Opinión

Massa, Guzmán y la misión de volver al centro con lo puesto

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Fue una semana de reconciliaciones para Sergio Massa. La primera, pública: el anuncio del proyecto para que los trabajadores paguen Ganancias a partir de los 150 mil pesos. Consiguió el aval de los Fernández para avanzar con una propuesta que lo conecta con aquel Massa que lastimaba al cristinismo y crecía rápido en lo que suponía un camino sin rotondas hacia la presidencia. Con apoyo opositor a una medida que también beneficia a su propio electorado, el presidente de la Cámara de Diputados vuelve a hablarle a un sector que lo creyó alternativa y logra instalar una agenda distinta desde el Frente de Todos, en el arranque del año electoral. Como tantas cosas, la idea maduró mirando encuestas de un racimo de consultores amigos que advertían a las distintas alas del oficialismo sobre la valoración negativa de un gobierno con poco y nada para ofrecerle a una clase media enojada. Costó conseguir la anuencia de Martín Guzmán que compró, al final, el argumento de que el esfuerzo fiscal volverá rápido al mercado interno, de la mano de esa aristocracia obrera que aún sin ganar fortunas se distingue en un país que siembra precarizados y monotributistas. 

Como Massa se encargó de promocionar, el tema había sido acordado con Alberto Fernández en Chapadmalal a mediados de enero y tenía el respaldo de Máximo Kirchner. Sin embargo, su anuncio coincidió con otra victoria discreta del ex intendente de Tigre: el encuentro con Cristina Fernández de Kirchner, el domingo pasado, fuera de las frías paredes del Congreso. Aunque el diálogo existe y cuenta con el jefe de La Cámpora -también presente- como celestino, Massa lo vivió como algo especial. Según comentó ante su entorno, era “la primera vez” que podía hablar de política en serio con la vicepresidenta, desde que asumió el Frente de Todos. 

En la heterogénea coalición de gobierno, todo es minuto a minuto y lo que hoy avanza mañana puede volver atrás, pero el regreso a los primeros planos del esposo de Malena Galmarini entusiasma a los que afirman que Cristina aprueba la agenda de centro para el año electoral. El cristinismo confirma a su manera: no lo desmiente. Massa insiste en que es necesario hablarle al electorado blando, que va y viene de manera desesperada entre los polos en busca de una salida distinta. El encuentro del domingo pasado y el intento de recrear una mesa chica que se mostró en Casa Rosada hace 10 días alienta conclusiones prematuras en el peronismo no kirchnerista, que ya se ilusiona con un nuevo modelo en la toma de decisiones. Lo que une es el espanto en un país que cuenta más de 50 mil muertos a causa del Covid 19, ve crecer la inflación otra vez a un ritmo acelerado y vive un rebote acotado que está muy lejos de sentirse en los bolsillos. Si a ese cuadro se le suman las diferencias expuestas en el oficialismo, se impone un juego temerario que pone en peligro el poder. Es lo que ahora, parece, se busca evitar.

Después de la primera reunión política con Cristina, Massa insiste en que es necesario hablarle al electorado blando y le propone a la vicepresidenta una campaña más parecida a la de 2019 que a la de 2017.

Massa alinea así su generosa campaña publicitaria y su notable poder económico con elementos concretos. No llegaron a Buenos Aires las quejas televisivas de su sponsor Daniel Vila en Mendoza: dijo que el gobierno desaprovechó oportunidades para hacer cambios estructurales y está condicionado por las elecciones. Además, pidió por la reforma laboral y la reforma impositiva. “Hoy hay más de 100 impuestos que se pagan para desarrollar una actividad, es imposible ser competitivos en el mundo con esa carga”, aseguró. 

Massa venía de encadenar dos derrotas: el fin de la millonaria concesión de la Hidrovía que Mario Meoni pensaba prorrogarle al consorcio de Gabriel Romero y los belgas de Jan de Nul y el rechazo social que hizo fracasar a su aliado Mariano Arcioni en su intento de autorizar la minería en Chubut.

