Es jueves, media mañana, Horacio Rosatti abandona su oficina de ministro de Justicia y se marcha a ver el entrenamiento de Boca Juniors. Día de fútbol en el calendario xeneize, ritual para el funcionario que en ese hábito, producto de un fanatismo íntimo y a la vez desmesurado, exhibe algo inusual: rasgos de sensibilidad.
Introvertido pero despiadado, Rosatti se humaniza con Boca. Esa pasión lo arrastró a una extravagancia: escribió, durante años, con rigor de enciclopedista -hasta rastreó en Suecia la hora exacta de ingreso al puerto de Buenos Aires del barco que determinó, por azar, el azul y amarillo- la historia del club. Es una obra monumental, exuberante, que se extiende durante cuatro tomos y abarca más de un siglo de historia. Una Biblia del frenesí boquense, que tiene un marco de época, y que Rosatti llamó “Cien años de multitud”.
No recurrió, para eso, a un ghostwriter como tampoco recurre a amanuenses para la redacción de sus fallos más densos. Escribe en su despacho, entre libros y cuadros con figuras de milicianos de la independencia, en una notebook sin conexión a internet, que luego traslada en un pendrive. Rosatti es analógico: lleva el celular apagado en el maletín, lo prende para hacer una llamada, lo apaga y lo vuelve a guardar. Pero consume Google, lo explora como si fuese la “Biblioteca de Alejandría”.
En el ecosistema Rosatti, Boca es una anomalía, un punto de fuga, una pulsión extraña para un bicho de libros y tratados. Más de una vez, ese involucramiento lo llevó a llamar por teléfono a un periodista partidario para aportar, ante un interlocutor impávido y monosilábico, un dato histórico, un detalle o una corrección sobre un jugador casi ignoto del equipo de 1974. A veces, escucha una radio que se emite por Youtube, “Cadena xeneize”, un programa a la medianoche que hace un conductor que de día maneja un taxi.
El fervor por Boca, más que por el fútbol, parece un error en la matrix de la historia íntima del abogado que con 65 años desde este lunes ostenta la suma de los poderes de la Justicia argentina, un estudiante que fue brillante, rindió dos años libre del secundario y se recibió a los 19 de abogado, y que construyó su currículum con método y preciosismo. Siguió su olfato para treparse y bajarse oportunamente del peronismo y tras estar, un tiempo, entre los preferidos de Cristina Kirchner, llegó a la Corte con la bendición furtiva de Elisa Carrió y la firma torpe, apresurada, de Mauricio Macri.
- Necesitamos un peronista pero no me gusta ninguno -dijo el jefe del PRO en una charla donde estaban Carrió, José Torello y, entre otros, Fabián Rodríguez Simón, “Pepín”, imputado por la mesa judicial macrista, actualmente refugiado en Uruguay, y a quien se atribuye ser el promotor de la designación de dos cortesanos por DNU.
- Conozco a Rosatti, que es uno de los mejores constitucionalistas del país y es honesto, le renunció a Néstor -, dijo Carrió, vocera explícita de la propuesta aunque hay un hilo rojo que sugiere que “Pepín”, por entonces muy cercano a la jefa de la Coalición Cívica, fue el constructor secreto de la postulación de Rosatti.
Así apareció en el radar el Rosatti que es, aquí y ahora, el terror del Frente de Todos aunque, dicen los que lo conocen, jamás buscó ser ese fantasma ni ese enemigo. “Nunca quiso confrontar, pero lo ningunearon, lo desafiaron, lo quisieron cagar... ¿Qué otra cosa podía hacer?”.
Guardianes y eclesiásticos
No existe la mínima inocencia en los movimientos políticos-judiciales del cortesano que además de autovotarse como presidente de la Corte escribió el fallo que lo sentó en la jefatura del Consejo de la Magistratura. Queda así en el vértice más alto del poder judicial, con el manejo pleno de los presupuestos y un ejército que en la última década operó como un contrapoder de la Casa Rosada: unos dicen que para ponerle límites a gobierno con pretensiones hegemónicas, otros que intervino para frustrar reformas que dañaban a sectores de poder y, por derivación, beneficiaban a las mayorías.
Pero hubo un Rosatti -hubo varios-, anteriores, quizá diferentes, al que este lunes adquirió su mayor nivel de fama y se aproximó al abismo de hacerse conocido, de ser TT, que fue acusado de efectuar un “golpe de Estado”, y al mismo tiempo resultó vindicado como un mártir, último cruzado por la república. Esa doble faz, todo o nada, bien criolla.
