Opinión Panorama político

Una marcha menos para el ajuste que quiere el Fondo

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Durante el acto en Plaza de Mayo, mientras Alberto Fernández hablaba a la multitud y anunciaba una gran PASO del peronismo hacia las presidenciales 2023, las cámaras de la Televisión Pública mostraban a Eduardo De Pedro escuchando serio al lado de Sergio Massa y a Axel Kicillof, sonriente, junto al jefe de gabinete Juan Manzur. Andrés “Cuervo” Larroque, dicen en Casa Rosada, también estaba mezclado con los ministros del Frente de Todos. La noticia, sin embargo, fue la columna de La Cámpora que llegó tarde a la convocatoria, una vez que el discurso del Presidente había terminado y con Larroque mezclado entre los manifestantes de la organización. 

Aunque el domingo de las elecciones generales, el oficialismo evitó el peor de los escenarios y logró una remontada en la provincia de Buenos Aires que vivió como si fuera un triunfo, la derrota fue contundente en 15 distritos. Puertas adentro, las diferencias -que no se reducen a las que pueden mantener las dos personas más importantes del gobierno- solo aparecen atenuadas hasta nuevo aviso pero eso ya es un escenario incomparable con el que se desató después de las PASO. En palabras que le atribuyen al catalán Antoni Gutiérrez Rubí: “Lo único que logramos es cambiar la dirección del viento”. La niebla sigue y no está claro quién conduce en un camino de cornisa. Después de la campaña y los festejos, el consultor que pivotea entre Alberto, Cristina y Massa volvió a tomar distancia y voló a Barcelona. 

El gobierno comenzó a celebrar que estaba vivo la noche del domingo y lo siguió haciendo el miércoles pasado, con la demostración de fuerzas que apuntó a devolverle la centralidad al Presidente y redimirlo de la falta de autoridad que le otorgan todas las encuestas. Sin embargo, no todos comparten los modos ni los objetivos.

Máximo Kirchner estaba en desacuerdo con la movilización que activaron el sindicalismo de Los Gordos y las organizaciones sociales como el Movimiento Evita. Con posturas diferenciadas, De Pedro y Larroque coinciden en algo -tienen responsabilidades ejecutivas- y, según dicen en el gobierno, fueron decisivos para lograr que La Cámpora participe de la Plaza del 17 de noviembre. 

También en cada una de las familias que conviven dentro del tinglado del Frente de Todos se mezclan halcones y palomas. Albertistas para la liberación con albertistas moderados, dirigentes sociales que quieren enfrentar a La Cámpora con los que prefieren negociar, kirchneristas más o menos cercanos al Presidente. 

Las miradas contrapuestas exceden a la marcha del Día de la Militancia. Tal como contó elDiarioAR, Máximo Kirchner sumó una nueva ausencia el miércoles en la cena de Fernández con ministros e intendentes del conurbano. El presidente del bloque de Diputados del FDT tiene discrepancias sobre la política oficial en la negociación con el Fondo y pide una postura más dura. A eso se agrega que todavía no digiere la forma en que el Presidente filtró la inclusión de Victoria Tolosa Paz como candidata en provincia de Buenos Aires, cuando el cristinismo pedía a Santiago Cafiero para encabezar la lista del oficialismo. Invitado como orador a principios de octubre en un acto del Evita en Mataderos, Kirchner hijo deja trascender otra vez su disgusto con Emilio Pérsico, uno de los que pone toda su energía para empoderar a un presidente devaluado y alimentar la puja interna en frente. A la inversa, entre los colaboradores de Fernández sostienen que también en el oficialismo se advierten posturas distintas entre los que están al frente de la gestión y los que no tienen esa responsabilidad. Como si Máximo fuera en El Frente de Todos un papel similar al de Patricia Bullrich en la oposición. 

En la residencia de Olivos sostienen que el jefe de La Cámpora tampoco estaba de acuerdo con la participación de su madre en el acto de cierre de campaña del gobierno en Merlo. Sin embargo, Cristina hizo un esfuerzo y decidió estar después de que le extirparan el útero. Cuarenta minutos antes de que empezara el acto, pidió a los organizadores que colocaran una rampa para subir al escenario en el que no habló. 

La vicepresidenta viajó el viernes pasado a El Calafate y se mantiene en silencio, como lo viene haciendo casi sin alteraciones desde el mazazo de septiembre. Ese segundo plano le deja la iniciativa a un Presidente que da indicios de buscar autonomía pero también, claro, la responsabilidad por los resultados que logre o no.  

Aunque pueda resultar extraño a los que miran desde lejos, los dirigentes que la frecuentan sostienen que CFK no coincide en todo con su hijo. La alianza estrecha de Sergio Massa con Máximo corre por cuenta del jefe de La Cámpora, lo mismo que la fuerte impugnación de ese bloque de intereses contradictorios a todo lo que intenta hacer Martin Guzmán. Después de sobrevivir al cambio de gabinete forzado por Cristina, el ministro de Economía recuperó en los últimos tiempos la fluidez en el diálogo con la vicepresidenta. Si quisiera mostrar en la calle su propio poder, solo ella por ejemplo podría convocar a una movilización de su sector capaz de igualar o superar a la del miércoles pasado.

De acuerdo a la caracterización del cristinismo, a lado del Presidente conviven dirigentes que ponen como prioridad sostener la coalición de gobierno con otros que se dejan llevar por los años de resentimiento que acumularon durante el reinado absoluto de Cristina y no tienen destino sin Alberto. Los movimientos sociales y el sindicalismo exhiben un músculo formidable para desplegar su poderío en las calles, pero -igual que La Cámpora a la que critican por lo bajo- padecen un déficit que se mantiene inalterable y explica su derrotero: no pueden traducir esa capacidad en potencia electoral. A eso se suma otro componente, los votos del Conurbano bonaerense ya no alcanzan ni para ganar la provincia -Juntos ganó en 94 de los 135 distritos- ni para compensar los malos resultados de los gobernadores en todo el país, en especial en la Patagonia.