Vetado todo albertismo en el terreno de la política, el objetivo del ambicioso del massismo parece ser el de iniciar una campaña en la que Cristina se estacione más cerca de la madre comprensiva de 2019 que de la perseguida de 2017. La diferencia es que ahora no gobierna Macri. Se anuncian más señales a la clase media y menos proyecto de amnistía para los presos que pusieron el cuero durante la era cristinista. De ser así, también Sergio Berni tendrá vía libre para hacer campaña con los leales de La Bonaerense. 

El acuerdo político de la cúpula oficialista coincidió con el aplauso empresario a Guzmán. Sabrá por qué cada uno de los que se sumó al estruendo después de las palabras del ministro de Economía. Guzmán habló más de media hora, casi tanto como lo hicieron entre el resto de los ministros y los representantes del sector privado que fueron parte de la maqueta del Pacto Social. Con su estilo de docente, mostró gráficos y repasó la historia económica argentina para defender el sendero que pretende la Casa Rosada para el año electoral. Recordó que el país acumula una década de estancamiento de las cantidades exportadas y admitió que el último boom de los commodities alcanzó para reducir los niveles de desigualdad pero no para lograr la transformación de la estructura productiva: la gran oportunidad para sentar las bases de un crecimiento sostenido no se pudo o no se supo aprovechar. 

Enseguida, enumeró dos prioridades económicas y una política, parte de un mecanismo de relojería que pretende regular las agujas que marcan el vaivén de la puja distributiva. Primero, la necesidad de una recuperación económica moderada pero sólida, acorde con los números del Presupuesto, con un Estado que transite el “corredor estrecho” que le toca al peronismo de la escasez hasta el final de su mandato. Una expansión en cuentagotas para no caer demasiado en la emisión que termina en presiones sobre el dólar y un ajuste del déficit fiscal, también gradual, para no repetir la receta del gobierno anterior. Sintonía hiperfina. 

Guzmán reiteró ante los empresarios que la austeridad en la crisis no sirve y contó que desde la década del setenta hasta hoy 178 países probaron lo mismo que Mauricio Macri y que a todos les fue mal, a excepción de Irlanda en 1987, que tuvo un crecimiento producto de “otros factores”. “Nunca funciona”, remarcó. Por eso, habló de la necesidad de un aumento del salario real que impulse la demanda, después de tres años de caída profunda. 

Guzmán reiteró ante los empresarios que la austeridad en la crisis no sirve: contó que desde la década del setenta hasta hoy 178 países probaron lo mismo que Mauricio Macri y que a todos les fue mal.

Según el dato de diciembre del INDEC, los sueldos (1,9% arriba) perdieron en promedio más de dos puntos con respecto a la inflación (4%) en el último mes del año y cerraron 2020 casi 5 puntos abajo (31,6%) del IPC (36,1%). Esa debacle de entre 20 y 25 puntos en los últimos cinco años -con un ajuste mayor entre los estatales- será apenas revertida en 2021. Lo admitió Guzmán con palabras que quedaron grabadas entre los empresarios: la recuperación del salario será “firme pero sostenible”. Como si hubiera una adaptación a la baja de las consignas que levantó Cristina en La Plata. Frontera difusa entre la necesidad de los ingresos de salir del pozo y el techo a las paritarias que reclama el establishment para sellar la caída del poder adquisitivo que se impuso con Macri y la pandemia. Nadie se atemorizó en una platea en que la mayoría de los dueños de la Asociación Empresaria Argentina estaban ausentes o de vacaciones. Lo mostró Daniel Funes de Rioja, cuando admitió que no le inquietaba que los sueldos estuvieran este año dos puntos arriba o dos puntos abajo. “No le tenemos miedo al sindicalismo, estamos acostumbrados a dialogar y más, después de un año como el 2020, donde el índice de conflictividad no fue significativo en el marco de semejante crisis”, dijo el presidente de la Copal, representante de 14600 empresas alimenticias que presionan para zafar del congelamiento y prenderse de a poco a la curva de los alimentos no procesados. Lo que pidió, en cambio, Funes de Rioja fue tener acceso a la logística de la vacuna porque hoy las empresas de su sector tienen un 20 o un 25% de gente dispensada de prestar tareas por la peste. 

