Eduardo “Wado” De Pedro, desde ese instante compañero de gabinete, Axel Kicillof y la senadora Juliana Di Tullio. Entre los 300 invitados que se amucharon en el Museo del Bicentenario para la jura de Daniel Scioli, los referentes cristinistas eran un puñado mínimo. Entre ellos, había uno que intervino poco tiempo pero de manera intensa y determinante en la vida política del ministro: Carlos Zannini, ahora procurador del Tesoro, y en 2015 candidato a vice del entonces gobernador.
Estaban, eso sí, en la primera fila y desde ahí vieron y escucharon la inesperada reivindicación que Alberto Fernández hizo del antecesor de Scioli, Matías Kulfas, a quien le atribuyó haber intervenido en “mucho” de los buenos indicadores que aportó la economía en el último tiempo. Hubo un aplauso con fisuras: Kicillof no, Di Tullio apenas, De Pedro sí.
“Cuando pudimos, empezamos a recuperarnos, a recuperar la actividad industrial, la economía creció a 10.3% en el año 2021. En muchos de esos resultados tuvo que ver Matías Kulfas y yo quiero agradecerle todo el trabajo, el esfuerzo, la fuerza, todo lo que hizo en este tiempo”, dijo el presidente que, hasta acá, había sido muy duro con el economista que, con un off the record desató una crisis en el Frente de Todos (FdT).
Fue uno de los pocos aplausos de la noche, nutrido pero menos contundente que el que saludó a Scioli. Con una euforia inusual para un espacio político en crisis -o justamente por eso- la ceremonia de asunción del exgobernador tuvo diversidad, paleta multicolor de vínculos y relaciones, un desfile de empresarios, sindicalistas, intendentes y dirigentes.
Un detalle quizá menor refleje esa expectativa: Scioli contó que tiene 1250 mensajes de WhatsApp sin leer.
Scioli fue -no importa cuando leas esto- el de siempre: tono monocorde, gambeta a los chispazos, agenda de desarrollo y fe en la humanidad. “Agradezco a todos los que vinieron: agradezco al Presidente, a la vicepresidenta, a los gobernadores”, dijo, ecuménico. Sciolismo explícito.
Surfeó, como lo hace desde hace dos décadas -su primera experiencia electoral fue en 1997, convocado por Carlos Menem-, el barro político. “No me voy a guiar por dimes y diretes”, respondió ante la pregunta sobre su relación con Sergio Massa, la que se presenta como una interna de semifondo paralela, pero de volumen inferior, a la que protagonizan los Fernández, Alberto y Cristina.
“Si hubiese tenido algún tipo de especulación política, posiblemente me habría quedado en Brasil”, dijo Scioli al final del acto en una charla con la prensa. Es una definición peculiar: la oferta que Alberto Fernández le hizo el sábado también le ofreció una plataforma para hacer que tiene pendiente, volver a competir por la presidencia. Sin embargo, trafica otro mensaje: la idea de que formar parte del Gobierno, en este contexto, puede no ser necesariamente bueno.
La ceremonia duró 32 minutos y mostró una concurrencia variopinta, Kicillof y Ricardo Quintela, de Pablo Moyano y Luis D'Elía, Daniel Funes de Rioja y Martín Cabrales, Víctor Santamaría y Eduardo Eurnekian, Daniel Vila y Jorge Fontevecchia; José Ignacio De Mendiguren, Fernando Espinoza y Mariano Cascallares, y el elenco histórico del sciolismo, encabezado por Alberto Pérez y Martín Ferré, un ecosistema que soñó, en el 2015, llegar al gobierno pero fue el turno de Mauricio Macri.
Había, en algunos, cierto clima de segunda oportunidad. Aunque ninguno de sus ex ministros estará, por ahora, en el staff que irá a Desarrollo Productivo -Carlos Peralta y Camila Cabral, además de David Kempner, formarán parte de su equipo en el ministerio- todos apostarán desde sus lugares a sostener lo que se perfila como una apuesta para el 2023.
El otro dato lo aportó la presencia de Agustín Rossi, que debutó como jefe de la AFI con el escándalo del vuelo venezolano y que solo había tenido, hasta acá, un tuit con foto en Olivos el día en que ardió el FdT por el Kulfasgate. Fernández lo incluyó en la ceremonia y le dedicó elogios.
PI