La novela larga recuerda sus inicios como militante en el PJ de la ciudad de Santa Fe, con un grupo donde predominaban los “guardianes” -procedentes de Guardia de Hierro-, y tenía un claro perfil eclesiástico. “En la ciudad de Santa Fe es difícil hacer cualquier cosa sin el respaldo de la Iglesia”, cuenta un coterráneo. Otro rememora que en los lejanos '80, Rosatti tuvo un desamor que lo cambió para siempre.
Luego orbitó a la renovación que militó para Antonio Cafiero en la derrota contra Carlos Menem, de donde surgió como intendente de Santa Fe, Jorge Obeid, de quien fue primero fiscal municipal -algo así como procurador del Tesoro de la intendencia- y luego secretario de Gobierno.
Alberto Fernández fue el encargado de hacerle el ofrecimiento a Rosatti que puso una condición: aceptaba ser ministro de Justicia pero no quería tener bajo su órbita la seguridad. Esa área pasó a Interior donde estaba Aníbal Fernández.
De allí, escaló a una butaca provincial como secretario general de la Gobernación de Carlos “Lole” Reuteman antes de ocupar, en 1995, su primer y único cargo ejecutivo por medio de la elección directa: intendente de la ciudad de Senta Fe. Un año antes, en 1994, fue constituyente para la reforma de la Constitución, fue vicejefe del bloque peronista junto a Augusto Alasino y Cristina Kirchner, e integró la comisión redactora donde se vinculó a Carrió, Carlos Auyero, Raúl Zafarroni y, entre otros, Raúl Alfonsín con quien se fascinó.
En aquellos días, el cortesano recibió un apodo casi desconocido: “Briga”. Se cuenta que durante la constituyente, había un asesor mayor que le gustaba armar árboles genealógicos, hizo el del Rosatti y determinó que tenía un lazo de parentesco con el brigadier Estanislao López, el caudillo santafesino. Unos pocos, en tribunales, le suele decir “Briga”. Otros, menos amables, “sinco” -sin corazón- por su frialdad y fama de implacable.
Alfonsín aparece en una de las dos imágenes de personajes contemporáneos que Rosatti luce en su despacho. La instantánea data de la segunda mitad de los años 90, cuando Alfonsín lo visitó en la intendencia de Santa Fe. La otra es del constitucionalista Germán Bidart Campos, a quien el cortesano considera su maestro.
En la Constituyente de Paraná, se conoció con los Kirchner, Néstor y Cristina, que lo convocarían en el 2003 para ser Procurador del Tesoro, el cargo que ahora ocupa Carlos Zannini. Rosatti había intervenido, fugazmente, en la campaña de Kirchner del 2003 y hasta hizo un acto con Cristina. Fue ella quien lo llamó por teléfono para ofrecerle que se sume al gobierno. Rosatti fue a Olivos con su mujer y cenaron con los Kirchner.
- Nunca va a ir nadie a hablarte en mi nombre. Si necesito algo te llamo yo --, le dijo el patagónico.
- ¿Qué necesitás?
- Ganar tiempo en el CIADI para ordenar el tema de las tarifas.
Otro deja vu argentino.
El Casting de la Mesa Ratona
Pero el punto de quiebre, el episodio en dos tiempos que quizá explica al Rosatti que ahora obsesiona al FdT y, sobre todo al kirchnerismo, se desarrolló entre julio del 2004 y el mismo mes del 2005. El suceso involucra a personajes que tiene roles centrales y muy visibles en el presente: Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Gustavo Beliz.
A mediados de julio del 2004, Kirchner dio por cerrado el ciclo de Beliz como ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos. Poco antes, el funcionario había mostrado en el programa Hora Clave una foto del Jaime Stiuso, jefe de la entonces SIDE. En esos días, luego de un llamado telefónico que despidió al ahora secretario de Asuntos Estratégicos, se activó el “Casting de la mesa ratona”, por el living de Olivos donde se reunían los Kirchner, con Alberto Fernández y, a veces, Carlos Zannini para discutir y analizar decisiones.
En esa ronda, apareció el nombre de Rosatti propuesto por Cristina, para suceder a Beliz. Fernández, por entonces jefe de Gabinete, fue el encargado de hacerle el ofrecimiento al santafesino que puso una condición: aceptaba ser ministro de Justicia pero no quería tener bajo su órbita la seguridad. La demanda fue atendida y el manejo de las fuerzas federales pasó al ministro del Interior, donde estaba Aníbal Fernández. Así y todo, en la órbita de Justicia quedó el Servicio Penitenciario Federal.
