“¡Libertad!, ¡libertad!”, “¡Motosierra!, ¡motosierra!”, “¡Policía!, ¡policía!”. Estos vítores de una sola palabra, surgidos espontáneamente a la manera del personaje de Capusotto, Gastón “Idiota” Ranquilevich, el muchacho “totalmente masificado” que no paraba de corear en los recitales, fueron desplegados en ese orden en la Plaza de los Dos Congresos por una multitud libertaria. El “progreso” de las consignas (una de perfil abstracto; las otras dos, concretas) formaron en el aire un programa de gobierno que parece alzarse en escalada hacia una profecía de autocastigo.
En las escalinatas del Congreso, el presidente Milei lee su minuta de privaciones a la Nación. Primero invoca a la Generación del ’37, el nido liberal del que salió el huevo de la Constitución, previo paso por El matadero, de Echeverría; el Facundo, de Sarmiento; y Amalia, de José Mármol. Pero que nadie se llame a engaño, la invocación no tiene la voluntad de la restauración literaria sino la de dibujar en el cielo, con humo del siglo XIX, un pasado imaginario en el que la Argentina alucinó ser la primera potencia del mundo.
Partiendo de esa fake histórica, se fueron acumulando las de la actualidad en una parva de fantasías fúnebres. La data de Milei sobre la Argentina con la que acaba de tropezar tiene alcances asombrosos. Las hipérboles perforan el techo del rubro “herencia recibida”. Habla de un déficit fiscal de 15 puntos, y de una inflación “plantada”, como si se tratara de la bolsa de droga en el jarrón de Guillermo Coppola, del 15.000 % anual. Está preparándose para decir tres veces que no hay alternativa al ajuste, la tormenta que se cernirá sobre las cuentas públicas mediante el método de la amputación. Ese es el corazón de su pronunciamiento, un texto de 2800 palabras entre las que se cuenta cinco veces la palabra “ajuste” y ninguna la palabra “casta”.
La asamblea outdoor se va naturalizando contra la tradición por la que los presidentes inauguran sus ciclos hablándoles a los legisladores, testigos de todas las geografías. Así es la vida: algo que no pasó nunca podría pasar siempre si es que pasa una vez. También quedó naturalizado en pocas cuadras el convoy que llevó a Milei y a su hermana unidos para siempre en una camioneta oficial. La escena, imaginada desde afuera como el paseo clandestino de Emma Bovary y León Dupuis, es impenetrable. No sabremos nunca qué se dijeron, ni que sintieron en ese breve viaje hacia la gloria entre la habitación despelotada del Hotel Libertador y la unción refrendada por Cristina.
El encuentro entre estos tuvo unos cuadros de micro sitcom. El primero, marcado por el ritmo de Cristina, que aceleraba el paso llevando a Milei como chancho al pueblo. La defensa de la velocidad personal es clave para definir el ritmo de la vida. “No me apures”, “Apurate”, son los reproches más comunes del desacuerdo en compañía. Sin decir una palabra, Milei trataba de responder al arreo de su anfitriona, pero se colgaba con los fetiches dorados, el besamanos, las arrugas de las alfombras. Hasta que durante cinco minutos se perdieron en un pliegue del tiempo. En la transmisión, se los vio entrar por una puerta y no salir por la otra. ¿Hacia cuál dimensión se desviaron?
Salieron hacia la jura, de la que Alberto escapó prácticamente antes de entrar. Y allí se desataron los rumores por lo bajo entre Milei y Cristina. Rumores de camaradería inesperada sobre un elemento de distracción, esa jabalina de descarga a tierra que anhelan aquellos a quienes los nervios los están comiendo por dentro. Cristina se inclinó sobre la empuñadura del cetro y Milei le hizo ver los retratos en miniatura de sus cinco perros tallados en plata. La joya es el primer bastón-canil en la historia de las instituciones, y tiene su futuro asegurado en el hall de la fama presidencial y en el mercado negro de rarezas.
