las recuerde. La panza de una embarazada, un bebé en brazos, cachos del futuro. En veinte años irán a trabajar los niños que están naciendo. ¡Cómo dormir a un chico! Ese grito pelado de una noche que parece infinita, esa vuelta al agujero de las cosas. Duérmete, niño, que tu mamá está en el campo.
MR