Chispazo
Un año y un día después de jurar como ministro de Justicia, Rosatti dejó el gabinete. Su paso por la cartera fue modesto, sin luces. “Aceptó ser ministro para ser exministro: Horacio se dedicó a hacer currículum”, dijo un funcionario que compartió la gestión nestorista. Su salida se nutrió de tres factores. Rosatti lo ha dicho de otro modo: “Soy un jurista que eventualmente trabajó en la función pública”.
El más ruidoso lo exhibió el mismo cuando avisó que dejaba el cargo porque no quería convalidar una licitación de obras en cárceles que ejecutada Julio De Vido, y que suponía irregular. Por entonces, la normativa establecía que el responsable de cada ministerio validara las licitaciones. Luego del affaire Rosatti esa norma se cambió.
Hubo dos más. Una: la relación con los Kirchner se resintió cuando le pidieron que sea candidato en Santa Fe para las elecciones del 2005 y Rosatti dijo que no. Otra, más ripiosa, pero medular, tuvo que ver con que el funcionario vio que parte de los oficios que correspondían a la órbita judicial no pasaban por su cartera, sino que estaban mediadas por operadores como Javier Fernández o Stiuso -que sobrevivió a Beliz y a varios ministros más- y su scrum de colaboradores.
La renuncia con denuncia a De Vdo fue un movimiento que una década después le daría un rédito inmenso: Carrió lo propuso como cortesano desde el atril de dadora de certificado de pureza, recordó las críticas de Rosatti a De Vido, su salida del gobierno y le facilitó, sin saberlo o con plena conciencia, aquello que Mauricio Macri necesitaba: un “peronista”, con la amplitud conceptual que tiene esa identidad, para compensar el ingreso a la Corte de Carlos Rosenkrantz, cuyo nombre llevaron a Macri Rodríguez Simón y Torello.
Para justificar la designación de ese abogado corporativo, que tuvo como cliente al grupo Clarín, Macri anexó un peronista, algo así como “el de ustedes lo elijo yo”. Gabriela Michetti, entonces vicepresidenta, invitó a Rosatti a su casa, le trasmitió la oferta de Macri, el abogado analizó el DNU de nombramiento a dedo y aceptó.
Carrió intentó su propia maniobra: como Cristina, conocía a Rosatti de la Convención Constituyente de Paraná y lo imaginó como un jugador voraz que podría incomodar a Lorenzetti, uno de sus enemigos preferidos. Ocurrió solo en parte: “Al Loro lo aniquiló, fue despiadado”, relatan en la Justicia. Pero Carrió no pudo adivinar que Rosatti aunque aislaría a Lorenzetti no se entregaría, como ella quiso, a investigar las imputaciones que la jefa de la Coalición Cívica le atribuyó al ex presidente de la Corte.
En el denuncismo de Rosatti, Lorenzetti tuvo más suerte que De Vido.
Aquellos votos
Rosatti, en uno de los capítulos oscuros de su saga, consintió ser designado por DNU, que luego Macri desandó pero que quedó como una mácula en la historia del jefe de la Corte aunque luego su designado por amplísima mayoría. Tuvo, incluso, más votos que Rosenkrantz, porque Carlos Menem se abstuvo con el abogado ligado a Clarín pero votó el pliego de Rosatti, una destreza que en parte ejecutó Miguel Ángel Pichetto, como jefe de bloque que tenía la expectativa de ocupar esa butaca.
- Si querían un peronista ¿por qué no me pusieron a mí? -le reprochó Pichetto a Michetti.
- Es peronista -se sorprendió la vice.
- Pero no es un peronista mío.
Todavía hoy, montado sobre esa especie de eternidad que otorga ser integrante de la Corte, Rosatti considera que el mecanismo que eligió Macri para nombrarlo a sola firma puede ser políticamente objetable pero era legalmente válido. Alberto Fernández no habla con el santafesino pero podría usar esos fundamentos para designar nuevos miembros al máximo tribunal.