En la excursión por Avenida de Mayo hacia la Casa Rosada, los hermanos Milei bajaron del convertible a saludar a un perro. Es un cliché de la sobreinterpretación asegurar que los amantes de los perros son misántropos cuyo plan secreto es ocultar el odio a los humanos. No es el caso. Los hermanos saludaron también a la dueña del perro y siguieron su ruta hacia el insoportable porvenir de protocolo que se les adelantaba.
Del segundo besamanos, quedará la obsesión de Milei por abrazar a Volodímir Zelensky, tal vez entendiendo que se trata de un niño abandonado por la OTAN. Ya lo había abrazado en el Congreso con un abrazo de deudo y volvió a hacerlo sin importarle la radiactividad del abrazado. Abrazar la bomba atómica ha de ser menos arriesgado. No hubo una muestra de afecto semejante con ningún otro mandatario en baja, ni siquiera con los ex, incluyendo a Bolsonaro, con cuya runfla de acompañantes gatilladores algún productor argentino debería armar un Monty Python de variedades nazis en Carlos Paz.
¿Y la LN+, ese tremendo faro de la prensa independiente en el que destellan las eminencias libres? Apechugándola, y abriendo ya no paraguas sino sombrillas y carpas de circo para advertirles a sus plateístas que se vienen tiempos difíciles y que ellos tienen que ver con eso hasta por ahí nomás. Del desempeño colectivo, me llevo en la memoria la garra de Eduardo Serenelini para armar una oración completa (arma frases como cortadas a cuchillo) y el vínculo muy consolidado entre Pablo Rossi y los lugares comunes, sus prótesis. Y una desorientación general de todos los presentadores, como de recién salidos del juego del mareo después de meses de girar la frente en el palo: Larreta sí; Larreta, no; Patricia, no; Patricia, sí; Milei, no; Mileí sí, Milei no sé.
Por una distracción no pude ver a Majul, que es la luz de mis ojos, aunque sé que escribió un twit desinteresado, como siempre. Dijo que Milei no miente, “o no miente a sabiendas”; y que su discurso fue el “más duro, brutal y honesto” que escuchó desde 1983. O sea que el dato de la inflación “plantada” de 15 mil % anual, que significa el 40% diario, le pareció razonable. Poner en juego su prestigio y jugarse la vida para salir a bancar a un presidente… cero kilómetro al que todavía no le han sacado el nylon de los asientos, no es para cualquiera. En un mundo donde nadie mueve un dedo si no es por conveniencia, por vanidad, por egoísmo o por la despreciable papota metálica, él marca un norte ético, y un sur, y hasta un este y un oeste.
El día no pasaba más. El que lo recibía más lento que nadie era Milei. Si hay un castigo diabólico diseñado para anarcocapitalistas emergentes es el de someterlos a la presidencia de un Estado Nación y programarle un día con el protocolista Jorge Faurié secreteándole detalles de usos y costumbres diplomáticas, rodeado de banderas, granaderos, misas, guardaespaldas, choferes, firmas y escribanos.
Los fastos del primer día se consumieron en la hoguera de la emoción. La suma de eventos, escudados en la inercia de las instituciones, fueron para satisfacción o tortura personal del presidente. Hubo más clima de casamiento, primera comunión, cumpleaños y acto escolar que de actividad de gobierno. Salvo por la jura de ministros, ocurrida en un hiato de misterio norcoreano del que sólo cayeron algunas imágenes robadas, las decisiones están en una nube de suspenso cuyo desplazamiento es amenazante pero todavía es incierto el punto exacto de la descarga, y su poder de daño.
Nadie dice nada, nadie sabe nada. La sensación es la de que hay un gobierno que aún no quiere o no puede suceder. El vocero Adorni, que hizo de la sintaxis una semántica colocando en sus twits medio lelos la palabra “fin” después del punto final, o sea después de un fin (como si escribiéramos la palabra “paréntesis” después de un paréntesis; o la palabra “coma” después de una coma) fue abordado en la calle para ver qué onda mañana y pasado con los anuncios, y parecía tener menos idea que esta columna, lo que es mucho decir. De cualquier manera, lo mejor del primer día es que nadie murió en la víspera.