Como punto número 2, Guzmán habló de la necesidad de reducir la inflación que acelera. Dijo que se trataba de un problema macroeconómico y reiteró que el Estado debe coordinar expectativas en función de los números del Presupuesto. Que el Círculo Rojo deje de creer en el Relevamiento de Expectativas del Mercado y ponga una ficha en las proyecciones oficiales, pidió. Con el ejemplo de consultoras que subestimaron la inflación de Macri y sobreestimaron la de Fernández, el profesor de la Universidad de Columbia utilizó una fórmula que puede ser un boomerang en el año electoral: “pronosticar es complejo en economía”. Este año, las consultoras que en 2020 erraron en sus profecías y quedaron a casi 20 puntos del IPC real, van por la revancha y Guzmán la tiene difícil con su estimación de una inflación de 29%. Lejos del interés del mercado, el Instituto del Trabajo y la Economía de la Fundación Germán Abdala marca en su informe del 9 de febrero que los nubarrones que aparecen sobre la economía tienen que ver con la “incipiente aceleración inflacionaria” de los últimos meses del año pasado, que no amainó en enero. “En el último trimestre del año, la inflación promedio mensual fue de 3,6%, lo que representa un 53,6% anualizado, mientras que la inflación núcleo trepó en el mismo período a un ritmo del 4,1% (61,7% anualizado y 39,4% anual)”, dice.

"No le tenemos miedo al sindicalismo y más, después de un año como el 2020, donde el índice de conflictividad no fue significativo en el marco de semejante crisis”, dijo Funes de Rioja.

Sobre el final, cuando afirmó que el sobreoptimismo no tiene sentido y las promesas no sirven, Guzmán convocó a construir un Estado-Nación, detrás del ejemplo de otros países donde el gobierno es embajador de las empresas nacionales y los privados defienden al Estado como si fuera suyo. Ante la presencia del CEO de Bayer para la región, Chistophe Dumont, el ministro pensaba en lo que escuchó de boca de Angela Merkel, hace casi un año en Berlín. Después de ese mensaje, vinieron los aplausos que cada quien adjudicó a lo que quiso. En sus palabras de apertura y cierre, Santiago Cafiero invitó al diálogo a “los que toman decisiones” y repitió una consigna a prueba de frustraciones: habló de trabajar para que esta sea, finalmente, “la última crisis”. 

Según el informe de la Fundación Abdala, en la medida en que la recuperación económica no sea íntegra y sostenida, el empleo se mantendrá este año por debajo de su nivel pre-pandemia y será difícil esperar buenas noticias del empleo registrado privado, que mostraba serias dificultades ya antes del Covid-19 y todavía las muestra. La dinámica la marcan los últimos datos disponibles, del tercer trimestre de 2020, donde el trabajo registrado siguió en caída, el empleo no registrado recuperó un tercio de los empleos perdidos y solo el cuentapropismo -el que más había perdido- se recuperó por completo. La conclusión muestra el reverso de las proyecciones oficiales: “Argentina ingresa en 2021 con riesgos no menores de estanflación: a la posibilidad de un rebrote doméstico, latente hasta que se alcance globalmente la inmunidad, se suma el impulso de los precios de los alimentos y la existencia de presiones para corregir los precios regulados”. Los dólares de la cosecha y la promesa de los Derechos Especiales de Giro del Fondo sugieren que al gobierno no le faltaran divisas para sostener la estabilidad. La carencias, todo indica, se sentirán en el bolsillo. 

DG