Habrá, luego, otro hecho más luctuoso en que Rosatti subestimó la dimensión política de su acción judicial. O, al menos, eso argumentó después. Fue uno de los firmantes del fallo para aplicar el 2x1 a los condenados por crímenes de lesa humanidad, resolución que generó una movilización masiva y que obligó a la Corte a volver sobre sus pasos. En una charla privadísima con un dirigente de DDHH, Rosatti se disculpó de su voto y explicó que su error fue hacer una lectura jurídica sin el componente social y político que rodeaba el hecho. Creer o reventar.
“Es peronista porque cualquiera puede ser peronista, pero Horacio es, sobre todo, un conservador. Es sinuoso, egoísta, muy competitivo y tiene una ambición de poder sin límites”, lo describe un dirigente que lo conoce mucho y, a pesar de ese perfil áspero, confiesa que le tiene cariño. Sin embargo, según aporta otro memorioso, Rosatti no era visto como una amenaza política en la provincia, motivo por el cual Obeid y Reutemann, que tenían un acuerdo para sucederse en la gobernación y a la vez evitar que surjan otros, le dieron espacio porque asumían que no era una amenaza. Incluso, lo consideran dócil.
Así llegó a intendente. Pero vino la derrota del PJ en 1999 y salvo un momento, breve, en que fantaseó con ser candidato a gobernador en el 2011, Rosatti se retiró del juego de la política partidaria. Casi sin interrupciones, desde 2005, como parte de la construcción de una carrera, se entregó a la academia: escribió varios ensayos sobre derecho, y además de la historia de Boca, se aventuró con dos novelas.
Ecos del pasado
De sus tiempos como funcionario de Santa Fe, la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) recoge denuncias sobre la inundación en la provincia que dejó decenas de víctimas fatales y miles de damnificados, y menciona que “durante el desempeño de Rosatti en la secretaría de gobierno provincial y el municipio, fueron más de 80 los asesinados por la policía y el servicio penitenciario santafesinos”. El descargo del entorno de Rosatti es que la inundación ocurrió en 2003, cuando ya no estaba en el cargo.
La misma entidad recuerda que como Procurador nacional, el ahora presidente de la Corte, intervino como abogado del Estado en el juicio por el crimen de Walter Bulacio, por lo cual “fue uno de los responsables directos de la decisión del gobierno argentino de incumplir esa condena contra el Estado, que le imponía, además de sancionar a los responsables, eliminar todas las formas normadas y no normadas de facultades policiales para detener personas arbitrariamente” (*).
Su aceptación de que Macri quiera imponerlo por decreto persiguió a Rosatti y se convirtió en el argumento central del kirchnerismo para objetarlo. Su pliego de aprobó el 15 de junio del 2016, con 60 votos a favor, 9 negativos -la mayoría cristinistas- y 3 ausentes. Desde ese momento, el santafesino se movió en tándem con el cordobés Juan Carlos Maqueda, otro peronista del interior, a la vez que confrontó, en criterio y estilo, con Ricardo Lorenzetti, ex presidente de la Corte.
“A diferencia de Ricardo, Horacio no tiene esas fantasías locas de ser presidente de la Nación. Pero no lo agobia tener que ejercer el poder”, dice alguien que lo conoce mucho e, insiste, con énfasis, en describir a Rosatti como un hombre del sistema, riguroso y correcto, que hace “política judicial, no política”. Abunda en detalles de bonachón que se encierra a escribir los fallos en su despacho mientras escucha música clásica y toma mate, que no mira redes -otro, un operador ambidiestro, se encarga de esas tareas-, ni cena con políticos. Ese, sin embargo, es “impiadoso” cuando lo torean. “Lo entornaron, ahora es casi imposible llegar a él”, observa un dirigente radical.
“Los viernes a la tarde se va en auto a Santa Fe y vuelve el domingo. No arma rosca con dirigentes, tiene trato protocolar con los que lo buscan pero no es más que eso”, lo pinta como una carmelita la fuente que atribuye a errores del gobierno, compartidos entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, lo que ocurrió en estos meses. “El Ejecutivo nunca tuvo un interlocutor válido con la Corte. ¿Quiere saber donde se nota que no hubo malicia? Durante la cuarentena, el presidente firmó 54 DNU y el tribunal nunca hizo una objeción”, especifica. Esa tregua terminó cuando Horacio Rodríguez Larreta, el macrista que más y mejor decodifica a Rosatti, llevó a la Justicia la cuestión de la apertura de colegios en medio de la pandemia. La Corte hizo un fallo contra la posición de la Casa Rosada.
"A diferencia de Ricardo Lorentezzi, Horacio no tiene esas fantasías locas de ser presidente de la Nación".
