Si la dictadura utilizó al deporte desde el comienzo (la sucesión de comunicados de la junta militar durante el 24 de marzo de 1976 solo fue interrumpida para transmitir el partido que la selección jugó esa misma tarde contra Polonia, en Chorzow), una historia reconstruida por uno de los sobrevivientes de los centros de exterminio expone un caso inverso: cómo algunos desaparecidos encontraron en el fútbol un resquicio para descontarle a la tragedia. Un respiradero mínimo -irrelevante- en medio del horror pero también un símbolo de cómo un club puede ser una pequeña patria personal. Un gol perdido de un partido olvidado, un Platense-San Martín de Mendoza por el Nacional de Primera División de 1976, debería ser declarado el gol de la memoria.
Jorge Mario Ramón, ahora de 69 años, ya jubilado y escritor de diversos cuentos, fue torturado durante 14 días en Campo de Mayo. Es tan futbolero que, para recordar el día en que fue detenido, lo hace con una referencia a su equipo, River: la noche previa, el 2 de junio de 1976 -poco más de dos meses después del golpe-, había maldecido en las tribunas del Monumental una derrota contra Chacarita. A la mañana siguiente fue a la fabrica en al que trabajaba, Nestlé, pero no llegó: una patota militar lo secuestró en las calles de Saavedra. Le siguieron un traslado a un centro de detención y picanas, descargas eléctricas y golpes en todo el cuerpo. Una noche, en medio del aturdimiento, atado de pies y manos y con los ojos tapados por una venda y una capucha, escuchó que tres muchachos le preguntaron de dónde era. Ramón no mencionó la organización en la que militaba -el PST- sino que les respondió con su barrio de residencia: “Soy de Saavedra”.
-Uh, ¿sos de Platense? ¡Qué grande! -le devolvieron dos de sus compañeros de prisión.
Siguieron los interrogatorios, las atrocidades físicas, los tormentos psicológicos, el esfuerzo demencial para no quebrarse, las noches de frío sin frazadas y el hambre y la sed en tamaños inimaginables. Jorge recuerda que, en aquella convivencia codo a codo con la muerte, su único consuelo fue que la cautela inicial con los dos vecinos de Saavedra e hinchas de Platense -que, dice, eran hermanos- y un tercer familiar de ellos, un primo de Parque de los Patricios y de Huracán, derivó en una relación de compañerismo. Aunque Jorge nunca les vio las caras ni supo cómo se llamaban, esa complicidad derivó en un pedido que los hermanos de Platense le hicieron cuando los carceleros le anunciaron que lo trasladarían de lugar.
“Yo creía que me estaban llevando para matarme -cuenta Jorge-, pero uno de los pibes me dijo ‘Flaco, te van a largar, así que prometeme que vas a ir a la cancha a gritar un gol de Platense por mí. Jurame que lo vas a hacer, es muy importante para mí’. Ya pasaron más de 40 años y el secuestro se me hizo cicatriz pero esos pibes de Platense todavía me conmueven. Nunca supe nada más de ellos. Deben seguir desaparecidos”.
Jorge cumplió esa solicitud tres meses después de quedar en libertad y de recuperarse físicamente, al menos para volver a caminar. No recuerda el nombre del rival al que enfrentó Platense pero sí tiene las pistas suficientes para rastrearlo: asegura que fue un partido que el equipo de Saavedra jugó como local en la cancha de Ferro contra un club del Interior. Las coordenadas de lugar y tiempo se confirman con sencillez porque la única presentación de Platense en Caballito fue contra San Martín de Mendoza, el 3 de octubre de 1976. El equipo de Roberto Goyeneche se fue al descanso con una derrota parcial 1-0 pero empató, también transitoriamente, a los 2 minutos del segundo tiempo. Ese gol en la papelera de reciclaje del fútbol argentino lo convirtió el defensor Osvaldo Morelli y para Jorge fue todo lo que suele ser un gol -una explosión sin pensamiento, un contagio de alegría- pero, sobre todo, un homenaje y una promesa cumplida.
“Estuve tres meses sin caminar y lo primero que hice fue ir a la cancha para cumplirles la promesa a mis compañeritos de prisión -recuerda-. Soy de River pero a Platense, por el barrio, siempre lo quise. Cuando llegó el gol, lo grité desaforado: me saqué tanto que caí desmayado en la tribuna y me tuvieron que levantar tres o cuatro personas que estaban cerca. Fue un desahogo tremendo de rabia, desesperación y sufrimiento”. Que Platense haya perdido 2-1 con un gol de los mendocinos a los 44 minutos del segundo tiempo confirma cómo muchos resultados son mera decoración de historias superiores.
En su libro El regreso y otros cuentos, Jorge Mario Ramón escribió sobre su experiencia en Campo de Mayo y Caballito con ligeras licencias de ficción, como la identidad del preso liberado -Mario, o sea su segundo nombre- e insignificantes resbalones futboleros en su recuerdo, como que Platense convirtió en el anteúltimo minuto del partido para ganarle a un rival al que no menciona -cuando en realidad ocurrió al revés-. Ese texto se titula “El grito ahogado” y en su antología de cuentos antecede a “Ojalá seas de River”, un texto sobre la doble esperanza de un abuelo: primero, la de encontrar a su nieto secuestrado durante la dictadura y, segundo, la de que ese muchacho, que ya debería ser grande, le dijera -el día en que al fin se conocieran- que sí, que efectivamente era hincha de River como su padre desaparecido y el propio abuelo. El fútbol también sirve para cuando la vida nos caga.
AB