- Yo voto lo que me diga Diego -, dijo Martiniano Molina y, al rato, votó a favor de la reelección.
La línea de tiempo sugiere que entre la frase y la mano levantada, Santilli -el Diego, al que remitió el diputado, ex intendente de Quilmes- le dijo como votar. Lo curioso es que a las 21.10, media hora después de la aprobación del proyecto, Santilli tuiteó un rechazo sinuoso. Como si, en privado, le hubiese dicho una cosa a Molina y por Twitter escribiese otra. Las dimensiones paralelas de la política.
El micro episodio del sacrificio político del chef concentra el festival de traiciones, zigzageos y desconcierto que atravesó a Juntos en la provincia de Buenos Aires durante la reforma de la ley. Su votación original estaba en duda porque se “legisló” hacia atrás: la ley impedía que en 2023 unos 90 intendentes de los 135 que tiene la provincia puedan competir por otro mandato. Esa novela mostró lo mismo que el doble affaire Presupuesto-Bienes Personales en el Congreso nacional: sin jefe, sin otro plan que salvar la ropa individual, el conglomerado PRO-UCR-CC y satélites, vive ahora en un permanente estado de internismo.
Santilli, para cerrar el círculo, hizo lo que su manual de estilo le indicó que debía hacer: mandar a Molina a votar junto a los intendentes del PRO, sus lazarillos en la campaña. Pero después, temeroso de la lluvia ácida de la ley, se despegó de una reforma que ayudó a coronar. La interna cambiemita, más que en la amplísima mesa chica de JxC o en las roscas de bloque, se juega en esa tribuna enojada que es Twitter.
“Tuiteros somos todos”, como dice @mmlamoyano acá. Son atmósferas con físicas políticas sino antagónicas, muy diferentes pero al final del día lo que circula en Twitter dice más que cualquier comunicado que, obvio, sino se tuitea no existe.
Menos vaporosa que Santilli fue Patricia Bullrich, jefa del PRO, dura entre las duras, que mandó a su diputada a votar a favor de la reforma, por lo cual quedó en el club de los pro-reelecciones junto al bloque mayoría del FdT, salvo el sector de Sergio Massa. Se trata de Florencia Retamoso, esposa de Gerardo Millman, diputado nacional bulrrichista, que se autocelebra -con algo de ironía, tiene una imagen en su perfil- como halcón. Tuitera prolífica, Bullrich no se subió al hashtag #reeleccionesindefinidas tampoco. Arguyó, en una entrevista en TN, que la reglamentación no impedía las reelecciones: eso se corrigió pero, además, se fijó como primer periodo el 2019-2023.
Los silenciosos
Esa enmienda dejó una duda: si cuando se votó la ley en 2016, y se fijó como primer mandato el 2015-2019, y luego se objetó que no se podía legislar hacia atrás ¿no podrá, dentro de 2 años, hacerse la misma impugnación de que en 2021 se estableció de manera retroactiva que la limitación rige para mandatos iniciados en 2017 y 2019?
Como Santilli, Bullrich desplegó una gestualidad política hacia el poder territorial de la provincia de Buemos Aires, a los intendentes tanto del PRO como de la UCR. No solo les aportó un voto que en el sprint final de la noche del martes era oro en polvo -necesitaban dos tercios de la Cámara para tratarlo sobre tablas-, sino que no se subió a la cruzada anti. Sus granjas trolls estuvieron menos interesadas con las cuitas de la legislatura bonaerense. Está cerca -52 kilómetros del Obelisco- pero parece lejana.
En la legislatura, los memoriosos recuerdan que desde fines de 1997, lo que pasa en el parlamento provincial no tiene rebote nacional. En aquella ocasión, tras el triunfo electoral de la Alianza, la UCR y el Frepaso desplazaron de la presidencia de la Cámara de Diputados a Osvaldo Mércuri, un histórico dirigente del PJ.
La presunción de invisibilidad fue la trampa. ¿Cómo explicar, hacia afuera, a una tribuna sin claroscuros, agrietada al extremo, que un sector mayoritario de Juntos vota en sintonía con una parte importante del FdT? El lugar común del son todo lo mismo, se volvió un problema para JxC. Apostó, en este caso, a que una sesión el 28 de diciembre, en La Plata, genere poco ruido.
Horacio Rodríguez Larreta, que se involucró de lleno en la operación, también se comió la curva del “no pasa nada”. “A Horacio se la vendieron cambiada: le dijeron que no pasada nada, que no iba a haber ruido y explotó una bomba”, contó un operador que estuvo encima de la maniobra. Por las dudas, antes del estallido, el jefe de Gobierno le pidió a María Eugenia Vidal que baje el tono de la disidencia con esa ley y lo hizo con un argumento de nudo político convencional. “Necesitamos a los intendentes”, le planteó Larreta a Vidal. En carrera para la presidencial del 2023, el jefe de Gobierno sabe que se debe congraciar con los territorios, como hizo a medias Santilli -que los necesita para jugar la gobernación en 2023- y como hizo Bullrich.
