Si bien se entusiasmó con el salto de Facundo Manes al estrés de la política electoral, ahora volvió a la mesa nacional de Juntos por el Cambio por invitación de Gerardo Morales. Su viejo socio radical le pidió que lo acompañara al encuentro del jueves 10 de febrero. Y Ernesto Sanz aceptó. Viajó a Buenos Aires desde San Rafael, donde vive y trabaja como abogado para un grupo de empresas mineras. En la reunión de los jefes de la coalición opositora, realizada en un salón de Olivos, el gobernador Morales propuso que Sanz se incorpore de forma permanente a las citas cambiemitas. La moción del jujeño fue aprobada por unanimidad. Así, la ex esperanza blanca del Grupo Techint para conducir la Argentina, hizo su reingreso formal a la alianza de macristas, radicales y lilitos.
La UCR y el PRO cuentan con dos pases libres para sumar dirigentes que no tengan el rango necesario para acceder a tales juntadas. La Coalición Cívica y el sello partidario de Miguel Ángel Pichetto administran sólo una invitación para “extranjeros”. La CC la usó para traer a Elisa Carrió. Y la Alternativa Republicana Federal de Pichetto jugó su bala de plata en beneficio del exsenador y fugaz presidente de la Nación Ramón Puerta. Tanto Sanz como Puerta planean convertirse en habitués de las mesas nacionales de JxC.
La presencia de Sanz no fue intempestiva. El abogado y fundador de Cambiemos venía trabajando, a pedido de Morales, en un manual de convivencia interna para el frente opositor. La institucionalización de JxC es una obsesión que Sanz arrastra desde que el PRO, la UCR y la CC se aliaron en 2015. En ese año, Sanz se anotó como sparring en la PASO contra Mauricio Macri. Carrió fue la tercera precandidata testimonial. El objetivo del radical y de Lilita era darle volumen a la postulación del único aspirante con chances para pelear por la presidencia: Macri.
Tras el triunfo del egresado del Cardenal Newman en el balotaje contra Daniel Scioli, Sanz nunca alcanzó el protagonismo dentro del gobierno que los radicales esperaban. Ni siquiera ocupó cargo alguno. No supo, no pudo o no quiso dar, desde adentro, la pelea por el rumbo de la gestión macrista. Se entregó a un semi-ostracismo que ciertos correligionarios todavía le achacan.
El nuevo reglamento cambiemita busca resolver en paz los choques de ambiciones internas. El objetivo es evitar el caos en el que, por momentos, convive la familia ampliada de la oposición. Porque tanto macristas, como radicales y lilitos se sienten con capacidades para liderar. Los halcones, las palomas y los que oscilan se consideran responsables de un triunfo electoral que, ocurrido hace menos de dos meses, se desdibujó rápidamente. Ni siquiera Horacio Rodríguez Larreta logró plantarse como el gran ganador. La legislativa de medio término tampoco sirvió para zanjar la disputa que se abrió cuando Macri perdió el poder. Ahora Sanz considera que Macri no tiene chances de volver a la Casa Rosada. Pero no descarta que el ingeniero vaya en busca de la revancha en 2023. Frente a esa posibilidad, en privado el mendocino le anticipa a la tropa radical que “la UCR no puede bancar que se presente Mauricio de nuevo”.
Existe una meta no explicitada en el intento de institucionalizar JxC: la de poner una suerte de bozal ante las afirmaciones audaces hechas individualmente, pero en nombre de la coalición opositora. Los diputados de la Coalición Cívica y Gerardo Morales imaginaron una persona específica en relación a esa iniciativa. ¿Quién? La presidenta del macrismo Patricia Bullrich. Paradojalmente, la exministra de Seguridad fantasea con aplicar esa norma contra Morales.
Con la astucia acumulada a lo largo de 45 años de militancia, Bullrich gestionó un encuentro con Sanz en Mendoza. La Piba lo visitó en la casa del radical, en San Rafael. Fue el 2 de febrero pasado. En lugar de esperar a que él viajara a Buenos Aires, ella se garantizó un mano a mano personalizado en Mendoza. En su infatigable tour federal, Bullrich junta figuritas de selfies, charlas y actos con todo aquel cambiemita que se muestre dispuesto. La jefa del PRO está jugando su bala de plata. A los 65 años, entiende que en 2023 tendrá su primera y última oportunidad de llegar a la Casa Rosada. Y Sanz valora esa audacia.
El fundador radical de Cambiemos tiene dos ambiciones rumbo al 2023. En orden cronológico, que se ponga en marcha un destilado de los seis o siete presidenciables anotados en el frente opositor. Su escenario ideal es que JxC encare las PASO del año próximo con sólo dos aspirantes en pugna. Uno de la UCR y uno (o una) amarillo. Y fantasea con que el radical se imponga en esa final. El ímpetu de Sanz, sin embargo, genera recelos dentro de Juntos. Incluso, al interior del radicalismo. “Macri, Carrió y Sanz son escuchados, pero no deciden”, minimizó el gobernador radical de Corrientes Gustavo Valdés, entrevistado por Clarín.
En paralelo a su rentrée a la bambalina del poder cambiemita, Sanz administra tres estudios jurídicos. El más propio y tradicional es el que heredó sus papás en San Rafael. Maneja otro en la capital mendocina. En el último tiempo se especializó en la representación de las empresas mineras que hacen base en su provincia. Defiende los intereses de compañías que extraen yeso, potasio y manganeso. Y está tramitando la aprobación de una minera dedicada al cobre. Sanz debe probar que la explotación no tendrá un impacto ambiental perjudicial para Mendoza.
En el tercer bufete de abogados en el que se desempeña figura como asociado. ¿Socio de quién? De dos figuras ubicadas a mitad de camino entre la justicia federal y la arena política: el exjuez y exministro radical Ricardo Gil Lavedra, junto al ex funcionario macrista Bernardo Saravia Frías, Procurador del Tesoro de la Nación desde 2017 y hasta el final de la presidencia de Cambiemos.
AF