La lucha de facciones que temen los frentetodistas puros hoy parece un juego de niños comparado con lo que pudo pasar después de las PASO y eso se debe al resultado del domingo pasado que fue mejor de lo esperado. El peronismo festeja por múltiples razones, pero sobre todo por una: es un gobierno débil que se salvó de un golpe más duro. Temía lo peor para el día después y la mayor participación electoral mitigó el impacto de la derrota y le permitió recuperar la noción de futuro, aunque sea de corto plazo. El tiro de gracia que la oposición pensaba darle no salió; por eso respira. 

Eso no quiere decir que la correlación de fuerzas sea favorable al gobierno: el piso del antiperonismo está en niveles de lo más elevados en términos históricos, el radicalismo parece haber superado el largo invierno en el que entró hace dos décadas y a los 9.798.295 de votos (42,18%) que obtuvo Juntos en todo el país hay que sumarle lo que consiguieron las expresiones electorales que se paran a la derecha de Macri. 

Si Javier Milei (310.036) capturó la atención de las cámaras con su tercer lugar en la Ciudad, José Luis Espert (656.498) y Cyntia Hotton (257.568) reunieron entre los dos casi un millón de votos en provincia de Buenos Aires, una subjetividad sobre la que el frente antikirchnerista tiene claras posibilidades de crecer. Más allá de que las legislativas no pueden compararse con las presidenciales, 2021 indica que el peronismo unido -que obtuvo 7.868.299 votos- no dispone de tanto margen para crecer. Florencio Randazzo consiguió que lo voten apenas 382.445 bonaerenses y, de las casi un millón y medio de personas que convirtieron al Frente de Izquierda en tercera fuerza electoral nacional, no todas parecen proclives a optar por el FDT. 

El aumento de la participación y la polarización no pudieron impedir que 11 millones de personas se quedaran en sus casas y 1.153.886 (3,5% del padrón) expresaron en el cuarto oscuro algún tipo de rechazo a la oferta electoral: votaron en blanco 717.535 personas y anularon su voto otras 436.351.

A ese cuadro de abstencionismo e impugnación, se le suma una pregunta de fondo, muchas veces enunciada: si el peronismo que se acostumbró a perder está enfrentando una crisis similar a la del radicalismo 20 años después. Por lo pronto, la dirigencia lo sabe: las condiciones estructurales que hicieron peronistas a los trabajadores durante años hoy no existen. Ni el Estado fuerte, ni el modelo de sustitución de importaciones, ni el peso de la industria ni el espacio de la fábrica como eje del trabajo y base de la identidad obrera. Lo que deja al oficialismo en la impotencia es la imposibilidad de encontrar una forma concreta de generar empleo de calidad en las actuales circunstancias y reducir así el submundo de los que reciben un subsidio que no les alcanza ni de cerca para garantizar su subsistencia.

Es en ese marco que el Frente de Todos encara la difícil negociación con el Fondo Monetario por la deuda monumental que dejó Macri y gatilla sus vencimientos más grandes a partir de marzo. Finalizada la reestructuración con los privados, la carroza se convirtió en calabaza y el Fondo volvió a ser el mismo de siempre. El anuncio que el Presidente grabó el domingo pasado, antes de que la cara se le transformara, no es más que una declaración de buenas intenciones y, otra vez, encuentra al oficialismo con posiciones encontradas. Algunos como Massa y Manzur coinciden con el establishment y presionan por firmar un acuerdo rápido que incluya la fuerte reducción del déficit fiscal que reclaman los soldados de Kristalina Georgieva. De prestarse para eso, Fernández se asumiría como el encargado de iniciar el ajuste más profundo y facilitar la transición para el que venga después. A un lado y al otro de la polarización, hay quienes esperan que Alberto asuma que su ciclo expiró y haga ese trabajo sucio. 

Algo similar reclaman los sindicalistas que piden un acuerdo con el Fondo sin reparar en quién pagará los costos de un entendimiento en un contexto de lo más delicado. El gobierno tiene una inflación interanual por encima del 50% y sufre la falta dólares pero el ajuste traerá un costo social todavía mayor con la suba de la divisa y el aumento de tarifas para reducir subsidios. 

Que la dirigencia quiera sellar un acuerdo puede ser lógico, pero que no discuta cómo hacer frente a las exigencias del organismo de crédito oscila entre el cinismo y el suicidio. Máximo Kirchner es uno de los que resiste ese mandato y pide mayor dureza a la hora de negociar. Sin embargo, en el gobierno le facturan que viene de perder una batalla inviable porque derrochó energía durante casi dos años en reclamar un período de gracia de 20 años que no existe como posibilidad (al menos hoy). Es el mismo tiempo que otros perdieron en acercarse a Estados Unidos sin ningún beneficio concreto.

El gobierno está encerrado en una disyuntiva crucial. Después del resultado electoral, aparece con distintas miradas y poco poder para tensar con el Fondo. Atomizada después del resultado del domingo y con diferencias indisimulables entre candidatos que se almuerzan la cena, la oposición toma distancia y no se inquieta por los sacrificios que reclama el organismo porque espera llegar con el ajuste ya encaminado. Pero hay un problema adicional ligado a la gobernabilidad: ni el gobierno ni la oposición cuentan con la fuerza política suficiente para ejecutar la cirugía mayor que pide el Fondo en un país que acumula años de derrumbe en los ingresos, tiene al 40% de la población bajo la línea de la pobreza y padece índices alarmantes de desigualdad.

DG