Como no había evidencia científica sobre los perjuicios de habilitar reeleciones, Larreta no tuiteó nada sobre el tema aunque haya sido un factor esencial a la hora de bendecir la jugada de los intendentes del PRO.
Como no había evidencia científica sobre los perjuicios de habilitar otro mandato en la provincia, Larreta no dijo ni tuiteó nada sobre el tema, una manera de desmarcarse aunque haya sido un factor esencial a la hora de bendecir internamente la jugada de los intendentes que, en esos trámites, miden la osadía de los que quieren ser o actuar como jefes políticos. Mauricio Macri, más osado, salió en radio Mitre Córdoba a cuestionar la reforma.
Vidal desoyó la sugerencia de Larreta y desplegó otra conducta. Sin el encantamiento de otros tiempos, castigada por “tibia” por los duros del PRO, la ex gobernadora se abrazó a la que puede considerarse como su última gran cruzada -motorizó el fin de las reelecciones en 2016- y al mismo tiempo emprendió un largo adiós chandleriano a la provincia de Buenos Aires. ¿Quién jugaría contra los intereses de sus propios socios bonaerenses si tuviese planes en territorio bonaerense? El tiempo todo lo cura, y Vidal en general se mueve en tándem con Larreta, pero en una lectura rígida, la rebeldía que patrocinó en público la ex gobernadora, parece sacarla de la provincia y quizá la excluya también de cualquier experimento presidencial.
La intriga, en ese caso, es quien heredará ese sector que tiene once diputados en la provincia, aunque muchos tienen múltiples nacionalidades, al punto que solo ocho votaron como les pidió Vidal. Una radiografía sobre esa tribu aporta anécdotas: varios de los que firmaron la solicitada anti re-ree, luego pegaron el volantazo. Daniel Lipovetzky, una de las numerosas terminales que Daniel “Tano” Angelici tiene en JxC, anunció que no, luego contó que Angelici le sugirió que acompañe, y al final optó por abstenerse. En estos casos esos comportamientos suelen ser los más costosos: el “ni” ayudó al “si”, pero no le simpatiza a los que se bancaron votar por el “si”.
Lo sabe Maximiliano Abad, presidente del Comité Provincia de la UCR, jefe del bloque y uno de los enlaces con el jefe de Gabinete Martín Insaurralde -que “articuló” acuerdos y empatías para que la ley salga-, en esa cadena de relaciones donde es clave Federico Otermín, presidente de la Cámara. Abad tenía encima el peso público de Facundo Manes, que reprochó un cambio en las reelecciones. El martes, su diputada, Viviana Dirolli, votó a favor de la reforma como lo hizo todo el radicalismo que, en la matemática finita de las reelecciones, era la que más arriesgada: la mitad de los alcaldes que no podían reelegir en el 2023 era de la UCR. En la sesión, Abad -uno de los artífices del acuerdo con el FdT- se molestó cuando el diputado Rubén Eslaiman pidió votación nominal, un viejo truco para evitar la votación en manada y que quede registrado el voto de cada uno de los legisladores.
Mamushka radical
Abad, en la mamushka de internas de Juntos, lamentó un factor más doméstico: lo que pasa en la familia radical. El sector de Martín Lousteau, que tiene a Pablo Domenichini como diputado en PBA, se despegó de la postura general del radicalismo y emprendió una cruzada pueblo por pueblo, para pasarle factura a los legisladores de la UCR que votaron a favor de la reforma para permitir una nueva reelección de intendentes.
Eslaiman reporta a Sergio Massa, objeto de ciertos interrogantes. “Explicame lo de Sergio ¿le dan un ministerio en PBA (Transporte donde asumió Jorge D'onofrio) y cargos en el BAPRO (donde reeligió Sebastián Galmarini), y manda a sus diputados a votar en contra?”, se preguntó, entre malicioso y desconcertado, un diputado de JxC que observa con más pavor las disidencias ajenas que las propias.
“Falta orden. Tenemos que encontrar una dinámica sino va a ser un caos permanente”, animó una autocrítica un legislador cambiemita. “Nadie conduce: no hubo plan. Cada uno hizo lo que quiso y quedaron todos expuestos”, sumó un sigiloso operador de JxC y planteó las preocupaciones a futuro porque, como ocurrió con Bienes Personales en el Congreso nacional, el desorden operativo y la falta de una jefatura, le hizo pagar costos a la oposición. “Al final fue negocio para el peronismo: todo el costo lo pagamos nosotros”, se lamentó una fuente del PRO y atribuyó a la falta de estrategia pero, sobre todo, al crudo internismo dentro del universo opositor.
Algo de eso hubo. El PJ había amortizado el costo político de la reforma, aunque buena parte de sus intendentes habían agarrado el atajo para esquivar la prohibición, y luego se limitó a observar como la bomba le estalló en la cara a Juntos.
PI