Antes de la jura de Fernández hubo unas pocas charlas, secretas pero formales, donde el pedido de los cortesanos -según la leyenda tribunalicia, de 5 miembros de la Corte, cuatro votaron al FdT- fue que el gobierno les anticipe las medidas que podrían involucrar a la Justicia. “Pidieron no enterarse por los diarios. Bueno: del plan de reforma judicial, se enteraron por los diarios”.
La falta de interlocución estuvo cruzada por el ADN del FdT: nadie podía hablar por todo el gobierno. La designación de la albertista Marcela Losardo en Justicia generó entusiasmo que se licuó rápido. Cuando el mensaje fue Eduardo “Wado” De Pedro la Corte interpretó que “el ministro hablaba por Cristina”. Más tarde, Martín Soria, hizo un stand up: que solo incrementó la tensión: visitó el tribunal, hizo objeciones y declaraciones al salir que cayeron mal en los cortesanos. En vez de un puente, Soria fue a construir una trinchera, lo describió un peronista que transita entre ambos continentes: la Corte y el gobierno.
En instante crítico ocurrió en 20021. Rosatti entrevió que la Casa Rosada se enfocó en que Lorenzetti vuelva a presidir la Corte desde octubre del 2021 e insistió con esa apuesta incluso cuando se había formado la mayoría Rosatti-Maqueda-Rosenkrantz que le cerraba la puerta al juez de Rafaela. En la Corte aseguran que Elena Highton de Nolasco, que el día de la votación pidió un cuarto intermedio y luego no votó, desplegó esa coreografía por sugerencia del gobierno.
En el acuerdo tampoco estuvo Lorenzetti. Fue una maniobra para vaciar el proceso de elección de Rosatti, que se autovotó como presidente, al igual que Rosenkrantz como vice. Ese hecho, para el santafesino, formó parte de un operativo para debilitarlo. “El autovoto fue para avisar que estaba dispuesto a ejercer el poder. Le dijeron que no se iba a animar... y bueno: se animó”, detallan a su lado.
El favor de Mauricio
Cristina cree que ningún cambio es posible con esta justicia. Por eso, además de la resolución de sus causas judiciales y las de su familia, fijó como prioridad para el gobierno del FdT la agenda judicial. La dilación de Fernández al respecto fue el principal detonante en la pelea entre el presidente y la vice. El reproche es simple: “Algunas decisiones había que tomarse en los primeros 100 días, o después durante la pandemia. Se perdieron esas oportunidades y ya no hay posibilidad de volver a hacerlo”, explicó un legislador que conoce de memoria la postura de Cristina sobre el tema.
Con la suma del poder de la Justicia, Rosatti es el Hades de la mitología K. El santafesino, un personaje opaco a pesar de su centralidad en el dispositivo de poder, parece acumular beneficios inesperados: así como Carrió lo patrocinó, Macri lo cuestiona y de algún modo lo blanquea. “Tiene un sesgo ideológico que no me gusta”, dijo en una entrevista en el canal LN+ donde, además, afirmó que “(Rosatti) ha votado siempre con sesgo anticapitalista y creo que no es bueno”. En su libro, Primer Tiempo, el expresidente dijo que se arrepintió de postularlo.
Las objeciones de Macri, salvo que sean un truco, le sirven a Rosatti para neutralizar el planteo de que es un ariete opositor aunque en los hechos lo sea porque las posiciones del cortesano maridan con las demanda que tiene JxC. “Horacio sabe donde está el poder. Y sabe que el poder no está, necesariamente, en la política”, apunta un dirigente que lo conoce hace tres décadas.
El fallo sobre el Consejo de la Magistratura, que el kirchnerismo consideró un “golpe de Estado”, encaja en la lógica rosattista de trasmitir que ejerce el poder. Pero que, además, las acciones deben hacerse de manera formal. El lunes, hubo una gestión contrarreloj para que la Corte, conceda un plazo extra de 60 días al Congreso para discutir una ley.
- ¿Hicieron el pedido? ¿Dónde? Acá no vimos nada-, respondió un funcionario de la Corte al que llamaron para apurar la gestión.
- Un comunicado del bloque.
- ¿Pero alguien vino acá a hacer un pedido formal?
- No.
En la Corte cuentan esa anécdota, que ocurrió en las últimas horas, para explicar el nivel de confusión en el gobierno.
PI
(*) La foto principal de la nota está tomada del sitio www.Correpi.org